Jacobin
TRADUCCIÓN: VALENTÍN HUARTE
Imagen: Sócrates no era un futbolista corriente, ni siquiera en una época en la que el juego estaba más cerca de sus raíces populares: se convirtió en un héroe romántico en la imaginación popular por sus hazañas fuera del campo. (Corinthians)
En los años 1970 y 1980, Sócrates, futbolista brasileño, utilizó el deporte como un instrumento para cuestionar la dictadura militar y defender la democracia. Este Mundial nos recuerda cuánto necesitamos jugadores como él.
Aunque Sócrates nunca pasó los cuartos de final de ninguna copa mundial, sigue siendo uno de los jugadores más icónicos de la historia del campeonato. Reconocible instantáneamente por el cabello negro rizado, una barba cheguevaresca y la forma en que se acercaba a sus contrincantes con su imponente metro noventa y dos de altura, el Doctor era un revolucionario de pies a cabeza.
En México 1986, donde erró un tiro en la definición por penales que hizo que Brasil quedara fuera contra Francia en cuartos de final, vestía la vincha —improvisada con la media de un compañero de equipo— que terminó definiendo su personaje ante millones de personas. Aunque más tarde agregó distintas consignas —«El pueblo necesita justicia», «Sí al amor, no al terror», «No a la violencia»— es probable que la primera haya sido la más poderosa. Después del terremoto de Ciudad de México del año anterior, catástrofe que terminó con la vida de miles de personas y expuso la cruel desigualdad de la sociedad mexicana, el país anfitrión había quedado profundamente herido. Sócrates salió a la cancha con un mensaje simple: «México sigue en pie».
Más tarde, cuando explicó la lógica de su mensaje, Sócrates dijo: «Cuando llegamos a México, la catástrofe ocasionada por un terrible terremoto que había golpeado el país antes del inicio de la Copa Mundial fue el disparador que hizo que me decidiera a aprovechar estas oportunidades, estos momentos en los que todo el mundo mira el evento, y destacar ciertos puntos críticos de la realidad social». La idea de la vincha surgió después de que Sócrates viera en la televisión a una joven que usaba una tiara. Fue entonces que el Doctor decidió que protestaría «con [su] frente contra los absurdos de la humanidad».
Sócrates se enojó y perdió la concentración cuando, habiendo vestido la primera vincha contra España en la fase de grupos, hubo un error y los parlantes del estadio hicieron sonar el Himno a la Bandera de Brasil en vez del Himno nacional brasileño. «Toda reacción contra la pobreza, las guerras, el imperialismo, la injusticia social, el analfabetismo endémico y muchos otros temas quedaron opacados cuando agité la cabeza después de escuchar el primer acorde, y me di cuenta de que era un error», admitió más tarde. «Pero valió la pena intentarlo. Es mucho mejor intentar, creo, que conformarse».
Sócrates no era un jugador común, ni siquiera en una época en la que el fútbol estaba más cerca de sus raíces sociales. Líder carismático y genio creativo en el campo de juego, terminó convirtiéndose en un héroe en la imaginación popular por sus proezas fuera de la cancha. Fumaba y bebía, vivía con la misma despreocupación que lo definía cuando corría tras la pelota. Él decía que era un «antiatleta». También era médico —de ahí su apodo, el Doctor Sócrates—, aparente contradicción que solo reforzaba sus credenciales de inconformista.
Sin embargo, sabía bien que era su talento con la pelota el que le daba una plataforma para hablar ante un número incontable de personas. Y era bastante bueno. Mediocampista inteligente y comedido que tiraba pases hermosos, también era un vistoso goleador. Era tan bueno pegándole de taquito que Pelé, tres veces ganador de la Copa Mundial, supuestamente dijo que jugaba mejor hacia atrás de lo que la mayoría jugaba hacia adelante. La formación que capitaneó en España 1982 suele ser considerada el mejor equipo brasileño que no ganó el campeonato. Quedó fuera después de una derrota 3 a 2 contra el eventual ganador, Italia, durante la segunda etapa de la fase de grupos —una rareza de la época— en un partido que el compañero de Sócrates, Falcão, definió como «uno de los mejores de la historia del fútbol».
