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Norman Mailer y los desnudos y los muertos de la segunda guerra mundial

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Norman Mailer y los desnudos y los muertos de la segunda guerra mundial

por Adán Salgado Andrade, México

Desde que la humanidad se volvió más compleja, surgieron las relaciones de poder, sobre todo de aquéllos que, adjudicándose el mando, obligaron a los más dóciles y débiles a servirles. Lo hacían a base de amenazas y prepotente sometimiento entre los de su misma gente. Pero cuando no fueron suficientes ni amenazas, ni sometimiento, se recurrió a la fuerza bruta. Y cuando la dominación fue de un pueblo hacia otro, el belicismo, es decir, el empleo de armas, fue una urgente necesidad, que marcó, incluso, el “avance” de la humanidad, pues siempre se ha caracterizado por la evolución armamentista, ya que poseyendo mejores y más mortíferas armas, se garantizaba la dominación de unos sobre los otros. De allí que la frase “La historia la hacen los asesinos”, describa perfectamente cómo la superioridad armamentista, derrota y determina el destino de los más débiles, aun cuando los “vencedores” sean inferiores cultural y civilizadamente a los “vencidos”.

Entonces, todo se trata de supremacía armamentista y, por eso, nada menos que el 80% de los ”avances científicos”, tienen, como primera aplicación, la investigación, invención, diseño y fabricación de armas. Es increíble que, en pleno siglo veintiuno, la máxima representación de la “civilización humana” sea un misil nuclear intercontinental que pueda alcanzar cualquier objetivo y destruir una ciudad completa con sus doce megatones de poder (un megatón equivale a un millón de toneladas de TNT). Aunque, allí, sí, hay que señalar, que en la época actual, una guerra nuclear, no la ganaría nadie, pues tanto los bombazos iniciales, así como la intensa y mortal radioactividad subsecuente, no dejarían nada vivo en lo que quedara de planeta (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2012/07/el-mortifero-legado-nuclear.html).

En fin, que las guerras son, a fin de cuentas, tanto una forma de asegurar el poder, sobre todo económico, como, en sí mismas, un gran negocio, pues las armas son tan prioritarias, que siempre serán un lucrativo negocio. No menos de un billón de dólares ($1000000000000) se gastan anualmente en fabricación de armas y presupuestos bélicos (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2011/12/ferias-de-armas-exhibicion-de-fuerza-de.html).

Y los, podríamos llamarlos así, “trabajadores” en las guerras, son los soldados, los cuales, sólo por la férrea disciplina inculcada en el entrenamiento, con que se conducen la mayoría, es que se someten a actividades en donde casi todo el tiempo su propia vida está en riesgo. Pero para los altos mandos que los envían a “pelear por los intereses patrios”, sus vidas son lo que menos importan y, en las pérdidas, simplemente serán “bajas” que se contabilizan por frías cifras. Cuando mucho, merecerán algunos una póstuma “medalla al mérito”, una indemnización a sus familias y… ¡ya!, asunto resuelto.

Pero la realidad es que muchos de esos soldados, ni siquiera saben por qué pelean o si lo saben es porque algún general se los dijo, mas no lo sienten como algo de peso, que verdaderamente los haga “arrancarse” los uniformes y dar sus vidas por esa confusa idea de “defender la patria”. Quizá eso sea más claro entre los soldados estadounidenses, pues por la intervencionista práctica que siempre ha tenido Estados Unidos (EU) de meterse en todo, invadir países por “la seguridad de América”, tales soldados sólo cumplen, invaden, pues es su trabajo, pero pocas veces entienden de lo qué se trata y su único objetivo es que “luchan por su país”. Muchos desarrollan, incluso, conductas psicópatas, que los llevan a cometer arteros crímenes entre la población civil de los países que invaden, más, cuando se trata de países árabes, como Afganistán o Irak, en donde ha sido reportada la saña con que tratan a los prisioneros o cómo asesinan a inocentes, tan sólo por dar rienda suelta a sus conductas sociópatas y/o psicópatas, en donde lo que las retroalimenta es el odio a todo lo que sea musulmán (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2011/04/barbarie-de-mariners-en-afganistan.html).

