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Por Carlos Pichuante
En tiempos en que la educación parece muchas veces atrapada en diagnósticos de crisis, dos colegios chilenos nos recuerdan que también hay caminos de esperanza.
El Colegio Bicentenario de Excelencia Cardenal Carlos Oviedo, en Maipú, y el Kingston College, de Concepción, han sido seleccionados como finalistas en los World’s Best School Prizes 2025, un reconocimiento internacional que busca visibilizar las prácticas escolares que transforman vidas.
Lo que estos establecimientos nos muestran es que una escuela puede ser mucho más que un lugar de clases: puede ser un espacio de acompañamiento, de creatividad y de compromiso con el futuro.
En Maipú, el Colegio Cardenal Carlos Oviedo ha sido distinguido en la categoría de Innovación centrada en el estudiante. Su Modelo de Continuidad de Estudios no solo entrega contenidos académicos, sino que abre horizontes: tutorías, becas y apoyos concretos que permiten que jóvenes de sectores populares accedan a la educación superior sin que el sueño se rompa en el camino.

Esa práctica, que combina el rigor académico con la cercanía humana, es una muestra de cómo la innovación no siempre está en la tecnología, sino en poner al estudiante en el centro con confianza y afecto.
En Concepción, el Kingston College se convierte en pionero al ser el primer colegio chileno finalista en la categoría de Acción Ambiental. Su mérito está en entender que la educación no puede estar separada de los desafíos globales, y que el cuidado del planeta empieza en el aula, pero se proyecta en la comunidad.

Ciencia, creatividad y compromiso estudiantil se unen en proyectos que hacen de la escuela un laboratorio de futuro, donde los niños y jóvenes aprenden que la sostenibilidad no es un discurso, sino una práctica cotidiana.
Ambas experiencias nos recuerdan que la esperanza educativa nace de las buenas prácticas concretas. Cuando una escuela abre puertas en lugar de cerrarlas, cuando se atreve a experimentar y comprometerse con el presente y el futuro, entonces se transforma en una verdadera comunidad de aprendizaje.
Quizás el mayor reconocimiento que estos colegios nos dejan no sea la nominación en un premio internacional, sino el testimonio de que en Chile se puede educar con sentido, con innovación y con esperanza. Y que, si escuchamos a nuestras escuelas, todavía podemos creer que la educación es el camino para transformar la vida de los jóvenes y, con ellos, el futuro de todos.