Después de ponerle fin a su carrera —la derrota ante Francia en México 1986 fue su último juego con la selección— Sócrates dijo: «Mientras era jugador, mis piernas amplificaban mi voz». El Doctor utilizaba esa voz para defender políticas de izquierda y criticar la injusticia en su país y en el extranjero. Aunque su tiempo con la selección lo hizo mundialmente famoso, su intervención política más importante fue durante los seis años que pasó jugando en Corinthians de São Paulo. Fue uno de los personajes fundamentales del movimiento de la Democracia Corinthiana y opuso resistencia a la brutal dictadura militar que gobernaba Brasil desde 1964.
En un primer momento, Sócrates era un disidente más bien reservado. Nacido en una familia de clase media con un padre, Raimundo, obsesionado con la educación —de ahí que fuera bautizado con el nombre de un filósofo de la Antigua Grecia— Sócrates siempre recordó la imagen de su padre quemando libros de izquierda después de que los militares tomaron el poder. Sin embargo, en una de sus primeras grandes entrevistas realizada en 1976, cuando todavía tenía veinte años, adoptó una posición apolítica, y hasta afirmó que la censura era necesaria porque de otra manera «las cosas se complicarían para el gobierno». Como sea, Sócrates era un lector voraz y siguió formándose con el apoyo de su padre hasta comprender los problemas sociales de Brasil y la intensa represión del régimen militar.
Cuando Sócrates entró al Corinthians en 1978, empezó a gravitar hacia la izquierda. No pasó mucho tiempo hasta que, junto con su compañero Wladimir —a los que más tarde se sumó otro futuro jugador internacional de Brasil—, lideró un movimiento que, con el respaldo del director Adilson Monteiro Alves y del presidente Waldemar Pires, introdujo una forma de democracia directa en el club. Todos tenían voto en las decisiones sobre la dirección del club, y los jugadores decidían todo, incluso los tiempos de entrenamiento. También flexibilizaron el carácter estricto de la concentración, tradición del fútbol brasileño que consiste en confinar a los jugadores en un hotel o en una cancha antes del juego.
Enfrentar la autoritaria concentración tenía un valor simbólico importante y el Corinthians fue como una metáfora para la sociedad brasileña. Además de desafiar abiertamente la dictadura adoptando métodos democráticos en una institución deportiva de tan alto nivel, Sócrates y sus compañeros demostraron que rechazar la apatía y el individualismo en favor de la política colectiva podía ser muy efectivo. El club tuvo mucho éxito durante la gestión democrática: ganó dos veces el Campeonato Paulista, en 1982 y en 1983. «Nuestro movimiento tuvo éxito por muchos motivos, pero el más importante fue Sócrates», declaró Casagrande ante el Guardian el año pasado. «Necesitábamos un genio como él, alguien politizado, inteligente y admirado. Para nosotros Sócrates era un escudo. Sin él no habría existido la Democracia Cotinthiana».
El movimiento rápidamente trascendió el club y Sócrates y sus compañeros empezaron a representar una amenaza directa contra el régimen. En 1982, frente a las primeras elecciones multipartidarias de Brasil bajo gobierno militar y en medio del gradual proceso de apertura democrática, Sócrates y sus compañeros entraron a la cancha con remeras adornadas con las palabras: «Vote el día 15». Antes de ganar el Campeonato Paulista en 1983, el equipo, dirigido por Sócrates, entró a la cancha con una bandera gigante que decía: «Ganar o perder, pero siempre con democracia». El Doctor hizo dos goles contra São Paulo y los festejó levantando el puño y saludando al pueblo brasileño.
Sócrates participó de las campaña Directas Ya, movimiento que, con apoyo de sindicalistas, trabajadores, artistas, estudiantes y muchos otros sectores de la sociedad brasileña sacó a millones de personas a la calle y aceleró la transición democrática de 1985. En un momento definitorio de su folclore personal, cuando varios clubes de Italia estaban interesados en comprarlo, subió a un escenario en São Paulo, ante una multitud de manifestantes, y prometió que no abandonaría Brasil si se aprobaba una enmienda constitucional que abriera el camino a las elecciones libres. Aunque la derrota que finalmente sufrió la enmienda fue provisoria, Sócrates, en un acto desafiante, partió hacia Fiorentina. La historia cuenta que, cuando llegó a Italia, le preguntaron a cuál jugador de la Serie A admiraba más, si Sandro Mazzola o Gianni Rivera. «No sé», respondió, «estoy aquí para leer Gramsci en su lengua original y estudiar la historia del movimiento obrero».
