Gilbert Achcar
Yadaliyya, 10-4-2017, http://www.jadaliyya.com/pages/index/
Traducción de Viento Sur, http://www.vientosur.info/
Pocas veces un ataque tan limitado como el lanzado por EE UU con misiles de crucero contra la base aérea siria de Shayrat ha hecho tanto ruido. El presidente de EE UU, Donald Trump, autorizó el ataque al anochecer del jueves, 6 de abril, poco antes de asistir a la cena con su homólogo chino, Xi Jinping, en su mansión Mar-a-Lago en Florida. Con toda probabilidad había sido lo mínimo que se había planteado Barack Obama cuando el régimen sirio cruzó su “línea roja” en agosto de 2013. En una de sus declaraciones memorables, John Kerry calificó esa opción de “esfuerzo muy limitado, muy puntual, muy a corto plazo”, un esfuerzo que sería “increíblemente limitado”.
Que el Pentágono hiciera uso de este antiguo plan parece venir corroborado por la declaración del ministerio de Defensa ruso, cuyo portavoz describió el ataque en estos términos:
El 7 de abril, de las 3.42 a las 3.56 horas (hora de Moscú), dos destructores de la marina de EE UU (USS Ross y USS Porter) realizaron un ataque masivo con 59 misiles de crucero Tomahawk desde la zona cercana a la isla de Creta (mar Mediterráneo) contra la base aérea siria de Shayrat (provincia de Homs). De acuerdo con los datos del seguimiento objetivo, 23 misiles alcanzaron la base aérea siria… Por tanto, la eficacia militar del golpe masivo estadounidense con misiles contra la base aérea siria es extremadamente baja. Hoy es evidente que el ataque con misiles de EE UU estaba planeado desde mucho antes de este acontecimiento. Es necesario [normalmente, antes de un ataque de este tipo] realizar operaciones de reconocimiento, planear y preparar las trayectorias de vuelo de los misiles y ponerlos en alerta de combate total. Está claro para cualquier experto que la decisión de atacar a Siria con misiles se tomó mucho antes de lo acaecido en Jan Sheijun, que se ha convertido en una mera justificación formal del ataque, mientras que la demostración de poderío militar ha venido dictada exclusivamente por razones de política interior.
El ataque fue tan “increíblemente limitado” y sus efectos disuasorios tan escasos que la fuerza aérea siria reanudó sus bombardeos sobre Jan Sheijun al día siguiente, mientras se iniciaban los trabajos de reparación de la base aérea de Shayrat. Contrariamente a los numerosos comentarios sobre el milagro que se habría producido si Barack Obama hubiera ordenado un golpe similar en 2013, lo más probable es que no habría cambiado gran cosa el curso de la guerra en siria. Únicamente un ataque a mucha mayor escala podría tener un efecto importante al hacer cundir el pánico en las filas del régimen de Asad. Si el anterior presidente hubiera mantenido su “línea roja” en 2013 con un ataque “muy limitado” como el que ha lanzado Trump, en el mejor de los casos podría haber prevenido el asesinato con armas químicas de las 86 víctimas de Jan Sheijun, pero no habría salvado la vida del casi medio millón de sirios que han sido víctimas de armas “convencionales” desde el comienzo de la guerra.
La propia “línea roja” de Obama era del todo inmoral. Era como decir: “Matad a tantos como queráis con armas convencionales, pero no utilicéis armas químicas porque pueden salpicar más allá de la frontera.” Estas últimas armas fueron prohibidas, como declaró Obama el 20 de agosto de 2012, porque “es una cuestión que no solo concierne a Siria; concierne a nuestros aliados en la región, incluido Israel”. En cuanto a las lágrimas de cocodrilo de Trump por los “hermosos bebés” masacrados por las bombas de gas, fueron increíblemente hipócritas. En efecto, resulta muy difícil creer que el presidente de EE UU no haya visto nunca antes bebés sirios asesinados y mutilados en Fox News, su única fuente de información “fiable”. Su luz verde al ataque “increíblemente limitado”, concebido durante la presidencia de su predecesor, no fue en modo alguno un acto espontáneo, fruto de la indignación moral. Apresurado desde el punto de vista militar, el ataque respondió a una decisión política bien meditada. Su impacto político ha sido increíblemente grande, en efecto. Luke Harding ha resumido correctamente sus resultados en The Guardian:
Para la Casa Blanca, este jueves ha traído claros dividendos. Después de un periodo caótico, en el que el gobierno se ha visto acosado por sus aparentes vínculos con el Kremlin, las noticias han cambiado totalmente de signo. Durante meses, Trump había sido incapaz de eludir las acusaciones de que se había conchabado con Putin antes de las elecciones estadounidenses. Ahora el presidente ha actuado abiertamente en contra de los intereses estratégicos de Rusia. O al menos lo ha aparentado.
Algunos de los críticos republicanos más severos con Trump en relación con Rusia –los senadores John McCain y Lindsey Graham– han aplaudido su decisión. Horas antes del ataque, Hillary Clinton declaró que apoyaba una intervención. El grado de aprobación de Trump en los sondeos de opinión se hallan en niveles históricamente bajos. Imaginamos que ahora empezarán a escalar.
Pero hay mucho más detrás del asunto que esas “razones de política interior” que había detectado el propio portavoz militar ruso. El ataque a Shayrat es en realidad la primera salva de la gran estrategia en marcha de Trump. Encaja perfectamente en la doctrina de Trump en materia de política exterior que Josh Rogin resumió con acierto en el Washington Post el pasado 19 de marzo, días antes del ataque a Shayrat attack, con el lema: “Escalar para desescalar”. Vale la pena reflexionar sobre el artículo, pues lo más probable es que aparezca retrospectivamente como la hoja de ruta de lo que tal vez veamos en las próximas semanas. El ataque a Shayrat podría muy bien ser la escalada indispensable para la posterior desescalada pregonada desde hace tiempo por Donald Trump con Rusia y el acomodo con Bachar el Asad, al mismo tiempo que ha sido un mensaje destinado a Irán, el archienemigo designado del gobierno de Trump.
Al tener lugar durante la cena de Trump con Xi Jinping, también ha sido –tal vez por encima de todo– un mensaje a China con respecto a Corea del Norte. Trump, que había ridiculizado la “línea roja” de Obama en relación con Siria, trazó la suya propia con Corea del Norte cuando puso a Pyongyang “sobre aviso” a comienzos de enero, antes incluso de tomar posesión de la presidencia. Así, el ataque a Shayrat puede haber sido una demostración sobre un objetivo más fácil de lo que Trump podría estar dispuesto a hacer contra Corea del Norte si esta sigue desarrollando su misil balístico intercontinental: un mensaje que Xi Jinping no puede haber desoído.
Quien crea que el ataque a Shayrat demuestra que Trump ha actuado movido por sentimientos humanos después de todo y que marca un cambio a mejor de la política exterior estadounidense, haría bien en revisar esta impresión. El nuevo ataque debe contemplarse únicamente como una razón adicional muy seria para estar profundamente preocupados por el comportamiento errático de la nueva administración estadounidense en los asuntos mundiales.