Inicio Capitalismo en Crisis El modelo neoliberal y los 40 ladrones

El modelo neoliberal y los 40 ladrones

187
0

POLITIKA

Hay textos cuya pertinencia expira al poco tiempo. Y otros que resisten al paso del tiempo y siguen siendo una fuente de valiosa información al cabo de muchos años. Creo que es el caso de este trabajo, y por eso tenemos el honor, el placer y la ventaja de redifundirlo. Que aproveche…


pobreza-riqueza

El modelo neoliberal y los 40 ladrones


Luis Casado – Edición revisada en diciembre 2014


A modo de prefacio

Este texto formó parte de “El modelo neoliberal y los 40 ladrones”, publicado por Ediciones Tierra Mía en el año 2002, libro que incluyó otros textos, esencialmente paridas publicadas en los dos años precedentes.

Casi todos centrados en análisis y comentarios económicos, disciplina que me decidí a estudiar cansado de escuchar todo y su contrario en la boca de los innumerables “expertos” encargados de decirnos qué pensar con relación a las calamidades que nos tocan muy de cerca cada día: desempleo, insuficiencia del poder adquisitivo, inadecuación de las formaciones profesionales, reducción de las inversiones productivas, contaminación del aire que respiramos, destrucción del medio ambiente, acumulación de la riqueza producida en pocas manos, aumento de la población que vive bajo el umbral de pobreza, crecimiento desmedido del endeudamiento de los hogares, crisis recurrentes que llegan una tras otra antes de que hayan desaparecido las consecuencias de la precedente, competitividad, inflación, deflación, etc., etc.

Aún cuando la Economía nunca me atrajo al punto de hacer de ella el objeto de mis preferencias, ya había estudiado y practicado en Francia la Contabilidad de Empresa y el Análisis Financiero.

Los estudios que me condujeron a obtener un diploma de Ingeniero de Estado en París me ofrecieron más tarde la oportunidad de estudiar la Contabilidad Nacional (las cuentas del Estado), y de consagrar la Memoria exigida como parte de las secuencias pedagógicas a un tema económico: “Transferencias Tecnológicas y Desarrollo en América Latina”.

La lectura de un libro de Bernard Maris, “Lettre ouverte aux gourous de l’économie qui nous prennent pour des imbéciles” (Carta abierta a los gurús de la economía que creen que somos imbéciles) publicado en el año 1999, me convenció de la necesidad de profundizar en el conocimiento de la Economía, disciplina -no oso llamarla “ciencia”- en crisis a tal punto que quienes disparaban contra la ambulancia con más entusiasmo eran precisamente eminentes economistas.

En su comentario de ese libro, Marie-Claude Jacquot, de la publicación mensual Alternatives Économiques (junio 1999), dice:

“Esto se llama un panfleto. El lenguaje es provocador. Los juicios, lapidarios. El tono, sarcástico. Es “El horror económico” en más divertido. Y sobre todo en más competente. El autor conoce desde el interior el mundillo de los economistas y su historia: sabios, premios Nobel, profesores, investigadores (“organismos obedientes”), estadísticos (“la gente de las cifras”), previsionistas, especuladores, consejeros del ‘Príncipe’ (los “chiefs economists”), expertos, oráculos, ensayistas, periodistas…

En el banco de los acusados, la “ciencia” económica, aquella que hace estragos desde Walras y su ley del equilibrio de los mercados. Ella pretendió orientar a los políticos, cuando hubiese debido quedarse en los laboratorios. Resultado: ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres. El autor le acuerda una mención especial de incompetencia a Michel Camdessus, patrón del Fondo Monetario Internacional: predicando la virtud, le presta miles de millones a poderes corruptos que se apresuran a colocarlos en su propio beneficio, mientras que los buenos alumnos (Brasil y México) continúan hundiéndose después de haber seguido a la letra los preceptos de rigor y de esfuerzos.

Otros laureados coronados: Los Sres. Merton y Scholes, que perdieron varios miles de millones aplicando el modelo de gestión de productos derivados ¡que les valió el premio Nobel en el año 1997!

