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El esqueleto en el reloj, una novela de misterio de Carter Dickson

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Por Adán Salgado Andrade

Carter Dickson (1906-1977), fue un escritor estadounidense que usó ese pseudónimo, para ocultar su verdadero nombre, John Dickson Carr, como muchos escritores de la época hacían, quizá para ahorrarse las críticas.

Es tenido como uno de los famosos escritores de misterio, a la altura de la inglesa Agatha Christie (1890-1976) o el francés Gaston Leroux (1868-1927), éste último, reconocido por Carr, como uno de los que influenciaron mucho su trabajo.

Carr fue famoso por sus misterios del “cuarto cerrado”, en donde el asesino, no habría tenido forma de entrar y cometer su crimen. Su novela The Hollow Man, publicada en 1935, es considerada su obra maestra, dentro de ese género.

Al igual que Christie, Carr creó dos investigadores muy brillantes. Uno, Gideon Fell, un inglés con peculiares inclinaciones para resolver casos imposibles. El otro, Sir Henry Merrivale, es “un viejo, que se dedicaba a resolver misterios, sólo por hobbie”. Éste, era conocido por sus iniciales, H M, y así era como le gustaba que lo llamaran (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/John_Dickson_Carr).

Recientemente terminé de leer la novela “El esqueleto en el reloj”, publicada en 1948, por la editorial William Morrow & Company, una historia con un argumento algo complicado, en el que la paciencia y el discernimiento de Merrivale, resuelven el misterio de un antiguo asesinato y de otro, nuevo.

La novela, inicia con una subasta, en donde un reloj, de esos altos de la época, se está subastando. Lo peculiar es que contiene un esqueleto humano, detalle al cual, nadie parece dar importancia. Quienes se enfrascan en la subasta, son Merrivale y una Lady Sophia Brayle. Merrivale y ella, no se soportan. Por ello, Merrivale puja tanto en la contienda, que gana la subasta, en poco más de doscientas libras esterlinas. Y se lleva el reloj a una posada que queda frente a la casa de un tal George Fleet, la Dragon’s Rest.

Por otro lado, Martin Drake, otro personaje, es amigo de Merrivale y sabe que ese viejo lobo de mar, es muy testarudo y ha resuelto muy difíciles casos. Merrivale le dice que ha comprado ese reloj, porque está seguro que ese esqueleto tiene algo que ver con la muerte de George Fleet, quien, hacía años, había caído del techo de su casa, matándose por tal caída. Drake está muy enamorado de Jenny West, quien era nieta de Lady Brayle.

Drake había combatido en la segunda guerra mundial, en un regimiento de carabineros. También Lady Brayle, no lo tenía en buena consideración.

El hijo del fallecido George Fleet, Richard Fleet, un joven muy amable y brillante, estaba comprometido con Jenny. Pero Drake, al enterarse, lo enfrentó, diciéndole que “Jenny y yo, tenemos algunos años de conocernos y de estar enamorados”. Al escuchar eso, Richard sonrió y nada objetó. “Ah, pues, la verdad, es que me liberas de un matrimonio que había arreglado mi madre. En realidad, amo a otra chica”. Tanto Jenny, así como Drake, se sorprenden de la facilidad con que Richard disuelve su compromiso.

Drake, un día antes, había estado con una amiga, Ruth Callice, quien le había presentado a un abogado, John Stannard, a quien gustaban los retos. Y en esa ocasión, retó a Drake a pasarse una noche en una prisión abandonada, la Pentecost Prison, en la celda en donde eran ejecutados los prisioneros condenados a muerte.

Drake aceptó el reto, a pesar de que Jenny temía que algo pudiera sucederle. “No te preocupes, Jenny, no les temo a los fantasmas”, le dijo su reaparecido novio, pues habían pasado tres años, desde la última vez que se habían visto, y el reencuentro, los tenía muy emocionados.

Mientras tanto, Merrivale había reabierto el caso sobre la muerte de George Fleet. Le solicitó al inspector Masters todo el archivo del caso, así como los testimonios de la gente que había visto algo.

Entre los testigos estaba el dueño de la posada que estaba frente a la casa de George Fleet, la mencionada Dragon’s Rest, el señor Arthur Puckston, quien en su testimonio, se alegraba de la muerte de George Fleet, “pues ese miserable, me quitó mis tierras y sólo me dejó esta posada”.

