Mario R. Fernández
Concluyeron, hace pocos días, las elecciones a presidente en Estados Unidos. Fueron dos años de campañas, tiempo de espectáculo y farándula impuestos por los medios de información oficial en occidente como noticia diaria. El presidente elegido, Donald Trump, es ajeno a la estructura del poder político y por ello sorprendió a muchos pues no era dado por la prensa como posible ganador, el candidato de la oligarquía en Estados Unidos era sin duda Hillary Clinton, ganadora indiscutible de todas las encuestas controladas por esa misma oligarquía. Esto no significa que el recién elegido presidente Trump no sea otro presidente más a favor de los ricos.
Las reacciones aquí en Canadá han rayado en la histeria, vaticinando incluso un supuesto aumento de inmigrantes estadounidenses que llegarían a Canadá escapando del gobierno de Trump. El tema para muchos canadienses de la zona atlántica es casi un tema obligado de cada reunión y muchos canadienses hablan con temor y con indignación sobre el racismo abierto de Donald Trump. Ahora bien, no es que el racismo sea una cosa del pasado en Norteamérica. El clasismo tampoco es algo del pasado. Simplemente no es aceptable expresarse abiertamente en términos racistas o clasistas, no se ve como correcto, no es buena costumbre, ni es legal, aunque tampoco se ahondan los esfuerzos para erradicarlos y construir una sociedad sin discriminación, donde la diversidad sea auténticamente bienvenida y el prejuicio de clase sea honestamente combatido.
Las opiniones y conclusiones que se discuten sobre esta elección presidencial son muchas pero en general pueden dividirse en dos corrientes. Por un lado están liberales, y muchos conservadores, que favorecen el neoliberalismo económico y la política exterior imperialista de Estados Unidos, y a quienes les interesa poco el racismo que expresa Trump pero les preocupa cualquier alteración que puede darse al proyecto neoliberal que defienden. Muchos de estos son parte del aparato administrativo hoy y temen que la llegada de Trump al poder los deje fuera y pierdan el control que tienen. Por otro lado están los llamados progresistas, incluso izquierdistas, de adentro y de afuera de Estados Unidos, que temen el ascenso de una extrema derecha en Estados Unidos y lamentan la oportunidad perdida por los demócratas al no haber elegido al precandidato Bernard Sanders. He leído muchos análisis de afuera de Estados Unidos que pintan a Sanders como progresista, incluso izquierdista, y como representante de un cambio positivo, todo esto no deja de ser una afirmación dudosa.
Quienes se ilusionaron, ya sea por falta de conocer al Senador Sanders o por su deseo de que existiera un “izquierdista” funcionando dentro de la estructuras de poder estadounidense, se equivocan. Sin duda Sanders es un independiente y uno de los pocos senadores estadunidenses honestos; vivió en su juventud tiempos de activismo político y perteneció a una izquierda estadunidense que clamó por justicia social y antiimperialismo. Lamentablemente Sanders, como la mayoría de su generación, abandonó muchos de esos principios. Lo interesante de Sanders es que logró entusiasmar a millones de estadunidenses que quieren un cambio en su país, muchos jóvenes; todo esto para sorpresa de Sanders mismo que ni se imaginaba cuando inscribió su precandidatura en el partido Demócrata –en ese entonces ni siquiera planteaba un programa. En su campaña Sanders sugirió, sin embargo, asuntos evidentes de la crisis en Estados Unidos, asuntos que Hillary Clinton nunca mencionaba y quizás no hubiera mencionado de no ser por la existencia de Sanders. Naturalmente, Sanders no fue elegido candidato como sabemos, digo naturalmente porque Sanders sabía que la máquina Clinton no le iba a permitir ser candidato, y entonces él tenía la posibilidad real de al menos alertar a sus partidarios para que busquen una alternativa a Clinton pero demostrando poca capacidad y sin ninguna contrariedad simplemente endorsó a Clinton como candidata, y volvió a ser independiente y con esto terminó con las esperanzas de quienes se habían revitalizado con su campaña y en especial los jóvenes a que quizás estaban listos para crear un movimiento de largo aliento, quienes simplemente los mandó a volverse a dormir en ese marasmo que es la democracia bipartidista de partido único, un mismo bicho con dos cabezas.
Sabemos que Estados Unidos es una plutocracia por lo que las campañas políticas con posibilidades de ser electo para cualquier cargo existen simplemente para quienes tienen dinero propio o lo reciben de quienes lo tienen, los ricos del país. Y sin embargo eso no impidió que con mucho esfuerzo, compromiso y riesgo se presentaran a estas elecciones opciones populares auténticas, opciones que los medios oficiales invisibilizaron negándoles toda cobertura. No debemos engañarnos, las elecciones estadunidenses no son democráticas, se trata de una dictadura disfrazada de democracia simplemente porque el proceso electoral juega con dados cargados. Fuera de Estados Unidos es más de lo mismo ya que prácticamente ningún medio informativo alternativo cubrió a las opciones diferentes al monstruo bipartidista. Pero existieron, fueron cuatro y todas ellas lideradas por mujeres, valientes luchadoras, candidatas de centro-izquierda e izquierda.
