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Gran viraje del Partido Comunista de Chile. De «Clase contra Clase» al Frente Popular (1928-1936)

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Por Sergio Grez Toso Publicado el 18 Jul, 2018

Introducción

Al cabo de una década del fracaso de numerosas intentonas revolucionarias luego del triunfo de la revolución bolchevique (Alemania, Hungría, China, etc.) y del notorio mejoramiento de la situación económica en los principales países capitalistas, el VI Congreso de la Internacional Comunista, reunido en julio-agosto de 1928, anunció el comienzo de un «tercer período» de desarrollo económico capitalista luego del término de la Primera Guerra Mundial. Este período estaría caracterizado por graves crisis económicas, radicalización de las masas trabajadoras, agudización de las luchas de clases y guerras imperialistas que acarrearían una agresión militar a la Unión Soviética. Dicha situación podría derivar en el colapso definitivo del capitalismo. Los partidos comunistas debían prepararse para luchas decisivas, superando sus debilidades y alcanzando la hegemonía en el movimiento obrero de sus países. Ni colaboración ni pactos con los jefes socialdemócratas ni con otros reformistas eran posibles, puesto que ante una situación revolucionaria, dichos personajes revelarían su carácter de servidores del capitalismo y de «socialfascistas» o mano izquierda de la burguesía. Los comunistas debían denunciarlos y abocarse a eliminar completamente la influencia que aún ejercían sobre la clase obrera. La táctica derivada de estos análisis fue la del “frente unido desde abajo”, con exclusión absoluta del «frente unido por arriba» con los líderes reformistas y socialdemócratas(1).

La línea de «clase contra clase» resultante de estos análisis se expresó principalmente a través de la tesis sobre el «socialfascismo»; la definición del ala izquierda de la socialdemocracia como más peligrosa que la derecha, incluso, que el fascismo; la concepción del frente único solo como colaboración individual con obreros socialistas o, a lo sumo, con algunos grupos de base; el rechazo sistemático de todas las propuestas de las cúpulas socialdemócratas y, en excepcionales ocasiones, la admisión de acuerdos con sus organizaciones de base. La política de «clase contra clase» descartaba, de hecho, toda posibilidad de desarrollar un frente único proletario contra las ofensivas capitalistas. Ni siquiera permitía la conclusión de alianzas tácticas con socialistas o reformistas para frenar el avance del nazismo y del fascismo. El «frente único» era solo una táctica que apuntaba a separar a los obreros socialdemócratas «equivocados de buena fe», de los líderes socialdemócratas, «viles servidores de los imperialistas», según los responsables de la Internacional Comunista(2). Más aún, en 1931 Comité Ejecutivo (CE) del Komintern definió a la socialdemocracia como «principal sostén social de la dictadura burguesa» que desde la revolución rusa se encontraba en incesante evolución hacia el fascismo, y llamó nuevamente a los comunistas de todo el mundo a desenmascararla, liberando a las masas de su influencia, para que el proletariado pudiera dar una lucha eficaz de liberación del yugo capitalista(3). Pero los resultados de esta línea fueron desastrosos. El caso más paradigmático fue Alemania, país en el que la no colaboración y el antagonismo entre comunistas y socialdemócratas, facilitó el ascenso de Hitler y el nazismo al poder a comienzos de 1933.

El VI Congreso del Komintern fue la primera reunión de alto nivel de este organismo en que América Latina ocupó un lugar importante en los debates. El carácter de la revolución fue definido para esta región como democrático nacional en perspectiva socialista. No obstante la concepción por etapas y las tareas democrático-burguesas a cumplir durante la primera fase, debido a la percepción de la burguesía nacional como un sector reaccionario, la revolución se realizaría mediante un levantamiento que establecería el poder de los soviets de obreros y campesino.

En Chile, la política de “clase contra clase” tuvo modalidades específicas derivadas de su contexto político, uno de cuyos elementos -no menor- era la inexistencia, hasta mediados de 1933, de un Partido Socialista. No obstante, más decisivo que lo anterior fue la acción de un régimen dictatorial encabezado por el coronel Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931), de rasgo nacionalista, reformista, modernizador y populista, quien combinó un discurso antioligárquico con una enérgica persecución de comunistas, anarquistas, el movimiento obrero autónomo y de opositores burgueses contrarios a sus políticas(4). La represión gubernamental, unida a la estrategia reformista del régimen expresada en el impulso al sindicalismo legal y la reunión de la flamante legislación social en el Código del Trabajo, redundó en gran debilitamiento orgánico y político del proscrito Partido Comunista de Chile (PCCh)(5). Sus principales dirigentes fueron apresados, exiliados o relegados a puntos alejados del centro del país (especialmente en islas del Océano Pacífico). Apenas consumado el golpe de fuerza de Ibáñez, la mayoría de los parlamentarios comunistas se pasó al ibañismo o entró en compromisos con el gobierno(6). El otrora partido comunista más poderoso de Sudamérica se debilitó a un grado extremo, no solo por la represión y defección de dirigentes y militantes sino, también, por las tensiones y divisiones que se generaron en su seno a propósito de la táctica a adoptar en la lucha contra la dictadura, especialmente sobre el tipo y amplitud de alianzas(6).

El Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista (SSA) asentado en Buenos Aires (transformado en Buró Sudamericano -BSA- en 1930, luego del golpe de Estado en Argentina que obligó el traslado de su sede a Montevideo), aprovechó la gran debilidad de “su partido chileno” para impulsar a fondo la “bolchevización” estaliniana, hasta entonces asumida de manera remolona e incompleta por los comunistas chilenos. Los medios para lograrlo fueron el envío de instructores (sobre todo argentinos), apoyo financiero, promoción de cuadros chilenos dóciles a sus instrucciones, expulsión de los contestatarios y “normalización ideológica” del PCCh. Latervención del SSA se centró en dos aspectos relacionados entre sí: la política de alianzas y la relación o dependencia del PCCh respecto del Komintern. Las políticas del «tercer período» impulsadas autoritariamente por el SSA/BSA chocaron con los esfuerzos de algunos líderes del PCCh, como Manuel Hidalgo, para organizar un frente unido con los opositores burgueses a Ibáñez. El rechazo de Hidalgo a aceptar las nuevas políticas y las órdenes de los emisarios provenientes de Buenos Aires entre ellas abandonar su puesto en el Senado para consagrarse a la lucha frontal contra la dictadura y trabajar por la destrucción de los sindicatos legales, más que el reformismo y el colaboracionismo del que fue acusado- fue la causa de su expulsión por la facción rival, dirigida in situ por los emisarios komintereanos Vittorio Codovilla, Pedro Sotelo, Orestes Ghioldi y Paulino González Alberdi. La propuesta del grupo nucleado en torno a Hidalgo de formar un partido legal -sin prescindir del aparato ilegal del PCCh- que permitiera desviar la atención de los golpes represivos de la dictadura fue otro de los puntos de ruptura con el SSA/BSA y de sus seguidores en el seno del partido chileno. Su intransigencia, poco después que el PCCh hubiese sido aceptado como miembro de pleno derecho de la Internacional Comunista (1928), durante un período en que este organismo intentaba acabar con Trotsky y pretendía imponer un grado mayor de uniformidad sobre sus miembros latinoamericanos, no podía quedar impune. Expulsado Hidalgo, el SSA/BSA generó un liderazgo dentro del PCCh que le debía por completo su posición y que, por lo mismo, sería totalmente manejable. El partido se dividió definitivamente en 1930. Dos grupos rivales adoptaron la misma denominación: PCCh (sección chilena de la Internacional Comunista)(8).

Es preciso recalcar que las causas principales de la división del PCCh fueron la negativa de algunos dirigentes, como Hidalgo y su grupo, a subordinarse de incondicionalmente a la verticalidad del mando que pretendía imponer en «su partido» chileno el SSA/BSA, además del choque de personalidades y de estilos de trabajo -autoritario- del organismo komintereano, versus una cultura política que provenía del Partido Obrero Socialista (POS)(9), más proclive al diálogo, la negociación y el arreglo consensuado de los “hidalguistas”. La culminación, en 1933, de la “bolchevización” del PCCh oficial mediante su “normalización ideológica”, supuso un cambio radical, desterrándose a un lugar marginal su vieja cultura política y suplantándola por la que ya imperaba sin contrapeso en el Komintern de la era estalinista(10).

Lo ocurrido, pone de relieve el segundo aspecto de esta cuestión: la relación con el Komintern.

Para calibrar la magnitud de los cambios introducidos por el SSA/BSA a través de su brutal intervención en el PCCh, es necesario destacar la gran independencia que este partido había manifestado en su relación con el Komintern durante la vida de su fundador, Luis Emilio Recabarren, y durante los primeros años después de su muerte acaecida a fines de 1924. Hasta mediados de 1926, el partido chileno, a pesar de que adhería fervorosamente a la Revolución Rusa y se sentía parte del movimiento comunista internacional, mantenía un vínculo muy laxo con el centro moscovita: no informaba con la regularidad deseada por la Internacional, no le pedía instrucciones y tampoco recibía financiamiento de su parte. El PCCh, consciente de ser el más fuerte de sus pares de América Latina, actuaba con gran confianza en sí mismo, no sentía, a diferencia de otros, la necesidad de ser “guiado” desde Moscú. La irritación de los dirigentes del Komintern encargados de la relación era notoria. La documentación disponible después de la apertura de los archivos soviéticos no deja dudas sobre este punto(11).

Aunque la Internacional valoraba el arraigo de masas, además de la influencia social y política del PCCh, no lo consideraba un “verdadero” partido comunista, debido a su insuficiente acomodo al molde leninista de las “21 condiciones” exigidas para ser aceptado como miembro de pleno derecho del agrupamiento mundial. En particular, se le reprochaba su organización asamblearia, no en base a células, como preconizaba incesantemente el Komintern(12). Hasta 1928, su estatuto fue el de partido “simpatizante” de la Internacional, no miembro a parte entera. Si bien la “bolchevización” del PCCh había comenzado tímidamente hacia 1926, no había cambiado radicalmente esta situación. Como está dicho, el nuevo contexto -de dictadura- con el consiguiente debilitamiento del PCCh, posibilitó la intervención de los emisarios komintereanos, quienes, premunidos de la legitimidad de la Internacional y de recursos financieros, impusieron las políticas derivadas de los análisis del “tercer período”.