Evidentemente, Onc’Bernard –su nombre de prensa en Charlie Hebdo–, eminente universitario por otra parte, fuerza la dosis, como lo exige el género. Pero rasca ahí donde duele: la pretensión de los economistas a creer que poseen las claves del conocimiento…”

Inspirado en un ejemplo tan motivador, proveniente de uno de los raros economistas dignos de ese nombre, mis incursiones en el campo de la Economía -destinadas a la vulgarización de algunos conceptos muy sencillos-, tienen por objeto desenmascarar a los insoportables vendedores de pomada que pasan por “expertos”.

Mis estudios, que nunca tuvieron el propósito de obtener algún diploma, me han ofrecido por el contrario otro tipo de retribución: la posibilidad de comprender que la enseñanza y la práctica de la Economía no tiene otro objeto -en nuestros días- que el de satisfacer una demanda extremadamente rentable: la de producir argumentos útiles para el statu quo, la consagración de un modelo económico que favorece a un puñado de privilegiados a cambio de la vulneración de los derechos más esenciales de una inmensa mayoría.

La Economía, disciplina tarifada, le permite a demasiados profesionales -incluyendo a los consagrados profesores de Harvard- el acceso a remuneraciones escandalosas contra la producción de “estudios” cuyos resultados son determinados ex ante.

Este texto, que es el producto de mis primeras lecturas y de mis primeras reflexiones, de cuya reedición me convenció mi buen amigo -residente en Canadá- el profesor Hermes Benítez, resume, en pocas páginas, algunas de las “pomadas” que le venden al personal.

Por “pomada” entiendo una mercancía de dudosa calidad, destinada a convencer a los incautos de la inevitabilidad del sistema que los condena a la precariedad, a la sumisión, y a la obediencia.

Luis Casado, Paris, diciembre 2014



Introducción

“Si robas 10.000, quiere decir que vales cien veces más que aquel que gana 100 honestamente”. (Vilfredo Pareto, teórico del liberalismo).

—-o—-

Vilfredo Pareto, sucesor de Walras en la cátedra de economía de Lausana, hizo siempre el elogio de la estafa y de la corrupción como auténticos fenómenos del mercado.

En efecto, suele ocurrir que algunos economistas liberales aprecien un cierto grado de franqueza, y no teman exponer el fondo de su pensamiento.

Hace algunas semanas nos referíamos a un economista liberal francés, el Sr. Godet, que en un artículo publicado por el diario parisino “Libération” intentaba vendernos la pomada de la ley de la oferta y la demanda, y la del empleo cuyo nivel depende, según el Sr. Godet, del nivel de remuneración.

Godet decía: “Mientras más barato es el costo global del trabajo, más empleo ofrecen los patrones, mientras más caro es el trabajo, más se automatiza, se subcontrata o se deslocaliza (1) “.

(1) Deslocalizar: cerrar una empresa en Europa (o un país del ‘primer mundo’) para instalarla en China u otro país de salarios bajos.

Así de simple, como la ley de la oferta y la demanda. Según la cual el desempleo no existe (2).

(2) Véase mi libro No hay vacantes.

En efecto, si bajas suficientemente las remuneraciones, llegará el momento en que todo vendedor de su fuerza de trabajo encontrará un patrón dispuesto a pagarle el puñado de arroz que reclama.

Las subvenciones estatales para crear empleo parten de ese postulado: que el precio del trabajo es muy caro (3). Por eso lo subvencionan.

(3) Muy caro para la empresa, se entiende. Al acordarle una subvención, los poderes públicos entienden ayudar a la pobre empresa… No al asalariado.

Un economista liberal chileno decía hace un par de meses (4): “El fracaso de los planes de empleo subvencionado se debe a que a esos trabajadores se les paga demasiado”(sic).

(4) Diario “Estrategia”. Santiago de Chile. Febrero 2002.

Y agregaba: “a los empleos subvencionados no sólo hay que disminuirles la remuneración sino además dedicarlos a actividades que requieran presencia y esfuerzo físico” (5).

(5) El economista no precisó si era necesario enviarles a trabajos forzados pero sospecho que lo pensó.

Del mismo modo el Sr. Godet no pudo frenar su franqueza –o sus contradicciones, vaya uno a saber–, y terminó por confesar: _»En efecto, las empresas no están ahí para crear empleo, sino riquezas» (6).

