por Antonio García Vila //
La editorial Acantilado continúa, infatigable, su tarea de recuperación de uno de los europeos modélicos que contribuyó, en buena medida, a forjar la idea, un tanto romántica, bastante ingenua, de un mundo pasado si no ideal, al menos brillante, cultivado, sensible y lujosamente decadente: el mundo de ayer.
Era, no lo olvidemos, un mundo despótico e imperialista, un mundo marcado por unas jerarquías inapelables y una miseria sin cuento. Era el mundo que relucía en los dorados vieneses, en su pintura novedosa, en su música rupturista, en su literatura crítica y su filosofía de vanguardia, y que se ocultaba en los suburbios, en la doble moral, en la prostitución y el desempleo. Un mundo mítico, es cierto, pero que ha ejercido sobre las generaciones siguientes un efecto deslumbrante que inducía a sortear la realidad y confiar en un sueño.
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