Las portadas de los principales medios económicos de todo el mundo vienen mostrando desde hace trimestres indicadores económicos estadounidenses que les llevan a teñir de color optimismo sus columnas salmón cuando hablan del desempeño de la economía de EEUU.
Pero lo cierto es que la economía es uno de los sistemas más complejos conocidos por el hombre, y su medición, diagnóstico y dirección ha sido objeto de la ciencia económica desde que existe como tal. Otro tema es cuántas veces lo hace con éxito. Una de las claves para conseguirlo está en qué, cómo y para qué se utiliza cada indicador económico, y hay unos cuántos en EEUU que muestran una realidad muy diferente.
Del catálogo elegido depende la imagen que se quiere mostrar
Los indicadores son eso, simples indicadores. No sólo depende su fiabilidad de la calidad del dato que muestran, cosa ya matizable según analizamos en “¿Econometría o economentira? La realidad económica que se esconde tras la cocina, sino que la dependencia también viene por el lado de qué indicadores se eligen para diagnosticar qué mal económico. Y claro, con tanta opción y tanto “oído, cocina”, muchas veces hay un indicador que, tras pasar por la sartén, consigue dar la imagen que persigue el que lo publica.
Hemos oído por activa y por pasiva que la economía de EEUU ya se ha recuperado de la última crisis y goza de buena salud. Bueno, lo que deberíamos sacar en claro de esos titulares es que los indicadores tradicionales de EEUU apuntan a que se ha dejado atrás la crisis. Pero la realidad económica, al igual que el mundo en sí, es siempre cambiante, y por lo tanto también cambiante debe ser el modo de medirla.
Deberían estar también en el radar de los dirigentes que dictan la política económica estadounidense otros indicadores que, o bien son de nueva creación, o bien hasta el momento no se consideraban tan relevantes como ahora a la hora de medir la economía del pasado. Y sí, estos indicadores son relevantes y muestran una realidad económica paralela mucho menos boyante que la habitualmente divulgada.
Los indicadores de la discordia
Pues estos indicadores de la discordia ni son pocos, ni son poco importantes. Y esto ocurre para desgracia de todos, porque al fin y al cabo Estados Unidos es la primera economía del planeta, y recuerden aquello de que “Cuando Estados Unidos estornuda, Europa se resfría”. Una serie de ellos fueron publicados recientemente por el Washington Post, y no se centran tanto en rimbombantes cifras macroeconómicas, como más bien en cómo es la economía del día a día de los ciudadanos de a pie.
La fiabilidad de estos indicadores alternativos está fuera de toda cuestión, puesto que vienen precisamente de la propia Reserva Federal, que ha optado por analizar nuevos datos, consciente desde hace tiempo (al igual que nosotros) de que la forma actual de medir el desempeño de la economía se está quedando obsoleta. Los datos están basados en encuestas que la institución ha realizado entre más de 12.000 estadounidenses, y las preguntas tratan de poner el dedo en la llaga económica de la era del bajo desempleo pero con ciudadanos que no llegan a fin de mes.
El primero de los datos apócrifos es que nada más y nada menos que un 40% de los estadounidenses adultos no tienen suficiente colchón económico para poder permitirse un gasto inesperado de tan sólo 400$, como puede ser una factura médica de urgencias, una avería del coche, o una reparación en casa. La verdad es que poder atender este tipo de necesidades imprevistas y urgentes no parece ningún lujo, sino más bien una necesidad básica que muchos ciudadanos de aquel país no pueden cubrir. Y lo que llama especialmente la atención es que el importe incluido en la encuesta no es para nada desorbitado, sino todo lo contrario.
El segundo dato de la re(quete)velación es que un chocante 43% de los hogares estadounidenses no pueden permitirse un modo de vida básico. Es decir, casi la mitad de los ciudadanos de la primera economía del planeta no puede afrontar de forma conjunta los gastos de vivienda, comida, gastos infantiles, sanidad, transporte y telecomunicaciones, y eso que los datos fueron pertinentemente ajustados a los diferentes costes en cada condado.