La política de “clase contra clase en Chile” inoculada e impuesta de manera verticalista y autoritaria al PCCH por el SSA/BSA, se expresó en cinco aspectos centrales:

En primer lugar, en una cerrada negativa a concluir alianzas tácticas con opositores burgueses a la dictadura de Ibáñez, cuestión que solo algunos dirigentes del PCCh habían sostenido en un comienzo, pero que fue reforzada y profundizada por la intrusión de los emisarios komintereanos(13).

De esta postura sectaria se derivaba un rechazo igualmente firme a cualquier posibilidad de entendimiento con los sindicalistas y políticos reformistas, incluso de tendencia socialista. Ello en el plano discursivo, porque en la práctica, en algunas ocasiones, los comunistas participaron en iniciativas con otras fuerzas, por ejemplo en el movimiento de apoyo a la sublevación de la marinería (septiembre de 1931) y en la constitución del Frente Antifascista (FAF, 1933), aunque se debe precisar que esta última iniciativa, proveniente de los anarquistas, fue percibida por el sector oficial del PCCh como una instancia para reproducir su política de descrédito contra los dirigentes que no llamaran a la acción de masas y, en consecuencia, tener la posibilidad de acercarse a sus bases. La misma motivación tuvo la respuesta comunista frente al llamado a “unificar la lucha de los trabajadores contra la amenaza del fascismo y por sus reivindicaciones”, formulado a mediados de 1934 por el Frente Sindical Proletario compuesto por sindicalistas “legalistas” (mayoritariamente socialistas), anarcosindicalistas, “hidalguistas” y otros sectores. Aunque la Federación Obrera de Chile (FOCH) respondió favorablemente, lo hizo descalificando a sus gestores y acusándolos de todo tipo de traiciones, de modo tal que la unidad de acción era prácticamente imposible(14). Esto no era más que la renovación, bajo la lógica de las políticas del “tercer período”, de la estrategia de alianzas de antaño.

La tercera manifestación de la política de “clase contra clase”, fue la Insistencia en la idea de que la unidad sindical se debería concretar exclusivamente por la base, en torno a la central sindical comunista, FOCH, con exclusión de todo acuerdo con los denostados jefes reformistas y “legalistas”. Desde la caída del dictador Ibáñez (fines de julio de 1931), el PCCh intentó rearmar la Federación Obrera con la esperanza de que esta volviera a gozar del poderío que había tenido hasta mediados de la década precedente, sin considerar que el fuerte desarrollo del sindicalismo legal auspiciado por el Estado hacía muy difícil si no imposible su proyecto, especialmente en el contexto de la Gran Depresión que golpeaba rudamente a los sectores populares(15).

Estrechamente articulado con ello, se expresó -sin matices- la oposición a la legislación social y al sindicalismo legal, con la consecuente insistencia en que la unidad de los trabajadores debía concretarse ingresando a la FOCH y a su vanguardia política, el PCCh. Estos dos últimos puntos implicaron llevar a cabo el desplazamiento de cualquier dirigente sindical que no fuera comunista, a través de campañas de desprestigio hacia los “reformistas”, englobando en este concepto tanto a sus propios excamaradas “hidalguistas”, como a los anarcosindicalistas, demócratas, emergentes socialistas y a cualquier otro sector o personaje que intentara disputar su hegemonía entre los trabajadores organizados. La política sindical del PCCh, desde fines de 1931, se basó en capitalizar la radicalización de las masas producto de la crisis económica, buscando formar el Frente Único por la base, a partir de un programa de reivindicaciones económicas para, inmediatamente, derivar en la lucha política revolucionaria. Para lograrlo extendió sus áreas de trabajo partidario hacia los cesantes, consolidó organismos femeninos y se propuso fortalecer su influencia entre los campesinos. La FOCH respondió a la política del PCCh, llamó al Frente Único y, desde 1933, convocó al “Congreso de organización sindical contra el hambre y la reacción”. El BSA, por su parte, puso especial énfasis en la política sindical del partido. Si bien esta estrategia se propuso generar un partido de masas que encabezara la acción revolucionaria de las mayorías, se plasmó en una política sectaria en la medida que el partido buscó insistentemente hegemonizar el movimiento obrero a través de métodos agresivos(16).

La quinta y última expresión de la política de “clase contra clase” en Chile fue la inclinación por parte de cuadros dirigentes y militantes de base por acciones de tipo insurreccional que, poco después, el mismo partido rechazaría calificándolas de “putchistas” y aventureristas como la insurrección de la marinería y “Pascua Trágica de Copiapó y Vallenar en 1931, y el levantamiento campesino-mapuche de Ranquil en 1934(17).

Antecedentes del viraje

Impulsado por la acuciante necesidad de romper el aislamiento en que se encontraba producto de su propia política sectaria, a partir de 1932, el PCCh oficial y la FOCH (ambos bajo la tutela directa de los asesores del BSA) participaron, como se ha dicho, en algunas alianzas puntuales junto a otros sectores de la Izquierda y organizaciones gremiales. Se establecieron plataformas que impulsaron y apoyaron movimientos reivindicativos y se definieron lineamientos políticos sobre la coyuntura nacional. La Federación Nacional de Sindicatos y Organizaciones del Trabajo de Chile, el Frente Único Proletario, el Frente de Defensa Proletaria y el Frente Anti Fascista (la fusión de estas dos últimas formó el Frente Proletario Anti Fascista), fueron las organizaciones en las que se plasmó la inflexión parcial a la política de “clase contra clase” de los comunistas chilenos antes de que la Internacional emitiera la más leve señal de un cambio de rumbo.

