por Jano Ramírez
Hoy Janet Jara se posiciona como la candidata con mayor proyección dentro del oficialismo, y los resultados de las primarias lo reflejan con claridad. Pero más allá del número de votos obtenidos, estas primarias tenían un objetivo que va más allá de elegir una carta, instalar una figura, posicionar una marca, y ocupar espacio mediático. Y eso el oficialismo lo logró con creces. La derecha, al no participar, quedó sin ese impulso de visibilidad.
Jara no es una improvisada. Tiene un pasado sindical, origen popular, y fue una de las ministras que salió mejor parada dentro de un gobierno que ha decepcionado ampliamente. Desde el Ministerio del Trabajo, impulsó reformas que, aunque acotadas, lograron instalar un tono distinto. Frente a una figura desgastada como Carolina Tohá, que representa el rostro de la agenda represiva del gobierno, Jara aparece como más conectada con el mundo social y las demandas históricas.
Pero la pregunta de fondo es otra. ¿Cuántas veces ya vimos esta película?
Gabriel Boric, en 2021, apareció como el rostro del recambio, el de las promesas, el diálogo, el fin de los abusos. Michelle Bachelet, en su momento, también concentró esperanzas de reforma, dignidad y equidad. ¿Y qué pasó? En ambos casos, la fuerza del empresariado, del Parlamento, de los grandes medios y de los grupos económicos terminó torciendo el rumbo. Las reformas quedaron en letra muerta, y las promesas se evaporaron en el aire.
Y mientras tanto, el pueblo trabajador sigue atrapado en una realidad que no cambia.
La gente de a pie se levanta a las 5 o 6 de la mañana, viaja horas hacinada, y vuelve tarde por la noche con suerte para dar las buenas noches a su familia. Al otro día, todo se repite. Una vida de sacrificios para sostener una economía donde siempre ganan los mismos. Pero desde la élite política y los medios, especialmente en periodo de elecciones, esa realidad se ignora, se esconde, se maquilla con promesas vacías.
El progresismo, en lugar de romper con ese orden injusto, solo atina a decirnos.
“voten contra la derecha”. Como si ese fuera el único horizonte posible. Como si aceptar reformas simbólicas fuera suficiente. Pero ¿qué pasa con lo esencial?
Las AFP siguen ahí. Las pensiones son una miseria. La última “reforma” fue celebrada como un avance, pero no mejoró realmente la vida de las y los jubilados. Al contrario, mantiene el negocio para privados y abre nuevos espacios para seguir lucrando con nuestros ahorros.
El salario mínimo no alcanza. Aunque haya aumentos graduales, no hay voluntad real de llegar a un sueldo digno, que no puede estar por debajo del millón de pesos si queremos cubrir una canasta básica real.
Entonces, no se trata solo de si Janet Jara es más o menos cercana, más o menos progresista. El problema es más profundo, es un sistema político que promete cambios, pero que no tiene la voluntad ni la fuerza para realizarlos, y que constantemente administra la miseria con rostro amable.
Según la experiencia que hemos vivido… ¿no parece evidente que será más de lo mismo?