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La Centroizquierda Chilena y su Distanciamiento de Cuba, Venezuela y Nicaragua: Un Análisis Crítico desde la Dialéctica Marxista

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por Franco Machiavelo

La actitud de la centroizquierda chilena hacia los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua no es una simple diferencia ideológica ni una cuestión de principios democráticos, como suele afirmarse en los discursos públicos. Desde una perspectiva crítica y marxista, este distanciamiento debe comprenderse como una expresión concreta de la posición de clase que esta fracción política ocupa dentro del orden capitalista, así como del papel histórico que ha desempeñado como garante de la gobernabilidad del modelo neoliberal en Chile.
 
1. La centroizquierda como administración del capitalismo dependiente
 
Desde la transición pactada a la democracia en 1990, la centroizquierda chilena —representada por la ex-Concertación y posteriormente la Nueva Mayoría— ha desempeñado el rol de «gestora progresista» del modelo económico heredado de la dictadura. Lejos de cuestionar la matriz neoliberal impuesta por Pinochet y la oligarquía, esta coalición ha administrado el Estado para asegurar la reproducción del capital bajo formas más «inclusivas», sin alterar la estructura de la propiedad, ni las relaciones de clase.
 
Bajo esta lógica, cualquier vínculo o defensa de experiencias que, con todos sus límites, han intentado desmarcarse del capitalismo neoliberal (como Cuba, Venezuela o incluso el sandinismo en sus orígenes) es visto como una amenaza para el orden establecido. La centroizquierda no se opone al autoritarismo per se, sino al cuestionamiento radical del sistema capitalista que estas experiencias —particularmente en su etapa inicial— simbolizaron.
 
2. La «democracia» como fetiche funcional al capital
 
Uno de los principales argumentos esgrimidos por la centroizquierda para marcar distancia con los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua es la supuesta «falta de democracia». Sin embargo, desde un análisis marxista, esta crítica encubre una operación ideológica: se absolutiza una noción liberal-burguesa de democracia (elecciones, pluralismo formal, división de poderes) mientras se invisibiliza el carácter estructuralmente antidemocrático del poder económico en el propio Chile.
 
¿De qué democracia hablan quienes sostienen un sistema donde los grandes capitales controlan los medios de comunicación, financian partidos, redactan constituciones y determinan las políticas públicas? La centroizquierda chilena ha sido funcional a esta forma de democracia restringida, donde la soberanía popular es constantemente subordinada al mandato de los mercados.
 
3. Temor a la ruptura: el fantasma del pueblo movilizado
 
La crítica a los procesos latinoamericanos que han intentado romper —aunque parcialmente— con la hegemonía imperialista y oligárquica, responde también a un temor visceral: el pueblo movilizado y consciente. Las élites progresistas chilenas desconfían profundamente de los sectores populares organizados que puedan desbordar los márgenes institucionales y pongan en riesgo la estabilidad del sistema.
 
Cuba, Venezuela y Nicaragua representan, con todos sus errores y contradicciones, procesos donde los sectores populares jugaron un papel activo en la historia. Ese precedente incomoda a una clase política que prefiere el tutelaje tecnocrático y el consenso de las élites antes que la radicalización democrática desde abajo.
 
4. La hegemonía imperial y la subordinación ideológica
 
Finalmente, no se puede ignorar que el distanciamiento de la centroizquierda respecto a estos países también obedece a una subordinación ideológica a la hegemonía estadounidense. El alineamiento con el discurso de los «derechos humanos selectivos» promovido por Washington es parte de una estrategia de legitimación ante los centros de poder globales. La centroizquierda busca presentarse como una opción responsable, moderna, y comprometida con el «orden internacional», lo que en la práctica significa legitimar bloqueos, sanciones y golpes blandos contra gobiernos incómodos al imperialismo.
 
Conclusión
 
El rechazo de la centroizquierda chilena a Cuba, Venezuela y Nicaragua no es un acto moral, sino una toma de posición de clase. Esta fracción política no se sitúa junto a los pueblos que resisten la opresión, sino junto a los sectores dominantes que buscan preservar el orden capitalista. Desde la dialéctica marxista, este comportamiento solo puede entenderse como el reflejo de su rol histórico: contener la radicalización social, administrar el capitalismo en crisis y evitar toda posibilidad de ruptura revolucionaria en el continente. Quienes desde la izquierda auténtica luchan por la emancipación de los pueblos, no están obligados a defender acríticamente estos procesos, pero sí a rechazarlos menos desde el pedestal moral y más desde una solidaridad crítica, entendiendo las causas materiales y las relaciones de poder que los atraviesan.

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