CIPER
“La aparición de un fantasma siempre genera inquietud en los que estamos vivos”, escribe el autor de esta columna. En este texto narra cómo distintas familias y comunidades de changos que reclamaban ser reconocidos como tales, recibieron por respuesta del estado: “los changos no existen”. Una serie de proyectos extractivistas en la costa desde Coquimbo a Antofagasta, que amenazaban la forma de vida de las comunidades “detonó la demanda identitaria”, explica el autor.
Hace más de 15 años se me acercó Astrid Mandel[1], una joven estudiante de antropología, para mostrarme los datos que había recopilado sobre la caleta Chañaral de Aceituno y una familia que decía ser descendiente del último constructor de balsas de cuero de lobo marino, quizás lo más característico del pueblo Chango.