por Franco Machiavelo
El neoliberalismo es, ante todo, un proyecto de clase. No busca eficiencia ni libertad: busca asegurar el poder económico de una minoría sobre la mayoría. Para eso, no solo redujo el Estado, sino que lo puso al servicio del capital. Los derechos sociales fueron transformados en mercancías y la vida cotidiana quedó sometida a la lógica de la ganancia.
En esta lucha de clases, la clase dominante logró algo central: hacer invisible el conflicto. Convenció a los de abajo de que no existen clases, solo individuos compitiendo entre sí. Así, el trabajador dejó de verse como parte de un colectivo explotado y pasó a culparse por su propia precariedad. La explotación siguió intacta, pero sin conciencia de clase.
Los recursos naturales, que pertenecen al pueblo, fueron entregados a grandes grupos económicos. El despojo se presentó como desarrollo y el saqueo como progreso. Cuando las comunidades resistieron, el Estado actuó con represión o abandono, demostrando de qué lado estaba realmente.
La pseudoizquierda progre jugó un papel funcional a este proceso. En vez de enfrentar el poder económico, lo administró. Habló de derechos, pero mantuvo el modelo que los niega. Al renunciar a la lucha de clases y reemplazarla por un discurso vacío, desmovilizó al pueblo y rompió el vínculo entre política y transformación social.
Ese abandono abrió el camino a la ultraderecha. No porque represente a los de abajo, sino porque supo capitalizar la rabia acumulada. Cuando no hay un proyecto popular claro, la frustración se convierte en odio y el miedo se transforma en autoritarismo.
El neoliberalismo triunfa cuando logra que los oprimidos no se reconozcan como tales. Por eso, la tarea central no es solo cambiar políticas, sino recuperar conciencia de clase, organización y conflicto. Sin lucha de clases, el poder siempre seguirá en manos de los mismos
En esta lucha de clases, la clase dominante logró algo central: hacer invisible el conflicto. Convenció a los de abajo de que no existen clases, solo individuos compitiendo entre sí. Así, el trabajador dejó de verse como parte de un colectivo explotado y pasó a culparse por su propia precariedad. La explotación siguió intacta, pero sin conciencia de clase.
Los recursos naturales, que pertenecen al pueblo, fueron entregados a grandes grupos económicos. El despojo se presentó como desarrollo y el saqueo como progreso. Cuando las comunidades resistieron, el Estado actuó con represión o abandono, demostrando de qué lado estaba realmente.
La pseudoizquierda progre jugó un papel funcional a este proceso. En vez de enfrentar el poder económico, lo administró. Habló de derechos, pero mantuvo el modelo que los niega. Al renunciar a la lucha de clases y reemplazarla por un discurso vacío, desmovilizó al pueblo y rompió el vínculo entre política y transformación social.
Ese abandono abrió el camino a la ultraderecha. No porque represente a los de abajo, sino porque supo capitalizar la rabia acumulada. Cuando no hay un proyecto popular claro, la frustración se convierte en odio y el miedo se transforma en autoritarismo.
El neoliberalismo triunfa cuando logra que los oprimidos no se reconozcan como tales. Por eso, la tarea central no es solo cambiar políticas, sino recuperar conciencia de clase, organización y conflicto. Sin lucha de clases, el poder siempre seguirá en manos de los mismos
Con todo el respeto, mi método es distinto. Cuando hay una clase dominante, y no hay una clase dominada bien definida, tampoco hay una lucha de clases bien definida. Por tanto, las luchas son diversas, no entre clases, sino entre ideas diferentes. ¿Por qué? Porque tenemos personas del mismo estrato socio-económico que piensan distinto. Y piensan distinto, no porque no tengan conciencia de clase, sino porque no existen solo dos maneras de pensar. La explicación es simple: Si bien es cierto el enemigo es el mismo, pero no estamos obligados a enfrentarlo de la misma forma. No por eso, estamos en contra de quien quiera seguir peleando «a puñetes». Solo que habemos quienes usamos una forma más moderna para hacerlo, más de acuerdo a la fuerza del enemigo. Y también más realista, que en ningún caso tiene que ver con algo más pragmático. Esto lo podemos ver en las ideas anarquistas, indigenistas, ambientalistas, por nombrar algunas, que representan colectivos que existen, y que no siguen un patrón individualista, como se pretende mostrar. Pero tampoco le pido que piense como nosotros. Solo le digo que es más probable que gane el que tenga la mejor arma. El mundo cambió, y ya no usamos patas de elefante.