Comprendo que las declaraciones de entidades universitarias, u otras como el Colegio Médico, deban ser políticamente correctas y por tanto deban abominar de la “violencia”, pero no seré yo quien se sume a esa postura, eso se lo dejo a quienes aún quieran creer – y convencer al resto – que la dictadura cayó haciendo una marca con un lápiz, y no seré yo quien divida el movimiento entre manifestantes aceptables e indeseables.
No nos engañemos, no ha sido la masividad ni la duración de las protestas lo que ha remecido el statu quo; en agosto de 2016 más de un millón de personas se pronunció pacíficamente en las calles de Santiago por el fin de las AFP ¿qué consiguieron? NADA, los profesores hicieron una pacífica y larguísima huelga ¿obtuvieron algo? NADA. Lamentablemente si la oligarquía no siente miedo no se conmueve, sólo si se ve amenazada cede algo para no perder todo; en un combate es siempre la resistencia de la defensa la que pone precio al triunfo y este combate en que el 1% se atrinchera contra el resto de la sociedad tiene un nombre, se llama lucha de clases.
Cuidado con los llamados a ser todos buenitos, por ese camino nos volverán a embaucar y toda esta energía popular desplegada será fuego de paja, la voluntad popular será una vez más secuestrada por la casta política y las jornadas de octubre serán en la historia sólo una nota al pie de página, como la rebelión de la chaucha de 16 y 17 de agosto de 1949 o las jornadas del 1 y 2 de abril de 1957.
Por otra parte, el rechazo virtuoso y santurrón de la violencia abre la vía para que cualquier grupo opuesto a una manifestación popular organice una acción violenta y con eso descalificaría la manifestación misma, sus demandas y proposiciones.
Pienso que siempre es mejor arreglar las cosas “a la buena”, pero no debemos permitir que en nombre de este principio se llegue a castrar al movimiento popular, esto ya nos pasó y con la famosa política de los consensos llegamos a la situación actual.
Renato Alvarado Vidal
En la costa de Chinquihue, 27 de octubre de 2019.