La política electoral oficial del PCCh se basó en el apoyo de los sindicatos afiliados a la FOCH a los candidatos del partido. Sin embargo, sus secciones regionales, actuando con una relativa autonomía, tendieron a establecer pragmáticos pactos electorales. Con todo, la política de “clase contra clase” siguió imperando hasta comienzos de 1935. Las elecciones presidenciales de 1931 y las parlamentarias de 1932 fueron oportunidades para el PCCh oficial de medir sus fuerzas, difundir su programa y marcar sus diferencias respecto a los demás partidos(18). La labor de sus parlamentarios en el Congreso fue concebida como el aprovechamiento de una tribuna para criticar el régimen y difundir las políticas del partido, lo que excluía participación de los parlamentarios comunistas en la elaboración y promulgación de leyes sociales(19).

La Conferencia Nacional del PCCh de julio de 1933: fue un importante hito previo al gran viraje que se verificaría un par de años más tarde. En esta reunión, considerada generalmente como el punto de culminación de la “bolchevización”, el PCCh -bajo la estrecha asesoría del BSA- determinó que, debido al carácter “semi feudal y semi colonial” del país, el carácter de la revolución chilena, en lo inmediato, no sería socialista sino democrático-burguesa. Las tareas de esta etapa de la revolución consistirían en poner fin a la dominación de los grandes latifundios y los monopolios nacionales, nacionalizar las empresas imperialistas y realizar la reforma agraria. Para ello debía buscarse la alianza con sectores de la burguesía nacional, intentando aislar y golpear a los enemigos principales(20). No obstante, debido al arraigo de las concepciones “izquierdistas” derivadas de los análisis del “tercer período”, la consigna del gobierno obrero-campesino se mantuvo hasta 1934.

Las tenues inflexiones a la política “de clase contra clase” antes del gran viraje del Komintern de 1935 eran el resultado de las consecuencias negativas que su aplicación había arrojado. De acuerdo con lo ya expuesto, estas podrían sintetizarse en la división y debilitamiento del partido, la imposibilidad de la FOCH para recuperar su antiguo poderío, el fortalecimiento del sindicalismo legal y con ello el crecimiento de la influencia de socialistas y de los opositores de izquierda expulsados del PCCh (“hidalguistas”). Tan preocupante como esto era el surgimiento del Partido Socialista de Chile (PS) (junio de 1933), el que, en poco tiempo se alzó como el principal competidor del PCCh en el mundo popular y en los sindicatos, convirtiéndose en la principal fuerza de izquierda, arrebatando a los comunistas el lugar preminente que habían ocupado en la década anterior(21). Los resultados del PCCh en las elecciones de 1931 y 1932 fueron magros, evidenciándose la debilidad de la política de clase contra clase que podría resumirse en la fórmula “solos contra el mundo”. Su situación era de aislamiento casi completo, el partido carecía de aliados con excepción de los puntuales ya señalados, cuya mantención era azarosa debido a su inveterada propensión a concebir las alianzas como una mera táctica destinada a “desenmascarar” y arrebatar la base social y militancia de sus socios.

El contexto general del país también era desfavorable para las pretensiones comunistas de un ascenso revolucionario en el corto o mediano plazo. Los gobiernos que sucedieron a la dictadura de Ibáñez (a excepción de la efímera “República Socialista” de tan solo doce días de duración en junio de 1932(22) practicaron una dura política represiva que afectó fuertemente al PCCh y a otras fuerzas de izquierda. El uso de la justicia criminal como herramienta para resolver a favor del gobierno y las fuerzas conservadoras el conflicto político; el establecimiento de “zonas de emergencia” controladas por los militares; el uso, sobre todo por Alessandri en su segundo gobierno, de un doble aparato represivo: legal e ilegal(23); más la virtual prohibición de sus actividades por las autoridades estatales, habían llevado al PCCh a un estado de semi ilegalidad. El estímulo indisimulado del gobierno de Alessandri (1932-1938) a un cuerpo paramilitar de sesgo conservador, las “Milicias Republicanas”, constituía una amenaza adicional contra el PCCh y las fuerzas de izquierda(24). A esto se sumó el ascenso del movimiento nacionalsocialista chileno que practicó una agresiva política contra los partidos de izquierda y las organizaciones sociales bajo su influencia(25). Por otra parte, los gobiernos de Montero, Dávila y Alessandri (sin considerar otros más efímeros) llevaron a cabo políticas de austeridad a fin de hacer frente a la Gran Depresión que afectaron principalmente a los sectores populares.

Como hemos venido exponiendo, estos elementos llevaron al PCCh -de manera eminentemente intuitiva hasta 1934- a reformular tímidamente algunas de sus políticas, introduciendo los matices o inflexiones ya descritos a la política de “clase contra clase”. No obstante, hasta fines del verano de 1935 (marzo), aún no se gestaba una política sustantivamente diferente. El empujón decisivo vino de afuera. La acción de una numerosa delegación komintereana de “asesores” o “instructores” enviada a Chile por el BSA en febrero de 1935, bajo la conducción del peruano Eudocio Ravines, jugó un rol fundamental, forzando el cambio. Mediante presiones diversas, persuasión y argumentos de autoridad, Ravines y sus colaboradores vencieron las reticencias de los comunistas chilenos a implementar un viraje mucho más radical que sus tímidas inflexiones a la línea de “clase contra clase”(26). Los principales puntos de fricción entre los dirigentes del PCCh y el BSA tenían que ver con tres aspectos de la línea política del partido chileno que el Komintern se empeñó en cambiar antes del viraje frente populista que se consagraría oficialmente a mediados de ese año en su VII Congreso mundial.

