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Autor(es): Roux, Rhina
Roux, Rhina. Politóloga y profesora-investigadora en la Universidad Autónoma
Metropolitana, Xochimilco (México).
Despojar. (Del latín despoliāre). Privar a alguien de lo que goza y tiene, desposeerlo de
ello con violencia.
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
En el verano de 1850, en suelo londinense, Marx emprendió un monumental proyecto de investigación teórica al que dedicaría el resto de su vida: la llamada crítica de la economía política. Se trataba, según los diversos planes de investigación proyectados, de un ambicioso proyecto de análisis teórico de la sociedad moderna cuya exposición ordenada comprendería seis libros: capital, renta de la tierra, trabajo asalariado, Estado, comercio internacional y mercado mundial.[1] La inquietud intelectual y los resortes morales de esa empresa teórica venían de lejos: desde aquellos días en que el joven Marx, indignado, escribía sus artículos periodísticos defendiendo el derecho consuetudinario de los campesinos pobres del Mosela, habituados a recolectar para su uso la leña seca de los bosques, frente a la promulgación de una ley que castigaba como «robo» esas costumbres. En aquellos años había arrancado un itinerario político-intelectual en el que, persiguiendo las huellas que le permitieran descifrar la naturaleza del poder estatal, Marx había transitado de la crítica a la filosofía política de Hegel y del problema del Estado al tema de la «sociedad civil» y a los terrenos de la economía clásica.
La incursión de Marx en los dominios de Adam Smith y David Ricardo no había sido fruto de la especulación, sino un dato impuesto por la realidad. La ciencia de la economía ‑de cuyo estudio no se había sustraído ni el mismo Hegel‑ era en la época una herramienta de análisis imprescindible para quien estuviera interesado en el estudio de la sociedad moderna. A mediados del siglo XIX, la relevancia de la economía en el abanico de las ciencias humanas era un síntoma de profundas transformaciones operadas en la sociedad: una sociedad que, en contraste con otras épocas, aparecía dominada por las «leyes del mercado» (las mismas leyes extrañas y hostiles a las costumbres de los campesinos del Mosela). «La sociedad humana se había convertido en un accesorio del sistema económico», escribía asombrado Karl Polanyi casi un siglo después analizando las inéditas repercusiones sociales de la revolución industrial en la Europa del siglo XIX. La incorporación de la tierra, el trabajo y el dinero en los circuitos del capital eran para el economista austriaco evidencias insólitas de la trituración del mundo humano en el «molino satánico» del mercado, una metáfora con la que Polanyi intentaba dar cuenta de la destrucción implicada en la utopía liberal del mercado autorregulado. «La forma en que la realidad naciente llegó a nuestra conciencia», agregaba Polanyi, «fue la economía política».[2]
Terreno de estudio obligado, los presupuestos de Marx en su encuentro con la economía política abrevaban sin embargo de fuentes distintas a las de los economistas clásicos, como revelaban los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y las notas de lectura agrupadas en los Cuadernos de París. Marx no compartía la reducción del ser humano a homo oeconomicus ni podía aceptar que los vínculos sociales se redujeran a los del intercambio mercantil privado. Marx partía de otro modelo, construido trascendentalmente, de relación entre seres humanos.[3] Desde ese otro horizonte ético y armado con la Lógica hegeliana Marx emprendió en el duro exilio londinense su obra teórica fundamental. Producto inicial de ese trabajo fue la elaboración de los manuscritos conocidos hoy como los Grundrisse: siete cuadernos redactados entre agosto de 1857 y marzo de 1858 y destinados, como se sabe, no a la publicación, sino al autoesclarecimiento teórico y metodológico de quien se había empeñado en descifrar el metabolismo y los fundamentos de la sociedad moderna sometiendo a crítica sus categorías económicas.
Muchos estudios e interpretaciones se han realizado en torno a estos manuscritos, así como acerca de su lugar relevante en el itinerario intelectual de Marx.[4] Por mi parte me propongo solamente reflexionar sobre lo que en mi lectura encuentro como una clave teórica que puede ayudarnos a iluminar la lógica profunda del nuevo modo de dominación que se está gestando: un análisis crítico del capital como forma de dominación que reveló en la violencia, el despojo y la destrucción de la comunidad natural no solamente presupuestos genéticos del capital, sino su constante histórica.
Dominación, violencia, despojo: el tríptico del capital
La crítica de la economía política no es un tratado de economía, sino un discurso crítico sobre y contra la dominación: un análisis teórico del capital como una forma histórica de la vida social fundada en relaciones de poder, asimétricas, que suponen el sometimiento de la voluntad y, por tanto, la negación de la libertad y dignidad humanas. En el discurso de Marx el «capital» no es una categoría económica, sino un concepto que refiere a un proceso social: un proceso que, subordinando la producción y el mercado a una lógica ajena a la mera satisfacción de necesidades, se sostiene y recrea en vínculos de dominio y subordinación entre seres humanos. El capital, insistía Marx, no es una cosa ni su naturaleza puede deducirse de la circulación mercantil simple. El capital es una forma de existencia y reproducción de la sociedad que tiene como fundamento la apropiación de vida humana, mediada y ocultada por el dispositivo del intercambio mercantil privado. El capital es, en esencia, un proceso de valorización de valor fundado en la apropiación gratuita de trabajo excedente, en la dominación de trabajo muerto sobre trabajo vivo. Mando despótico, coerción, violencia, despojo, humillación y explotación atraviesan este proceso como sus momentos constitutivos.
