JACOBIN
TRADUCCIÓN: FLORENCIA OROZ
Imagen: El filósofo austro-marxista y político socialdemócrata Otto Bauer hacia 1920. (Imagno / Getty Images).
Se suele criticar al marxismo por su incapacidad para explicar la persistencia del nacionalismo en el mundo. Pero ya en 1900 el austromarxista Otto Bauer desarrolló una sofisticada y esclarecedora teoría que lo explica, y que hoy conviene que redescubramos.
Una rápida mirada al mundo de hoy revela la importancia crítica del nacionalismo en nuestras sociedades. Ya sea étnico o cultural, desde España a Nagorno-Karabaj, la cuestión uigur en China o el desmantelamiento del antiguo Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte son cuestiones centrales de la agenda política global.
Cabría esperar que el marxismo, como autoproclamada «ciencia de la historia», desempeñara un papel importante en el análisis —cuando no en la intervención— de tales situaciones, que están destinadas a multiplicarse a medida que la globalización se deshace y aumentan sus contradicciones. Sin embargo, los marxistas parecen debatirse entre la advertencia de Eric Hobsbawm de no «pintar de rojo el nacionalismo» y el (no tan operativo) principio leninista del «derecho de las naciones a la autodeterminación».
¿Podría la olvidada obra de Otto Bauer La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia (escrita en alemán en 1907, traducida al castellano en 1979, al inglés en 2000 y luego rápidamente ignorada) ayudarnos a desarrollar una teoría del nacionalismo? La comprensión que Bauer tenía del nacionalismo era sutil y sofisticada, y merece plenamente ser rescatada de la oscuridad. Pero solo podemos dar sentido a la contribución de Bauer si dejamos de considerarla una teoría política incorpórea y la situamos en su complejo contexto histórico.
Austromarxismo
Otto Bauer nació en Viena, en 1881, en el seno de una acaudalada familia judía de comerciantes propietarios de fábricas, en una Austria en rápida industrialización. Se trataba de un entorno multicultural y multiétnico con un próspero movimiento obrero y socialista, que se hizo famoso en el periodo de la Viena Roja de 1918-34. Bauer participó activamente en el marco de ese movimiento, representando al Partido Obrero Socialdemócrata (Sozialdemokratischen Arbeiterpartei, SDAP) en el parlamento imperial y editando su revista mensual, Der Kampf.
Cuando el imperio de los Habsburgo se unió a las Potencias Centrales durante la Primera Guerra Mundial, Bauer sirvió como oficial del ejército austriaco y fue prisionero de guerra en Rusia antes de que se le permitiera regresar a casa en 1917. Antes y después de la guerra, fue una figura destacada de la corriente política conocida como austromarxismo. Tras la Revolución de Octubre, los austromarxistas intentaron desarrollar una «tercera vía» entre la Internacional Comunista lanzada por los bolcheviques y la socialdemocracia.
La etapa de Bauer como ministro de Asuntos Exteriores de Austria en 1918-19 tras el colapso del Imperio de los Habsburgo, con su colega del SDAP Karl Renner como canciller, fue seguida de un periodo de compromiso inútil con las fuerzas ascendentes de la reacción. Su vida acabó en derrota política. El ascenso del austrofascismo y el estallido de la guerra civil en 1933-34 le llevaron a abandonar Austria, y murió en el exilio parisino en 1938.
Pero si bien en la década de 1930 la contrarrevolución triunfó en Austria, la teoría y la práctica de Bauer constituyen un fragmento de la historia del marxismo que no debe ignorarse. Constituye una parte fundamental del legado marxista que especialmente hoy en día merece nuestra atención.
Aunque a veces se compara con la Escuela de Frankfurt, el austromarxismo era una filosofía de la práctica, no de la contemplación. Incluía a figuras importantes de la economía marxista (Rudolf Hilferding), la filosofía (Max Adler) y el derecho (Karl Renner), así como al propio Bauer. La propia definición de Bauer del austromarxismo lo consideraba una síntesis entre la realpolitik cotidiana y la voluntad revolucionaria de alcanzar el objetivo último: la toma del poder por la clase obrera.
