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¿Somos o no somos? ¿Qué somos finalmente? ¿Se dilucidará este año 2024?

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Arturo Alejandro Muñoz

“París bien vale una misa”, frase apócrifa atribuida al rey Enrique IV de Francia, el primero de los Borbones, quien supuestamente la habría pronunciado para abjurar de su convicción calvinista y  someterse a la voluntad de la religión católica, condición sine qua non para poder sentarse en el trono de Francia, en ese entonces “Hija Primogénita de la Iglesia”, lo que era más que bastante.

 Y si París bien valía una misa, tal vez el acceder al poder político valga mucho más que París. Eso es lo que piensan muchos dirigentes de tiendas partidistas chilenas, muchos personajes públicos y más que demasiados parlamentarios.

En Chile se ha hecho rutinario políticamente cambiar de bando según sea conveniente hacerlo. ¿Conveniente para quién? ¿Para el país? Obviamente, no. Ni siquiera lo es para el partido que representan temporalmente. La conveniencia de la “vuelta de chaqueta” es estrictamente personal.

Este asunto, vergonzoso por cierto, no es nuevo en nuestra nación. Tiene más de un siglo de existencia.  En agosto de 1891, en la batalla de Placilla el Ejército fue derrotado por la Armada, y muchos soldados (e incluso oficiales) salvaron sus pellejos ejecutando un simple acto: voltearon sus chaquetas azules dejando a la vista el color blanco del fondo de las mismas, color que correspondía a los uniformes de los vencedores, los marinos. De ahí proviene el castizo término “darse vuelta la chaqueta”.

Y en materia política tampoco es nuevo. Recordemos a aquellos dirigentes del partido Radical que decidieron abandonar el tronco histórico de esa tienda para dar nacimiento a un referente que se adhirió quien había sido su más enconado adversario, la derecha. Julio Durán Neumann fue el principal de ellos, ya que fundó el partido Democracia Radical, que participó activamente en el derrocamiento del gobierno democrático y constitucional del doctor Salvador Allende.

Ejemplos de lo dicho sobran en nuestra historia política. Lo confirman los retornos de muchos exiliados izquierdistas que vivieron en Europa y en países con sistemas capitalistas. Se refugiaron como marxistas y regresaron a Chile como socialdemócratas con fuertes trazas de neoliberalismo.

Ah, y la derecha, sí, la derecha…qué buen ejemplo de voltear chaquetas para conveniencia personal. Recuerdo claramente las intervenciones de algunos destacados dirigentes del conservadurismo chileno en el Senado y en la Cámara de Diputados durante el gobierno de la Unidad Popular (1970 – 1973), defendiendo a voz en cuello “la libertad de opinión y de asociación” así como también “el sagrado derecho de los chilenos a vivir en paz sin temer por sus  vidas ni por sus bienes”, como fue el caso del senador Francisco Bulnes, llamado “el marqués”, de  Pedro “cachimoco” Ibáñez y de Sergio Onofre Jarpa…quienes meses más tarde apoyaron -aplaudieron y ‘agradecieron’-  sin restricciones, las criminales brutalidades de la junta militar encabezada por Pinochet, Merino y Leigh (Mendoza era sólo un simple decorado en ella).

Y qué decir de aquellos que participaron de lleno en la lucha contra la dictadura y la ideología conservadora neoliberal, para luego girar sin hesitar ni vergüenza hacia las trincheras de los antiguos enemigos de clase, convirtiéndose no sólo en socios económicos y financieros de ellos, sino también en exitosos administradores del sistema que estos últimos habían impuesto en el país a golpe de bayonetas y sangre popular.

Hasta que finalmente llegaron los jóvenes al gobierno; una brisa de fresca esperanza pareció oxigenar a Chile. La ilusión no duró mucho.  

En los fríos hechos, ergo, en los hechos concretos, han borrado con el codo aquello que pontificaron vehementemente años atrás cuando eran opositores al pésimo gobierno del especulador financiero Sebastián Piñera.  

A tal grado ha llegado esto, que hace pocos días firmaron una sociedad con SQM para explotar el litio, sociedad que, digámoslo sin ambages, salvó a la empresa que dirige o preside el exyerno del genocida Pinochet, el señor Ponce Lerou, pues ella contaba solamente con dos o tres años -legalmente- para continuar explotando ese elemento…y ahora, el gobierno de los jóvenes le otorga graciosamente una sobrevida superior a una década. ¿De quién es el triunfo? ¿De Chile? ¿No podía Codelco hacerse cargo de esa explotación, sin ‘socios’ sucios?

En fin, ejemplos de todo lo dicho, eventos y casos, son demasiados. Indesmentibles. Pétreos y visibles.  

La pregunta salta de inmediato. ¿A quiénes debemos creer? ¿A los de ayer o a los de hoy? ¿Son lo que decían ser, o no lo son? Ni siquiera los viejos estandartes del MIR se salvan de esta crítica. Ni los del MAPU, ni los de la Izquierda Cristiana, ni los socialistas…y tampoco los comunistas (hoy administradores del sistema neoliberal), y de los Radicales y PPD y PDC, mejor ni hablar.

Creo que solamente los viejos y sólidos allendistas están libres de pecado y dueños de buena parte de la razón, pues el paso de los años y el peso de los hechos así lo demuestran.  

3 COMENTARIOS

  1. Correctísimo, pero ni siquiera los viejos allendistas se salvan. Allende cometió un error que nos costó la vida de miles de compañeros. Por evitar un derramamiento de sangre, el gobierno popular no organizó al pueblo en armas, debido a este grosso error ahora estamos donde estamos y somos lo que somos. Insisto, las armas era el único camino para lograr el triunfo de la clase obrera, pero los pacifistas de siempre se salieron con la suya. La izquierda para que sea verdadera tiene que ser extrictamente revolucionaria, y la democracia solo es posibe después de haber aniquilado al capitalismo, porque la democracia también tiene que ser revolucionaria; participativa, representativa y popular. Todo lo demás es gatopardismo.

  2. Lo que pasa es que la democarcia no es una bandera de la lucha de clases. Ese es un error. La bandera de la lucha de clases es el poder total de los trabajadores, la absolucion de la propiedad privada de la tierra, y la nacionalización de todos los recursos naturales. El que no entiende esto no tiene total convicción, solo es una marioneta de cartón.

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