En la génesis de esta forma de la vida social, aquella que en el relato mítico de la economía clásica era llamada «acumulación originaria», Marx descubrió un secular proceso histórico sostenido en la violencia. Robo, fraude, expoliación, rapiña, castigo y disciplinamiento desfilan en el célebre capítulo XXIV de El capital en el que Marx describió el paisaje de un complejo de procesos históricos que, sostenidos en la violencia organizada y concentrada del Estado, comprendieron el largo y cruel parto de la sociedad moderna. El saqueo y la dominación colonial, el tráfico de esclavos africanos, el despojo de tierras comunales, la apropiación privada de bienes públicos, leyes laborales draconianas, guerras comerciales, sistema de impuestos, deuda pública, crédito internacional y sistema proteccionista aparecen en ese paisaje como métodos de un plurisecular proceso histórico que, de la conquista española de América a las leyes de cercamiento de las tierras comunales en Inglaterra y del sistema colonial holandés a la expoliación británica en la India, marcaron desde el siglo XVI el nacimiento histórico del mundo moderno colocando temporalmente a Europa como su epicentro.
Un trastocamiento social profundo y de largo alcance acompañaba aquel proceso, dando unidad y coherencia a ese aparentemente caótico racimo de acontecimientos: la disolución violenta de aquel vínculo natural que había permitido durante siglos la reproducción autosuficiente de la vida humana, así como de los lazos comunitarios que lo habían posibilitado y protegido: la relación con la tierra. La disolución de las relaciones señoriales, la liquidación de los campesinos independientes, el cercamiento de tierras comunales, la destrucción de los códigos protectores de la monarquía y la promulgación de leyes persecutorias del vagabundaje, operados en Inglaterra entre los siglos XVI y XVIII, eran para Marx el modelo clásico en Europa occidental de esta tendencia histórica. «La expropiación de los productores directos se lleva a cabo con el vandalismo más despiadado y bajo el impulso de las pasiones más infames, sucias y mezquinamente odiosas», escribía con ese sentimiento moral que recorre toda su obra.[5]
Aquella historia narrada con rabia e indignación no era para Marx, sin embargo, un episodio cruel del pasado, sino una constante histórica. Marx no relegó la acumulación basada en el despojo, la depredación, el fraude y la violencia a una «etapa original» del capital ya superada o circunscrita a tiempos remotos.[6] En el discurso teórico de Marx los métodos analizados en la llamada «acumulación originaria» no eran solamente presupuestos genéticos del capital, sino métodos de acumulación inherentes a su existencia.
La idea de la continuidad histórica del despojo, que acompaña las reflexiones de Marx hasta sus escritos sobre la comuna rural rusa, aparece en los Grundrisse. Con ese lenguaje y modo de razonar hegelianos que impregnan todas sus páginas, Marx anotaba:
Las condiciones y supuestos del origen, de la génesis del capital, suponen precisamente que el capital aún no es, sino que tan sólo llega a ser; desaparecen, pues, con el capital real, con el capital que pone él mismo, partiendo de su realidad, las condiciones de su realización […] Esos supuestos que originariamente aparecían como condiciones de su devenir ‑y que por tanto aún no podían surgir de su acción como capital‑, se presentan ahora como resultados de su propia realización, como realidad puesta por él: no como condiciones de su génesis, sino como resultados de su existencia. Ya no parte de presupuestos para llegar a ser, sino que él mismo está presupuesto, y, partiendo de sí mismo, produce los supuestos de su conservación y crecimiento mismos.[7]
La consideración del despojo y la violencia como momentos constitutivos del capital ‑y no sólo como presupuestos genéticos‑ no era resultado de una reconstrucción histórica, sino una deducción lógica del análisis teórico del proceso-capital. Si a los métodos desplegados en su génesis histórica Marx los llamó «acumulación originaria», recuperando una formulación propia de la economía clásica (previous accumulation, lo llamaba Adam Smith), no fue por ubicarlos en el pasado, sino para distinguirlos de aquellos que eran resultado de su acción como capital. La diferencia entre unos y otros no radicaba en su ubicación en el tiempo, sino en determinaciones formales: era la diferencia entre la transformación del dinero en capital y el movimiento del capital como dinero, entre el despojo como presupuesto del capital y el despojo como resultado de su existencia, entre la acumulación dineraria y la acumulación capitalista, entre el punto de arranque del capital y el capital como punto de arranque.