Seguimos de revelaciones que hacen la luz con un tercer dato apócrifo: el año pasado, más de uno de cada cuatro adultos dejó de acudir a recibir asistencia sanitaria que necesitaba porque no se la podía permitir.
Y finalizamos con una traca final de la muerte (socioeconómica). Un 22% de los adultos no son capaces de pagar todas sus facturas a final de mes. Sólo un 38% de los trabajadores en activo piensan que sus ahorros para la jubilación (esenciales en EEUU para sobrevivir llegado el momento) están en línea con lo que necesitan tener ahorrado. Y para echar más leña al fuego en un país cuyas tensiones raciales siempre han sido un talón de Aquiles: sólo un 65% de los afroamericanos y un 66% de los hispanos afirman estar en buena salud económica, frente a un 77% de los blancos.
La realidad que se esconde tras estos datos
Como pueden observar, parece bastante evidente que la economía estadounidense no goza precisamente de buena salud (al menos no tan buena como anuncian los titulares de los medios «commodity»). ¿O más bien deberíamos decir que son sus ciudadanos los que no gozan de buena salud económica? Porque las cifras macroeconómicas, como un desempleo en mínimos y un crecimiento boyante, muestran una realidad económica nacional diametralmente opuesta. Main Street y Wall Street no son ya calles separadas por una gran manzana, sino calles situadas una en una barriada deprimida y otra en un elitista barrio residencial.
Los dirigentes económicos norteamericanos deben fijarse un poco menos en los actuales indicadores macroeconómicos, y mucho más en las economías de los ciudadanos de a pie de calle. Además de medir así más fidedignamente el latido económico del país, deben tener en cuenta que son los ciudadanos los que en su desesperación votan a cualquiera que les prometa lo imposible y les haga ver una salida (independientemente de que luego les dirija a ella o no).
Es fácil acusar de populista a alguien al que difícilmente le llega para comer cuando tú no pasas sus mismas penurias. La desesperación (y también la manipulación, todo hay que decirlo) son muy malas compañeras de viaje de la democracia, y siempre acaban dejándola «colgada» (y tanto). Pero la gracia de la democracia también hace que esos votos depauperados cuenten tanto como el de los que viven holgadamente: si la mayoría del país no puede cubrir sus gastos más básicos, eso tiene su fiel reflejo (con destellos amarillistas) en unas urnas que acaban por regir el destino de todos. El algodón no engaña, y el recuento de votos tampoco (dependiendo del caso).
La situación no debería cogernos por sorpresa: estábamos avisados
Lo cierto es que la conclusión debería ser que medio Estados Unidos está pasando serias dificultades económicas, mientras que el otro medio país vive con holgura. Sería cuestión de prestar más atención a las medianas y menos a las medias. Y en todo caso esto no es más que la demostración de que ya está aquí aquella sociedad dicotómica que les adelantamos en el análisis «Cuando la economía digital trae desigualdad y precariedad«.
Ya entonces retratábamos el futuro digital de un mercado laboral dividido entre la precariedad de los empleos sin valor añadido, y los empleos que siguen demandados y gozando de buenas retribuciones en la nueva economía. Pues bien, ese futuroparece que está ya empezando a llegar, y como todo en esta sociedad técnica de progreso exponencial, llega antes de lo que se le esperaba.
De igual manera, esta realidad económica también refleja la creciente brecha salarial existente en las sociedades desarrolladas entre las clases dirigentes y el ciudadano medio. Ya analizamos este tema detalladamente en el artículo «En unos años el 1% más rico del planeta poseerá dos tercios de la riqueza global«, y en él ya llegamos a la conclusión y aportamos datos objetivos que muestran cómo las desigualdades intra-nacionales (ojo, que no a nivel global, donde están en claro retroceso) están entrando ya en el terreno de lo (muy) excesivo.