De acuerdo con lo sostenido, hasta comienzos de 1935 el PCCh continuaba insistiendo en que la unidad de los trabajadores debería realizarse en el seno de la FOCH, concediendo, a lo sumo, tal como lo resolvió un ampliado de su Comité Central realizado el 13 de diciembre de 1932, en base a un informe presentado por Lafertte, que en todos los lugares en los cuales no fuera posible organizar sindicatos de la FOCH se organizaría “un grupo de oposición sindical revolucionaria, cuya tarea fundamental consistiría en “tratar en lo posible por mostrar la justeza de la línea revolucionaria de la FOCH a través de las luchas y a la larga tender al volcamiento de la organización en que trabajan hacia nuestra Central Sindical”(27). Aunque la FOCH declaraba su disposición unitaria, lo hacía en términos que hacían imposible su concreción, al descalificar a los dirigentes de otras corrientes (especialmente socialistas e hidalguistas) acusándolos de diversas traiciones, inconsecuencia, divisionismo y colaboración de clase. Ravines estimaba que, si bien la FOCH tenía un pasado glorioso, se hallaba en un estado deplorable, lo que hacía aconsejable su liquidación para dar paso a un organismo efectivamente amplio, unitario(28).

El segundo punto de fricción se derivaba de la porfiada insistencia del PCCh y la FOCH en la ruptura con el sindicalismo legal(29). Ravines, en cambio, postulaba aprovechar los aspectos positivos del Código del Trabajo, en vez de combatirlo globalmente. Tanto el BSA como Ravines coincidían en ataque en contra de los sindicatos legales. Puesto que los obreros no pensaban en abandonarlos y que estos organismos se volvían cada día más combativos, no solo era un deber de los comunistas trabajar en ellos sino también había que tomar la iniciativa para crear nuevos sindicatos legales(30).

La resistencia al viraje en el seno de del PCCh no tenía que ver solo con el tema sindical sino también, de manera general con la idea misma del Frente Popular debido a las animosidades que existían en su seno respecto de muchos de los potenciales aliados (algunos de ellos acusados de haber sostenido políticas antipopulares y represivas en un pasado no muy lejano)(31).

Durante el otoño-invierno austral de 1935 se produjo el gran viraje impuesto por la triple presión ejercida sobre la dirección del PCCh por legación komintereana presente en Chile, por los encargados de América Latina del Komintern en Moscú sobre el secretario general Carlos Contreras Labarca y por las acuciantes necesidades de la realidad nacional que ya habían aflojado un poco la aplicación de la línea de “clase contra clase”.

En pocos meses -entre marzo y agosto- se cambió “el lenguaje del trabajo de masas”, se terminó con los viejos métodos de ataques e invectivas dirigidas a los líderes de las organizaciones no comunistas, y se empezó a estudiar la correlación de fuerzas en el país, el carácter de los diferentes partidos, haciendo posible un acercamiento a las bases de los partidos de izquierda. En su Pleno de abril de 1935 el PCCh definió al presidente de la República Arturo Alessandri Palma como un agente del imperialismo apoyado por el “bloque de la traición popular” (bloque liberal-conservador) compuesto por los partidos de gobierno y las milicias republicanas. De este análisis se desprendió la tarea de unir todas las fuerzas que no participaban en el bloque gobiernista para combatir a Alessandri y crear el Frente Popular, siendo fundamental para ello lograr el Frente Único con el Partido Socialista. También se definió la necesidad de ingresar al Block de Izquierda -coalición parlamentaria compuesta por el Partido Socialista, el Partido Radical Socialista, el Partido Democrático y la Izquierda Comunista- y aislar a los ibañistas y trotskistas. A partir de mayo, el PCCh y la FOCH exhortaron a la unidad sindical sin las exclusiones y diatribas de su reciente época anterior, manifestando incluso la disposición a disolver la central sindical comunista para crear una central única junto a las otras corrientes del movimiento obrero(32).

Hacia fines de 1935 la idea del Frente Popular había ganado por completo al PCCh. Los debates en su seno tenían que ver con matices respecto de ritmos y cuestiones menores relacionadas con táctica. Ya nadie cuestionaba la disolución de la FOCH en una futura central unitaria ni la necesidad de trabajar en el marco del sindicalismo legal. Tampoco había oposición a la alianza con partidos de izquierda o de centro como el Radical. Las reticencias al proyecto de Frente Popular provenían de otros sectores de la izquierda, del Partido Radical y de los “hidalguistas” que, desde marzo de 1933, habían optado por abandonar el nombre de Partido Comunista para adoptar el de Izquierda Comunista, vinculándose a la corriente de la Oposición de Izquierda Internacional.