La cuestión nacional
El contexto en el que Bauer escribió La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, que originalmente fue su tesis doctoral, fue el estallido de cuestiones y conflictos nacionales en todo el Imperio Austrohúngaro. Hacia finales del siglo XIX, el desarrollo del capitalismo había generado una gran agitación social. La población de Viena se cuadruplicó debido a la migración interna en los cincuenta años anteriores a 1917, y surgió una clase obrera multinacional.
El floreciente SDAP y los sindicatos afiliados a él corrían el peligro de verse divididos entre su núcleo dominante de habla alemana y los miembros de las naciones periféricas (recordemos que antes de su desmembramiento tras 1918, el imperio contenía quince nacionalidades en un territorio del tamaño de la Península Ibérica). Ante esta situación, Bauer trató de desarrollar una teoría compleja y sofisticada del nacionalismo, una teoría que no estaba en absoluto teñida de simpatía hacia su sujeto, podríamos añadir. Para Bauer, las naciones modernas pueden entenderse como comunidades de carácter (Charakter gemeinschaften) surgidas de comunidades de destino (Schicksals gemeinschaften).
Se trata de un enfoque mucho más sutil y no reduccionista si lo comparamos con la teoría marxista ortodoxa del nacionalismo, codificada por Iósif Stalin y propagada por todo el mundo por el movimiento comunista prosoviético. Stalin definió una nación como «una comunidad de personas históricamente constituida y estable, formada sobre la base de una lengua, un territorio, una vida económica y una constitución psicológica comunes que se manifiestan en una cultura común». Esto no ayuda en un contexto multinacional.
Bauer consideraba que la principal fuerza de su obra era su descripción de la derivación del nacionalismo del proceso de desarrollo económico, los cambios en la estructura social y la articulación de clases en la sociedad. Sin embargo, gran parte de su obra y de los debates a los que dio lugar se centraron en su definición de «nación» como la totalidad de seres humanos unidos por un destino común en una comunidad de carácter.
Bauer consideraba la nación como una «comunidad de destino» cuyo carácter era el resultado de la larga historia de las condiciones en las que la gente trabajaba para sobrevivir y se repartía los productos de su trabajo mediante la división social del trabajo. Antes de descartar esta concepción de la nación como una mera forma de idealismo, como han hecho muchos críticos, debemos señalar que Bauer criticó repetidamente las formas de «espiritualismo nacional» que describían la nación como «un misterioso espíritu del pueblo». También rechazó explícitamente las teorías psicológicas de la nación.
Un producto de la Historia
La definición de trabajo de Bauer sobre la nación era un postulado metodológico que planteaba «la tarea de comprender el fenómeno de la nación» como
explicar sobre la base de la singularidad de su historia todo lo que constituye la peculiaridad, la individualidad de cada nación, y que la diferencia de otras naciones, es decir, mostrar la nacionalidad de cada individuo como lo histórico con respecto a él, y lo histórico dentro de él.
Para Bauer, solo llevando a cabo esta tarea de desvelar los componentes nacionales podríamos disolver la falsa apariencia de sustancialidad de la nación, a la que siempre sucumben las concepciones nacionalistas de la historia.
En la perspectiva de Bauer, la nación es ante todo un producto de la historia. Esto es cierto en dos aspectos: en primer lugar, «desde el punto de vista de su contenido material, es un fenómeno histórico, ya que el carácter nacional vivo que opera en cada uno de sus miembros es el residuo de un desarrollo histórico». En segundo lugar, «desde el punto de vista de su estructura formal es un fenómeno histórico, porque diversos círculos amplios están unidos en una nación por diferentes medios y de diferentes maneras en las diversas etapas del desarrollo histórico».
En resumen, las formas en que se engendra la «comunidad de carácter» están históricamente condicionadas. De ello se deduce que esta «comunidad de carácter» no es una abstracción intemporal, sino que se modifica continuamente con el paso del tiempo. Para Bauer, las distintas formas de «carácter nacional» son específicas de un periodo concreto y, por tanto, no pueden remontarse a los orígenes del tiempo, como podría sugerir la mitología nacionalista. No ve el carácter nacional como una explicación en sí mismo, sino más bien como algo que necesita ser explicado. En este marco, no podemos simplemente dar por sentado el internacionalismo como algo dado, ni podemos ignorar las características nacionales en nombre de dicho internacionalismo. Más bien debemos mostrar cómo esas características son el resultado de procesos históricos.