(6) Diario parisino Libération. Edición mencionada en el texto.

En el debate económico actual existe un sinnúmero de postulados aceptados por casi todo el mundo sin el menor esfuerzo crítico.

La pretendida “modernidad” en la conducción económica de las naciones, o en la gestión de la estructura productiva, o en el manejo de los mercados financieros, reposa sobre una retahíla de postulados cuyo pretendido carácter axiomático (7) no admite cuestionamiento alguno.

(7) Axioma: proposición clara y evidente que no necesita demostración (Diccionario Clave).

Poco importa que dichas verdades absolutas tengan mucho más de tautología (8) y de sofisma (9) que de axioma: una vez entregados al vulgo como palabra de origen divino no conviene ponerlos en duda.

(8) Tautología: repetición de un mismo pensamiento, de maneras diferentes.
(9) Sofisma: razón o argumento aparente con el que se defiende lo que es falso.

Intentaremos exponer algunas de ellas en las páginas siguientes, haciendo un breve análisis crítico de cada “pomada” gracias a la ayuda inestimable de Bernard Maris, Philippe Labarde, Joseph Stiglitz, Jeremy Rifkin, Friedrich Engels, Thomas Piketty y otros autores (10).

(10) Todos ellos eminentes economistas.

Y si Ud. amigo lector, como yo, no sabe nada de economía, no importa. Recuerde la “Ley de la oferta y la demanda”: si los precios aumentan la oferta aumenta, si los precios aumentan la demanda disminuye. Y viceversa.

En eso se resume toda la ciencia económica liberal.

—-o—-

Libertad del mercado

La ideología que defiende la libertad del mercado es un modelo atribuido a Adam Smith, quién afirma que las fuerzas del mercado –o dicho en otras palabras la motivación por el beneficio– guían la economía hacia la eficacia “como una mano invisible” (1).

(1) La riqueza de las naciones. Capitulo 2, Libro Cuarto. Alianza Editorial. 1994.

Es decir que la eficacia del mercado reposa en su propia libertad. Que no se nos ocurra regular ni intervenir para nada. El mercado libre es eficaz. Gracias a una “mano invisible”. (2).

(2) Los pasablemente inútiles Sernac constituyen un atentado a la libertad de los mercados que, como todo el mundo sabe, se regulan solitos. La creación de estos engendros es una confesión involuntaria de lo chanta de la teoría.

Expresado en lenguaje de economista liberal esta teoría pretende que “del egoísmo de cada cual nace el bienestar de todos”.

Años después, el mentado Walras expuso su teoría general del equilibrio (3).
Walras pensaba que los mercados (todos los mercados: de tomates, de melones, del petróleo, del trabajo, de empanadas) actuando simultáneamente, conducen a un equilibrio. Una armonía general. Una paz social en la que todo el mundo está muy bien y muy de acuerdo.

(3) Teoría del Equilibrio General (TEG).

Y postuló al Premio Nobel de la Paz en nombre de su teoría (4).

(4) Bernard Maris. “Carta abierta a los gurús de la economía que creen que somos imbéciles”. Ed. Albin Michel. Abril 1999.

Pero Walras nunca pudo demostrar su teoría. Nunca logró demostrar que los mercados conducen a un equilibrio, ni que los mercados distribuyen la riqueza del modo más adecuado. Ni siquiera que la economía de mercado es “la más eficaz”.

De ahí que uno tras otro, multitudes de economistas intentaran –sin lograrlo– demostrar que los mercados, la ley de la oferta y la demanda, la “mano invisible”, conducen “naturalmente” al equilibrio. Al mejor de los equilibrios.

Hasta que Sonnenschein (1) invirtió el problema y demostró que era imposible definir una “ley de la oferta y la demanda” correcta, que conduzca un equilibrio único. E incluso demostró que el equilibrio podría resultar de una ley de la oferta y la demanda totalmente aberrante.