Merrivale insistía en que la caída de George Fleet, no había sido accidental. Incluso, recibió notas anónimas que insistían en que había evidencia de que allí se había cometido un asesinato, de que “revisaran un destello rosado en el techo y el esqueleto en el reloj”.

Mientras eso sucedía, Drake y Stannard, decidieron enfrentar el reto propuesto por el segundo de pasar una noche, junto a la celda de ejecuciones de Pentecost Prison.

La noche transcurrió sin novedad. Al cuarto para las cinco de la mañana, Drake salió. Jenny, lo había ido a buscar, preocupada de si todo había salido bien. “Todo perfecto, querida”, le aseguró Drake.

Dejan a Stannard, luego de que Drake le preguntó si todo estaba bien. “Sí, todo bien, Drake”, le respondió Stannard.

Jenny y Drake se dirigieron a la casa de George Fleet, para descansar, pues era mañana de domingo. Mientras Jenny le preparaba un té, Drake subió al techo, para mirar, desde allí, la vieja, abandonada prisión. De repente, alguien lo empujó y cayó al vacío. Pero lo que lo salvó fue que había una especie de techo en el jardín, que hacía sombra, cuando estaban allí, los habitantes de la casa o sus invitados.

En esa casa, vivía la viuda de George Fleet, madre de Richard Fleet, la señora Claridge Cicely y un ama de llaves.

Luego de su propiciada caída, Drake despertó en una de las habitaciones de la casa, habiendo sido atendido por el doctor Laurier, el médico de la familia. Lo habían vendado. Lady Brayle estaba frente a él. “Tuvo suerte, capitán Drake, no pasó de algunos raspones en la frente y golpes contusos, pero está bien. Sólo debe de tomarse estos analgésicos”, le dice, mientras se despide.

Drake, más tarde, bajó, como pudo, las escaleras, pues quería saber de Jenny. Fue cuando halló que platicaban Merrivale, lady Brayle, Claridge, que era tía de Jenny, y Stannard, sobre el asesinato que se había cometido en la prisión, justo la noche anterior, cuando Drake y Stannard habían pasado la noche allí. Se trataba de la hija de Arthur Puckston, Enid, la que había sido horriblemente acuchillada. Y estaba justo debajo de la cámara de ejecución, en donde Stannard había pasado la noche. De hecho, fue quien la había descubierto, pues como no pudo abrir la puerta de la celda, tuvo que bajar, al sitio en donde caían los ahorcados, cuando colgaban de la cuerda, para salir por allí. Y dio aviso al inspector Masters y a Merrivale.

Y también Merrivale, se refirió a la caída de Drake. “Quien te empujó, algo tiene que ver con el asesinato de la señorita Enid”, dijo frente a todos.

Ese día, una feria se había instalado frente a la casa de Lady Brayle. Allí se había ido a descansar Jenny, en lo que Drake se restablecía.

En esa feria, había un laberinto de espejos.

Y es en ese sitio en donde toma lugar el desenlace de la novela, pues Merrivale sospechaba que el asesino, al haber fallado en su intento de asesinar a Drake, lo intentaría de nuevo.

Van al siguiente día, lunes, todos a la feria, para visitar a Lady Brayle y a Jenny. Merrivale se desligó del grupo. “Debo revisar algo. Ustedes, adelántense”, le dijo a Drake.

Como Merrivale se demorara en llegar a la casa de Lady Brayle, Drake fue a buscarlo, sospechando que se ocultaría en el laberinto, pero no se encontraba allí, por lo que se puso a deambular entre los espejos.

Más tarde, Merrivale y el inspector Masters entran al laberinto y se encuentran con Drake. Y fue dentro de ese lugar, que escucharon una discusión entre Arthur Puckston y Richard Fleet. “Lo sé, tu asesinaste a mi hija”, oyeron cómo reclamaba Puckston. “Sí, la maté, no es nada malo”, respondió Richard, luego de lo cual, escucharon un fuerte sonido, como de algo pesado golpeando un cráneo. Cuando finalmente pudieron llegar al sitio, vieron el cuerpo de Richard, con el cráneo abierto, sin vida.

Luego de eso, Merrivale, aclara todo lo ocurrido, en una reunión en donde estuvieron Drake, Jenny, Ruth Callice, Stannard y Lady Brayle.