La fuerte represión gubernamental a la huelga ferroviaria de febrero de 1936 y las necesidades político-electorales del otoño de ese año, terminaron por vencer los últimos obstáculos, constituyéndose el Frente Popular hacia fines de marzo. En diciembre del mismo año 1936 se fusionaron las principales organizaciones sindicales dando origen a la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH), afiliada al Frente Popular. La política preconizada por el VII Congreso de la Internacional Comunista se había impuesto exitosamente en el PCCh. En los años por venir se mostraría todo su potencial, pero también sus limitaciones. Chile sería, a partir de 1938, uno de los tres países del mundo junto a España y Francia en los que las coaliciones frentepopulistas alcanzarían el gobierno, sin desembocar en la revolución y antiimperialista que los comunistas anhelaban desarrollar como fase previa a la revolución socialista.

Conclusión

Bajo la doble presión de las necesidades que le imponía la situación política nacional (salir de su aislamiento, evitar la represión y poder acceder a la legalidad) y de la orientación imperiosa que le dictaba in situ la más numerosa delegación de asesores komintereanos que hasta entonces se había instalado en el país, el PCCh realizó en 1935 un viraje tan radical como el que hacia fines de la década anterior había efectuado, también presionado por los delegados del BSA, pero en un sentido absolutamente opuesto. Esta vez, pasó precipitadamente desde una política y línea de acción sectaria y ultraizquierdista hasta una de amplias alianzas antifascistas, tan amplia que implicaba una política de colaboración de clases con sectores de la “burguesía nacional” a fin de aislar y combatir a los “enemigos principales”: el imperialismo y la oligarquía reaccionaria a su servicio. Si la nueva política se mide por sus resultados a corto y mediano plazo, no cabe duda los beneficios para el partido chileno fueron numerosos: salió de su aislamiento, se constituyó en el motor de una alianza que en 1938 logró llegar al gobierno, fortaleció sus estructuras, reclutó numerosos nuevos militantes y expandió su influencia en los más variados sectores sociales que hasta entonces le habían sido esquivos (clases medias, campesinos e intelectuales).

Sin dejar de considerar que las experiencias de los sucesivos gobiernos inspirados en esta política de alianzas en las que los comunistas estarían involucrados de alguna manera a lo largo de una década (1938-1947), no abrieron el camino hacia la revolución socialista, sino, a lo sumo, a transformaciones capitalistas que implicaron cierto desarrollo industrial y algunos beneficios para las clases medias y los trabajadores urbanos(33). Cabe señalar que la sustitución de la política de “clase contra clase” por la de Frente Popular dejaría otras consecuencias en el PCCh. Así como de la “bolchevización” y del período de “clase contra clase” había surgido un partido muy distinto en varios aspectos al de los tiempos de Recabarren, la nueva política de amplias alianzas, legalista y parlamentarista, lo impregnaría con su sello, superponiéndose una amalgama de elementos viejos y nuevos: disposición a construir alianzas amplias, estalinismo, disciplina (entendida como obediencia a las órdenes superiores) como principal virtud militante, reformismo, gradualismo, dependencia del centro soviético, además de una notable incidencia política y cultural en la sociedad, factores que, enlazados dialécticamente, dejarían una impronta de larga duración en su seno.

(1) Milos Hájeck, Historia de la Tercera Internacional, Barcelona, Editorial Crítica, 1984, págs. 208 y 209; Olga Ulianova, «Cuando los archivos hablaron. Evolución de la estructura organizativa, de la doctrina y línea política del Komintern a partir de sus archivos», en Olga Ulianova y Alfredo Riquelme Segovia (editores), Chile en los archivos soviéticos 1922-1991, Tomo 1: Komintern y Chile 1922-1931, Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana/Lom Ediciones – Universidad de Santiago de Chile, 2005, págs. 48-51. La expresión teórica de esta política en el plano sindical se encuentra en las Tesis y resoluciones del V Congreso de la I.S.R., Moscú, septiembre de 1930, Paris, Maison des Syndicats, Pequeña Biblioteca de la Internacional Sindical Roja, sin fecha.

(2) Annie Kriegel, “La IIIe Internationale”, en Jacques Droz (sous la diréction), Histoire générale du socialisme. 3. De 1918 à 1945, Paris, Quadrige / Presses Universitaires de France, 1997, pág. 96.

(3) «Las tareas de las secciones de la Internacional Comunista en relación con la agravación de la crisis económica y la maduración, en una serie de países, de las condiciones preliminares de una crisis revolucionaria», en Boletín del Buró Sudamericano de la Internacional Comunista, N°19 y N° 20, Buenos Aires, julio de 1931, págs. 5 y 6. Cursivas en el original.

(4) Sobre el gobierno de Ibáñez, véase Gonzalo Vial Correa, Historia de Chile (1891-1973), Santiago, Empresa Editora Zig-Zag, 1996, vol. IV; Patricio Bernedo, «Prosperidad económica bajo Carlos Ibáñez del Campo 1927-1929. La dimensión internacional de un programa económico de gobierno», en Historia, N°24, Santiago, 1989, págs. 5-105.

(5) La política de Ibáñez en dirección del movimiento obrero ha sido estudiada especialmente por Jorge Rojas Flores, La dictadura de Ibáñez y los sindicatos (1927-1931), Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1993. Véase también, Andrew Barnard, El Partido Comunista de Chile 1922-1947, Santiago, Ariadna Ediciones, 2017, págs. 80-82.

