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El respeto al voto y el derecho a una información equilibrada sobre Venezuela

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Cartas de los lectores

El Espectador.  Colombia

12 de agosto de 2024

por Jaime Sepúlveda 

No hay evidencias de fraude en Venezuela. No se puede llegar a esta escueta conclusión, sin embargo, a partir de la abundante información que circuló por los medios masivos de comunicación la semana pasada. El lector crítico, aquel que quiere acceder a los diversos puntos de vista y a una información completa de lo que ocurre en ese país, habría tenido que emprender la ardua tarea de sumergirse en el caos de internet y las redes sociales para intentar extraer la información con pinzas, es decir, haciendo uso de la suspicacia y tratando de refrenar sus propios prejuicios.

Sí hay denuncias, sí hay indicios preocupantes, pero no alcanzan el rango de pruebas. Sin embargo, al ser repetidos una y otra vez, incansable e implacablemente, por todos los medios masivos al unísono, los indicios se han transformado, como por arte de magia, en contundentes “evidencias”.

Uno a uno, todos los hechos que la resonancia mediática ha convertido en pruebas tienen explicaciones plausibles desde el oficialismo venezolano o fuentes alternativas, pero se descartan rápidamente, ya sea caricaturizándolas o silenciándolas. La demora en la entrega de resultados, el hecho de que estos no se hayan presentado desglosados, que el CNE no haya mostrado las actas, etc., se consideran pruebas de fraude. En cambio, el escrutinio paralelo de la oposición, sin ningún tipo de auditoría ni validación independiente, no genera suspicacia alguna y se da por válido.

Quizás el nuevo “signo de los tiempos” es la información parcial, instrumental, manipulada y manipuladora. Quizás la nueva tarea de las empresas periodísticas es imponer a sus lectores una sola versión. Pero así la información se convierte en una variante vergonzosa de la publicidad y la prensa abandona a su suerte un requisito indispensable de la verdadera libertad, de la auténtica democracia: el ciudadano responsable, y se convierte en un instrumento para la demolición del lector crítico.

Cuando la orientación editorial del 4 de agosto de El Espectador, titulado “Maduro mostró su peor versión y debe abandonar el poder”, invita a desconocer al gobierno de Venezuela afirmando que la institucionalidad del vecino país está “secuestrada”, está avalando la vía de los hechos con todas sus consecuencias y descartando un camino institucional para resolver las dudas sobre el resultado electoral.

El voto es uno de los muy pocos instrumentos con los que cuenta hoy el ciudadano para expresar su voluntad. ¿No habría al menos que proteger y respetar esta expresión fugaz? Ponerla en duda, ¿no sería borrar el último reducto de la existencia pública de un ciudadano que quiere actuar como tal?

La gente votó en Venezuela y votó en paz, como lo atestiguan diversos observadores. El CNE no tiene la capacidad de falsear esta expresión, aunque forzara una a una cada máquina de votación, porque las actas con los resultados están en manos de todos los candidatos. Si hubo fraude, es posible identificarlo claramente, con pelos y señales, con plena certeza.

El gobierno de Colombia propone a los venezolanos realizar una “verificación imparcial de los resultados”. ¿No es eso exactamente lo que hay que exigir para proteger ese derecho ciudadano? ¿No es esta la ruta para resolver cualquier duda de fraude? Pero si se realizara, todo este relato construido frenéticamente correría el riesgo de derrumbarse. ¿Es mejor no correr ese riesgo?

Jaime Sepúlveda

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