Semanario SurAndino, Iquique
Al atardecer del diez de septiembre de 1973 observó juntó a su hijo Humberto Lizardi, jefe local del MIR, la bajada de camiones con militares hacia el centro de Iquique y comentó que por fin se iba a poner orden. No imaginó lo que vendría.
Era una conservadora dueña de casa, pero al otro día su vida cambió para siempre. Humberto fue detenido y apresado en un regimiento y al mes fue ejecutado en Pisagua. Se transformó en una leona y no volvió a ser la misma.
La segunda etapa de su vida la dedicó íntegramente a la lucha por la verdad y la justicia.
Desde la misma instalación de la dictadura comenzó su trajinar y la defensa de los derechos humanos fue su gran dedicación. A pesar de su aspecto algo tranquilo y amable, era intransigente frente a los atropellos y participó de toda actividad que estuviese en el marco de la resistencia. Creció por sí misma, era Doña Baldra, la que simbolizaba una gran cuota de dignidad, fuerza y consecuencia. Con 96 años le llegó el descanso eterno y entró al camino de las que nunca se olvidarán. Solo un hasta siempre compañera.