En su Crítica de la economía política, Marx no se había propuesto reconstruir una historia del capital, sino descifrarlo teóricamente develando su esencia y formas de aparición. Si en la fluidez de un discurso teórico el abordaje del origen del capital aparecía como un repentino e inesperado «vuelco a la historia», ello no era un capricho sino un paso obligado en su argumentación teórica. La irrupción de la historia viva en el análisis de Marx estaba orientada a revelar una distinción deliberadamente oculta en el discurso de la economía clásica: la diferencia entre aquellos modos de apropiación no-capitalista que habían sido presupuestos externos al capital (condiciones de su devenir, de su llegar a ser) y la apropiación capitalista, sostenida en la explotación de trabajo ajeno. «Los economistas burgueses, que consideran al capital como una forma productiva eterna y conforme a la naturaleza (no a la historia), tratan siempre de justificarlo tomando las condiciones de su devenir por las condiciones de su realización actual», escribía Marx y agregaba:
Estos intentos apologéticos no demuestran más que mala conciencia y la imposibilidad de establecer la armonía entre el modo de apropiación del capital como capital y las leyes generales de la propiedad, proclamadas por la sociedad capitalista misma. Por otra parte, y esto es mucho más importante para nosotros, nuestro método pone de manifiesto los puntos en los que tiene que introducirse el análisis histórico, o en los cuales la economía burguesa como mera forma histórica del proceso de producción apunta más allá de sí misma a los precedentes modos de producción histórica. Para analizar las leyes de la economía burguesa no es necesario, pues, escribir la historia real de las relaciones de producción. Pero la correcta concepción y deducción de las mismas, en cuanto relaciones originadas históricamente, conduce siempre a primeras ecuaciones que apuntan a un pasado que yace por detrás de este sistema. Tales indicios, conjuntamente con la concepción certera del presente, brindan también la clave para la comprensión del pasado; un trabajo aparte, que confiamos en poder abordar alguna vez.[8]
A contracorriente de la economía clásica, que presentaba la acumulación privada de riqueza como si estuviera basada en el trabajo personal y como brotando de la circulación mercantil simple, Marx estaba interesado no sólo en subrayar lo que acaba de descubrir: que la acumulación de capital era valorización de plusvalor mediante la apropiación de trabajo ajeno, sino que el comercio y el atesoramiento de dinero eran insuficientes, por sí mismos, para desencadenarla. Si la valorización de valor se realiza en la apropiación de trabajo ajeno mediada por el intercambio mercantil privado, entonces, razonaba Marx, en el concepto «capital» estaba contenida la clave de su génesis histórica. La existencia de trabajo vivo excluido de toda riqueza objetiva, mera subjetividad despojada, era un presupuesto histórico del capital deducido lógicamente del análisis. En lo que puede considerarse una de las páginas esenciales de los Grundrisse, Marx razonaba:
La disociación entre la propiedad y el trabajo se presenta como ley necesaria de este intercambio entre el capital y el trabajo. El trabajo, puesto como no-capital en cuanto tal, es: 1) Trabajo no-objetivado, concebido negativamente. En cuanto tal, es no-materia prima, no-instrumento de trabajo, no-producto en bruto: el trabajo disociado de todos los medios de trabajo y objetos de trabajo, de toda su objetividad; el trabajo vivo, existente como abstracción de estos aspectos de su realidad efectiva (igualmente no-valor); este despojamiento total, esta desnudez de toda objetividad, esta existencia puramente subjetiva del trabajo. El trabajo como miseria absoluta: la miseria, no como carencia, sino como exclusión plena de la riqueza objetiva. O también ‑en cuanto es el no-valor existente, y por ello un valor de uso puramente objetivo, que existe sin mediación‑, esta objetividad puede ser solamente una objetividad que coincide con su inmediata existencia corpórea […] 2) Trabajo no-objetivado, no valor, concebido positivamente, o negatividad que se relaciona consigo misma; es la existencia no-objetivada, es decir inobjetiva, o sea subjetiva, del trabajo mismo. El trabajo no como objeto, sino como actividad, no como autovalor, sino como la fuente viva del valor.[9]
La transformación del dinero en capital no solamente suponía una producción orientada al valor de cambio y trabajo objetivado en valores de uso en magnitud suficiente para absorber plustrabajo. Presuponía también, y sobre todo, la disociación entre trabajo vivo y riqueza objetiva: la existencia del trabajador «libre», despojado de medios de producción y subsistencia. «Una vez presupuesta esta disociación», concluía Marx, «el proceso de producción sólo puede producirla de manera nueva, reproducirla y volverla a producir en una escala cada vez mayor».[10]
