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República, República… ¿cuándo te asesinaron?

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Aunque parezca increíble, nuestra ‘República” chilena fue asfixiada por el poder legislativo en el mes de octubre el año 197. Allí falleció

Arturo Alejandro Muñoz

EL TEMA AMERITA discusión y discrepancia, pero me atrevo a afirmar que una de las primeras en ser traicionada en la Historia, fue aquella república que Julio César degolló en la Roma del siglo anterior al nacimiento de Cristo, asunto que llevó al insigne Cicerón a gritar en el hemiciclo del senado su célebre: “República, República…”, cuestión que años después le costaría la vida al ser asesinado por órdenes de Marco Antonio, uno de los herederos del imperio creado por César.

Muchas veces fue traicionada y vilipendiada, pero sigue siendo el norte de toda nación que procure democracia como sistema institucional, aunque en el pasado hubo algunas de corte autoritario, tal cual ocurrió en nuestro  país en el siglo diecinueve (1831-1861) con los gobiernos pelucones o conservadores. No obstante, el concepto (y la acción) ‘República” continúa brillando con luz propia. Y cada día más necesaria y vital.

Nunca he olvidado que en la década de 1960 –quizá, el período donde la política partidista logró mayor crecimiento en Chile-, en las discusiones paridas en torno a una taza de café, era habitual escuchar de labios de personas poseedoras de significativo nivel académico opiniones como “la balanza política en un estado  de derecho requiere de la existencia de dos platos para su perfecto y democrático equilibrio”. Es decir, a la derecha conformada en esos tiempos por el partido conservador y el partido liberal, se le consideraba “democrática”, asignándosele ciertos méritos que hoy me parecen más que  discutibles, como por ejemplo el servir de “templaria” para la preservación de aquella supuesta característica nacional, a mi entender inexistente y chovinista, que pretende retratar al pueblo chileno cual epítome en Latinoamérica de la cordura y el equilibrio en materias políticas.

Lo anterior, sin embargo, me fue ratificado en Brasil el año 1969, en la prestigiosa USP (Universidad de Sao Paulo), específicamente durante las jornadas del curso-seminario “Historia Económica de América del Sur en el siglo veinte”. En aquella ocasión, ante la presencia de una treintena de alumnos, el profesor a cargo –dirigiéndose directamente a mi-  manifestó con envidiable convicción: “la derecha chilena es tan extremadamente liberal, que en algunos países de Centroamérica se le ubicaría a la izquierda de la socialdemocracia europea”. Recuérdese que en esa época el gigante sudamericano – Brasil- se encontraba, desde 1964, bajo la bota de una feroz dictadura militar de extrema derecha.

Recuérdese también la calidad de bestias y de gorilas que caracterizaba a gobernantes centroamericanos provenientes del milicaje caribeño cobijado por Estados Unidos, como el nicaragüense ‘Tacho’ Somoza, o el dominicano Rafael Trujillo y el haitiano “Papá Doc” Duvalier (o el siniestro Stroessner, verdadero faraón en el Paraguay de aquella época). Por cierto, frente a esos energúmenos asesinos, la derecha chilena, conformada por parlamentarios y gobernantes como Jorge Alessandri, Francisco ‘Marqués’ Bulnes Sanfuentes, Pedro ‘Cachimoco’ Ibáñez y otros, era realmente un “niño de pecho”, toda vez que tanto conservadores como liberales aún defendían -y respetaban- a la República, a aquella república que (seamos sinceros) estructuraron a golpe de esfuerzos y acciones los viejos miembros del añoso partido Radical de los Matta y los Gallo, esa tienda adicta a las conversaciones, acuerdos y contubernios con “pedro, juan y diego” obtenidos alrededor de una bien servida mesa “a la chilena”, engalanada por golosinas como longanizas, chunchules, perniles, papas cocidas, pebre y buen vino tinto.  

En ese amplio espectro los chilenos podíamos asegurar que éramos una verdadera República (que incluía a la revista Topaze’, a ‘Clarín’, al “Diario Ilustrado’  y al ‘Pingüino’), ya que en ella tenían cabida todos los partidos políticos, todas las federaciones obreras y toda la prensa de color variopinto… pero se trató de tan sólo un suspiro, un período corto, extremadamente acotado en el tiempo, pues los poderosos de siempre, ergo, la derecha económica y sus empleados uniformados, consideraban que la democracia institucional era tal sólo si el pueblo se mantenía como simple oposición, débil y carente de unidad y liderazgo reales, mas, nunca como gobierno.