(6) A modo de ejemplo, véase la declaración de dos de los parlamentarios comunistas que se unieron al régimen de Ibáñez: Pedro Reyes y Juan Luis Carmona, “Nuestra explicación a los comunistas del país”, La Nación, Santiago, 9 de marzo de 1927.

(7) Barnard, op. cit., págs. 79-86; Olga Ulianova, «El Partido Comunista chileno durante la dictadura de Carlos Ibáñez (1927-1931): primera clandestinidad y ‘bolchevización’ estaliniana», en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, N°111, Santiago, 2002, págs. 385-436.

(8) Barnard, op. cit., págs. 79-109; Ulianova, «El Partido Comunista chileno durante la dictadura…”, op. cit., págs. 385-436; Mariano Vega Jara, «¿Hidalguismo versus laferttismo? Crisis y disputa por la representación del comunismo en Chile, 1929-1933», en Ulianova, Loyola y Álvarez (editores), op. cit., págs. 97-169.

(9) El POS, fundado en 1912 por Recabarren, cambió su nombre por el de PCCh el 1 de enero de 1922, después de ratificar su adhesión a la III Internacional. Solo un par de dirigentes se negó a dar este paso, sin formar otro partido. Este caso sui generis en el movimiento comunista internacional ha sido estudiado, entre otros por: Hernán Ramírez Necochea, Origen y formación del Partido Comunista de Chile. Ensayo de historia política y social de Chile, en Hernán Ramírez Necochea, Obras escogidas, vol. II, Santiago, Lom Ediciones, 2007 (La primera edición de esta obra es de Editorial Progreso, Moscú, 1984); Sergio Grez Toso, Historia del comunismo en Chile. La era de Recabarren, 1912-1924, Santiago, Lom Ediciones, 2011; Julio Pinto V, Santiago, Santiago, Lom Ediciones, 2013; Jorge Navarro López, Revolucionarios y parlamentarios. La cultura política del Partido Obrero Socialista, 1912-1922, Santiago, Lom Ediciones, 2017; Barnard, op. cit., págs. 13-45.

(10) Sobre la mutación de la cultura política del PCCh bajo la “bolchevización”, véase, Ximena Urtubia Odekerken, Hegemonía y cultura política en el Partido Comunista de Chile. La transformación del militante tradicional (1924-1933), Santiago, Ariadna Ediciones, 2017.

(11) Olga Ulianova, “Primeros contactos entre el Partido Comunista de Chile y el Komintern: 1922-1927”, en Olga Ulianova y Alfredo Riquelme Segovia (editores), Chile en los archivos soviéticos 1922-1991, tomo 1: Komintern y Chile 1922-1931, Santiago, Ediciones de la DIBAM – Centro de Investigaciones Diego Barros Arana – Lom Ediciones, 2005, págs. 93-101.

(12) “Carta abierta del Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista. A todos los miembros del Partido Comunista de Chile con motivo del próximo Congreso”, en Correspondencia Sudamericana, N°16, Buenos Aires, 30 de noviembre de 1926, págs. 3-13.

(13) Barnard, op. cit., pág. 88; Ulianova, «El Partido Comunista chileno durante la dictadura…”, op. cit., págs. 385-436; Vega, op. cit., págs. 97-169.

(14) “No podemos creer en la sinceridad que vayan a luchar contra el fascismo. Respuesta al “Frente Sindical Proletario’”, Justicia, Santiago, 9 de junio de 1934. Véase también, “Para darle vida al cadáver del Frente Sindical Proletario se llamó a la Federación Obrera de Chile”, Justicia, Santiago, 9 de junio de 1934.

(15) “Despertar revolucionario de los mineros de Lota”, Justicia, Antofagasta, 27 de octubre de 1931; “¿Para qué se organiza el Frente Único Proletario?”, Justicia, Antofagasta, 12 de noviembre de 1931;  “Resoluciones del C.C. ampliado del PCCh. celebrado el 13 de Diciembre de 1932”, Boletín del Comité Central del Partido Comunista, N°1, Santiago, febrero de 1933; Sergio Grez Toso, “Un episodio de las políticas del ‘tercer período’ de la Internacional Comunista. Elecciones presidenciales en Chile. 1931”, en Historia, vol. 48, N°2, Santiago, 2015, págs. 465-503; Barnard, op. cit., págs. 92-99.

(16) Barnard, op. cit., págs. 91-101.

