Imagen del público en el Teatro al Aire libre Los Cristales, durante el Festival Petronio Alvarez, Colombia, 2007. (Vía Wikimedia Commons)
Rudy Amanda Hurtado Garcés
Necesitamos enfrentar la propuesta reaccionaria de un proyecto político «afrocentrado», ni de izquieda ni de derecha. El mundo negro y el rojo son uno solo.
«La ideología imperialista de la supremacía blanca hoy pone en peligro la unidad de la clase obrera». — Claudia Vera Jones, comunista afrocaribeña.
El movimiento afrocolombiano es un campo en disputa marcado por diferentes afiliaciones políticas y posiciones ideológicas y cruzado por una correlación de fuerzas entre fracciones de izquierda, centro y derecha. Una confrontación interna que, hasta el momento, era desconocida por buena parte del país, pero que después del triunfo electoral del primer gobierno progresista en Colombia el 19 de junio de 2022 cobró visibilidad pública.
Entre otras cosas, esta victoria, sin precedentes en el país, mostró en primera plana el acumulado histórico revolucionario de las clases populares colombianas y por tanto del campo popular afrocolombiano, constituido este último principalmente por personas obreras, campesinas y por organizaciones antirracistas radicales. El triunfo del 19 de junio y, con él, el mapa electoral que quedó plasmado, reafirmó que existe desde siglos atrás un campo popular afrocolombiano con conciencia racial pero también con conciencia de clase; un campo popular afrocolombiano que se ha opuesto a la políticas de las élites y que a través de su voto dejó saber que es radicalmente progresista y de izquierda.
El campo popular afrocolombiano reeditó el «nosotros» a partir de los lenguajes insurgentes del republicanismo plebeyo. El voto negro legitimó el programa de gobierno del Pacto Histórico, lo cual representa un avance significativo en términos de sus intereses de clase. Las grandes mayorías del pueblo negro priorizaron un programa político para la redistribución de riquezas que históricamente han sido acumuladas por las élites a través del despojo a su fuerza de trabajo. Votar por el proyecto de Gustavo Petro y Francia Márquez no fue votar por ser representados sino por la posibilidad de avanzar en resolver problemas estructurales.
Esta operación política, expresada desde el corazón del campo popular afrocolombiano, fractura la alianza etnicista identitaria neoliberal con la afroderecha internacional y con el fascismo global al reinscribirse en la lucha clases que siempre ha sido también la suya. Como indica el intelectual afroestadounidense Robin Kelly (1994): «el mundo negro y el rojo son ya uno solo». Adicionalmente, este momento histórico expuso públicamente una de las tensiones que durante más de tres décadas ha estado presente en el movimiento social afrocolombiano: la pelea interna por los marcos interpretativos y el programa político. En este contexto ha sido central el debate en torno a si el movimiento se circunscribe exclusivamente a reivindicaciones étnicas o se ensancha hacia la lucha de clases y el feminismo negro radical.
La correlación de fuerzas entre posturas exclusivamente etnicistas y las que proponen un proyecto amplio (antiracista, anticapitalista y antipatriarcal) para los pueblos se profundiza cada vez más. En el actual contexto, esto evidencia el agotamiento del proyecto de representación étnica auspiciado por el supremacismo blanco que ha tenido como uno de sus principales resultados la creación de una élite negra neoliberal que asciende a través de liderazgos individuales, aboga por políticas de representación y defiende discursos de lo afrocentrado. Dicho modelo de representación étnica se trata además de un proyecto que se centra en políticas identitarias esencialistas y que negocia con mercaderes de la identidad dispuestos a financiar y defender el genocidio contra el pueblo palestino y otros pueblos en el mundo mientras financian liderazgos negros que no toquen su poder imperial y que, por tanto, están desconectados de las luchas populares y de espaldas a la precarización absoluta de las condiciones materiales básicas de existencia de las mayorías afrocolombianas.
El modelo de inclusión racial restringido y limitado al pequeño «club del negro permitido» profundizó las desigualdades de clase al interior de la población afrocolombiana. Al respecto es importante señalar que Colombia es uno de los lugares de incubación del nacionalismo negro capitalista emergente a través del cual se busca instalar como consenso la idea de que el racismo antinegro se combate con el emprendimiento empresarial individual y con el ascenso y la movilidad económica de una minoría negra. Panorama que se repite de forma circular en todas las américas.
La fuerza histórica del campo popular afrocolombiano constituida en voto progresista y de izquierda es rastreable al menos desde el plebiscito del Acuerdo de Paz en 2016 y las elecciones presidenciales del 2018 y 2022. A través de esta imagen continua fijó una voluntad colectiva y trazó el quehacer, dejando un mandato claro y preciso a los militantes del movimiento social afrocolombiano sobre sus prioridades, lo cual debe traducirse como el consenso irrevocable de las mayorías. Cualquier negociación por fuera de este marco es una traición al pueblo.