(5) El teorema de Sonnenschein, establecido entre 1972 y 1974 en una serie de artículos por Hugo F. Sonnenschein, Rolf Ricardo Mantel y Gérard Debreu (de donde resulta que también le llamen el teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu) muestra que las funciones de demanda y oferta de la Teoría del Equilibrio General (TEG) pueden tener una forma cual- quiera, lo que refuta el resultado de la unicidad y de la estabilidad del equilibrio general.

Conclusión: el sistema de Walras no es ni armonioso ni estable. Es totalmente catastrófico. Explosivo o implosivo.

Si existe un equilibrio -Gérard Debreu demostró que puede existir, gracias al Teorema del Punto Fijo de Broüwer (6)- a menos de caer encima por azar no se lo encuentra. Y si por azar se lo encuentra… el equilibrio se aleja.

(6) En matemáticas, el teorema del punto fijo de Broüwer es un resultado de topología. Hace parte de la gran familia de los teoremas de punto fijo que enuncian que si una función verifica ciertas propiedades, entonces existe un punto x0 tal que f(x0)=x0. Broüwer habría agregado: “Puedo formular este magnífico resultado de otro modo. Tomo una hoja horizontal, otra hoja idéntica que arrugo y que después de estirarla vuelvo a ubicarla sobre la primera. Un punto de la hoja arrugada está en el mismo lugar que sobre la otra hoja.”

Si las palabras “mercado” y “ley de la oferta y la demanda” tienen algún sentido, significan aberraciones, desequilibrio, indeterminación, destrucción, desorden. Burdel. El mercado es un vasto burdel.

Hace más de veinte años que se sabe que el modelo basado en la competencia está en una impasse total y que no saldrá jamás de ella.

Ningún economista digno de ese nombre puede pretender que el modelo del equilibrio general no esté definitivamente muerto y enterrado.

Por si quedase alguna duda, unos cuantos teoremas echaron un par de paladas de tierra encima. Lo que Bernard Maris llama teoremas de imposibilidad.

El de Sonnenschein por supuesto. Pero también el teorema de Arrow (7) que demuestra la imposibilidad de construir una función de utilidad colectiva que respete las preferencias individuales.

(7) El teorema de imposibilidad de Arrow, también llamado “paradoja de Arrow”, es una confirmación matemática, en ciertas condiciones precisas, de la paradoja constatada por Condorcet (siglo XVIII) según la cual no existe una función de elección colectiva indiscutible, que permita la traducción de preferencias individuales en preferencias sociales. Para Condorcet no existe un sistema simple que asegure esta coherencia. Arrow muestra, bajo reserva de aceptación de sus hipótesis, que no existe absolutamente ningún sistema que asegure la coherencia, fuera de aquel en que la función de elección colectiva coincide con la elección de un único individuo, llamado dictador, independientemente del resto de la población.

Y el teorema de Lipsey-Lancaster (8) y el de Nash (9).

(8) La paradoja de Lipsey-Lancaster (1956) o lo absurdo de una política neoliberal: ¿la libre competencia puede llevar a la eficacia? “Si se toca a un aspecto contrario a la libre competencia de una economía, uno se encuentra en una situación peor que la situación de partida. Dicho de otro modo, no se puede ir paso a paso hacia la libre competencia porque la libre competencia es un todo”. Si de tres monopolios se suprime uno, ¿la situación es mejor? No, la situación es peor. “Un mecanismo de mercado no podrá mejorar jamás el funcionamiento del mercado”. El teorema del second-best de Lipsey-Lancaster demuestra que la política prima por sobre la economía.

(9) John Nash definió una situación de interacción como estable cuando ningún agente tiene ningún interés en cambiar de estrategia. La formalización de esta simple constatación fue esencial para la Teoría de los Juegos. Ejemplo: dos jugadores eligen simultáneamente un número comprendido entre 0 y 10. El jugador que anunció el número más pequeño gana esa cantidad, mientras el otro jugador gana lo mismo menos dos unidades. En caso de igualdad, los dos jugadores pierden dos unidades. El único equilibrio de Nash en este juego es cuando los dos jugadores eligen cero. En todos los otros pares de estrategias, el Jugador que elige un número mayor o igual, puede mejorar sus ganancias eligiendo un número más pequeño.