Y les explicó la personalidad de Richard Fleet, “que era un psicópata. Podía ser perfectamente amable, pero también, muy cruel”. Sus muestras de su comportamiento enfermizo, comenzaron desde que tenía once años, cuando se supo de una chica horriblemente asesinada en el vecindario, de puras cuchilladas. “George Fleet amaba su colección de espadas y cuchillos, pero, luego de eso, fueron retiradas sin mayor explicación. Imaginarán ustedes, porqué, pues el niño tenía instintos asesinos”.

También, les reveló que había sido Richard, quien había asesinado a su padre. “Como George nunca pudo ser un gran oficial, pues tuvo que atender el negocio de su padre, quería que Richard lo hiciera. Y eso presionó mucho al chico, quien le tomó odio. Por eso, el día en que George estaba en el techo, mirando hacia una competencia de cazadores, Richard se acercó, con un bastón de cricket nuevo, que le habían regalado, y le dio un fuerte golpe en las piernas, tan duro, que le fracturó los tobillos. El chico, tenía mucha fuerza. Y el resplandor rosa, que había visto Puckston y que señaló en su testimonio, era el del bat. Claridge, su madre, y el viejo doctor Laurier, supieron siempre que Richard había asesinado a su padre y lo ocultaron. De hecho, fue el doctor, quien se encargó de la autopsia y de sobornar al enterrador, para que le dejara el cadáver de George, al que, luego de todo un proceso, dejó en el puro esqueleto, para que nadie se diera cuenta, si se hubiera exhumado, de que tenía los tobillos rotos, lo que no habría correspondido con una caída de cabeza. Y lo ocultó en el reloj que todos ustedes conocen. Y fue Puckston quien envió los anónimos, mediante Enid, para que se revisara el esqueleto y el resplandor. Por eso, Richard la asesinó, para que toda sospecha del asesinato de su padre, quedara borrada. Y por eso, pensaba asesinar también a Arthur Puckston, pero éste fue más fuerte que él, como pudimos constatar en el laberinto. Y a ti, Martin, te quiso matar, empujándote, porque estaba muy celoso de que te fueras a casar con Jenny, pues realmente la quería. Tenía un complejo de inferioridad, de que le sería imposible conseguirse una buena esposa y veía en Jenny a la mujer ideal”.

Ese relato, aclaró todas las cosas. Mostró cómo, las apariencias engañan. Y quien creemos que es alguien muy afable, puede resultar un peligroso asesino. Fue el caso de Ted Bundy, asesino serial de encantadora personalidad, que, cuando las chicas lo conocían, no habrían creído que se trataba de un peligroso feminicida serial (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2020/09/kathy-kleiner-sobrevivio-un-ataque-del.html).

Sin embargo, notaría yo un error en el relato. A veces, son tan complejas las novelas de misterio, que algunos detalles no encajan. Suponiendo que hubiera habido una exhumación años mas tarde, del cadáver de George Fleet, si el enterrador no hubiera enterrado ningún cuerpo, eso denunciaría un delito. Y se habrían hecho las investigaciones debidas.

Por otro lado, si el doctor Laurier era el encargado de la autopsia, entonces, no habría habido ningún otro problema, más que enterrarlo y ya. De todos modos, él era el único que sabía que tenía los tobillos rotos, pues al trasladarlo, él lo había tomado de los pies. Pero supongo que Carr, tenía que encajar toda la trama, finalmente, con ese esqueleto en el reloj, el que estaba sostenido al aparato, justo de los tobillos, base de la historia. De lo contrario, se le habría caído. Probablemente no lo notó. O si lo hizo, ni se inmutó, pues, finalmente, ya era muy famoso cuando la escribió.

En fin. De todos modos, muestra cómo hay viejos crímenes que sólo años después, se resuelven o nunca, como el del estadounidense Joseph Bowne Elwell (1873-1920), jugador de cartas, tutor y escritor, quien fue asesinado el 11 de junio de 1920, dentro de su casa cerrada, por un disparo de pistola calibre 45. Hasta la fecha, su asesinato, nunca se ha aclarado (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Joseph_Bowne_Elwell#Murder).

Quizá necesitaríamos revivir a Carr o a Christie o a Leroux, para que ayudaran a resolver ese “misterioso crimen”

Contacto: studillac@hotmail.com

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