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El tiempo de la perplejidad

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Un comentario a la columna El tiempo de la voluntad, de Carlos Peña, en El Mercurio, lunes 17 de mayor de 2021i

Por Jaime Sepúlveda

 

¡Qué catástrofe para los que han gerenciado durante 30 años este gran negocio que es Chile! Primero el 18 de Octubre, después el plebiscito, ahora la debacle electoral. Como directores ejecutivos del “Oasis”, están demostrado una profunda incompetencia y el negocio arriesga a salir de su control. Pero lo más patético de todo es que no entienden por qué. Buscan y buscan explicaciones, adelantan hipótesis, exploran vetas de interpretación, y no encuentran el camino que los conduzca a tomar nuevamente el sartén por el mango.

Todo lo hacen, hay que advertirlo, bajo la premisa de que los rotos deben obedecer, o sea, desde el imperativo del mando señorial que han aplicado desde la época de Portales, desde la ideología del autoritarismo. Y esto les impide abrir la mente para pensar con profundidad. Porque es precisamente ese siniestro autoritarismo visceral lo que está en lo más profundo de su crisis.

En medio de la perplejidad y la desorientación, el eximio columnista de El Mercurio Carlos Peña, nos trae su propia fórmula —un tanto desesperanzada, eso sí— para explicar esta debacle electoral: ha llegado el tiempo de la voluntad.

En realidad, la política (y por lo tanto, las elecciones, con sus correspondientes debacles) tratan precisamente de la voluntad: de cómo nace y se constituye una voluntad común, cómo se fortalece, se preserva, se implanta. Qué formas toma: partidos, gobiernos, Estados. Cómo se difunde y ramifica: medios de comunicación, organizaciones de todo tipo. Cómo se impone: mecanismos políticos, militares… En política siempre es el tiempo de la voluntad. Entonces ¿a qué se estará refiriendo Peña?

Su columna nos da un par de pistas. La primera: antes (hasta la última elección presidencial) primaban en Chile las reglas, buenas o malas, y el principio de realidad, ahora comienza el tiempo de la voluntad. O sea, con la expresión voluntad Peña se refiere a aquello que se opone a las reglas y al principio de realidad. La segunda pista: ha venido cundiendo en la sociedad chilena la idea de que la vida social depende, ante todo, de la voluntad, de la capacidad de empujar por esto o aquello hasta lograr alcanzarlo. O sea, con este término se refiere además a la capacidad de empujar por esto y aquello, por demandas específicas (según parece, sin un plan, sin una razón profunda, sin ideas globales). De acuerdo a esta noción de voluntad, entonces, el orden político y económico actual no tiene nada que ver con la voluntad: es precisamente lo contrario. Una vez establecidas, las autoridades no expresan o materializan una voluntad. Las medidas económicas que se toman desde el gobierno día a día no corresponden a una voluntad. El orden institucional regulado por la Constitución vigente no materializa una voluntad. Es simplemente realidad. Y a la realidad hay que aceptarla, so pena de vivir alucinando en un mundo de fantasía. Aunque las reglas vigentes no nos gusten, tenemos que obedecerlas.

Así es que mejor no llamemos voluntad a los propósitos e intenciones de los gobernantes o de quienes tienen el poder económico. Reservemos el término para la irracionalidad de la plebe, que cree que puede conseguir las cosas gratis y renuncia al trabajo honesto y al acatamiento de las reglas. Que cree además que las cosas se pueden lograr empujando por esto y aquello, abandonándose a sus impulsos primarios y renunciando al principio de realidad y a todo equilibrio y sindéresis.

Pero bueno, el vulgo siempre ha sido así. ¿Cuál es la novedad en esta ocasión? ¿Por qué esta actitud visceral de la chusma está anegando la política y marcándole los tiempos al decurso institucional?

