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Haití – Misión cumplida

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Mónica Riet

Brecha, Montevideo, 17-2-2017

http://brecha.com.uy/

Si en abril las tropas uruguayas se retiraran de Haití, como lo han asegurado ministros y parlamentarios, podrán irse satisfechas, pues su misión principal ha sido cumplida.

Los objetivos declarados de la Minustah, enviada en 2004 por el Consejo de Seguridad de la Onu para relevar a las tropas estadounidenses que habían invadido Haití meses antes, eran “estabilizar y pacificar el país desarmando a grupos guerrilleros y delincuenciales, formar un cuerpo de policía profesional, promover elecciones libres e informadas, proteger los derechos humanos, fomentar el desarrollo institucional y económico”. El único objetivo cumplido, de los declarados, fue la formación de un cuerpo de 15 mil efectivos de la Policía Nacional Haitiana entrenados y armados para reprimir con violencia excesiva a las multitudes que participan en manifestaciones populares de las que abundan en el país ocupado, fenómeno al que catalogan como “desestabilización”. No se propuso, en cambio, el desarme de organizaciones criminales de narcos, paramilitares, secuestradores y violadores, ni el desmantelamiento de las redes de trata de personas y niños (algunas organizadas por miembros de la Onu), mucho menos el desarrollo nacional y la defensa de los derechos humanos de la población. La Minustah más bien se constituyó en uno de sus peores violadores, introduciendo, como la propia Onu ha terminado por reconocer, la epidemia de cólera que sigue matando hasta hoy –se llevan contabilizadas unas 11 mil víctimas–, y sus integrantes han violado niños, mujeres y jóvenes. Tampoco han colaborado en ninguna elección limpia y democrática, ni generado la recuperación de ningún grado de institucionalidad legítima. Sin embargo la misión que la Onu evalúa hoy retirar ha cumplido, a la luz de los acontecimientos, con sus fines no confesos.

El golpe de Estado y secuestro del presidente Jean-Bertrand Aristide el 29 de febrero de 2004, protagonizado por marines de Estados Unidos con el apoyo de tropas de Francia y Canadá, vino a cerrar un ciclo de “apertura democrática” y elecciones que la resistencia del pueblo haitiano logró abrir con sacrificio y sangre a partir de la insurrección popular de 1986. Ésta obligó al dictador Jean-François Duvalier a huir y refugiarse en Francia, durante poco menos de 30 años, para regresar al país bajo protección de la Minustah en los días previos a la asunción de Michel Martelly (mayo de 2011), quien lo amparó en su impunidad hasta la muerte.

Aquel ciclo de apertura democrática que duró 18 años, entre el siglo XX y el XXI, fue el único en que el movimiento popular logró imponerse y abrir una brecha importante de participación en la permanente dominación política, económica y militar estadounidense. Desde el 28 de julio de 1915, día de la primera invasión de Estados Unidos, resistida durante cuatro años por el pueblo y los cacos –guerrilleros campesinos levantados en armas–, como reza el dicho popular haitiano, “Con botas o sin ellas, Estados Unidos siempre ha estado acá”. Esta ocupación-dominación destruyó deliberadamente la producción campesina, cambió el rumbo y la vocación histórica del país como productor agrícola y exportador de arroz, azúcar, mangos, cacao, haciéndole perder su soberanía y seguridad alimentaria, y despojando al campesinado de sus tierras, expulsado hacia las ciudades y el exterior. Tan sólo un ejemplo del legado de devastación que dejaron las grandes trasnacionales estadounidenses en Haití en el siglo XX: la empresa Shada deforestó más de 130 mil hectáreas para plantar sisal para la industria militar y cortó un millón de árboles frutales que servían para alimentar a la población. Para ello más de 30 mil familias campesinas fueron expulsadas como parias de sus tierras.

La llegada de Aristide al poder en 1991 causó tanta alarma en el gobierno estadounidense y en la elite haitiana que siete meses después de su asunción, en setiembre de 1991, Aristide fue derrocado. El jefe del Comando Sur, James T Hill, declaró más tarde en el Congreso que “las más graves amenazas” que enfrentaba Estados Unidos eran los “populismos radicales” de Aristide y Hugo Chávez, y aclaró que las “operaciones en Haití tienen el efecto de proteger los intereses de Estados Unidos en el Caribe”.

