por Gustavo Burgos
Hace 81 años el cerebro de Trotsky fue perforado por un piolet empuñado por la mano contrarrevolucionaria de Stalin. Ocurrió en Coayacán, México, allí donde los capitalistas y la burocracia termidoriana empujaron al último de los clásicos del marxismo, el preclaro teórico proletario e implacable general constructor del Ejército Rojo, la primera fuerza militar proletaria de la historia. Bajo la conducción de Trotsky, nacido Lev Bronstein en la estepa ucraniana, ese Ejército Rojo materializó la orientación internacionalista, permanentista, que dio origen a la URSS, el primer Estado obrero de la historia.
Lenin y Trotsky resumieron en la célebre «Tesis de Abril» la concepción programática que encarnara el proceso revolucionario que se abriera un lugar en la historia bajo el zarismo en 1905. El esfuerzo político de toda una generación de revolucionarios rusos, lo más concentrado de la vanguardia europea del naciente siglo XX, encontró en esta dupla de escribas su mejor y más contundente expresión. La primera línea de los explotados que iniciaban una batalla hasta hoy inacabada.
Al día de hoy las concepciones políticas de los asesinos de Trotsky han demostrado su carácter de clase patronal. Hace muy poco una de sus últimas caricaturas, Daniel Jadue, se ufanaba en medio de la penosa primaria electoral de Apruebo Dignidad, de garantizar que no habría nuevos estallidos, no habría expropiaciones ni nacionalizaciones y que los inversionistas extranjeros encontrarían bajo su conducción, protegidos sus intereses. Esta vergonzosa defensa del orden capitalista ocurrió hace unos días con el membrete estalinista del PC chileno. Son tales concepciones políticas enteramente extrañas a la clase trabajadora, las que estuvieron tras el asesinato de Trotsky.
Reivindicar a Trotsky y conmemorar su asesinato, por lo mismo, no constituye un simple acto de honestidad intelectual. Se trata de un acto de combate, de clase y de irreductible contenido revolucionario. Mientras se escriben estas líneas las tropas genocidas norteamericanas huyen derrotadas de Afganistán mientras miles de millones de trabajadores son empujados al hambre y la miseria por el gran capital. El orden capitalista martiriza a la humanidad en su conjunto y en ese acto los explotados salen nuevamente a las calles en busca de su propia revolución. En Chile, el gobierno criminal de Piñera y la canalla del Acuerdo por la Paz pretenden restaurar el orden político y social existente antes del levantamiento popular del 18 de Octubre. La Convención Constitucional —que sólo ayer despertara las ilusiones democráticas de amplios sectores— hoy comienza a exhibir los inconfundibles rasgos reaccionarios y patronales de la vieja la democracia representativa.
Porque al reivindicar a Trotsky levantamos la bandera de los explotados, del gobierno de esos mismos proletarios asentado en sus órganos de poder asamblearios, cabildos y todo tipo de organización popular de base. Cuando reivindicamos a Trotsky hacemos propio el ímpetu de la insurrección de quienes en esta batalla no pueden perder más que sus cadenas e inician la marcha socialista por la liberación de la humanidad de la barbarie del gran capital. En esa lucha despiadada y de clases, Trotsky vive.