Además, los veteranos sufren permanentes traumas, que llevan a muchos a cometer actos criminales, como tiroteos masivos o bombazos (recuérdese a Timothy McVeigh, quien en 1995 dinamitó el edifico público Murrah, ocasionando 163 muertos y más de 684 heridos) o a suicidarse, haciéndolo en promedio 22 al día, más de ocho mil al año (ver: https://edition.cnn.com/2013/09/21/us/22-veteran-suicides-a-day/index.html).

Una novela que muestra muy bien los encontrados sentimientos y traumas de los soldados de EU, sobre todo durante la segunda guerra mundial (1938-1945), es la titulada The naked and the death escrita por Norman Mailer (1923-2007), escritor estadounidense muy distinguido no sólo por su trabajo literario – que le valió un premio Pulitzer, además del National Book Award –, sino, también, por su activismo en contra de las guerras. Era antirracista, además de periodista comprometido con la verdad. Siempre desafiando el futuro y buscando nuevos horizontes, Mailer acotó la siguiente frase: “Hubo esa ley de la vida, tan cruel y tan justa, de que uno debe de crecer o simplemente, pagar más para seguir siendo el mismo”. Mailer también incursionó en el guionismo cinematográfico y algunas de sus novelas, The naked and the death, entre ellas, fueron llevadas al cine (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Norman_Mailer).

Justamente la mencionada novela fue resultado de la personal experiencia de Mailer al ser reclutado, a la fuerza, para ir como soldado al frente. Opuso resistencia, pues como en ese entonces trabajaba de articulista en un periódico, objetó que su trabajo periodístico era muy importante, como para irse a pelear. Pero lo forzaron a ingresar al 112º regimiento de caballería en las Filipinas, en donde trabajó como mecanógrafo y como telegrafista. De esa experiencia, dijo Mailer que “fue la peor y la mejor de su vida”, quizá porque, a partir de tal vivencia, comenzó su trabajo literario.

La trama de la novela es realmente simple, a pesar de lo voluminosa que resulta (721 páginas en la edición estadounidense que leí, editado por Rinehart and Company, de 1948). Es sobre el desembarco de una división estadounidense en la isla japonesa de Anopopei (Iwo Jima, el nombre de la verdadera, en la que se basó Mailer), y sobre las penurias que varios personajes pasan para hacerlo. El general encargado de la misión, Edward Cummings planea por varios días el ataque final a los japoneses y, mientras tanto, fuera de algunas emboscadas, ataques menores por parte de los japoneses y algunas bajas entre sus soldados, nada extraordinario sucede. La incertidumbre es ¿qué habría más allá de la línea de defensa Toyaku, la que, al parecer, estaba defendida hasta con los dientes por los japoneses? El general decide enviar una patrulla de reconocimiento que se acerque y vea la actividad japonesa desde la parte contraria a la isla, para lo cual, tendrán que ascender una alta montaña, Anaka. Una tercera parte del libro se centra en el pequeño regimiento que es enviado para la misión y todas las penurias que pasan, debido a un par de emboscadas japonesas y a lo accidentado del terreno, combinación de selva, con cruce de ríos y un pesado ascenso, entre peñascos, riscos, alimañas y toda clase de peligros. Finalmente, los hombres, ya casi para llegar a la cima de Anaka, son atacados por avispas y eso los hace abortar la misión, descender cuanto antes y marchar de nuevo a la playa, para esperar la lancha de asalto que los transporte otra vez a la seguridad de su campamento. De todos modos, como la victoria resulta demasiado sencilla, para lo que Cummings esperaba, además que ni siquiera estuvo allí, pues su subalterno Dalleson, un militar mediocre, con algo de entrenamiento logístico, es quien logra vencer las líneas japonesas, el pequeño regimiento ve que sus esfuerzos habrían resultado inútiles y que tres hombres habían muerto por nada. Y el final, justamente, se centra en Dalleson, quien se siente a gusto con la pírrica victoria, en la que aniquilaron a prácticamente todos los japoneses y sólo fueron tomados algunos como prisioneros, ya fuera heridos o los que se hallaron inconscientes. Planea enseñar a leer coordenadas en mapas a soldados usando fotos gigantes de alguna actriz de moda.