En el origen del capital Marx contemplaba entonces dos presupuestos históricos. De una parte, la disolución de vínculos de dependencia basados en la sujeción personal y la coerción física directa (esclavitud y servidumbre) y la aparición del «trabajo libre», esto es, del trabajador que habiendo dejado de pertenecer a otro, podía disponer de sí mismo y de su fuerza de trabajo como su propiedad. De otra parte, la disolución violenta de aquel vínculo natural que había permitido durante siglos la reproducción autosuficiente de la vida humana: la relación con la tierra. En consecuencia, la destrucción de la antigua propiedad agraria y de los lazos comunitarios que posibilitaban y protegían ese vínculo natural, fuera bajo la forma de propiedad comunal, fuera como propiedad privada basada en el trabajo personal y condicionada a la pertenencia a una comunidad política: ambas orientadas no al valor de cambio, sino al disfrute directo. En otras palabras el capital, en su origen histórico, había supuesto arrancar al productor sus medios de subsistencia y romper los lazos protectores de la comunidad forzándolo a «vender su pellejo» para preservar la vida. Proletario, cabe recordar, significaba desde la antigua Roma justamente eso: aquel que no poseía nada más que su prole. «El dinero mismo, en tanto participa activamente en este proceso histórico», agregaba Marx, «sólo es activo en cuanto él mismo interviene como un medio de separación extremadamente enérgico y en cuanto colabora en la producción de los trabajadores libres desprovistos de lo objetivo, despojados«.[11]
Despojo, desamparo, soledad y pérdida de autonomía aparecían entonces como dimensiones profundas del desgarramiento de la comunidad natural operado con la expansión del capital. En el horizonte teórico de Marx el despliegue de la modernidad capitalista no significaba solamente un cambio en el «modo de producir», sino una dislocación de orden civilizatorio, es decir, en la autopercepción de los seres humanos, en su relación con la naturaleza y en el modo de vinculación con los otros: instrumentalización de la naturaleza, ruptura de vínculos comunitarios, cosificación de la vida social y despersonalización de las relaciones humanas eran parte del proceso de universalización de la forma-valor. «El dinero mismo es la comunidad, y no puede soportar otra superior a él […] Allí donde el dinero no es él mismo la entidad comunitaria, disuelve la entidad comunitaria», anotaba Marx. Y reflexionando sobre el significado vital de la desaparición de la comunidad antigua por la acción disolvente del capital agregaba:
El supuesto elemental de la sociedad burguesa es que el trabajo produce inmediatamente el valor de cambio, en consecuencia dinero, y que del mismo modo, el dinero también compra inmediatamente el trabajo, y por consiguiente al obrero, sólo si él mismo, en el cambio, enajena su actividad. Trabajo asalariado, por un lado, capital por el otro, son por ello únicamente formas diversas del valor de cambio desarrollado y del dinero como su encarnación. Por lo tanto el dinero es inmediatamente la comunidad, en cuanto es la sustancia universal de la existencia para todos, y al mismo tiempo el producto social de todos. Pero en el dinero, como ya vimos, la comunidad es para el individuo una mera abstracción, una mera cosa externa, accidental, y al mismo tiempo un simple medio para su satisfacción como individuo aislado. La comunidad antigua supone una relación totalmente distinta del individuo consigo mismo. Por lo tanto, el desarrollo del dinero en su tercera determinación [como capital] la rompe. Toda producción es una objetivación del individuo. Pero en el dinero (valor de cambio) la objetivación del individuo no se da en cuanto es puesto en su carácter determinado natural, sino en cuanto es puesto en una determinada relación social, que le es al mismo tiempo externa.[12]
El tratamiento del origen del capital no era pues, en el discurso de Marx, una mera digresión histórica, sino un paso obligado en su arquitectura teórica y conceptual. Ese análisis revela dos cosas. Primero, que la comprensión teórica de la esenciadel capital era un requisito para la explicación de su génesis histórica. Sin esa comprensión teórica, como apuntó Alfred Schmidt, «Marx no habría podido desplegar en el plano del contenido los presupuestos históricos de su aparición: no habría sabido dónde y cómo buscarlos».[13] Segundo, que la llamada «acumulación originaria» era un momento constituyente del capital y, por tanto, contenida en su concepto. Considerado el capital como ya siendo, la «acumulación originaria» era un momento vigente, actualizado, en el proceso de su reproducción ampliada. En el despliegue del capital, que Marx se representaba con la imagen de una espiral ascendente, se repetía una y otra vez, exponencialmente, la misma historia contada en la narración de la «acumulación originaria»:
Si, como hemos visto, la transformación del dinero en capital supone un proceso histórico, que ha separado las condiciones objetivas del trabajo, que las ha autonomizado contra los trabajadores, por otra parte, el efecto del capital, una vez que él ya ha surgido, y su proceso, consisten en someter toda la producción y en desarrollar y extender por todas partes la separación entre trabajo y propiedad, entre el trabajo y las condiciones objetivas del trabajo. Se verá en el desarrollo posterior cómo el capital aniquila el trabajo artesanal, a la pequeña propiedad de la tierra en la que el propietario trabaja, etc., y a sí mismo en aquellas formas en que no aparece en oposición al trabajo, en el pequeño capital y en las especies intermedias, híbridas, situadas entre los modos de producción antiguos (o las formas que éstos asuman como resultado de su renovación sobre la base del capital) y el modo de producción clásico, adecuado, del capital mismo.[14]