Mientras que la teoría del nacionalismo de Bauer sufre hoy un olvido casi total, incluso —o quizás especialmente— entre los marxistas, en su día fue objeto de intensas polémicas. Su pensamiento fue rechazado tanto por la Segunda Internacional como por la Tercera, entre las que se encontraban los austromarxistas.
El fin de la no-Historia
Una de las principales innovaciones de Bauer fue rechazar abiertamente la opinión de Friedrich Engels de que las naciones eslavas como los checos eran «no-históricas», en contraste con lo que él consideraba las grandes naciones «históricas» como Alemania, Polonia y Francia. Para Engels, las naciones «no-históricas» eran incapaces de formar un Estado propio y solo podían servir como herramientas de la contrarrevolución si lo intentaban. Bauer estaba de acuerdo en que había pueblos en Europa Central y Oriental a los que se podía calificar de «sin historia», pero discrepaba con Engels en la cuestión de sus perspectivas de futuro:
Los pueblos sin historia son revolucionarios, luchan también por los derechos constitucionales y por su independencia, por la emancipación campesina: la revolución de 1848 es también su revolución.
Para Bauer, la categoría de «naciones sin historia» no se refería a una incapacidad estructural de la nación para desarrollarse. Más bien se refería a una situación particular en la que un pueblo que había perdido a su clase dirigente en una fase anterior no había experimentado, por tanto, su propio desarrollo cultural e histórico. Mostró detalladamente cómo el «despertar de las naciones sin historia» fue uno de los principales cambios revolucionarios del cambio de siglo. Según Bauer, fue uno de los rasgos progresivos del desarrollo capitalista haber despertado de nuevo la autoconciencia nacional de estos pueblos y haber enfrentado al Estado con la «cuestión nacional».
A principios del siglo XX, vio cómo pueblos como los checos atravesaban un proceso de desarrollo capitalista y estatal que a su vez condujo al surgimiento de una comunidad cultural en la que se rompieron los lazos de una sociedad tradicional antaño omnipotente. Así pues, las masas estaban llamadas a colaborar en la transformación de la cultura nacional.
Bauer también llevó a cabo un examen detallado de la relación entre la lucha de clases y el nacionalismo. En una frase llamativa, escribió que «el odio nacionalista es un odio de clase transformado». En este contexto, se refería específicamente a las reacciones de la pequeña burguesía de una nación oprimida al verse afectada por los cambios de población y otras convulsiones engendradas por el desarrollo capitalista. Pero la cuestión es más general, y Bauer muestra claramente cómo se entrelazan las luchas de clase y las luchas nacionales. Pone el siguiente ejemplo en el caso de los trabajadores checos:
El Estado que lo esclavizaba era alemán; alemanes eran también los tribunales que protegían a los propietarios y encarcelaban a los desposeídos; cada sentencia de muerte estaba escrita en alemán; y las órdenes del ejército enviado contra cada huelga de los obreros hambrientos e indefensos se daban en alemán.
Según Bauer, los obreros de las naciones «no históricas» adoptaron en un primer momento un «nacionalismo ingenuo» a la altura del «cosmopolitismo ingenuo» del proletariado de las naciones más grandes. Solo gradualmente, en tales casos, se desarrolla una política auténticamente internacionalista que supera ambas «desviaciones» y reconoce la particularidad de los proletarios de todas las naciones.
Aunque Bauer predicaba la necesidad de la autonomía de la clase obrera en la lucha por el socialismo como el mejor medio para tomar el poder, argumentaba que «dentro de la sociedad capitalista, la autonomía nacional es la exigencia necesaria de una clase obrera que se ve obligada a llevar a cabo su lucha de clases dentro de un Estado multinacional». No se trataba simplemente de una respuesta de «preservación del Estado», argumentaba, sino más bien de un objetivo necesario para un proletariado que pretendía convertir a todo el pueblo en una nación.
Bauer en nuestro tiempo
La obra de Bauer representa una importante ruptura con el determinismo económico. En su interpretación, la política y la ideología ya no aparecen como meros «reflejos» de rígidos procesos económicos. El propio contexto en el que operaba la socialdemocracia austriaca la hacía especialmente sensible a la diversidad cultural y a los complejos procesos sociales del desarrollo económico.
