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La ruta de los cubanos hacia Uruguay

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Llegaron más de 2 mil en los últimos tres años. Se presentan diciendo que necesitan la residencia. No se consideran “refugiados”. La mayoría cuentan con estudios universitarios o son profesionales. El 89 % de los solicitantes tiene entre 18 y 59 años. Los que logran la documentación exigida por la legislación migratoria, trabajan en la enseñanza, salud, supermercados, tiendas, farmacias, y empresas privadas de seguridad y limpieza. (Redacción de Correspondencia de Prensa)

 

La ruta de los cubanos hacia Uruguay

 

Víctimas de trata, estafas y una promesa falsa

 

El corredor de los sueños rotos

 

Entre seis y 10 días tardan los cubanos que se lanzan a un tortuoso viaje para llegar a Uruguay y solicitar refugio. Un periplo que los hace atravesar la selva guyanesa y el gigante Brasil a merced de la guía de redes de tráfico de personas. Muchos intentan probar suerte en estas tierras.

 

Fernando Sánchez

 

Que Pasa, 20-5-2018

https://www.elpais.com.uy/

El mismo día en que Barack Obama, ya en las postrimerías de su presidencia, anunciaba el fin de la política de «pies secos, pies mojados», por la que durante más de dos décadas Estados Unidos acogió a todo cubano que llegó a su territorio, aun de forma ilegal, Alberto y Yadira se casaban en Camagüey, una ciudad distante a poco más de 500 kilómetros de La Habana. Desde la universidad habían sido novios y el casamiento formaba parte de un propósito trazado tiempo atrás: irse al país del norte, en donde Alberto tiene un tío que estaba dispuesto a acogerlos y ayudarlos. Ese día ambos sintieron que su plan comenzaba a derrumbarse y la opción de una vida allá se clausuraba abruptamente. Ese día ambos supieron que si querían salir de la isla deberían apelar a horizontes más distantes.

En medio de la búsqueda de otro destino, vieron por internet que alguien ofrecía viajes a Chile, Brasil y Uruguay, un país del que hasta entonces apenas conocían su existencia, allá lejos, casi escondido, en el sur. Alberto y Yadira consideraron esta alternativa como viable. «Mi tío nos dijo que Uruguay era un buen lugar, que su esposa había estado aquí y le parecía que, en comparación con otros países del área, era la mejor opción. Él pensó que era una buena idea y me ratificó su apoyo, a mí y a mi esposa», cuenta el joven, arquitecto y de 28 años.

La ruta quedó trazada y un amigo que ya estaba en Montevideo les indicó lo que debían hacer y les pasó el contacto de un cubano que organizaba los viajes y cobraba por tramos. Primero Guyana, luego Brasil, hasta llegar a cualquier punto de la frontera con Uruguay. El trayecto les saldría unos dos mil dólares por cada uno, aunque les aguardaban más tropiezos de los que imaginaban.

Al llegar al aeropuerto de La Habana a Yadira, de 25 años, también arquitecta, le informaron que no podía salir del país, pues sobre ella pesaba una «regulación de viaje» (un motivo que, según la normativa cubana, constituye un impedimento para salir del país). «Esa regulación era porque yo había hecho la universidad por lo militar y cuando pasé al ámbito civil no me la eliminaron. Nos sacaron las maletas, que ya estaban en el avión, y tuvimos que regresar. Pagamos un dinero de más para aplazar el pasaje», rememora.

Ese revés, sin embargo, los salvó de una travesía que estaba librada al azar desde el momento mismo de la partida. El contacto que los debía sacar hasta Guyana era una mujer que hacía el viaje por primera vez y no tenía noción de cómo actuar. «Al llegar al aeropuerto nos dimos cuenta de que pasaba algo extraño. La mujer estaba muy nerviosa, no sabía qué hacer, y las cosas ya no eran lo que habíamos pactado. Por suerte, finalmente no viajamos», dice Alberto.

Dos amigos que los acompañaban sí siguieron adelante. «Yo me voy como sea», dijo Osmany, uno de ellos, y se aventuró a la incierta travesía rumbo a Georgetown. En el avión, más de la mitad eran cubanos. Unos que iban a comprar ropa para revender en la isla; otros, a seguir camino rumbo a Chile o Uruguay. «El acuerdo que yo hice fue solo hasta Brasil, a partir de ahí me manejaría por mi cuenta», relata ahora, cuando han transcurrido más de seis meses desde su llegada a la capital uruguaya.

En Georgetown pueden estar un día o varios, depende de quién organice el viaje. Allí los alojan en pensiones o en casas grandes habilitadas para tal fin, con muros altos para mantener lejos las miradas indiscretas.

