por Franklin Machiavelo
Jeannette Jara lo ha dicho sin titubear: ella representa a su coalición política, la misma ex Concertación que durante décadas fue cómplice y administradora del modelo neoliberal heredado de la dictadura. Esa coalición que, con discursos progresistas, mantuvo intactos los privilegios de los grandes empresarios, mientras reprimía y traicionaba al pueblo trabajador.
Jara sonríe, habla con simpatía, se muestra cercana… pero las elecciones presidenciales no son un concurso de miss simpatía. Aquí no se elige a la más simpática, se elige quién tendrá el poder para gobernar y decidir sobre los destinos de millones de personas.
Su candidatura es la expresión más descarada de la sumisión al establishment. Ofrece, incluso, la insólita garantía de renunciar a su militancia política para tranquilizar a los poderosos, como si la dignidad y la convicción fueran monedas de cambio ante los patrones de siempre.
¿Puede alguien que ofrece su lealtad al empresariado, que se arrodilla ante la burguesía criolla, decir que gobernará para el pueblo? ¿Puede alguien que, sin pudor, pacta con los responsables de las desigualdades históricas, representar las luchas sociales y las demandas postergadas?
Si Jara dijera con firmeza que será la presidenta de los movimientos sociales, del pueblo mapuche, de los trabajadores, de los estudiantes, de las mujeres y los sectores marginados, de inmediato incomodaría a sus aliados: los mismos neoliberales de siempre que hoy la llevan en andas como “la continuidad responsable”.
Pero no lo hará. Su rol está claro: maquillar el modelo, calmar las aguas, ofrecer una cara amable mientras el saqueo continúa. Todo está fríamente calculado. Su candidatura es un mensaje directo al empresariado: “no teman, nada se moverá sin su permiso”.
Por eso, no le creo. Porque detrás de su sonrisa hay un guion pactado. Porque no se gobierna para el pueblo cuando se rinde pleitesía al poder económico.
Reflexiona:
¿Hasta cuándo aceptaremos candidaturas diseñadas para proteger a los mismos de siempre?
¿Hasta cuándo el pueblo seguirá siendo espectador de este teatro político donde los actores cambian, pero la obra sigue igual?
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