El tratado de Bauer sobre la cuestión nacional rechazaba implícitamente el determinismo económico y el evolucionismo básico del marxismo de la Segunda Internacional. En cuanto a su aportación sustancial, Bauer avanzó un concepto de la nación como proceso histórico, en páginas de rico y sutil análisis histórico. La nación ya no se consideraba un fenómeno natural, sino relativo e histórico. Esto le permitió romper decisivamente con la posición de Engels sobre las naciones «no-históricas».
Al igual que con la obra mucho más influyente de Antonio Gramsci sobre lo nacional-popular, podemos encontrar en el trabajo de Bauer un bienvenido avance más allá de la (errónea) comprensión de la nación y del nacionalismo como «problemas» —y no solo como un elemento integral de la organización social— que ha caracterizado tanta teorización marxista sobre el tema.
Un lector actual del libro de Bauer podría encontrar opacos algunos de sus estudios de casos y arcaico su lenguaje. Sin embargo, el compromiso crítico con Bauer puede ayudarnos a desarrollar una práctica teórica marxista más adecuada con respecto al nacionalismo. ¿Podemos realmente sostener la idea, como hacían muchos marxistas en la época de Bauer, de que el advenimiento del socialismo resolverá la cuestión nacional? ¿El rechazo de Bauer de la vía bolchevique al poder lo convierte simplemente en un reformista fracasado o lo sitúa, como a Gramsci, como un teórico de la revolución en las democracias occidentales? ¿Puede su teoría «constructivista» de la nación proporcionarnos un punto de partida para comprender la cuestión nacional en la era de la globalización tardía?
Hoy en día, la obra de Bauer es inmediatamente relevante para nuestro pensamiento sobre el multiculturalismo, del que puede considerarse precursor. Para ser claros, el argumento central de Bauer es rechazar cualquier principio esencialista en la conceptualización de la cuestión nacional. Para Bauer no es posible pensar en las naciones modernas en términos de «teorías metafísicas» (como las nociones de espiritualismo nacional) o «teorías voluntaristas» (como la teoría de Ernest Renan de la nación como un “plebiscito cotidiano”). Las identidades nacionales no están «naturalmente dadas» ni son invariables, sino que son culturalmente cambiantes.
Sin embargo, el planteamiento de Bauer sobre el Estado-nación es muy distinto del liberal dominante en la actualidad. En el Estado-nación liberal, lo que prevalece es la práctica cultural del grupo nacional dominante. Por tanto, el multiculturalismo siempre está limitado por esta hegemonía y no es fácil construir Estados multiculturales. Cualquier compromiso con el pluralismo cultural puede equivaler a poco más que un compromiso simbólico con la diversidad dentro de estructuras abrumadoramente asimilacionistas.
Bauer criticó la actitud del movimiento obrero «austriaco alemán» de principios del siglo XX como un «cosmopolitismo ingenuo» que rechazaba las luchas nacionales por considerarlas una distracción y abogaba por una ciudadanía mundial humanista como alternativa. Hubo claros ecos de esta actitud en la promoción del «cosmopolitismo global» durante los primeros años de la década de 2000. En ese sentido, quizás necesitemos un «Bauer 2.0» para superar esa indiferencia ingenua y complaciente hacia la cuestión nacional en la actualidad.
Bauer estaba fundamentalmente en desacuerdo con la idea de que los movimientos nacionales eran simplemente un obstáculo para la lucha de clases y que el internacionalismo era el único camino a seguir. Estaba convencido de que solo la clase obrera podía crear las condiciones para el desarrollo de una nación, proclamando que «la lucha internacional es el medio que debemos utilizar para realizar nuestro ideal nacional». En su opinión, era el socialismo el que consolidaría una cultura nacional en beneficio de todos. En resumen —y asumo la controversia de la afirmación—, la conciencia de la clase obrera tiene un carácter de clase pero también, en simultáneo, un carácter nacional.https://www.facebook.com/plugins/likebox.php?href=https%3A%2F%2Fwww.facebook.com%2Fjacobinlat&width=250&height=290&colorscheme=light&show_faces=true&header=true&stream=false&show_border=false&appId=107533262637761COMPARTIR ESTE ARTÍCULO FacebookTwitter Email
RONALDO MUNCK
Director de Participación Cívica en la Dublin City University (Irlanda) y autor de varios libros, entre ellos The Difficult Dialogue: Marxism and Nationalism, Rethinking Global Labour: After Neoliberalism y Social Movements in Latin America: Mapping the Mosaic .