Ya en Guyana, la inexperta guía llevó a Osmany y al resto del grupo a una pensión. «Supuestamente iríamos hasta la frontera en una avioneta, pero al final eso se cayó y nos dijeron que no sabían cuándo nos podríamos ir. En ese momento conocimos a otros cubanos que viajaban con otra persona, cerramos el negocio con la guía y nos fuimos con ellos por carretera», relata.

El recorrido por carretera se hace en un día entero a través de la selva, en camionetas que parten llenas de cubanos y por rutas deplorables. «El chofer llevaba una pistola encima y en cada punto de control de camino a la frontera se bajaba y discutía con la Policía. Les pagaba un dinero y seguíamos viaje. Llegamos a la frontera con Brasil sobre las 12 de la noche. A esa hora corrimos para agarrar un bote que nos cruzara por el río, en completa oscuridad, sin saber qué ancho o qué profundidad tenía aquel río. En el bote cabían tres o cuatro personas y se llenaba de agua. Iba, dejaba a cuatro, regresaba, cargaba cuatro más y así. Ya en Brasil corrimos hasta un vehículo que nos estaba esperando y que nos trasladó primero a Bonfim y luego a una pensión en Boa Vista», cuenta Osmany.

El cruce también se puede hacer por un puente que une la orilla guyanesa con la orilla brasileña. Allí los guardias fronterizos aprovechan para sacar su tajada. Según explica Erick, un habanero de 32 años que transitó la misma ruta, los hacen pasar de uno en uno por el punto de control. «Los policías no te dicen nada, solo te muestran un cartón que tiene escrito 25 dólares. No hacen falta palabras, pagas y te dejan pasar», refiere. Algunos se niegan a pagar, por lo que son apartados del resto. Luego, ante el temor de quedar varados en Guyana, irremediablemente terminan sacando del bolsillo la cantidad indicada.

En Boa Vista Erick no permaneció mucho tiempo. Pernoctó dos días en una casa de tránsito de la cual solo salió para seguir viaje hacia Manaos. «No nos permitían salir para no llamar la atención. El lugar era cuidado por cubanos que estaban armados», indica y prefiere no decir nombres. Desde Manaos rumbeó hacia La Paz, pues su propósito era llegar a Chile, pero las autoridades bolivianas lo deportaron a Brasil y le prohibieron la entrada por tres años. Entonces, se vino a Uruguay.

Otras vías, otros contactos

Tras lograr que le quitaran la regulación de viaje a Yadira, el matrimonio de arquitectos salió de Cuba un mes después de lo planificado, pero esta vez mediante el contacto de alguien más curtido en estos menesteres, un cubano que vive hace 30 años en Guyana. «Él nos recogió en el aeropuerto, nos montó en una camioneta y nos llevó a su casa. Nos dio comida y nos dejó bañarnos. Poco después partimos. Él tiene organizado un punto de encuentro de donde salen, casi a diario, seis o siete camionetas con 10 o 12 personas cada una. Le dimos nuestros pasaportes para que tomara nuestros datos, le pagamos lo acordado y salimos rumbo a Lethem, en la frontera con Brasil», relata Alberto.

Como Erick, ambos pasaron por los controles fronterizos y vivieron la experiencia de la extorsión. «Ellos tratan por todos los medios de sacarte dinero, te paran, te asustan, te quitan los pasaportes, te hacen esperar, te dicen que no te van a dejar pasar. Saben cuál es tu objetivo y hacia dónde te diriges», afirma Yadira. Sin embargo, no hay excusas legales para no permitirles el paso a los cubanos. Estos no precisan visa para ingresar a Guyana y pueden permanecer un mes en ese país.

«El hombre que nos organizó el viaje nos dio todas las indicaciones y el nombre de un hotel en Lethem por si nos preguntaban. Nos avisó que nos iban a pedir dinero, pero nos dejó claro que nosotros no teníamos que pagarle nada a nadie porque estábamos legales allí. Sin embargo, nos advirtió que si la Policía presionaba mucho, le dejáramos caer algo», agrega Alberto.

Una vez en Boa Vista el matrimonio estuvo tres días esperando a encontrar un pasaje de ómnibus que los acercara hasta la frontera uruguaya. En esa ciudad otro cubano los albergó en una casa alejada del centro que destina a esos propósitos. Los traslados se hacían en una camioneta con cristales negros para que nadie viera nada y en ese tiempo no salieron de la vivienda. El contacto de Guyana y el de Brasil están conectados entre sí. «Entre ellos se comunican y el de Guyana pide hablar con alguien del grupo, para que quede la constancia de que él siempre se preocupa de que las personas lleguen a su lugar de destino», indica Yadira.