El movimiento popular haitiano fue golpeado de manera criminal, y le llevó años ponerse nuevamente de pie. También resistió el golpe electoral que entre 2015 y 2017 intentó “estabilizar” en el poder a una serie de gobiernos surgidos de elecciones fraudulentas.

La misión de las Naciones Unidas fue el último instrumento represivo creado, con disfraz humanitario, para regresar al país al ciclo de dictaduras bajo control estadounidense. El cantante Michel Martelly, con pasado paramilitar, fue prácticamente colocado en el poder por la embajada de Estados Unidos cuando Hillary Clinton era secretaria de Estado. Martelly gobernó mediante órdenes ejecutivas concentrando el poder en sus manos, provocó la caducidad del parlamento, remplazó a varias autoridades electas por personal proveniente del duvalierismo y el neoduvalierismo, y no llamó a elecciones durante cinco años. También persiguió y encarceló sin juicio a dirigentes y referentes sociales y a quienes denunciaron el sistema de corrupción generalizada en el que figuraban su hijo y su esposa, y practicó el desplazamiento forzoso de campesinos para crear en sus tierras zonas francas agrícolas e industriales, zonas para el turismo de lujo… A eso se limitó la obra de “reconstrucción” que emprendió después del devastador terremoto de 2010.

En 2015 hubo elecciones. Tan masivo fue el fraude que fueron anuladas. El principal defraudador fue el candidato de Estados Unidos, Jovenel Moïse, pero los responsables del Estado no se atrevieron a penalizarlo apartándolo de la elección. Así que en la nueva elección volvió a triunfar de la misma manera. “Lo votaron” 600 mil haitianos, una décima parte del padrón electoral. A pesar de ello su triunfo fue reconocido por la Minustah, la Oea y la Onu. Jovenel Moïse logró también la mayoría en las dos cámaras legislativas.

La impronta del gobierno de Moïse fue denunciada por la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos en Haití. Su director, Pierre Espérance, publicó y presentó a las autoridades, antes de la última elección, una larga lista de candidatos que debían haber estado impedidos de presentarse por tener profusos antecedentes delictivos vinculados al lavado de dinero, el tráfico de drogas, incluso homicidios. Entre ellos figuraba el actual presidente, a quien se le investigan 14 cuentas bancarias con depósitos millonarios diarios cuyo origen no ha podido explicar. La narcopolítica entronizada en el poder con toda ostentación. Un salto cualitativo hacia un modelo de dominación que parece acompañar el desarrollo más alto del neoliberalismo, en Haití como en otros países de la región. Las nuevas formas de represión y la impunidad del nuevo régimen de la narcopolítica llegado por “vía electoral” serán cualitativamente superiores. Única forma de enfrentar a un pueblo contra el que se comete un genocidio, y al que se piensa amordazar y maniatar para consumar el crimen.

En Haití sólo se pudo llegar a ello gracias a la Minustah, que reprimió manifestaciones por aumentos salariales, servicios básicos, contra el hambre, contra la dictadura y la corrupción de Martelly, contra la ocupación y la “maldición” del cólera, contra el despido de miles de trabajadores por la privatización de la empresa eléctrica del Estado… Sin la protección de los cascos azules, Martelly podría haber sido desplazado varias veces. Con ella, este presidente singular se sabía seguro.

En estas últimas semanas, previas a la asunción de Jovenel Moïse, importantes manifestaciones contra el “golpe electoral” fueron reprimidas tan violentamente por la Policía Nacional Haitiana que provocaron la muerte de tres bebés por intoxicación con gases. Tres jóvenes fueron asesinados a su vez la semana pasada en la localidad de La Saline, y otros en otras zonas populares. La prensa ha silenciado estos hechos y la cantidad de víctimas que generó el terror en los barrios, para que el martes 7 el nuevo presidente pudiera mostrarse al mundo de manera triunfal e impoluta.

El futuro inmediato se presenta sombrío para el pueblo haitiano. La moderna “triple alianza”, integrada por los mismos países que arrasaran Paraguay en el siglo XIX, liderada por el imperio de turno, podrá retirarse tras haber cumplido su execrable misión.

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