El primero (Lipsey-Lancaster) demuestra que la competencia es un todo (o todo es competencia perfecta, o nada lo es), y el segundo (Nash) prueba que el mercado no puede conducir al mejor equilibrio.

En otras palabras, el equilibrio del mercado es la peor de las soluciones. Pregunta: ¿porqué hay que ir hacia un sistema de libre competencia?

Respuesta:“ Porque el sistema de libre mercado produce mejor, el máximo de riqueza y la distribuye, para condiciones históricas determinadas, del mejor modo”.

En ese caso se dice que hay “optimación en el sentido de Pareto”.

El “optimo de Pareto” dice que un equilibrio de mercado no permite aumentar el bienestar de un agente sin disminuir el bienestar de otro.

Curiosamente, una sociedad en la cual unos pocos poseen todo, y la inmensa masa no posee nada es un “optimo de Pareto” porque cumple la condición precedente.
He ahí porqué la teoría de Walras tuvo tan gran éxito y lo tiene aun entre los economistas ciegos (en el sentido económico desde luego).

Lo alucinante es que cualquier economista curioso sabe que el equilibrio en un sistema de libre mercado es una quimera, que la competencia tiene virtudes explosivas, destructoras, y además, que si hay equilibrio ¡es el peor!

Hace más de veinte años que los economistas saben eso. No obstante, los hay que continúan vendiendo la pomada del libre mercado, el cuento de la “mano invisible”, el teorema del equilibrio de Walras…

Para convencerse basta con mirar en derredor.

—o—

Racionalidad de los mercados

Otro cuento chino es el de la pretendida racionalidad de los mercados. Aun cuando Herbert Alexander Simon -premio Nobel de Economía 1978- (1) y Maurice Allais -premio Nobel 1988- (2) ya lo enviaron al basurero de la casuística.

(1) En realidad el premio Nobel de economía no existe. Se trata de un premio instituido por el Banco Central sueco en honor a Alfred Nobel, el Sverige Riksbank Prize.
(2) Bernard Maris. Op. cit.

En economía los agentes son racionales si “maximizan sus objetivos, sus resultados para un presupuesto dado” o si “sus decisiones son transitivas”.

Ahora bien, estos dos axiomas son falsos si se introduce la incertidumbre en el momento de la decisión. Una paradoja célebre, la paradoja de Allais (3), demuestra que los agentes son irracionales desde que se introduce el riesgo en sus perspectivas de ganancia.

(3) Maurice Allais, economista francés. La más célebre intervención de Allais es su paradoja, puesta en evidencia en una conferencia de la American Economic Society efectuada en New York en 1953, y en diversos artículos publicados en los años 1950. Esta paradoja refuta la noción de “utilidad esperada” que forjó Von Neumann. La teoría de la utilidad esperada se apoya en una serie de axiomas relativos a la actitud de un individuo racional que debe tomar decisiones en una situación riesgosa. Allais demostró, por medio de la experimentación, que uno de esos axiomas era frecuentemente violado por los individuos sometidos a la prueba: el axioma de independencia.

Ahora bien, el riesgo es la esencia de la vida económica. Sin riesgo, sin incer- tidumbre, la vida económica se detiene. Si todo el mundo sabe todo sobre todo nadie hace nada (lo que no le impide a los economistas liberales vender la pomada de la transparencia de los mercados).

No obstante, a pesar de Allais, algunos economistas continúan razonando como si el futuro fuese algo cierto, como si no hubiese elementos de incertidumbre.

Entre ellos George J. Stigler (premio“Nobel”1982) al que Allais le aplicó la prueba de la paradoja. Stigler tuvo por cierto un comportamiento irracional, y en medio de lo que estimó una vejación se justificó diciendo:

“Bueno, no es la ciencia económica la que está errada. Es la realidad”.

Para los integristas de este tipo basta con que la realidad se adapte a la ciencia y los hombres a los dogmas.

El inspirador del neoliberalismo a la chilena, Milton Friedman (premio “Nobel” 1976) es otro chistosito del mismo tipo. En peor. En un artículo titulado “The Methodology of Positive Economics” (1953) avanzó la tesis que una teoría no debía ser probada por el realismo de sus hipótesis sino por el realismo de sus consecuencias (4).