Con el análisis de la «acumulación originaria», por lo demás, Marx intentaba únicamente esbozar la génesis histórica de la socialidad capitalista en Europa occidental, sin considerar los territorios no-europeos y, sobre todo, sin presuponer el mundo del capital como ya existente. Así lo advertía diez años después, en la polémica desatada sobre la cuestión rusa, frente a las pretensiones de convertir aquella narración en una filosofía de la historia.[15] Partiendo de la producción capitalista y del mercado mundial, la expansión geográfica, el despojo, la disolución de comunidades antiguas y la proletarización seguían dibujándose como tendencias de la acumulación capitalista: «lo propio del capital no es otra cosa que el acoplamiento de las masas de brazos e instrumentos que él encuentra preexistentes. Los aglomera bajo su imperio. Esa es su verdadera acumulación».[16]
En la segunda mitad del siglo XIX, mientras redactaba los Grundrisse y preparaba los materiales para la publicación del primer tomo de El capital, la India, China, Persia, Rusia, Estados Unidos, Polonia e Irlanda aparecían ante su mirada como territorios enigmáticos de un nuevo y conflictivo ciclo de despojo en que el proceso de «acumulación originaria» estaba apenas realizándose: no estimulado por el comercio ‑forma antediluviana de aparición del capital‑ sino por el impulso de la valorización de valor irradiado desde las metrópolis. La penetración de capital británico en el imperio chino, la destrucción de la comuna rural y la introducción del ferrocarril en la India, la abolición de la servidumbre en Rusia, la guerra civil norteamericana, la colonización de California y Australia y la confiscación violenta de tierras a millares de campesinos en Irlanda desfilaban ante sus ojos como otros tantos procesos implicados en la expansión mundial del capital. En medio de esa expansión, Marx seguía con atención las sacudidas provocadas por el trastocamiento civilizatorio que el capital imponía a su paso. Era testigo lúcido de un pedazo de la historia de la rebelión humana frente a la violencia, la explotación, la humillación y el despojo contenidos en la dominación del capital: rebeliones campesinas en China, el estallido del movimiento de liberación nacional en Persia, la insurrección campesina y popular contra la dominación británica en la India, la sublevación polaca y la rebelión irlandesa por la autonomía y defensa de la pequeña propiedad rural fueron algunos de los acontecimientos analizados por Marx en sus colaboraciones en el New York Daily Tribune.[17]
Si todo esto es así, la ubicación de la llamada «acumulación originaria» en el primer tomo de El capital, incluida entre el capítulo dedicado a la «Ley general de la acumulación capitalista» y el reservado a «La teoría moderna de la colonización», no fue producto del azar, sino una decisión consciente y coherente con un método de exposición. Esa ordenación revela que Marx no podía referirse al origen histórico del capital sin antes haber expuesto sus determinaciones formales. Pero revela además que la expansión territorial, la ampliación del despojo, la proletarización de poblaciones enteras, la disgregación de la comunidad rural, la ruptura de lazos protectores de la autosuficiencia material y la incorporación de naturaleza y trabajo en los circuitos de valorización eran contemplados, como tendencias, en el despliegue del capital como «mundo acabado».
Globalización, explotación y despojo
Vivimos años en que la expansión del capital atraviesa nuevamente uno de sus grandes ciclos y, bajo la forma de una restructuración global de las relaciones entre las clases, entre las naciones y entre los capitales, ha iniciado una nueva etapa en la vida y la muerte del capital en el mundo y en cada una de sus regiones. Como ha sucedido en toda su historia, esta renovada expansión se sirve de la violencia estatal, encargada de sostener la nueva dilatación del reino de la mercancía: abrir territorios, imponer nuevas reglas laborales, privatizar bienes públicos, confiscar derechos, detener éxodos migratorios y quebrar resistencias. Como ha sucedido también desde su gestación en el siglo XVI la guerra, la conquista territorial, la destrucción de mundos de la vida y el despojo son momentos constitutivos de esta nueva expansión del capital en el mundo. Actualizada y potenciada por las innovaciones tecnológicas, esta universalización del capital aparece hoy como un cambio de época: una reconfiguración histórica del modo de dominación y sus formas políticas, del espacio global y la geografía, de los entramados culturales y las subjetividades.
El nuevo ciclo de acumulación abierto en el último cuarto del siglo XX se despliega simultáneamente en el interior de las relaciones mercantiles ya instituidas y en confrontación con otras matrices civilizatorias: incorporando bienes naturales en los circuitos de valorización, extendiendo la economía mercantil-capitalista, disolviendo antiguas comunidades agrarias, expulsando y proletarizando poblaciones indígenas y campesinas. El incremento de la explotación en la relación salarial y la acumulación por despojo aparecen superpuestos y combinados, aunque en una escala infinitamente superior dadas las innovaciones científico-tecnológicas. Microelectrónica, informática, biotecnología, ingeniería genética y nanotecnología permiten que la subsunción de naturaleza, trabajo, destrezas y conocimientos en los circuitos de valorización rompa hoy con límites inimaginables: biodiversidad, creación intelectual, códigos genéticos, espacio radioeléctrico, espacio aéreo, energía eólica, bienes arqueológicos, órganos del cuerpo humano.
