por Asad Haider
En abril de 1920, Italia estaba en crisis. El mes anterior, en la fábrica de automóviles Fiat en Turín, la patronal había retrasado las manecillas del reloj de la fábrica para el horario de verano sin pedir permiso a los consejos democráticos de trabajadores que se habían extendido por las fábricas de Italia. Había surgido una cadena de paros laborales en protesta. Pero a medida que continuaban las tensas negociaciones, con un bloqueo masivo por parte de la patronal, se hizo evidente que lo que estaba realmente en juego era la existencia de los propios consejos de fábrica 1/. Toda la ciudad inició una huelga general en defensa de los consejos, que Antonio Gramsci aplaudiría más tarde ese año en un informe para el Comintern como “un gran evento, no solo en la historia de la clase obrera italiana sino también en la historia del proletariado europeo y mundial”, porque “por primera vez se vio que un proletariado luchaba por el control de la producción sin verse obligado a esta lucha por el desempleo y el hambre”
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