Sobre el diálogo, la paz y la normalidad.
– Carlos Fonseca Térán.
Para nosotros el diálogo era el instrumento de superación pacífica de la crisis. Para los golpistas era una tribuna política y un instrumento de presión, usando para esto último la suspensión del diálogo ante cualquier situación de violencia que se presentara, aunque fuera provocada por ellos mismos, como siempre sucedía.
Derogamos la reforma a la seguridad social, aceptamos la mediación de los obispos, aceptamos la entrada de la CIDH (cuya parcialización ya conocíamos, en ambos casos), llegamos al colmo de acuartelar a la Policía; mientras ellos no cedían en nada, y más bien recrudecían los tranques y secuestraban ciudades enteras, usando como fuerza de choque a la delincuencia organizada.
Es decir, no nos dejaron más opción que resolver la crisis con el desmantelamiento de los tranques y la liberación de las ciudades secuestradas, lo que fue llevado a cabo por la Policía Nacional apoyada por fuerzas auxiliares y subordinadas a la institución policial; nada que ver por tanto, con fuerzas paramilitares o parapoliciales o como quieran ellos llamarles.
Esas fuerzas auxiliares nacieron en los años ochenta, como Policía Voluntaria, a la que tuve el honor de pertenecer. En el contexto de la crisis creada por la derecha, estas fuerzas constituyen expresiones organizadas del pueblo en la defensa de la paz, como lo fueron en su momento los Batallones de Reserva, a los que también me enorgullezco de haber pertenecido y que en la primera mitad de la década de los ochenta llevaron todo el peso de la guerra.
Si los voceros de la derecha golpista hubieran tomado el diálogo como lo tomó el gobierno, o sea como un instrumento para resolver la crisis, es lo más probable que hubieran obtenido más concesiones del gobierno, adicionales a las ya mencionadas, debido a la situación del país en ese momento; pero ellos apostaron al derrocamiento, se embriagaron de triunfalismo, y perdieron todo.
Cuando comenzó el diálogo, los representantes del Gobierno advirtieron sobre las consecuencias que tendrían las acciones desestabilizadores sobre la economía, mientras los voceros del golpismo decían que la economía no importaba y que en todo caso, como dijo el representante de los terratenientes, su deterioro sería un precio a pagar «por la democracia», que luego ellos hicieron pagar a sus trabajadores, despidiéndolos en masa.
Ahora de la manera más cínica, culpan al Gobierno de los daños causados a la economía del país por los tranques y actos vandálicos promovidos y organizados por ellos, y que no sólo fueron daños materiales directos, sino de todo tipo, incluyendo la estampida del turismo, una de las principales fuentes de ingresos del país.
Ahora piden diálogo, pero quienes lo hacen ya no son interlocutores válidos del Gobierno, pues aunque en realidad nunca representaron a nadie, al menos durante la crisis ellos participaban en el diálogo como voceros del golpismo, pero el golpe fue derrotado y la crisis ya pasó.
Las protestas de la oposición nunca han sido de carácter social, sino político, y tal como fue en el diálogo pasado y como sería en cualquier otro, a ellos sólo les interesa debatir temas políticos, pero esos temas se debaten entre partidos políticos, por tanto ellos sólo podrían estar en un eventual diálogo si los partidos de la derecha los nombraran representantes, aunque el diálogo político por excelencia es el que se da en el poder legislativo, electo por el pueblo precisamente para eso. En todo caso, el auténtico diálogo es el que se está dando entre los nicaragüenses en su vida cotidiana, retomando la ruta de la reconciliación y haciendo que prevalezca el amor y el perdón, aunque no la impunidad para los crímenes del terrorismo golpista ni la ingenuidad de seguir cargando con enemigos del pueblo dentro de las instituciones públicas, entendiendo por enemigo del pueblo a quien se enfrenta a él, no a quien piense distinto a nosotros.
Por último, los mediadores parcializados del frustrado diálogo que se dio en la crisis – frustrado en gran medida por su parcialización – ya no tienen ninguna credibilidad para ser mediadores de nada.
La derecha golpista no puede creer todavía que se le haya escapado de las manos la oportunidad de derrocar al gobierno sandinista. Esa derecha se aferra a su fugaz momento de dudosa gloria, y asume una actitud de negación de la realidad, como la que asume alguien a quien se le ha diagnosticado una enfermedad terminal.
Se empeñan en presentar un clima de zozobra y miedo, o sea el que ellos crearon y que fue superado por la fuerza organizada del pueblo. Dicen que «nada está normal», pero se les ve con frecuencia de compras, de paseo, o visitando centros recreativos nocturnos.
La normalidad ha vuelto porque la paz ha vuelto. Los vendepatria enemigos de la paz quieren que la gente tenga miedo y quieren más muertos, y por eso siguen produciendo noticias falsas, de acuerdo con su estrategia en la guerra psicológica, que es la ruta de la mentira al odio y a la culpa, y de ambos al miedo, porque ellos necesitan que la gente no razone, y la mejor forma de lograrlo es alterar la mente a través del miedo.
Cuando la ignorancia y los instintos primitivos del ser humano prevalecen, gana la contrarrevolución; cuando lo que prevalece es la sabiduría colectiva y los más altos valores de la humanidad, gana la revolución, y es esto último lo que está sucediendo en este momento, como otras tantas veces en la historia de nuestra amada Nicaragua, bendita y siempre libre.