No obstante, este legado radical se ha visto amenazado en los últimos meses por las contradicciones entre el presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez. La distancia se hizo evidente durante la transmisión en vivo del primer Consejo de Ministros del 4 de febrero de 2025 y escaló con la publicación de los audios del golpista Álvaro Leyva, en los que este menciona a la vicepresidenta. Luego, el distanciamiento agudizó después de la intervención del presidente Petro en el Consejo de Ministros del 15 de julio (donde cuestionó la gestión del entonces ministro de Igualdad, Carlos Rosero, apelando a su condición racial, y criticó la administración de Francia Márquez en dicha cartera) y por las reiteradas declaraciones de la vicepresidenta en las que afirma que el gobierno del cambio es racista y patriarcal.
A partir de estos hechos, un sector del movimiento afrocolombiano ha impulsado en redes sociales y en columnas de opinión la tesis de que «tanto la izquierda como la derecha son racistas», y que el proyecto político debe ser afrocentrado y no debe alinearse ni con la izquierda ni con la derecha. Incluso se afirma que el gobierno progresista ha traicionado al pueblo afrocolombiano. La insistencia en esta tesis, además de derrotista, reaccionaria y ahistórica, es un dispositivo sumamente poderoso que golpea la estima del pueblo negro, desmoviliza el voto progresista y de izquierda afrocolombiano y desestima el papel del Estado popular como vehículo de transformación y puede tener el efecto de realinear el campo popular afrocolombiano con la afroderecha internacional.
Quienes no suscriben la síntesis ⎯izquierda y derecha son racistas⎯, son señalados o marcados como traidores del pacto racial. Tal como advierte bell hooks (2000), la solidaridad racial entre negros es utilizada por individuos con poder de clase para garantizar que sus intereses estén protegidos. Bajo la sombra del recurso identitario de la solidaridad racial se intenta inmovilizar y silenciar intervenciones que posicionan una postura crítica y radical para evitar que se expresen las contradicciones y quede en evidencia pública la codicia. Por eso es necesario quitarse la mordaza y, con amor al pueblo y a lo que somos, tensionar debates que aparecen como consenso pero que están lejos de lo que hoy viven las grandes mayorías negras en el país. Es necesario dejar ver el antagonismo y radicalizar posturas porque nos enfrentamos al monstruo que durante más de cuatro siglos ha gobernado desde la necropolítica haciendo las vidas del pueblo cada vez más precarias.
Y no, no es lo mismo la derecha que la izquierda. Ese discurso que tanto gusta a los grandes mercaderes neoliberales a nivel global es impresiso y absurdamente peligroso. Las izquierdas, sin lugar a duda, deben avanzar en políticas y acciones cotidianas radicales antiracistas y antipatriarcales. Pero de ninguna manera estamos hablando de lo mismo. ¿Acaso las grandes reformas encabezadas por el gobierno del cambio, como la reforma agraria, la reforma laboral, la reforma a la salud, la reforma a la educación y la reforma pensional, no cambian las vidas de las clases populares afrocolombianas?
Sostener lo que hemos ganado hasta ahora implica insistir en políticas antirracistas con aspiraciones universalistas que pongan en el centro la redistribución de la riqueza y el poder hacia los sectores más precarizados de la sociedad colombiana. En ese sentido, el programa político del movimiento no se agota con la presencia de rostros afrocolombianos en altos cargos burocráticos, sino en la capacidad del campo popular afrocolombiano para incorporar y tramitar sus demandas en el Estado, sin la intermediación de la cooperación internacional o la filantropía sino directamente en lo que hoy llamamos partido-movimiento del Pacto Histórico. En ese sentido, me atrevería a decir que posiblemente estemos ante el nacimiento de una fórmula inédita que aporta el progresismo colombiano para superar las lógicas identitarias neoliberales esparcidas por el sistema-mundo capitalista.
Necesitamos seguir imaginando la política desde los marcos del marxismo negro, la tradición radical negra, necesitamos seguir trasgrediendo el orden imperial, necesitamos seguir luchando juntas y juntos contra el fascismo y el autoritarismo. Nos necesitamos para materializar nuestras aspiraciones colectivas como clases populares; como dice Figueroa (2022), necesitamos un universalismo situado que reivindique de manera radical la noción de igualdad sin negar la especificidades de los grupos que las formulan, un universalismo situado que rompa con las lógicas particularistas del racismo. Quizás ese sea uno de los mayores legados del republicanismo popular.
Bibliografía citada
Kelley, R. D. (2022). Historia oculta de la rebelión negra. Levanta Fuego.
Campbell, Grace (escribiendo como Grace Lamb). Solo un partido favorece la igualdad racial. Daily Worker, 29 de octubre de 1928, p.5.
Jones, Claudia. Sobre el derecho a la autodeterminación del pueblo negro en el cinturón negro (Black Belt). Political Affairs, 25 nº. 1, enero de 1946, pp.67-77.
Figueroa, J. A. (2022). Republicanos negros: Guerras por la igualdad, racismo y relativismo cultural. Crítica.