En el libro Océanos sin Ley –publicado en España por Capitán Swing–, el periodista Ian Urbina relata sus cinco años de intrépidas investigaciones sobre una temática que, aunque invisible, nos debería preocupar: los delitos contra los derechos humanos y de la naturaleza que se producen en alta mar, lejos de cualquier vigilancia, de cualquier frontera. Urbina narra diferentes combinaciones de pesca ilegal, fraudes, tráfico de drogas y esclavitud laboral, entre otras.
Todas estas prácticas ya fueron denunciadas en 2008 por las Naciones Unidas. Pero en esta fase, el necrocapitalismo, que, como dice Saskia Sassen, ha dado un salto “de la producción y la explotación, al extractivismo y la expulsión”, solo le queda chupar las últimas gotas de un planeta estrujado, y los bienes marinos son una riqueza que no puede dejar escapar, nunca mejor dicho. El creciente tamaño de las redes lo explica muy bien. En 2016, en uno de los casos de pesca ilegal más conocidos, el del buque Vikingo que estuvo más de una década pescando ilegalmente bacalao de profundidad, se encontraron en sus bodegas varias redes de enmalle que superaban los 2,5 kilómetros de largo. Este pasado febrero, Greenpeace ha dado a conocer la existencia en el Océano Índico de siete barcos que habían dispuesto entre ellos una red de más de 33 kilómetros.
¿Qué peak (pico) llegará antes?¿El Peak Oil o el Peak Food? Algunos datos de la sobreexplotación marina hacen complicada la respuesta:
– El pasado año, en las cinco grandes cuencas pesqueras de Rusia, el volumen de extracción de recursos biológicos acuáticos –la pesca de bacalao, arenque, anchoveta, etc.– descendió un 13,3% respecto al año anterior.
– Las redes enmalladas, o “paredes de la muerte”, provocan que ‘accidentalmente’ queden atrapadas muchas especies que ya están rozando su extinción, como los tiburones del Océano Índico que en los últimos años ha visto cómo su población descendía en un 85%, la misma cifra que la raya en los últimos 15 años.
– O, como se ha informado recientemente: “Los bancos gigantes de salmón salvaje del Pacífico que pueden convertir las aguas heladas del sureste de Alaska en una mancha naranja brillante se están diluyendo, y los individuos que sobreviven están disminuyendo de tamaño”.
Y así, se pueden ir añadiendo ejemplos hasta alcanzar la cifra global: aproximadamente el 80% de las poblaciones de peces están sobreexplotadas.
La pérdida de la biodiversidad también pone en peligro las formas de vida de millones de personas que tienen en el mar su sustento alimentario y económico. Así, Greenpeace explica cómo la pesca ilegal pone en peligro la alimentación de tres mil millones de personas solo en el Índico. Les estamos robando su fuente de alimento. Y es que buena parte de estas capturas acaban en los platos de consumidores del Norte Global. El pasado año, una de cada tres importaciones de Estados Unidos, el mercado de pescado más grande del mundo, procedían de la pesca ilegal.
Por falta de pesca o, como explica el informe liderado por Ife Okafor-Yarwood, “en Nigeria los pescadores costeros tienen miedo de salir al mar por los ataques violentos de los barcos piratas ilegales que participan en robos a mano armada en el mar y contrabando de petróleo, lo que conlleva a que las mujeres encargadas de su posterior venta, al carecer de suficientes productos, se ven obligadas a ejercer la prostitución para llegar a fin de mes”. Y es seguro que esto mismo ocurre en muchos otros puertos
Toda esta red de crimen organizado alrededor de la pesca ilegal está dirigida, no lo olvidemos, por una banda de gánsters legalizada: el capitalismo, que, tengan por seguro, cuando se acerque el Gran Peak Food, desembarcará en tierra firme.