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Trump y Lagos hermanados en el miedo al pueblo

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En los Estados Unidos de Norteamérica los miembros del partido republicano siguen a pie juntillas la opinión de Mike Lee, senador por el estado de Utah y miembro destacado de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días,  quien asegura que el sistema  establecido en ese país no es una democracia, sino una república. Y tiene razón, no está equivocado.

Si recurrimos a las definiciones de ambos conceptos, constataremos que en una república impera el sistema representativo, pero no una democracia propiamente tal en la que el pueblo  tenga no sólo representación en los asuntos del estado sino, también, participación en ellos.  Recordemos que en una República el principal canal (y tal vez el único relevante) de participación ciudadana es el voto, vale decir, derecho a elegir a quienes representarán a esa ciudadanía en dos de los tres poderes del estado,  ejecutivo y legislativo, por un tiempo determinado.  

¿Exactamente lo mismo sucede en nuestro país? Alguien dirá que república y democracia van unidas en un mismo concepto activo, lo cual es cierto si realmente transitaran por el mismo carril y no por cuerdas separadas. “Nuestro sistema de gobierno se llama democracia porque con nuestras diferencias particulares todos somos iguales ante la ley y el estado, y todos quienes tienen la categoría ciudadana concurren a la estructuración de las leyes que han de regirlos”. ¿Quién dijo esto? Nada menos que el ateniense Pericles, en el siglo quinto antes de Cristo.

En el actual sistema democrático institucional chileno, la cuestión pasa por la frase que históricamente ha tenido cuerpo sólido (“por el pueblo, para el pueblo…pero sin el pueblo’), cuestión que no merece dudas si se recuerda cómo estaba conformada –y cómo funcionaba- la república chilena de mediados y fines del siglo diecinueve, cuando solamente un mínimo porcentaje de la población tenía “derecho” a sufragar y formar parte del estado. Además, la guerra civil de 1891, que derivó en el triunfo del sector más conservador de nuestra  sociedad, permitió que aquel continuara siendo dueño del gobierno y del estado, manteniendo  firme  en sus manos lo que nunca perdió  y que aún no pierde:  el poder…bajo un disfraz de ‘democracia’ que, en estricto rigor, hasta el día de hoy es solamente ‘república’.

Desde nuestras posiciones de férrea defensa de la justicia social y la solidaridad internacional, criticamos sin ambages a Donald Trump acusándole de ser lo que es, ergo, clasista, nacionalista extremo, amante del totalitarismo y, muy especialmente, antidemocrático por su amor desmedido al mundo de los negocios en desmedro de la gente, por su inclinación al poder sin límites del megaempresariado y, finalmente, por su desdén de todo lo que sea popular.

Algunos párrafos atrás, preguntamos si en Chile ocurríua lo mismo. Obviamente, la respuesta a esa pregunta debemos encontrarlo en Ricardo Lagos Escobar, quien en su momento fue presentado al país como un “socialista decidido a realizar cambios en beneficio de la gente”. Y vaya que realizó cambios…pero no en beneficio de la gente, sino privilegiando a  megaempresas y transnacionales.

Asfixió al pueblo por la vía del bolsillo, v.gr.: concesiones de carreteras, el CAE, el Transantiago (que derivó olímpicamente a Michelle Bachelet), las pérdidas de las AFP a cargo de los imponentes, concesiones mineras, y un largo etcétera que permite asegurar cuán alejadode los principios fundamentales –o pilares- del socialismo ha estado don Ricardo…y no es cuestión de estos últimos años, pues ello viene ocurriendo desde hace largas décadas, muy claramente desde aquellas históricas jornadas de la Reforma Universitaria (1968-69) cuando en su cargo de Secretario General de la Universidad de Chile participó, junto al rector Edgardo Boenninger, en las ‘mesas de reforma’ donde permanentemente puso trabas a las demandas del estamento estudiantil.

Luego de haber sido presidente de la república (2000-2006) se dedicó a dar charlas internacionales junto a Felipe González (España) y Fernando Enrique Cardoso (Brasil), de preferencia a grupos de industriales y empresariales, como ocurrió en Venezuela durante la administración de Hugo Chávez, convirtiéndose en algo similar a un pontífice del neoliberalismo´, asegurándoles a esos grupos de poderosos empresarios que los gobiernos debían aplicar el modelo que él mismo ejecutó en Chile: “todo lo que pueda ser concesionado a privados se debe concesionar”. Esta frase provocó reacciones orgásmicas de felicidad en los empresarios caraqueños, en el FMI y en el Banco Mundial.

Hace algunos días nada más, insistió con sus posiciones favorables a las élites locales al afirmar que  “la voluntad popular se expresa a través de las instituciones (…) así, la calle no existe, existen instituciones (…) otra cosa es que exista la posibilidad, el que la calle diga que tiene derecho a petición”.

Y como colofón de esas declaraciones agregó una ‘perlita’ que desnuda su verdadero  pensamiento: “Pero la mejor expresión de la calle es ’I Have a Dream’, de Martin Luther King. Él tenía un sueño, lo expresó ante millones de ciudadanos y queda hasta el día de hoy el derecho a petición que tiene todo ciudadano”. En palabras simples, para Lagos Escobar el pueblo puede tener ‘un sueño’…pero no ejecutarlo…para eso están las instituciones que funcionan. ¿Recuerdan esa frase? Ya se sabe a favor de quiénes y cómo funcionan.

Esta nota no puede terminar sin dar paso un recuerdo que en su momento también reveló la verdadera cara del ‘faraón’. Ello fue cuando se produjo el golpe de estado que en el año 2002 un grupo de empresarios encabezados por Pedro Carmona (llamado luego “el breve”), protagonizó contra el gobierno de Hugo Chávez. Con una presteza que mostraba los reales deseos e intereses de don Ricardo, este se apuró en reconocer oficialmente la intentona golpista. El suyo fue el primer gobierno en Latinoamérica en realizar tamaña acción que vulneraba la decisión de los pueblos, la democracia y el latinoamericanismo;  sin embargo, también rápidamente hubo de retractarse una vez que ‘el breve’ Carmona fue sacado de Miraflores por el pueblo y las fuerzas armadas venezolanas, quienes regresaron a Hugo Chávez a su cargo de mandatario electo por la voluntad popular. .

Lo dicho. Ricardo Lagos, al igual que Donald Trump, teme a la voluntad popular y apuesta a un sistema de representación donde la élite pueda gobernar “por el pueblo, para el pueblo…pero sin el pueblo”, lo que en la realidad significa gobernar a favor de aquellos que sojuzgan al pueblo manteniéndolo como “clientes” que deben ser exprimidos económica y laboralmente en exclusivo beneficio de una minoría que ya en 1974 se adueñó del país.

Lo que en verdad, y definitivamente, significa lo anterior, es que -al igual que Donald Trump y Sebastián Piñera- el ‘faraón’ Lagos no ama la democracia propiamente tal. Tal vez ame la ‘protegida’, pero  no la verdadera.

 

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