De hecho, en el suceso real, en Iwo Jima, en efecto, de 21 mil japoneses que había al principio de la invasión, sólo fueron capturados 216, como dije, fuera porque se hallaron inconscientes o impedidos incluso para caminar. Eso es algo que alude Mailer dentro de la novela, el odio intrínseco que, de repente, los estadounidenses, antes, tan encantados con la generosidad y amabilidad de los japoneses, después, los vieron como peligrosos enemigos a los que había que asesinar a mansalva. No fue sólo la carnicería cometida en Iwo Jima (que mereció una cinta al respecto, Letters from Iwo Jima, 2006, dirigida por Clint Eastwood), ni el masivo bombardeo de Tokio, sino un infame, superfluo ataque atómico, resultado de la mortífera invención atómica que se hizo en Los Álamos, Nevada, conocido como el Día de la Trinidad (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2014/12/dia-de-la-trinidad-el-nacimiento-de-la.html).

Lo más interesante de la novela se centra en los flashbacks que Mailer emplea para dar a conocer la clase de hombres que peleaban, la mayoría de los cuales ve a la guerra como un escape a sus conflictivas, vacías, precarias existencias. Casi todos provenían de disfuncionales, humildes “familias”, carentes no sólo de recursos económicos, sino del cariño de los padres. Uno de ellos, por ejemplo, Red Valsen, quien provenía de familia pobre y que se la pasó algún tiempo trabajando en albergues para indigentes, conviviendo a diario con vidas mucho más miserables que la de él mismo. Por ello, se siente tan devaluado o, más bien, que prefiere seguir errando en su vida, a atarse a alguna mujer, deja pasar una buena oportunidad de juntarse con una muy bella y simpática chica, madre soltera de un cordial niño. Otro personaje es el teniente Robert Hearn, prácticamente el único de todos los protagonistas con un pasado confortable, hijo de un industrial, que, sin embargo, dada su rebeldía, no soporta recibir órdenes, aun cuando provengan de sus superiores en el ejército, como las del general Edward Cummings, quien, en castigo por su desafiante actitud, lo manda justamente con la patrulla de reconocimiento, siendo uno de los que muere en una de las emboscadas japonesas. Cuando Cummings se entera de la fatal noticia, al principio, se angustia un tanto, pero, después, lo celebra, viendo que fue la “solución” al dilema de a dónde enviaría al rebelde de Hearn. Otros personajes, un par de judíos, Goldstein y Roth, se sienten estigmatizados justo por eso, por ser judíos, y tienen que luchar contra sus propios prejuicios para sobrevivir el ambiente bélico. Un singular personaje es Martínez, mexicano de origen, dócil y hasta servil, con el cual, Mailer muestra hasta dónde los inmigrantes se dejan dominar y humillar, con tal de que se les “acepte”, lo cual nunca es totalmente, menos entre la más racista porción de los estadounidenses. Croft, un militar duro, con amarguras, frustraciones y profundos resentimientos, apodó a Martínez como Japbait, carnada para japoneses y Martínez aceptaba sumisamente que aquél se refiriera a él de esa forma tan despectiva.

Croft quizá sea, justamente, el personaje que más se acerca al típico soldado estadounidense, duro, agresivo y que no tendrá consideración alguna para cumplir con una misión. Además, no es compasivo o finge serlo en principio. Por ejemplo, cuando Red y él se enfrentan a tres japoneses, en donde matan a dos y uno se rinde, Croft, al principio, se muestra compasivo. El japonés hasta le enseña fotos de su familia y Croft hace lo mismo. Incluso, éste le ofrece un cigarro y hasta un chocolate, mereciendo la reprobación de Red de por qué se muestra tan amable. Y justo cuando el japonés termina el chocolate, Croft le dispara, fríamente, sin experimentar nada. “De todos modos, es mejor no tomar prisioneros”, dice y se retira del sitio, dejando a Red y al otro compañero atónitos por esa bipolar conducta. Ni tampoco Croft deja de idear formas de deshacerse de los que lo incomodan, como cuando, a propósito, durante la misión de reconocimiento, envía como delantera a Martínez. Éste, se percata de que hay japoneses, asesinando incluso a uno. Al regresar, Croft le ordena no comentarlo a Hearn, con quien Croft no se lleva nada bien. Como resultado, al mentirle a Hearn de que no hay japoneses, éste ordena que la patrulla siga su camino. Como consecuencia, son emboscados y una ráfaga de metralleta mata instantáneamente a Hearn. Croft sonríe para sí por la forma tan sencilla en que se deshizo del “odioso” teniente Hearn. Lo dicho, ni entre los miembros del ejército de un país, hay lealtades.