Ahora también hemos podido leer en el excelente The Economist cómo, al contrario que los ejecutivos, la clase media ha sufrido una importante merma de su poder adquisitivo. Mientras los sueldos directivos muchas veces seguían una tendencia fuertemente alcista, mientras la inflación era contenida pero horadaba año a año ahorros y poder de compra, resulta que los salarios medios reales en la mayor parte de los países desarrollados han crecido desde el año 2000 un escuálido 1% anual de media (y en el mejor de los casos). Y esto no es cosa del pasado, pues parece que hoy por hoy hay renovadas e incrementales presiones deflacionarias influyendo en la evolución de los salarios
Incluso el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) ha mostrado su preocupación por el hecho de que la creciente desigualdad está perjudicando al crecimiento económico. Otros organismos internacionales se han manifestado también respecto a la desigualdad en EEUU, y el ponente especial de las Naciones Unidas para la pobreza y los derechos humanos ha puesto de relieve que las políticas económicas estadounidenses benefician a los más ricos, mientras que castigan a los más desfavorecidos
Y por si las dos noticias anteriores fueran poco, además está el hecho de que la percepción de esta desigualdad también cotiza al alza, y está contribuyendo de forma determinante al claro auge de populismos y nacionalismos que venden soluciones fáciles, con el gran riesgo que ello supone de desestabilización socioeconómica en muchos países.
Y mientras tanto, en un recóndito rincón de algún gris edificio gubernamental o corporativo…
Sorprendentemente, en vez de verle las largas orejas a este lobo de fauces prominentes, no son pocos los jugadores del sistema, públicos y privados, que se muestran confiados (diría que casi desesperadamente) con que el bajo desempleo existente, en conjunción con el gran número de empresas quejándose de que no pueden encontrar suficientes trabajadores, sólo pueden llevar a que finalmente los salarios medios acaben por repuntar.
Puede ser que un servidor se equivoque, al fin y al cabo ni siquiera tengo una «bola de cristal» en casa (más allá de un recopilatorio musical del programa de los 80), pero mucho me temo que esta forma de ver las cosas recuerda demasiado a la del avestruz que mete la cabeza bajo tierra.
No es la primera vez que afirmamos desde estas líneas que el mercado laboral ha cambiado (como casi todo), y que el progreso tecnológico trepidante ha hecho que, en ese cambio, la demanda de trabajadores haya cambiado a mucha más velocidad que la fuerza laboral, que no puede seguir el ritmo y adaptarse a los nuevos perfiles demandados. De hecho, hay mercados como por ejemplo el de la Intelidencia Artificial que están al rojo vivo por falta de profesionales.
Y mientras los afortunados que saben (o han sabido ver la importancia de) programar inteligencia sintética nadan en la abundancia, gran parte del resto del país no llega a fin de mes. No es cuestión de no reconocer ni la visión ni la capacidad de los profesionales de mundos como el de la Inteligencia Artificial, sino de reconocer también que, cuando la mitad del pais más rico del planeta no puede apenas pagar las facturas básicas, tienen un problema económico y socioeconómico muy grave.
Al otro lado del Atlántico deben ver que tienen que resolver esta situación insostenible con algo más que dádivas y cupones de bancos de alimentos, y que la salida menos traumática es afrontar un cambio de paradigma socioeconómicoque, si no lo cogen por los cuernos desde ya, se nos acabará llevando a todos por delante.
Que azuzen sólo al toro de Wall Street, que lo azuzen: no deben olvidar que ese toro cornea para que los índices salgan al alza, y si el gran público no está en el burladero y cubierto económicamente, sino que está expuesto en medio de la plaza, será uno de esos toros el que se acabará llevando a medio país por delante, dando paso al desgarrador zarpazo bajista del oso. Y el resto de países desarrollados llevamos el mismo camino…