A los migrantes que arriban a Brasil les otorgan un permiso de tránsito con el cual pueden seguir rumbo a sus destinos finales. La comisaría de Boa Vista cada día se ve saturada de cubanos y venezolanos solicitando ese documento. Tras obtenerlo, las vías para continuar el trayecto pueden ser terrestres o aéreas. Desde Manaos muchos toman un avión hacia San Pablo y de ahí a Porto Alegre, para luego atravesar en ómnibus Santana do Livramento y llegar a Rivera, Cerro Largo o el Chuy, en donde suelen solicitar refugio a las autoridades migratorias uruguayas.

Redes de tráfico y estafas

Intentar dilucidar el entramado de esta red de tráfico de personas no es tarea sencilla. Y es que, de acuerdo a los relatos de quienes han hecho esta ruta, no se trata de una sola red, sino de varias. Las organizaciones están integradas por cubanos residentes en los lugares de tránsito, pero también por guyaneses, brasileños, venezolanos y jamaiquinos. Algunos cobran por tramos; otros, por el traslado completo hacia los destinos finales. Los precios dependen de hacia dónde quieran ir los migrantes. El viaje hasta Uruguay puede salir entre US$ 1.000 y US$ $ 2.000, en ocasiones más.

No es raro que se produzcan estafas y los migrantes queden varados a su suerte a mitad del camino. Un cubano residente en Guyana denuncia que integrantes de estas redes estafan a los migrantes. «Te cobran una peinada de dólares y te roban. Te cruzan por la selva y te dejan tirado, y si te agarra la Policía no se hacen responsables», indica.

Recientemente una investigación de más de un año realizada por la Interpol, basada en los testimonios de migrantes e intervenciones electrónicas y telefónicas, dio cuenta de una de estas organizaciones en la cual se pudo identificar a cerca de una veintena de personas vinculadas al tráfico de cubanos en los países por donde pasa la ruta. En Uruguay al menos 14 personas estarían vinculadas a esta red, según informó Telenoche.

Las pesquisas, originadas por una denuncia de la Comisión de Refugiados de Cancillería, develaron diferentes estafas llevadas a cabo por un cubano residente en el país desde hace más de 20 años en connivencia con un contador. A través de terceros captaban a ciudadanos de la isla caribeña que quisieran venir a Uruguay para radicarse en territorio oriental o conseguir una residencia que les permitiera irse a los Estados Unidos o a otro país. Llegaban tanto por vía aérea como por la ruta de Guyana y Brasil.

Al arribar a suelo uruguayo, a quienes deseaban continuar viaje les ofrecían gestionar los trámites para regularizar su situación y la documentación necesaria para obtener una visa en la embajada estadounidense. Los precios oscilaban entre US$ 5.000 y US$ 8.000, pero en la mayoría de los casos todo resultaba ser un engaño. La investigación no pudo reunir pruebas para demostrar el vínculo de estos individuos con alguna organización internacional de tráfico de migrantes, aunque sí para tipificarles un delito continuado de tráfico de personas en reiteración real y un delito continuado de estafa.

La desilusión al llegar y el dilema: irse o perseverar

Para los cubanos que eligen quedarse en Uruguay comienza una etapa igual de ardua que el sinuoso viaje que los trajo al sur. La inserción laboral no es cosa fácil, los papeles para obtener la cédula demoran y las condiciones en las pensiones donde recalan son precarias. En su primer día en Montevideo, alojado en una pieza pequeña de techo de madera, Alberto sintió ganas de llorar.

«Tú sales de Cuba y nunca piensas que vas a llegar a una pensión. Hay personas que creen que van a llegar a un hotel. La imagen que teníamos era otra», dice con un rostro que no esconde la tristeza. «A seis meses de llegar seguimos viviendo aquí, no porque no hayamos hecho el esfuerzo por salir», agrega.

Pero tal vez sean las acotadas posibilidades de trabajo el motivo mayor de desaliento. «Somos profesionales, estamos preparados, por eso me molesta sobremanera de que no aprovechen lo que nosotros tenemos para dar, todo el conocimiento que cargamos. Eso me da la idea de que este no es el país en el que yo quiero construir mi vida», se lamenta el joven arquitecto.

Tal vez por eso muchos deciden hacer las maletas y emprender, una vez más, el viaje hacia lo desconocido. La brújula, entonces, vuelve a apuntar al norte.