(4) En la materia puede que Friedman le haya copiado al célebre científico Stephen Hawking. En 1994 Roger Penrose, profesor de matemáticas en Oxford, y Stephen Hawking, profesor de matemáticas en Cambridge, sostuvieron un debate en el Instituto de Ciencias Isaac Newton acerca de la naturaleza del universo. Más precisamente sobre la naturaleza del espacio y del tiempo confrontando la visión relativista que defiende Hawking a la visión cuántica que sostiene Penrose, prolongando así las discusiones que hace más de 75 años confrontaron a Niels Bohr con Albert Einstein. Al exponer su punto de vista sobre la teoría física clásica, Stephen Hawking afirmó: “Yo adopto el punto de vista positivista según el cual una teoría física no es sino un modelo matemático del cual es inútil preguntarse si corresponde a la realidad” (Stephen Hawking & Roger Penrose. “The nature of Space and Time”. Princeton University Press). Ese tipo de razonamiento copia (mal) Milton Friedman para explicar su forma de ver la economía.

En otras palabras poco importa plantear la tesis de que la Tierra es plana, mientras esa tesis nos permita andar en bicicleta. E incluso decir que la Tierra es hueca como un plato sopero si sentimos que la bicicleta toma una pendiente descendente (5).

(5) Bernard Maris. Op. cit.

Muy racional.

Por su parte Robert Lucas (premio “Nobel” 1996) desarrolló el concepto de hiper racionalidad de los agentes económicos. A través de las “anticipaciones racionales” los agentes económicos no sólo ven todo, incluido el futuro, sino también el funcionamiento de la economía en su conjunto y las incidencias de las políticas económicas sobre la economía.

El concepto de hiper-racionalidad destruye por avance toda intervención pública.

La paradoja de Lucas plantea que “si una decisión política influencia las decisiones de los agentes económicos, entonces, por definición, toda política económica es imposible, puesto que no puede tomarse una decisión política independientemente de sus incidencias”.

Lo que lleva concluir que si Lucas, diga lo que diga no sirve para nada, tampoco sirve para nada que lo diga (6).

(6) Bernard Maris. Op. cit.

John Maynard Keynes no hubiese compartido el concepto de hiper racionalidad de Lucas. Ese Keynes que decía a propósito del futuro: “De mañana, no sabemos nada” y “A medio plazo… estaremos todos muertos”.

—o—

Independencia del Banco Central

El llamado Consenso de Washington impuso para todo el orbe una serie de dogmas cuya utilidad nunca ha sido demostrada.

Entre ellas la de la necesaria independencia del Banco Central, o para ser más exactos de los Bancos Centrales. Independencia del poder político se entiende. Porque independiente de las presiones del FMI… mejor ni hablar.

Joseph Stiglitz (premio Nobel de Economía 2001) no está muy de acuerdo cuando dice: “Creer posible la separación de la economía de la política, y en un sentido más general de la sociedad, es en sí una prueba de estrechez de miras”.

No obstante, como fiel instrumento del Consenso de Washington el FMI comenzó a imponer tal medida a diestra y siniestra.

Incluso la Unión Europea se dotó del BCE (Banco Central Europeo), cuyos burócratas han hecho de su independencia no el medio de realizar su misión sino un fin en sí misma.

Joseph Stiglitz nos cuenta en su libro Globalization and Its Discontents:

“En el caso de Corea, por ejemplo, los acuerdos de préstamo estipulaban que los estatutos del Banco Central serían modificados para hacerlo independiente del proceso político, aun cuando no hayan pruebas de que los países que tienen bancos centrales independientes conozcan un crecimiento más rápido”.

Y más adelante agrega:

“Muchos piensan que el BCE –independiente– agravó grandemente la recesión económica de Europa en el año 2001 porque reaccionó como un niño testarudo ante las normales inquietudes políticas que inspiraba el aumento del desempleo”.

En efecto, con el único fin de demostrar su independencia el BCE rehusó bajar las tasas de interés para facilitar la reactivación de la economía.

El problema surge en parte del mandato –los estatutos– del BCE que le imponen concentrarse en el problema de la inflación.

