por Fernando Bogado
La relación entre Marx y ciertas obras literarias, o la del marxismo con la literatura como un fenómeno histórico específico, pero siempre difícil de asir, es por demás compleja. Y habilita un conjunto de reflexiones casi tan largas como interpretaciones de los textos del filósofo alemán, padre del comunismo científico, existen. Pero, aún así, no puede haber una cabal lectura de la filosofía marxiana y de los marxismos que engendró si no se entiende la constante tensión que existe entre discurso literario y aproximación filosófica, sobre todo, en la medida que una de las cosas que cualquier planteo revolucionario debe resolver es la del lugar que tendrá aquello que se llama “literatura” –o, de manera más general, “arte”– dentro del mundo nuevo por venir. La literatura, en tanto sostenida bajo los protocolos de la ficción (que no son otra cosa que una mentira organizada) o bajo la imprudencia de la palabra poética (cuya relación con la verdad discursiva es errática y hasta diametralmente opuesta, habiendo una “verdad” en poesía que resulta amiga de lo inefable), parece encargada de generar corrimientos y desvíos al interior del pensamiento materialista. Por eso, a veces, los mejores modos de renovar cualquier tipo de ortodoxia dentro del marxismo es a través de la concentración sobre fenómenos estéticos o culturales, algo que han demostrado en diversas épocas y con diferentes enfoques nombres de importancia como los de Antonio Gramsci, Theodor Adorno o Raymond Williams. El último libro del escritor, periodista y docente Mariano Dorr, Marx y la literatura, es menos un análisis filológico de las menciones de Marx acerca de novelas, cuentos o poemas y más una indagación personal acerca de los ires y venires del materialismo dialéctico con la literatura, ese doble espectral que, como el comunismo en el Manifiesto de 1848, resulta su más escurridizo y, por eso, innegable fantasma.
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