Muy sencillo: porque las medidas de excepción que se han requerido para mitigar los desgraciados efectos de la pandemia le han dado plausibilidad a esta forma voluntarista de ver las cosas que se inauguró desde hace más de un año. Recibieron un par de cajas con comida y se convencieron de que todo lo pueden conseguir regalado. O dicho con más elegancia, durante algunos meses Chile ha vivido la experiencia de que la voluntad puede multiplicar los panes.

Es esta ilusión o clima cultural la que explica los resultados electorales, y en particular la abultada votación obtenida por los independientes. Como los independientes siempre ceden a la tentación de atarse a demandas específicas, más que a ideas globales, son los representantes idóneos de esta mentalidad. Los independientes son figuras que en su mayoría no esgrimen ideas, sino la voluntad de promover este o aquel interés, este o aquel punto de vista relacionado habitualmente con una identidad. ¡Caen como anillo al dedo al populacho, que empuja por esto y aquello!

Por desgracia, como los independientes son figuras que creen (además) que la mejor representación es la ausencia de toda mediación, se limitan a transportar y amplificar las demandas particulares, y esto será catastrófico para la democracia. Podría parecer un poco forzado que la democracia se vea en riesgo si la ciudadanía expresa su voluntad, pero el concepto de democracia que maneja este destacado intelectual supone un papel indispensable de los partidos: racionalizan la vida, elaboran las demandas individuales hasta convertirlas en ideas globales y moderan la mera subjetividad, a la que la canalla es tan propensa. Si no fuera por los partidos, las democracias naufragarían en medio del caos de los mezquinos intereses individuales del populacho.

Y resulta que los partidos en Chile levantan hoy desconfianza y sus líderes, con raro entusiasmo e increíble torpeza, han perdido prestigio, lo que les ha impedido realizar la tradicional mediación entre la ciudadanía y el poder del Estado. Con su ineptitud, están contribuyendo de hecho a alimentar esta visión parcial de la vida social.

Negros nubarrones se ciernen debido a esta atmósfera política. Justo cuando el país se prepara para establecer unas nuevas bases de la institucionalidad, este clima cultural coloca a la cabeza a los portadores de esta mentalidad voluntarista. Nada bueno le espera a la democracia.

La lectura de esta columna llega hasta aquí. Sin embargo, vale la pena agregar que quizás no son sólo los partidos y los líderes políticos los que han mostrado mucha torpeza e ineptitud. El comentario también aplica para los grandes intelectuales ligados a la élite. Parece que la molicie que produce el reconocimiento y el dinero se transforma en flojera intelectual, lo que lleva a pensar que si la élite quiere continuar en su situación de privilegio será imperativo para ella la búsqueda de otras personas pensantes para renovar el inventario.

En el caso de Peña, resulta un tanto burdo que intente esconder la voluntad de quienes han gobernado el Estado y manejado la economía durante décadas, bajo el disfraz de realidad. Que “los dueños del capital y de la tierra” —según la famosa y rotunda expresión de un patriarca del grupo Matte— son los que mandan, es una realidad innegable. Pero lo que eso significa no es que no haya voluntad en esa realidad inexorable, sino precisamente que ellos realizan su voluntad mientras la ciudadanía obedece y se pliega a esta voluntad en acción. Lo nuevo es que ahora otra voluntad, que desafía su poder, aparece en el escenario político.

Pero quizás lo más sorprendente es que un académico reconocido como Peña reduzca de antemano y como por arte de magia a los independientes a ser expresión de voluntades particulares, sin darles siquiera el beneficio de la duda. Las ideas globales las reserva el columnista a los partidos. Y como los partidos no funcionan quedarán… ¿para los intelectuales de la élite?

No puede evitarse la sensación de que quien no quiere aceptar la realidad (la realidad de que hay una nueva voluntad emergiendo) es precisamente Peña, y que prefiere sumergirse en su cómodo mundo de fantasía. Como advierte Prevert: “el mundo mental miente monumentalmente”.

iSe puede consultar también en: https://www.nuevopoder.cl/el-tiempo-de-la-voluntad/

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