Stiglitz precisa que “el FMI ha preconizado la adopción de este tipo de mandato en todo el mundo aun cuando puede ahogar el crecimiento y agravar las recesiones”.

Curiosamente, la Federal Reserve (conocida como FED), el banco central de los USA, tiene un mandato algo diferente que le obliga a preocuparse no sólo de la inflación sino también del empleo y del crecimiento.

Por su parte el Banco Central de Chile, objeto de algunas críticas por su com- portamiento en medio de la crisis económica que se inició hace un par de años, tiene como mandato lo que define el Título I de sus Estatutos.

“Título I – Naturaleza, Objeto, Capital y Domicilio
Artículo 3°: El Banco tendrá por objeto velar por la estabilidad de la moneda y el normal funcionamiento de los pagos internos y externos”.

De empleo, de crecimiento… nada.

Leyendo los Estatutos del Banco Central de Chile uno va de curiosidad en curiosidad.

El Artículo 2° del Título I precisa lo siguiente:

“El Banco, en el ejercicio de sus funciones y atribuciones, se regirá exclusivamente por las normas de esta ley orgánica y no le serán aplicables, para ningún efecto legal, las disposiciones generales o especiales, que se dicten para el sector público. Subsidiariamente y dentro de su competencia, se regirá por las normas del sector privado”.

Sorpresa. Por lo menos para mí es una sorpresa.

El Banco Central se rige por las disposiciones del sector privado. Me desayuno: el Banco Central de Chile se rige como un banco privado (1).

(1) La FED, el banco central de los EEUU es un banco privado… que busca ganar dinero como cualquier otro banco privado. Las políticas monetarias del imperio del dólar, al servicio de un puñado de privilegiados.

Y como el Banco Central tiene entre sus funciones las de “fijar” o “dictar” las normas por las cuales se rigen los bancos privados… ¡quiere decir que el Banco Central se fija a sí mismo sus propias reglas!

Y además es irresponsable. En el sentido de que no le rinde cuentas a nadie. Ni siquiera al Parlamento, que debiese ser la máxima expresión de la soberanía nacional (2).

(2) Y tampoco al Ejecutivo, responsable de las políticas económicas que pone en obra a través del ministerio de Hacienda.

El Párrafo Cuarto: De la regulación del Sistema Financiero y del Mercado de Capitales, estipula en el párrafo 4 del Artículo 35 que el Banco Central debe:

“Fijar los intereses máximos que pueden pagar las empresas bancarias, sociedades financieras y cooperativas de ahorro y crédito sobre depósitos a la vista”.

Sobre los intereses máximos que deben pagarle a los mercados financieros los simples mortales, las pequeñas empresas, los artesanos, en suma la gente modesta que se endeuda hasta para los insumos básicos… nada.

Ahí la regla la impone “el mercado”. Y su conocida “transparencia”.

—o—

Inversión extranjera

En el prefacio reciente una monografía que escribí hace veinte años (1) decía:

(1) Luis Casado. “América Latina: transferencias de tecnología y desarrollo”. París, 1982.

“La política económica hiper liberal aplicada en el conjunto de América Latina en los últimos veinte años también pretendía ser la solución, así como las tan ansiadas inversiones extranjeras en la lucha por las cuales diferentes países de la región le han acordado Patente de Corso al capital foráneo. Un rápido examen de la situación de América Latina en la hora actual, y el análisis de las cifras disponibles, nos muestran que ambas han contribuido más bien a perpetuar y a agudizar los viejos problemas: subdesarrollo, miseria, dependencia, endeudamiento, retrógrada e injusta distribución del ingreso, deformación de las economías locales, déficit de educación y de formación profesional, salud pública a niveles indignos, etc. (2)”

(2) Cualquier parecido con nuestra realidad actual NO es pura coincidencia…

O sea que he afirmado desde hace ya algún tiempo que en América Latina las inversiones extranjeras no sólo no enriquecen al país que las recibe sino que lo empobrecen.

Pregunta: ¿Por qué los gobernantes latinoamericanos se agitan tanto para hacer entrar el lobo a la casa de los cerditos?¿Por qué juegan el papel de caballo de Troya del agente empobrecedor?

Respuesta: no sé.