El corredor de los sueños rotos

Son 76 los inmigrantes cubanos que aguardan en el Chuy (Departamento de Rocha, fronterizo con el Estado de Río Grande del Sur, Brasil) a que se les conceda primero la visa y después la residencia. Sin cédula, no consiguen trabajo. Algunos vecinos se aprovechan de su situación y otros los ayudan a sobrevivir. Cada vez son más los que se rinden y retornan a la isla.

 

Maríángel Solomita

 

Que Pasa, 20-5-2018

https://www.elpais.com.uy/

«La cubana», está escrito en pintura negra sobre una puerta corrediza que Nely Peña abre para dar paso a un salón espejado, de piso reluciente. El nombre de la academia de baile los atrae como la luz a los insectos. Ahí, en el mismo lugar a donde los vecinos del Chuy van a aprender a bailar como caribeños, los inmigrantes cubanos piden trabajo, comida, un lugar para dormir.

—A mí me golpean la puerta todos los días y yo ayudo, pero no puedo hospedar a más nadie porque ya tengo en mi casa a mi sobrina, a su marido y a su hijo que llegaron de la isla hace más de un mes —dice Nely, bailarina, rubia, pequeña, brillantes ojos azules.

Desde hace un año, los cubanos que no cumplen con las condiciones para obtener la visa en La Habana y llegar en avión, ingresan de a decenas por la frontera del Chuy, de forma irregular. Nuestro país es el único de la región que no deporta y les permite, una vez dentro, hacer los trámites en la Dirección Nacional de Migración para acceder a este documento. Si se les otorga este permiso de estadía por 90 días —extensible a otros 90—, podrán, en ese plazo, solicitar la residencia.

Recién cuando inicien este proceso se les entregará la cédula. Mientras tanto, estarán en una especie de limbo. En lo que va del año, 2.025 cubanos solicitaron refugio y 990 pidieron visas. Hasta que empezó este aluvión, Nely había sido la única cubana en la tierra de los free shop. Lo fue durante cinco años. Ahora tiene que buscarse otro apodo y decidir si debería crear y presidir una asociación para sus compatriotas que están poblando el Chuy.

—Para que estén protegidos. Para que ellos sepan lo que deben y no deben hacer en un país extraño.

La mayoría llegan solos, sin equipaje, con poco dinero y con la esperanza de cumplir su pequeño sueño americano. Pero esta ilusión se hace polvo cuando ponen un pie en el consulado uruguayo en el Chui y les informan que la primera entrevista para la visa podrán tenerla en octubre. La solicitud de residencia en la frontera aumentó 565% entre 2016 y 2017. La agenda está saturada y el Estado aún no resolvió cómo lidiar con tanta demanda. Migración estudia la posibilidad de diversificar el tipo de visa, para de esa manera ordenar el flujo de inmigrantes que ingresa de forma irregular.

Durante los tres, cuatro, cinco meses de espera, tendrán que rebuscárselas para sobrevivir. Sin cédula no se consigue trabajo. Para hallar uno más rápido, unos 10 cubanos por día van a Montevideo. Pero el boleto cuesta $ 696 y son pocos los que los tienen. Aquellos con los bolsillos vacíos aguantan en esta ciudad que, curiosamente, les recuerda a su hogar. Por eso, cada vez son más los que prefieren quedarse en el Chuy. Yunia Medina, sobrina de Nely, dice que los fines de semana, cuando la calle principal se llena de clientes, «el andar atontado mirando las tiendas, chocando unos con los otros al caminar», le hace sentirse en La Habana.

En diciembre pasado, la organización civil Idas y vueltas, especializada en migrantes, desembarcó a cada lado de la frontera para socorrer a los indocumentados. Son ellos y algunos vecinos piadosos los que están sosteniendo sus necesidades básicas. Del lado brasileño, la radio anuncia una campaña para juntar abrigos y un médico está planificando abrir un albergue transitorio para acogerlos. Pero estas manos no alcanzan.

—Vienen con mucha desinformación. Ellos creen que llegan y van a tener todo ya y eso no es lo que pasa. Es muy triste —dice Nely.

El Chuy se está convirtiendo en un corredor de sueños rotos

Entran por la frontera y luego piden visa o refugio

Uruguay les pide visa a 120 países, entre ellos a Cuba. Hasta el momento, las otorga de turismo y negocios, que habilitan al extranjero a permanecer por 90 días (que pueden extenderse hasta 180). Para eso deben demostrar que tienen US$ 50 por día, es decir, unos US$ 5.000. Como esto les resulta imposible, y Uruguay no deporta a quienes ingresan al país, entran de forma irregular por las distintas fronteras: Chuy, Rivera, Río Branco. Al llegar, lo habitual era que pidieran refugio en los consulados. En 2016 fueron 340 los que lo solicitaron, en 2017 fueron 2.059 y en lo que va del año lo hicieron 2.025. Sin embargo, la organización Idas y vueltas les aconseja tramitar la visa y luego la residencia, ya que la razón para pedir refugio debe ser política y no económica. En 2018 ya son 990 los cubanos que pidieron visa.

