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Los ganadores y perdedores del Triunfo del NO Juan Pablo Cárdenas S.

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Los ganadores y perdedores del Triunfo del NO
Juan Pablo Cárdenas S.

Al celebrar a treinta años el Triunfo del No en el plebiscito que convocó Pinochet para continuar en el poder, es justo y necesario destacar a quienes hicieron posible este logro. Desde luego, lo primero que habría que reconocer es que el mérito lo tienen fundamentalmente los chilenos que se atrevieron a concurrir a las urnas y desafiar un proceso eleccionario sin las suficientes garantías republicanas, al mismo tiempo que sacudirse aunque fuera un día de los temores de la población después de diecisiete años de dictadura.

No debemos olvidarnos que la consulta popular fue iniciativa de los gobernantes exigidos por las presiones de Estados Unidos, algunos partidos políticos y otras instancias nacionales y extranjeras que temían la posibilidad de que creciera la convulsión social y la salida chilena emulara lo ya acontecido en Cuba y Nicaragua. Que se impusiera una vía insurreccional que finalmente le diera el triunfo a un gobierno de corte radical, por cierto contrario a los intereses de quienes habían propiciado el Golpe Militar y consolidado un régimen favorable a las compañías extranjeras que miraban con inmensa codicia nuestros recursos naturales. No podemos borrarnos de la memoria la cantidad de recursos, invitaciones y otros que se le asignaron a los mandamases de la Democracia Cristiana, a los socialistas “renovados” y otros para que separaran aguas con el Partido Comunista, el MIR y las organizaciones de derechos humanos.

Quienes estábamos a la cabeza de los medios de comunicación disidentes fuimos testigos de la millonaria oferta que nos hizo personalmente en embajador norteamericano en Chile para que le cerráramos nuestras páginas al Movimiento Democrático Popular y a quienes propiciaban por entonces “todas las formas de lucha” en contra de la tiranía. Oferta que a muchos con complace haber rechazado y persistido en nuestra voluntad de propiciar la más amplia unidad del pueblo y sus instituciones democráticas. Lo que explica que, después, con Patricio Aylwin en el poder, se acometiera la persecución a estos medios, hasta ahogarlos para que no siguieran propiciando juicio y condena a los opresores, relaciones con todos los países del mundo, así como el fin de un modelo económico y social que hasta hoy los ricos más ricos y mantiene altísimos índices de pobreza, desempleo y discriminación. Lo que da origen a la “mano de obra barata” que es uno de nuestros grandes incentivos al capital foráneo.

Ciertamente se impuso el camino del “dialogo” y del plebiscito, después de haber fracasado el atentado al Dictador, pero no puede caber duda que éste es la reacción desesperada de los militares, del gran empresariado y otros al comprobar las acciones del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y toda esa red de organizaciones sociales que fueron capaces de consolidar unidad y organizar protestas callejeras que efectivamente tenían la posibilidad, más temprano que tarde, de derrocar a Pinochet o lograr que sus mismos efectivos se encargaran de ello. Sobre todo después de comprobar que éste, además de asesino, se enriquecía en el poder y lo animaba por sobre todas las cosas perpetuarse en él al precio que fuera.

Si bien muchas protestas sociales fueron “pacíficas”, no hay duda que con ellas también las hubo más extremas, como las que se prodigaban en las noches con los provocados cortes de luz, las barricadas y tantas otras manifestaciones incluso armadas que, a la hora del balance de estas jornadas, eran apreciadas por los partidos y agrupaciones no violentas. Como personalmente pude apreciar en la satisfacción de un Gabriel Valdés, el líder demócrata cristiano, cuando se enteró de que Santiago estaba prácticamente a oscuras, mientras un frenético Pinochet sobrevolaba la Capital, profiriendo amenazas de todo orden.

