Rómulo Pardo Silva
Algunos gobiernos latinoamericanos están realizando reformas positivas.
Lula permite que barcos de guerra iraníes atraquen en Río de Janeiro venciendo la presión de Washington; pone bajo control civil la Agencia de Inteligencia recortando el poder de los militares; relanza el programa social para sacar a 60 millones de personas de la pobreza.
López Obrador anuncia que está en marcha un proyecto entre países de América Latina y el Caribe, «Vamos a llevar a cabo un plan antiinflacionario de ayuda mutua para el crecimiento, para el intercambio económico comercial con países de América Latina»; cuando la Casa Blanca sostiene que “los dictadores no deben ser invitados”, no asiste a la Cumbre de las Américas por la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Petro impulsa un acuerdo de paz; presenta un proyecto de salud que excluye el lucro; se reúne con Maduro en Caracas y se abre por completo el cruce fronterizo colombo-venezolano.
Fernández se une con Lula para avanzar un proyecto de moneda común; pone fin a un pacto lesivo con el Reino Unido para reiniciar la discusión por la soberanía argentina de las Islas Malvinas.
Arce integra a Bolivia al plan antiinflacionario propuesto por México.
Lo que no cambia en el sur del continente es la estructura.
Se conservan la política de insostenibilidad; el gobierno de hecho de los grandes capitalistas; el modelo de vida consumista; la ideología individualista; la división de la sociedad en clases; el estado civil/militar proempresarios.
El progresismo propone y a veces logra modificaciones beneficiosas en la estructura.
Su limitación absoluta es que la civilización de la naturaleza terrestre propiedad de negociantes no tiene futuro material a largo plazo.
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