La primera es la vencida

Guillermo Rodríguez, presidente de la asociación que reúne a los vendedores ambulantes del Chuy, se presenta como «el primer vecino en abrazar a los cubanos».

—Al principio la gente estaba rebelde porque su llegada coincidió con la ola de violencia y empezaron a decir que los delincuentes eran ellos —cuenta.

Mientras la frontera atraía periodistas por la sucesión de asesinatos violentos y las autoridades uruguayas y brasileñas enviaban refuerzos para mejorar el patrullaje, los cubanos se empezaron a mezclar cuidando coches y atendiendo algún que otro comercio.

El verano pasado, Rodríguez empleó a tres en sus negocios de venta de ropa y electrónica. A una cubana le consiguió un puesto limpiando la casa de un árabe, y a otros dos los colocó en un supermercado brasileño. Pero con el invierno el panorama cambió. Las tiendas tienen menos clientes y ya no toman empleados, y si lo hacen les exigen la cédula para evitarse problemas durante las inspecciones. Es que, si bien el Banco de Previsión Social les asegura que podrán trabajar seis meses con el pasaporte, el Ministerio de Trabajo y de Seguridad Social no tiene el mismo reglamento y podría multar al negocio.

Pocos se arriesgan, y entre quienes lo hacen están los que ven una chance para abaratar costos y les pagan sueldos escuálidos, en la mayoría de los casos, en negro. Ante la desesperación, hay cubanos que se ofrecen para trabajar dos por el salario de uno. Del lado brasileño, las changas abundan.

Jesús Olivares construye baños por $ 7.000 y cobra $ 450 por una jornada como albañil. Sin embargo, el alquiler de una pieza no baja de $ 7.800. Cuenta que a veces le piden la carta de trabajo, es decir, el documento que habilita a trabajar a los extranjeros; el truco es así: con carta es una paga y sin carta es la mitad y el doble de las tareas.

Para conseguirla, decenas de inmigrantes viajan hasta la oficina de la Policía Federal en Santa Vitória do Palmar, a 20 kilómetros del Chui. Según dicen, si solicitan el refugio en Brasil se les otorga la carta. Esta tarde, un funcionario brasileño atiende a dos isleños que son traducidos por un amigo uruguayo. El funcionario, al recibirlos, les pregunta intrigado: «¿Pero cuántos cubanos hay en el Chuy?»

Hoy son 76. Tres de ellos son niños. Ninguno tiene el documento de identidad.

Consejos cruzados

Karla Mateluna, inmigrante chilena y representante de Idas y vueltas en el Chuy, explica las encrucijadas de los trámites con una voz dulce y paciente. Se acostumbró a ser quien «eduque» a los cubanos recién llegados en su camino hacia la residencia. Lo hace gratis: «A corazón», dice.

El municipio le colocó un escritorio en la Biblioteca Pública, donde hoy la visitan tantos inmigrantes que no caben dentro. Se van amontonando en la puerta, estirando las cabezas para captar su atención.

—Hay cubanos que cancelan el pedido de refugio en Uruguay y lo piden en Brasil, ¿se lo otorgan allá?

—No necesariamente, porque ellos vienen por razones económicas, no políticas. Si no les conceden el refugio y no regularizan su situación migratoria, pueden ser deportados. Y ahí vuelven a iniciar los trámites en Uruguay. El problema es que este colectivo cree que pedir el refugio es tenerlo. Lo hacen porque dicen que «les contaron», que «les dijeron», que «vieron a alguien que lo hizo».

El primer consejo que les da Mateluna es que no crean en los rumores que corren de boca en boca en los aeropuertos, en los aviones y durante la ruta que se hace desde Guyana, atravesando la selva, pasando por Brasil, hasta Porto Alegre. Las recomendaciones cambian viaje a viaje y de inmigrante en inmigrante. Por eso al Chuy están llegando cubanos que eligieron a Uruguay como destino, pero también otros que iban hacia Argentina y cambiaron de idea porque les dijeron que «acá está mejor», o están los que se quedaron sin dinero camino a Chile y escucharon «que Uruguay es barato», y hay quienes llegan porque les dijeron que este país es un mejor camino para llegar, por ejemplo, a Bolivia.

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