Las formas específicas que este doble y combinado proceso adopta en cada nación dependen no sólo de su ubicación geográfica y de la extensión y densidad alcanzada previamente por la difusión de relaciones capitalistas. Dependen también de relaciones de fuerzas y, en muchos casos, de revertir derechos conquistados en grandes batallas históricas. Borrar registros de la memoria colectiva, romper resistencias e imponer sobre tierra arrasada el nuevo mando del capital son requerimientos centrales en esta nueva tendencia histórica. Rusia, Europa centro-oriental, China, la India y México han sido grandes laboratorios de este arrasamiento.
El incremento de la explotación en la relación salarial, es decir, la ampliación de la escala de apropiación de trabajo ajeno, es uno de los ejes en que se sostiene el nuevo ciclo de acumulación. La desvalorización de la fuerza de trabajo y la flexibilidad laboral son dos estrategias combinadas que se han seguido para aumentar la explotación comprimiendo salarios reales, desmontando contratos colectivos, prolongando el ciclo de vida laboral y eliminando derechos sindicales que habían sido conquistados en grandes batallas históricas (salario mínimo, limitación legal de la jornada laboral, derechos de pensión y jubilación, reglamentación del trabajo femenino, prohibición del trabajo infantil). La amenaza de desempleo, la fragmentación del mundo laboral y la deslocalización geográfica de empresas e inversiones han sido, en este terreno, las rutas seguidas para romper resistencias. Esta embestida contra el trabajo, cuyos ritmos varían de una nación a otra, está acompañada de la destrucción de las redes protectoras contenidas en las instituciones estatales de seguridad social (salud, educación, vivienda, seguro de desempleo), así como de los pactos corporativos en que se sostuvo la regulación estatal de las relaciones laborales durante el siglo XX.
La acumulación por despojo es el segundo eje de la expansión contemporánea del capital. Este proceso, que significa abrir al capital nuevas áreas y territorios para la valorización, se está realizando a través de dos vías: i) privatización de bienes y servicios públicos: medios de comunicación y transporte (puertos, aeropuertos, carreteras, ferrocarriles, compañías de aviación), telecomunicaciones (telefonía digital, sistemas satelitales), banca y servicios financieros, petróleo y petroquímica, minas y complejos siderúrgicos, sistema de seguridad social (salud, educación, vivienda) y hasta los fondos de pensión y retiro de los trabajadores y ii) disolución de formas puras o híbridas de la comunidad agraria (como el ejidomexicano o los koljoses y sovjoses soviéticos) y la conversión de la tierra en mercancía: un proceso que ha significado en México la afectación de 3.5 millones de campesinos, el traspaso de tierras colectivas a proyectos de inversión privada en desarrollos inmobiliarios y turísticos y, según cifras del Banco Mundial, un éxodo rural de más de 6 millones de campesinos mexicanos en la última década.[18]
La forma doctrinaria de este proceso, el ideario neoliberal, está desbloqueando así el ciclo interrumpido de la expansión planetaria iniciado en el último cuarto del siglo XIX, la belle époque del capital. Aquella marcha triunfal del capital, que desembocó en dos guerras mundiales y en el estallido de revoluciones en sociedades agrarias (Rusia, China, México), fue frenada por los grandes acuerdos del siglo XX. Esos que, poniendo cercos al capital y tejiendo redes protectoras del mundo humano, clausuraron la utopía decimonónica del mercado autorregulado: Welfare State, control y planificación estatal de las economías nacionales, regulación estatal de las relaciones laborales y mecanismos mundiales de regulación financiera (acuerdos de Bretton Woods).
Liberada de los diques construidos durante el siglo XX, la nueva marea de despojo crece reimponiendo no sólo el derecho del capital sobre la tierra, sino cubriendo todos los bienes naturales comunes: aguas, costas, playas, bosques, ríos, lagunas, semillas y aun recursos que son presupuesto natural de reproducción de la vida, como el agua. Se trata, como apuntó agudamente David Harvey, de «una reedición gigantesca del cercado de las tierras comunales en la Europa de los siglos XV y XVI».[19] A este proceso corresponde, como tendencia, la ampliación de la escala de salarización de la fuerza de trabajo y la creación de un enorme ejército industrial de reserva: 195 millones de desempleados y mil millones de subempleados en el mundo en 2006, reconocidos oficialmente por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).[20]
Mirada en los tiempos largos de la historia, y no desde la economía o la política, la llamada «globalización» aparece entonces como actualización de la violencia secular de la modernidad capitalista: violencia contra la economía natural, violencia en la competencia entre capitales y violencia ‑real o potencial‑ implicada en el nuevo monopolio planetario de la coerción física. Y como fundamento de esta nueva universalización del capital la acumulación por despojo: esa que destruyendo la base material y cultural de antiguas civilizaciones en todos los rincones del globo, incorpora al capital territorios, naturaleza, trabajo, destrezas y conocimientos desplegándose con los mismos métodos de robo y depredación descritos por Marx, actualizados y refinados hoy por las innovaciones científico-tecnológicas: derechos monopólicos de propiedad intelectual (patentes, marcas), control oligopólico del mercado global de semillas, monopolios industriales de productos transgénicos (maíz, soya, algodón) y apropiación privada de saberes tradicionales forman parte de los nuevos mecanismos de expoliación y de la competencia entre capitales.