Debiéramos asentir que fue la combinación de “todas las formas de lucha”, justamente, la que resultó victoriosa después de esos instructivos que nos llamaban a paralizar las actividades, bloquear puentes y caminos, tomarse las poblaciones y ejecutar una enorme e imaginativa cantidad de acciones conforme a las posibilidad de cada cual. Después de comprobarse que el Paro Nacional no podía resultar por si mismo exitoso con el enorme temor que provocaba en los trabajadores quedar desempleado o ser reprimido. En poco tiempo, los chilenos descubrieron rápidamente la impostura de muchos de los dirigentes políticos pacifistas, cuando todavía se recordaba que varios de éstos habían justificado la asonada militar de 1973, el bombardeo a La Moneda y la instalación de campos de concentración, exterminio y tortura a lo largo de todo el país.

De allí que después de treinta años resulte tan sorprendente que haya columnistas y otros ex militantes de la izquierda que, ahora desde El Mercurio, sus bien financiados centros intelectuales y curules del Congreso le resten mérito a quienes efectivamente combatieron en vez de “negociar” una salida política que hasta ahora ha consolidado la Constitución de 1980, su modelo económico y toda la posdictadura. Muy extraño resulta que cuando se celebran las gestas de la Emancipación y la victoria contra el fascismo en Europa, personajes como Washington, Bolivar, San Martín, Sucre y O´Higgins sean reconocidos como héroes, cuando se sabe que realizaron acciones de indisimulada violencia para combatir a los conquistadores. Con seguridad, mucho más extremas que las que conocimos en las luchas contra los régimenes militares de América Latina. O que el Viejo Continente, se ufane de sus partisanos y la de aquellos luchadores que con su acción les brindaron genuina democracia a tantos países. Y no un régimen híbrido como el que en nuestro país se mantiene.

No podemos olvidarlos de esa noche de ese 5 de octubre cuando la alegría se hizo tan manifiesta y extendida en el centro mismo de la Capital, donde el pueblo victorioso hasta quiso avanzar hasta La Moneda. Con un fervor en que muchos políticos se desgañitaron en impedir a sabiendas que ello podría dejarlos literalmente en la vereda de un desenlace democrático más nítido y de raigambre popular. Donde ciertamente las llamadas “cúpulas políticas” quedarían superadas.

Más bien lo que habría que preguntarse a partir de aquel Plebiscito es quienes realmente ganaron aquel día, cuando el propio Pinochet se encargara después de entregarle la Banda Presidencial a su sucesor, se constituyera en senador vitalicio y, posteriormente, fuera rescatado por sus sucesores de un justo y ejemplar juicio en el Tribunal Internacional de Justicia. Después de estar detenido en Londres.

Preguntarnos a treinta años de este plebiscito, por qué el país no ha podido darse una nueva Carta Fundamental; por qué la impunidad de los crímenes de la Dictadura favoreció a los principales ejecutores de la Dictadura; por qué, en vez de recuperar nuestras yacimientos y riquezas, las transnacionales, más que antes, se enseñorean ahora en nuestro territorio. Cómo pudo ser que se consolidaran el régimen previsional y tantos otros despropósitos en la salud y la educación de los chilenos. Y por qué, finalmente, Chile se abrió a la lacra de la corrupción que hoy cruza el espectro de la política representativa, las camarillas empresariales y hasta las propias organizaciones laborales.

Todo esto y más podríamos preguntarnos cuando la derecha se ha instalado de nuevo a La Moneda y un Sebastián Piñera agrede la dignidad nacional reuniéndose con Trump para mostrarle cómo nuestra Bandera está en el centro, en el corazón mismo, como le señaló, del pendón estadounidense, en un acto deleznable que ni el propio gobernante norteamericano pudo entender o darle crédito.

Todo lo cual, sin duda, sería devastador sin el consuelo de saber que todavía Salvador Allende es ante el pueblo un verdadero héroe, el que mantiene más prestigio y admiración como lo reflejan las encuestas. Aunque todavía no “se abran las grandes alamedas para que pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”, como lo propició en sus últimas palabras.

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