También Mailer muestra el dilema de los soldados al pensar en sus esposas, si, realmente, les serán “fieles” o si estarán traicionándolos en esos momentos. Y unos deciden que sí, que son unas “perras”, como el mismo general Cummings considera, quien le dice sin miramientos en una plática a Hearn que sí, “mi esposa es una perra”. El caso de Cummings es especial, pues es militar por vocación, digamos, si se excluye que su padre lo obliga a adherirse al servicio militar porque un día, cuando Cummings tenía nueve años, lo descubre ¡tejiendo! Lo peor es que Edward le dice que su madre le enseñó y que ella le asegura que no tiene nada de malo. ¡Vaya afrenta para el machista padre, quien de inmediato lo envía al colegio militar! Por lo mismo, como militar de profesión, toda su vida Cummings se la pasa ansiando las victorias, con tal de ascender. Pero en Anopopei, nada bueno logra y teme que deberá incluso felicitar a Dalleson, a pesar de que lo considera un mediocre sin mayor mérito que hacer bien las cosas que conoce.

En ningún caso, alguno de los soldados rasos se felicita por estar allí y le da lo mismo que la guerra siga o no. Se quejan de que los tenientes y generales se la pasan cómodos y que ellos son la carne de cañón, los que pelean y mueren en las batallas. Cuando Red Valsen y Woodrow Wilson (quizá Mailer lo nombró así a propósito, aludiendo a ese presidente) solicitan revisión médica, el primero, por sus riñones, y el segundo, por algo en sus intestinos, reciben las frías respuestas de los “malditos médicos” de que “¿cómo sabemos si no están mintiendo, tan sólo para que los liberemos de sus tareas”. A eso, Red responde que “es la última vez que consulto a estos hijos de la chingada médicos”. Es, en palabras de sus personajes, la forma de protestar de Mailer ante las condiciones inhumanas que implica una guerra, y que la “carne de cañón”, o sea, los soldados, deben de soportar. Mientras que generales y políticos están muy cómodamente desde sus despachos sólo dando órdenes, pero no enfrentando las batallas.

En la parte en donde la patrulla de reconocimiento es emboscada y uno de los soldados, Wilson, es herido, Mailer resalta los encontrados sentimientos de sus compañeros para decidir si lo llevan de regreso en una improvisada camilla a la playa o lo dejan allí. Deciden lo segundo y quienes se encargan de su traslado, no lo dejan, a pesar de las súplicas de Wilson de que lo hagan, tan sólo por el temor de que “Dios” pueda castigarlos, lo que deja ver que, más que compasión, muchas veces el ser humano hace las cosas por el “temor” al castigo divino.

Otro personaje, Minneta, descendiente de italianos, una ocasión que es herido levemente en una pierna, decide, una vez que le dice el doctor que al día siguiente será dado de alta, hacerse el loco y fingir que va a disparar a “los japoneses que me están atacando”, con tal de que lo den de baja por “locura” y lo manden de regreso a su país. El doctor lo revisa y recomienda que lo seden y lo lleven al área del hospital de campo en donde se trasladan a los heridos terminales. Al final, Minneta no soporta ver cómo mueren y, de repente, se “cura”. El doctor, muy versado en esos malos trucos, le dice que si lo vuelve a hacer lo someterá a corte marcial. De todos modos, de regreso de la malograda misión de reconocimiento, Minneta decide que se disparará en un pie, para que se lo corten y no pueda caminar y lo envíen de regreso a EU, que, al fin, ni le interesa caminar y, mucho menos, bailar, mostrando eso el minimalismo mental del que miles de soldados eran, y son, víctimas.

La conclusión a la que se llega al terminar de leer la novela es, como dije, que es una actividad para los soldados, como cualquier otra, que sólo los insensibiliza para enfrentar o entender el mundo real y los convierte en autómatas preparados sólo para pelear y matar, y no siempre. Pero lo que menos tienen en mente es que “pelean por el bien de la patria”. No, eso no existe, ni ha existido, pero los mafiosos poderes fácticos que nos controlan y que son los que promueven las guerras para sus mezquinos, personales intereses, es la mentira que emplean para enviar a su propia muerte a cientos cada año. Y que “Dios los acompañe y premie por su valor”.

De obligada lectura esta gran novela de Mailer.

Contacto: studillac@hotmail.com

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