La primera a nombrar, Jill Stein del partido Verde, Green Party of USA, un partido de centro izquierda mucho más consecuente que los partidos verdes europeos. Jill Stein, un médico, destacada en su profesión y miembro de Médicos para la Resposabilidad Social se presentó, como lo había hecho también hace cuatro años, denunciando los atropellos y las guerras de Estados Unidos contra pueblos del Tercer Mundo, la decadencia del medio ambiente, la justicia social y los derechos democráticos. Con su voz firme y elocuente defendió durante su campaña su programa y fue la única de las cuatro candidatas que fue entrevistada por los medios oligárquicos de su país, la entrevistaron periodistas de dudosa legitimidad, que la trataron de forma agresiva e incluso atacándola personalmente, casi como agentes fascistas. De todas formas, en ese medio hostil, Jill Stein logró 1.324.000 votos en 45 estados, o sea el 1,01 por ciento del total de la votación. Su votación podría haber sido mucho más fuerte si Bernard Sanders la hubiera apoyado o, como le ofreciera Jill Stein, hubiera accedido como independiente a ser candidato del Green Party, pero Sanders se negó alegando que estaba cómodo participando en el partido Demócrata.
La otra candidata a nombrar es Gloria La Riva, especialista en la industria impresora, y candidata por el Partido por el Socialismo y la Liberación, Party for Socialism and Liberation, una organización marxista-leninista que junto a otras organizaciones de izquierda apoyaron su candidatura. Su nombre en la papeleta de sufragio figuró solamente en ocho estados, alcanzando casi 53.000 votos la mayoría de ellos en California. Una cifra modesta pero igualmente muy significativa para el movimiento popular. Gloria La Riva, hija de inmigrantes mexicanos, es una activista incansable que ha estado a la cabeza de numerosas movilizaciones contra las invasiones y las guerras causadas por su país, así como en las campañas por la liberación de los cinco patriotas cubanos condenados en cárceles de Estados Unidos. Ha liderado también reuniones y manifestaciones a favor de los derechos de los inmigrantes, contra el racismo, y a favor de los derechos de los trabajadores y contra la pobreza.
Luego tenemos a Alyson Kennedy candidata del Partido Socialista de los Trabajadores, Socialist Workers Party, fundado en 1938 y que tiene una larga historia de luchas y de vivir persecuciones. Hoy, más enfocado hacia la organización y la solidaridad con trabajadores y trabajadoras estadunidenses, y la producción de su publicación semanal, The Militant, que se imprime en forma contínua desde 1941, y de la existencia de la editorial Pathfinder. Alyson figuró solamente en siete estados como candidata, ella misma ha sido una luchadora sindicalista que ha trabajado en las minas de carbón en Alabama, Colorado, Utah y West Virginia y parte de la organización de mineros United Mine Workers, asi como una de las primeras mujeres que trabajaron en las minas de carbón subterráneas en Estados Unidos, lo que ayudó a quebrar los perjuicios y fortalecer la solidaridad de la clase trabajadora. Alyson fue parte junto con otras mujeres del Coal Employment Project donde pelearon por el derecho a ser contratadas en las minas y combatieron el acoso en el lugar de trabajo. Alyson también fue protagonista desde el año 2003 al 2006 en la organización a los trabajadores de una mina de carbón en el estado de Utah, la mayoría eran inmigrantes mexicanos que trabajaban en muy malas condiciones y recibiendo el salario mínimo.
Finalmente Monica Moorehead, una ex maestra, fue candidata por el Partido Mundial de los Trabajadores, Workers World Party, y encabezó una lista. Se trata de un partido marxista fundado en 1959, que mantiene una publicación semanal desde 1974 y que en los años 80 apoyó la nominación de Jesse Jackson en el partido Demócrata. El WWP ha estado muy involucrado en la solidaridad internacional a través del International Action Centre. Monica Moorhead figuró como candidata en solo tres estados. Monica ha sido activista y organizadora por más de 40 años. Nacida en el estado de Alabama durante la segregación racial abierta, comenzó su actividad política en la adolescencia distribuyendo la publicación de la organización Black Panthers Party. Monica ha escrito mucho sobre el tema de cómo las prisiones en Estados Unidos se han transformado en un negocio para los contratistas involucrados y también sobre el racismo en Estados Unidos. Monica es miembro del directorio de la International Women’s Alliance una importante organización mundial de mujeres fundada en 1904.
Ya pasaron los tiempos en que se podía confiar que dentro del partido Demócrata se podía dar un líder que cree una alternativa a la dominación de los ricos, esto es hoy imposible pues todo el aparato político oficial del país en Estados Unidos, como en Europa y en gran parte de América Latina, ha sido corrompido. Es justamente por esto que estas modestas fuerzas políticas lideradas por estas valerosas mujeres de izquierda, junto a otras organizaciones revolucionarias y movimientos sociales estadunidenses, son las únicas columnas capaces de sostener una esperanza. Durante los últimos treinta años las fuerzas de izquierda han sufrido desgaste, y la indiferencia de la sociedad estadunidense, hoy la recuperación es visible, pese a que en el país ha sido montada una máquina de espionaje y control como nunca antes en la historia de la humanidad. Muchos, desde afuera, parecen no entender que luchar en una sociedad totalitaria como esta implica que quienes lo hacen corren siempre un grado de peligro.