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Jaime Hernández
Mark Zuckerberg, el presidente ejecutivo de Facebook, ha lanzado un tardío Mea Culpa con la esperanza de disipar los nubarrones de tormenta que, en el curso de las últimas horas, le han costado perdidas millonarias en Wall Street y una lluvia de amenazas de demandas colectivas.
A pesar de sus promesas, sobre un mayor control para salvaguardar los datos de millones de usuarios en todo el mundo, las razones para dudar de la sinceridad Zuckerberg son muchas.
Entre otras, su largo silencio y su conveniente indiferencia. Porque, a pesar de que desde hacía mucho tiempo se habían denunciado las vulnerabilidades de Facebook y algunos habían dejado constancia de la colaboración de esta empresa con la exitosa campaña de Donald Trump en 2016, nadie hizo nada por corregir el rumbo que hoy la tiene al borde del descrédito internacional.
Para nadie es un secreto que, desde hace tiempo, el ambiente en el seno de Facebook se había tornado irrespirable.
Los reclamos de quienes criticaban el papel jugado por la organización en la elección de Trump en noviembre de 2016, se habían traducido en una lluvia de peticiones para ser trasladados a otras empresas filiales de Facebook como WhatsApp e Instagram.
¿Que como se enteraron de la colaboración de algunos de los empleados de Facebook en la campaña de Donald Trump?.
Muy sencillo, por las declaraciones del propio Brad Parscale, el principal responsable de la estrategia digital de Donald Trump.
Parscale, quien ha sido confirmado para dirigir la campaña digital de Trump hacia el 2020, es por cierto uno de los más cercanos amigos de Jared Kushner, el yerno del presidente quien, a su vez, es un interlocutor de excepción ante el gobierno mexicano de Enrique Peña Nieto.
En octubre de 2017, es decir, casi un año después de la inesperada victoria de Donald Trump, Parscale reveló al programa 60 minutos de la cadena CBS, que empleados de Facebook que simpatizaban con el partido republicano y la candidatura de Trump, se sumaron a su equipo para mostrarle todo el potencial de esa plataforma para arrastrar el mayor número de votos en estados clave como Michigan, Filadelfia y Wisconsin.
La suma de estos empleados de Facebook, con la gigantesca base de datos del Comité Nacional Republicano (NRC) y la inapreciable colaboración de Cambridge Analytica, una empresa con participación mayoritaria de Robert Mercer, el multimillonario detrás de los fondos de alto riesgo y del portal noticioso de extrema derecha Breibart News, hicieron el resto.
A pesar de que Parscale ha negado el uso de técnicas de “microtargeting” o de “micro trazado” para alentar el voto entre el electorado blanco y conservador, o para desalentarlo entre electores de raza negra o latina, lo cierto es que gracias a la colaboración de Cambridge Analytica, y la gestión de Steve Bannon, director de estrategia de Trump, las operaciones para suprimir el voto tuvieron un gran éxito entre “liberales blancos, mujeres jóvenes y afroamericanos”.
Todo esto fue posible precisamente gracias a la colaboración de Cambridge Analytica, que se aprovechó de las vulnerabilidades de Facebook para convertirlo en su Caballo de Troya.
Su intervención en la base de datos fue de tal magnitud que hoy ya muchos la consideran como la principal causa de un cáncer que se ha incrustado en la credibilidad de una empresa que difícilmente se recuperará en el corto o mediano plazo.
Otro elemento que hace dudar de la sinceridad de Zuckerberg, es la naturaleza misma del modelo de negocios que lo ha convertido en el sexto hombre más rico en el planeta. Un modelo de que apuesta por la monetarización de la base de datos de los usuarios en beneficio de poderosas firmas comerciales, es decir, los grandes aliados de Zuckerberg.
Habría que decir que la monetarización de la base de datos ha sido posible gracias al papel desempeñado por los algoritmos, esa herramienta de la inteligencia artificial que hoy se encarga de descifrar nuestros deseos o aspiraciones.
O explotar el valor exponencial de nuestros miedos, obsesiones, inclinaciones sexuales o de nuestra orientación política.
Los expertos definen al algoritmo como ese conjunto ordenado y finito de operaciones que permiten hallar la solución de un problema. Cómo por ejemplo, qué candidato elegir en un momento de coyuntura, o que tipo de zapatos nos vienen mejor para evitar lesiones a largo plazo.
No es que el uso de los algoritmos sea algo nuevo en el mundo de la prospección política. De hecho, durante la campaña de Barack Obama a la presidencia, el uso de estas herramientas permitió a sus estrategas hacer un minucioso micro trazado del mala electoral para sacar el mayor provecho posible la noche de su histórica victoria electoral en noviembre de 2007.
Gracias a los algoritmos y a la suma de un conjunto de expertos en demografía, sociología y matemáticos, Barack Obama fue capaz de penetrar hasta el último rincón de la América profunda para rebañar hasta el último de los votos.
La estrategia, que incluía la realización de más de 60 mil ensayos matemáticos por día, a partir de un complejo algoritmo, fue caracterizada por la experta en información y tecnología de la Universidad de Princeton, Zeynep Tufekci, como “una batalla entre machetes y espalpelos”.
Una definición que marcó la victoria de la poderosa armada tecnológica de Barack Obama sobre la vieja técnica electoral de los republicanos.
Desde entonces, esta estrategia llegó para quedarse y marcar el inicio de la era de los algoritmos aplicados a los patrones de conducta en el terreno electoral.
Casi una década más tarde de esa gran victoria de Obama sobre los viejos ejércitos de los republicanos, Robert Mercer y Steve Bannon, decidieron potenciar esa misma estrategia a través de Cambridge Analytic que se encargó de bucear y sacar el mayor provecho posible de la base de datos de Facebook, explotando al máximo los miedos y resabios del hombre blanco y conservador.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, la posibilidad de una alianza “benéfica” o inocente de partidos políticos o instituciones electorales de todo el mundo con Facebook, resulta tan arriesgada como cuestionable.
Y es que, gracias a empresa como Facebook, o Google o Amazon, la vieja creencia de que nuestra libertad a elegir ha ido en aumento, hoy esta más cuestionada que nunca.
Nuestra ancestral capacidad para separar el grano de la paja parece haberse encogido en ese horizonte del marketing electoral por culpa de los algoritmos de última generación, de programas y aplicaciones de espionaje, y por esos expertos de la llamada “arquitectura del comportamiento”.
Todos ellos empeñados en convertir nuestra libertad a elegir el mejor desodorante, o el major candidato a presidente, en una mera ilusión en pleno siglo XXI.