En septiembre de 1973 esa derecha se despojó del disfraz que había usado durante décadas y mostró su verdadero continente. La sedición, el clasismo, la dependencia absoluta respecto del ‘patroncito’ norteño de lenguaje enrevesado, así como el abierto desprecio a las leyes de la antigua ‘república’, hicieron cuerpo suficiente para asociarse con genocidas y racistas expoliadores de la talla del nefasto Nixon y el sionista Kissinger, aceptando no ya el derrocamiento de un gobierno democrática y constitucionalmente electo sino, además, cumpliendo a cabalidad las órdenes norteamericanas lanzadas desde la Casa Blanca, cuyo grito fascista y destemplado sacudió los cuatro vientos:  “Delendas Chile” (“destruyan Chile’), toda vez que al gobierno del doctor Salvador Allende las transnacionales y el Pentágono le consideraban como el renacido Barca de la nueva Cartago de América Latina, un territorio que ponía en riesgo la facilidad de depredación que impetraba el insaciable apetito del imperio estadounidense.

Para ello, personajes que se consideraban ‘patriotas’ estuvieron dispuestos y actuaron en esencia contra la gente de nuestro país; fue el caso de individuos que tenían cierta representación popular (es conveniente mencionar sus nombres), entre muchos más: Sergio Onofre Jarpa, Víctor García Garzena, Julio Durán Neumann, Patricio Aylwin, Eduardo Frei Montalva,  Rafael Moreno, Jaime Guzmán, Rafael Cumsille, Manuel Rodríguez, Claudio Orrego, Guillermo Medina, Andrés Allamand…

Fue allí, y con ellos, que la ‘República’ murió. Esos individuos abrieron las puertas para la consolidación de un gobierno de facto compuesto por asesinos y sicópatas de la talla de Manuel Contreras, ‘guatón’ Romo, Álvaro Corbalán, Pablo Rodríguez, Michael Townley, Augusto Pinochet, Sergio Arellano Stark, José Toribio Merino, Gustavo Leigh, César Mendoza, y todo esa tropa de guarenes criminales que hoy son una vergüenza para las actuales generaciones militares.

No hay duda alguna, pero la vieja ‘República’ chilena (aquella que constituyó la envidia y  admiración de las naciones latinoamericanas durante décadas) fue atacada mortalmente un mes de octubre del año 1970, en el criminal atentado contra el general René Schneider por parte de fanáticos derechistas como Roberto Viaux, Camilo Valenzuela, Juan Luis Bulnes y Alan Cooper, pero fue finalmente degollada por políticos conocidos: Patricio Aylwin, Víctor García Garzena, Jaime Guzmán, Sergio Diez, Mario Arnello, Sergio Onofre Jarpa, Eduardo Frei Montalva, Claudio Orrego, Hermógenes Pérez de Arce y Juan Luis Ossa (entre otros, por cierto), quienes dieron muerte ‘oficial’ a la estructura republicana y constitucional democrática de ese Chile que hoy se añora.

Esa muerte ‘oficial’ ocurrió, exactamente, el día 22 de agosto de 1973 en una sesión de la Cámara de Diputados. Allí, la República fue exterminada. Se conoce a los responsables. Algunos de ellos todavía insisten en asegurar que son ‘demócratas’, pese a que los hechos –los fríos y contundentes hechos- certifican lo contrario. Quienes así mienten de manera obstinada, afirman su mitomanía en un  triste asunto que provoca dolor e ira en millones de chilenos. No es otro que el apoyo y visto bueno entregado a esos delincuentes y golpistas por la ex Concertación, hoy ‘Nueva Mayoría’, cuyos dirigentes (no sus bases) son proclives a perdonar cualquier aberración y genocidio si con ello se agencian nuevamente el poder gubernativo y sus correspondientes prebendas.

Ya no hay República… ella ha muerto; sólo queda la sinvergüenzura y el descaro que certifican la calidad de mercenarios, traidores y corruptos de aquellos que conforman un duopolio cuyas dirigencias continuarán (mal) gobernando Chile los próximos cuatro años. Y no han requerido de un Julio César para esos efectos… les bastó su propia ilimitada ambición.

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