O más bien la respuesta que encuentro no sitúa a tales gobernantes en la cima de la probidad, o de la inteligencia, o del patriotismo.

Para facilitar la llegada de inversión extranjera los gobiernos –los gobernantes, porque no conviene olvidar la responsabilidad que les cabe– liberalizan los mercados de capitales (3).

(3) Actualmente (mayo 2009) el ministro de Hacienda Andrés Velasco intenta hacer aprobar su Ley MK-III, o sea una nueva ley aún más favorable para el mercado de capitales. Aún cuando la MK-II hizo exclamar a un distinguido financista de la plaza: “Con esta ley tenemos todo lo que soñamos” (sic).

Lo que contrariamente a lo que afirman los ministros de finanzas, y algún Presidente que se pretende economista (4), tiene un impacto negativo en el crecimiento y en la creación de riquezas.

(4) Ricardo Lagos, para que no te devanes los sesos…

Liberalizar los mercados financieros significa desmantelar las reglamentaciones concebidas para controlar los flujos de capitales especulativos.

Chile, por ejemplo, eliminó a principios del año pasado la última barrera que impedía la entrada y salida especulativa de capitales, cual era la obligación de permanecer un año en el país.

No obstante, parece pertinente afirmar que las empresas no invierten a largo plazo con dinero que puede desaparecer de un momento otro. Al respecto, o sea los capitales especulativos, Joseph Stiglitz (op. cit.) afirma:

“Su impacto negativo sobre el crecimiento va más lejos. Para administrar los riesgos ligados a esos flujos de capitales volátiles, se aconseja a cada país poner en sus reservas una suma igual a los préstamos a corto plazo estipulados en divisas extranjeras».

Para comprender bien lo que eso quiere decir supongamos que una empresa, en un país en vías de desarrollo, toma un crédito a corto plazo de 100 millones de dólares de un banco estadounidense, a una tasa de 18%.

Una política prudencial exige que ese país agregue 100 millones de dólares a sus reservas.

En general esas reservas se ponen en bonos del Tesoro de los USA, remuneradas hoy en día a una tasa del 4%.

¿Qué hace en realidad ese país?

Simultáneamente toma un crédito en los USA a una tasa del 18%, y le presta dinero a los USA a una tasa del 4%.

Los bancos estadounidenses hacen un lindo beneficio y los USA, globalmente, ganan 14 millones de dólares de interés al año. Es difícil ver cómo eso puede permitir a ese país pobre desarrollarse más rápido.”

Pregunta: ¿dónde está la trampita?

Cada cual puede encontrar su propia respuesta. En todo caso cada vez que oigo hablar de inversión extranjera y de “la mano invisible” que conduce los mercados financieros yo verifico mis bolsillos.

El caso de Argentina es muy ilustrativo. Partiendo de una deuda externa de menos de 20 mil millones de dólares hace unos veinte años, y después de haber pagado unos 200 mil millones de dólares de intereses, se encuentra hoy día en quiebra y debiendo 145 mil millones de dólares.

Lo dicho: ¿Dónde está la trampita?

Por otra parte, debemos precisar que de cada 100 dólares invertidos en América Latina, 80 son financiados con recursos locales, lo que nos permite hacernos una idea muy precisa de las “extraordinarias” ventajas que procuran las tan ansiadas inversiones extranjeras (5).

(5) En su libro “Le défi américain”, publicado en el año 1967, Jean-Jacques Servan Schreiber describía el mismo tipo de fenómeno en la Europa de la posguerra. Y exclamó: “¡Pagábamos para que nos compraran!”

Joseph Stiglitz, va aun más lejos cuando afirma que:

“La inversión extranjera directa (FDI) sólo entra al precio de la gangrena de los procesos democráticos. Eso es especialmente verdad para las inversiones en las actividades mineras, el petróleo y otros recursos naturales, donde los extranjeros están verdaderamente motivados para obtener concesiones a bajo precio”.

Cualquier semejanza con acontecimientos contemporáneos de algún país de América Latina NO es pura coincidencia.

—o—

Crecimiento

Otra pomada con la que vacunan al personal es el crecimiento. Porque el crecimiento “debería generar empleo”, favoreciendo así a los sectores más pobres del país.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.