Desamparo, migraciones bíblicas, retorno del trabajo infantil, exclusión y humillación racial, destrucción de patrimonios culturales, calentamiento global, catástrofes ecológicas, revueltas en los suburbios pobres de las grandes capitales europeas y una violencia cotidiana vuelta pandemia, son algunas de las nuevas imágenes que acompañan a este cambio de época.
En el gran pasaje histórico de la comunidad natural a la comunidad mundial del dinero, atravesado por la violencia y el despojo, el capital disuelve formas precapitalistas, lazos protectores de la comunidad estatal y vínculos sagrados con la naturaleza, reemplazándolos por la socialidad mercantil-capitalista: una forma de vinculación humana que coloca al valor de cambio como nexo social dominante, encarnado en el dinero: representación cósica de una comunidad abstracta, fragmentada, de la que él es el único soberano.
Marx, por supuesto, no proponía el retorno a la comunidad antigua, impensable e indeseable en su horizonte de análisis dadas las enormes posibilidades de riqueza, creación, tiempo libre, goce y disfrute abiertas con el despliegue del proyecto civilizatorio del capital. Dibujaba más bien la recuperación del mundo humano, contenida como utopía posible junto al lado bárbaro de ese proceso. En otras palabras, la construcción de una comunidad política de libres e iguales fundada en el establecimiento de un vínculo consciente ‑y no sagrado‑ con la naturaleza en tanto aceptación del irremediable anclaje natural de la vida humana frente a la soberbia de la razón tecnológica, empeñada en domeñar y, en el extremo, prescindir de la naturaleza, como si el mundo fuera mero artificio humano.
Ciudad de México, noviembre de 2007
* Texto presentado en el ciclo de conferencias Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. A 150 años de la redacción de los Grundrisse de Karl Marx, Facultad de Economía, UNAM, México, 28 noviembre 2007. Enviado por la autora para su publicación en Herramienta.
** Politóloga. Profesora-investigadora en la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco, México.
[1] El plan inicial de exposición se encuentra en una conocida carta de Marx a Ferdinand Lassalle del 22 de febrero de 1858, escrita mientras redactaba los Grundrisse. Esta correspondencia está incluida en Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Siglo XXI, México, 5ª, 1997, págs. 316-317.
[2] Karl Polanyi, La gran transformación, Juan Pablos, México, 2000, págs. 115-125.
[3] «La economía política», escribía en 1844, «concibe a la comunidad de los hombres ‑es decir, a su esencia humana en acción, a su complementación en la vida genérica, en la verdadera vida humana‑ bajo la forma del intercambio y el comercio. La sociedad, dice Destutt de Tracy, es una serie de intercambios recíprocos. La sociedad, dice Adam Smith, es una sociedad de actividades comerciales. Cada uno de sus miembros es un comerciante. Puede verse la manera como la economía política fija la forma enajenada del intercambio social como forma esencial y original, adecuada a la determinación humana». Karl Marx, Cuadernos de París (notas de lectura de 1844), Ediciones Era, México, 1974, págs.138-139.
[4] Pueden consultarse, entre otros, Román Rosdolsky, Génesis y estructura de El capital de Marx (estudios sobre los Grundrisse), Siglo XXI, México, 6ª, 1989 (1ª: 1978); Carol C. Gould, Ontología social de Marx. Individualidad y comunidad en la teoría marxista de la realidad social, Breviarios del FCE, México, 1983 (1ª: 1978); Enrique Dussel, La producción teórica de Marx. Un comentario a los Grundrisse, Siglo XXI, México, 1985. Aunque no referido exclusivamente a los Grundrisse, destaca para la comprensión de la obra teórica de Marx el libro de Bolívar Echeverría El discurso crítico de Marx, Ediciones Era, México, 1986.
[5] Karl Marx, El capital, Siglo XXI, México, 16ª, 1995, tomo I, volumen 3, capítulo XXIV, pág. 952. En adelante citado como El capital.