(17) Sobre la insurrección de la marinería, véase, Patricio Manns, La revolución de la Escuadra, Santiago, Ediciones B, 2001, pp. 48 y 49; Jorge Magasich A., Los que dijeron “No”, Historia del movimiento de los marinos antigolpistas de 1973, Santiago, Lom Ediciones, 2008, vol. I, págs. 149-187. Sobre la “Pascua Trágica” de Copiapó y Vallenar, véase, Germán Palacios, Estar fuera de la historia. 1931: Pascua Trágica de Copiapó y Vallenar, Santiago, Ediciones Factum, 1994;  Olga Ulianova, “Entre el auge revolucionario y los abismos del sectarismo: el PC chileno y el Buró Sudamericano de la Internacional Comunista en 1932-1933”, en Rolando Álvarez, Augusto Samaniego y Hernán Venegas (editores), Fragmentos de una historia. El Partido Comunista de Chile en el siglo CC. Democratización, clandestinidad, rebelión (1912-1994), Santiago, Ediciones ICAL, 2008, págs. 56-59. Sobre el levantamiento campesino de Ranquil, véase, Germán Palacios, La violencia en la expansión de la propiedad agrícola, Santiago, Ediciones ICAL, 1992; Jaime Flores, “Un episodio en la historia social de Chile: 1934, Ránquil. Una revuelta campesina”, Santiago, tesis para optar al grado de Magíster Artium en Historia, Universidad de Santiago de Chile, 1993; Olga Ulianova, “Ránquil: campesinos e indígenas en el comunismo chileno al final del ‘tercer período’”, en Ulianova y Riquelme, op. cit., tomo 2, págs. 413-453; Sebastián Leiva, “El Partido Comunista y el levantamiento de Ránquil”, en CyberHumanitatis N°8, Santiago, primavera de 2003.

(18) Sobre la participación de dos candidaturas comunistas rivales en las elecciones de 1931, véase, Grez, «Un episodio de las políticas de ‘tercer periodo’…», op.cit.

(19) La participación de los comunistas chilenos en el parlamento fue concebida desde la fundación del partido como un mero mecanismo de agitación la participación de dos candidaturas comunistas rivales en las elecciones de 1931, véase, Grez, “Un episodio de las políticas del ‘tercer período’…”, op. cit.Acción y propaganda. Ver Grez, Historia del comunismo…, op. cit., págs. 121-131.

(20) Hacia la formación de un partido de clase. Resoluciones de la Conferencia Nacional del Partido Comunista, realizada en julio de 1933, Santiago, 1933.

(21) Sobre la fundación y primeros tiempos del PS, véase, Julio César Jobet, El Partido Socialista de Chile, tomo I, Santiago, Ediciones Prensa Latinoamericana, 1971, págs. 17-159; Paul Drake, Socialismo y populismo. Chile 1936-1973, Instituto de Historia Universidad Católica de Valparaíso, 1992, págs. 55-214.

(22) Sobre el PCCh y la “República Socialista”, véase, Ulianova, “Entre el auge revolucionario…”, op. cit., págs. 62-75;  Camilo Plaza Armijo, “Soviets, cuartelazos y milicias obreras: los comunistas durante los doce días de la República Socialista. 1932”, en Olga Ulianova, Manuel Loyola y Rolando Álvarez (editores), 1912-2012 El siglo de los comunistas chilenos, Santiago, Instituto de Estudios Avanzados Universidad Santiago de Chile, 2012, págs. 171-193; Barnard, op. cit., págs. 90-92.

(23) Gonzalo Vial, Historia de Chile (1891-1973). De la República Socialista al Frente Popular (1931-1938), vol. V, Santiago, Zig-Zag, 2001, págs. 295-302.

(24) Sobre las milicias republicanas, véase, Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, Las milicias republicanas. Los civiles en armas 1932-1936, Santiago, Dirección de Bibliotecas. Archivos y Museos – Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1992; Vial, op. cit., vol. V, págs. 278-295.

(25) Emiliano Valenzuela, La generación fusilada. Memorias del nacismo chileno (1932-1938), Santiago, Editorial Universitaria, 2017.

(26) Eudocio Ravines, La penetración del Kremlin en Iberoamérica, Estados Unidos, Editorial Pueblos Libres de América, sin fecha, 15ª edición, págs. 267-298. Los perfiles biográficos de los integrantes de la delegación komintereana se encuentran el artículo de Olga Ulianova, “Develando un mito:…”, op. cit.

(27) “Resoluciones del C.C. ampliado…”, op. cit.

(28) Alfonso Salgado Muñoz y Ximena Urtubia Odekerken, “Del sindicalismo libre al sindicalismo legal. El Komintern y el viraje táctico del comunismo chileno”, en Izquierdas, Santiago, 2017. La resistencia de los dirigentes de la FOCH a la nueva política puede pareciarse en el artículo “La convención de los sindicatos legales”, Frente Único, Santiago, segunda semana de febrero de 1935.

(29) “La convención de los sindicatos legales”, Frente Único, Santiago, segunda semana de febrero de 1935.

(30) Alfonso Salgado Muñoz y Ximena Urtubia Odekerken, “Del sindicalismo libre al sindicalismo legal. El Komintern y el viraje táctico del comunismo chileno”, en Izquierdas, Santiago, 2017.

(31) Víctor Contreras Tapia, Campesino y proletario, Moscú, Editorial de la Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, pág. 84.

(32) “Reunión del Secretariado Latinoamericano del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista con representantes del PCCh, 20.10.1935 (Estenograma)”, Centro Ruso para la Conservación y Estudio de los Documentos de la Historia Contemporánea (RTsJIDNI), RGASPI, 495.101.39. Idioma original: ruso, en Ulianova y Riquelme, op. cit., tomo 3, págs. 144-150.

(33) Un balance global de los gobiernos frente populistas en Tomás Moulian, Fracturas. De Pedro Aguirre Cerda a Salvador Allende (1938-1973), Santiago, Lom Ediciones, 2006, págs. 137-142. Véase también del mismo autor, Contradicciones del desarrollo político chileno 1920-1990, Santiago, Lom Ediciones, 2009, págs. 31-46.

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