[6] Esta es, curiosamente, la interpretación de David Harvey, quien con su tesis sobre la acumulación por desposesión como soporte material de lo que llama «el nuevo imperialismo», tuvo por lo demás el mérito de introducir esta cuestión en el debate contemporáneo. «La teoría general de Marx sobre la acumulación de capital», escribe Harvey, «parte de ciertas hipótesis cruciales, que poco más o menos equivalen a los de la economía clásica: mercados competitivos que funcionan libremente con dispositivos institucionales de propiedad privada, individualismo jurídico liberal y libertad contractual, más las correspondientes estructuras jurídicas y gubernamentales garantizadas por un Estado ‘facilitador’ que también asegura la estabilidad del dinero como depósito de valor y medio de circulación». El método de Marx, continúa Harvey, permite proyectar que la reproducción ampliada del capital basada en la liberalización del mercado no producirá una sociedad armoniosa y estable, sino mayores niveles de desigualdad social y crisis crónicas de sobreacumulación. «El inconveniente de estas hipótesis», concluye el autor, «es que relegan la acumulación basada en la depredación, el fraude y la violencia a una ‘etapa original’ ya superada o que se considera, como en el caso de Rosa Luxemburgo, algo ‘exterior’ al capitalismo como sistema cerrado […] Dado que no parece muy adecuado llamar ‘primitivo’ u ‘originario’ a un proceso que se halla vigente y se está desarrollando en la actualidad, en lo que sigue sustituiré estos términos por el concepto de acumulación por desposesión«. David Harvey, El nuevo imperialismo, Akal, Madrid, 2004 (1ª: 2003), págs.115-116.
[7] Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Siglo XXI, México, 10ª, 1978 (1ª: 1971), volumen 1, págs.420-421. En adelante estos manuscritos serán citados como Grundrisse.
[8] Karl Marx, Grundrisse, volumen 1, págs. 421-422 (los subrayados son míos, RR).
[9] Karl Marx, Grundrisse, volumen 1, págs. 235-236.
[10] K. Marx, Grundrisse, volumen 1, pág. 423.
[11] Karl Marx, Grundrisse, volumen 1, pág. 469.
[12] Karl Marx, Grundrisse, volumen 1, págs.160-161. «Nunca encontraremos entre los antiguos una investigación acerca de cuál forma de propiedad de la tierra es la más productiva, crea la mayor riqueza (..) La investigación versa siempre acerca de cuál modo de propiedad crea los mejores ciudadanos», escribía Marx en su reflexión sobre los significados profundos del ocaso de la comunidad antigua. Grundrisse, volumen 1, pág. 447.
[13] Alfred Schmidt, Historia y estructura. Crítica del estructuralismo marxista, Alberto Corazón Editor, Madrid, 1973, pág. 52.
[14] K. Marx, Grundrisse, volumen 1, pág. 475 (el subrayado es mío, RR).
[15] «El capítulo sobre la acumulación primitiva no pretende más que trazar el camino por el cual surgió el orden económico capitalista, en Europa occidental, del seno del régimen económico feudal», escribía Marx en una carta de 1877. «Ahora bien, ¿qué aplicación puede hacer mi crítico de este bosquejo histórico? Únicamente ésta: si Rusia tiende a transformarse en una nación capitalista a ejemplo de los países de Europa occidental ‑y por cierto que en los últimos años ha estado muy agitada por seguir esta dirección‑ no lo logrará sin transformar primero en proletarios a una buena parte de sus campesinos; y en consecuencia, una vez llegada al corazón del régimen capitalista, experimentará sus despiadadas leyes, como la experimentaron otros pueblos profanos. Eso es todo. Pero no lo es para mi crítico. Se siente obligado a metamorfosear mi esbozo histórico de la génesis del capitalismo en el Occidente europeo en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino le impone a todo pueblo, cualesquiera sean las circunstancias históricas en que se encuentre […] Pero le pido a mi crítico que me dispense (me honra y me avergüenza a la vez demasiado)». Carta de Marx al director del periódico ruso El memorial de la patria, fines de 1877 en K. Marx y F. Engels, Correspondencia, Ediciones de Cultura Popular, México, 1ª reimp., 1977, págs. 449-451.
[16] Karl Marx, Grundrisse, volumen 1, pág. 470.
[17] Los artículos periodísticos de Marx relativos a estos acontecimientos están recopilados en K. Marx y F. Engels, Sobre el colonialismo, Cuadernos de Pasado y Presente núm. 37, Siglo XXI, México, 2ª 1979.
[18] Leopoldo Zorrilla Ornelas, «El sector rural mexicano a fines del siglo XX», Comercio Exterior, vol. 53, núm. 1, enero 2003, págs. 74-86. Ver también World Bank, 2008 World Development Report: Agriculture for Development, texto completo en http://web.worldbank.org.
[19] David Harvey, op.cit., pág. 118.
[20] Organización Internacional del Trabajo, Tendencias mundiales del empleo 2007 en www.ilo.org
* Texto presentado en el ciclo de conferencias Elementos fundamentales para la crítica
de la economía política. A 150 años de la redacción de los Grundrisse de Karl Marx,
Facultad de Economía, UNAM, México, 28 noviembre 2007. Enviado por la autora
para su publicación en Herramienta.