Sócrates es todavía un ídolo para muchos brasileños, entre los que destaca Rosie Siqueira de Fiel Londres, un club de hinchas del Corinthians de Londres. «Era un tipo que estaba por encima de su época, sus perspectivas y sus ideales sobre las causas sociales que defendió y sobre política ilustraron a muchos hinchas, no solo del Corinthians, sino del fútbol brasileño en general», dice. «También fue un líder que influyó en sus compañeros y en todos los miembros del club. Sócrates era de izquierda, combatió la dictadura militar brasileña y defendió la libertad de expresión y la democracia… No tenemos muchos casos así en el fútbol sudamericano ni en el fútbol mundial».
Aunque la forma en que Sócrates transformó el club está bien documentada, el significado que tuvieron sus acciones en la identidad del equipo —y en la de sus hinchas— suele ser pasado por alto. «Estamos muy orgullosos de ser uno de los únicos clubes del mundo con un capítulo tan bello en su historia», dice Siqueira. «El mensaje de Sócrates siempre acompañará al Corinthians, y nos recuerda nuestra historia, nuestros orígenes y nuestros objetivos. El Corinthians es un club creado por inmigrantes, pobres y obreros. Nunca deberíamos olvidarnos de eso. Tener la Democracia Corinthiana en las páginas de nuestra historia nos ayuda a mantener vivo el ideal».
Sócrates murió en 2011 a los 57 años después de una dura batalla contra el alcoholismo, el mismo día que el Corinthians ganó el título de la liga brasileña. Defendió la política de izquierda toda su vida, y después de retirarse se dedicó a la medicina y también fue comentarista, escritor y profesor. Acompañó a Luiz Inácio Lula da Silva —otro personaje clave de la campaña Directas Ya y, casualmente, hincha del Corinthians— durante su primer gobierno, del que dijo que había sido el mejor gobierno de la historia de Brasil. Sin embargo, nunca abandonó su posición crítica. Cuando le pidieron que puntuara la presidencia de Lula, dijo: «No es un 10, para eso hay que cambiar todo de una vez. Diría que es un 7 o un 8. Está bastante bien».
Hoy que juega un Mundial que tiene altas posibilidades de ganar, el equipo nacional brasileño es un símbolo de la división política, desgarrado por fracturas y fallas ideológicas. Antes de las elecciones generales de octubre, que ganó un Lula resurrecto, el expresidente Jair Bolsonaro alentó a sus votantes a vestir la famosa remera amarilla que había copado las protestas que culminaron en el impeachment de Dilma Roussef. Consecuentemente, muchos brasileños que se oponen a Bolsonaro dejaron de usar la camiseta. No ayuda el hecho de que muchos jugadores importantes, entre ellos Neymar, hayan apoyado abiertamente a Bolsonaro, según Lula porque el expresidente decidió hacer la vista gorda ante los fraudes fiscales del delantero del Paris Saint-Germain.
«Con todo lo que está pasando, Sócrates es un personaje de una importancia fundamental», dice Andrew Downie, periodista y autor del libro Dóctor Sócrates. «Escucho a mucha gente en Brasil —especialmente durante la campaña electoral, cuando tipos como Neymar apoyaron abiertamente a Bolsonaro— decir cosas como: ‘‘Cuánto extraño tener a un tipo como Sócrates, que defendía las causas sociales, los derechos humanos, la democracia y siempre tenía posiciones progresistas’’… Sócrates siempre defendió lo que consideraba justo».
Sin embargo, muchos exfutbolistas apoyaron a Lula, entre ellos el viejo amigo de Sócrates, Casagrande, y Raí, el hermano menor del Doctor. Fantástico jugador por derecho propio —y, a diferencia de su hermano, ganador de la Copa Mundial— Raí hizo una «L» con la mano durante la presentación del Sócrates Award en la ceremonia del Ballon d’Or celebrada antes de la campaña presidencial. «Todos sabemos de qué lado habría estado Sócrates», dijo con una sonrisa.
Dada la agresiva intervención de la FIFA incluso contra los más inofensivos gestos proigualdad en Catar, este Mundial necesita un jugador que evoque el espíritu de México 1986. Para los brasileños que quieren arrancarle la camiseta amarilla —y todos los emblemas nacionales— a Bolsonaro, el imponente Sócrates es un recordatorio de que la extrema derecha no tiene ningún monopolio sobre el legado del fútbol brasileño. «Derrotamos a Bolsonaro en estas elecciones, pero eso no significa que el bolsonarismo esté acabado, y las ideas discriminatorias, el sexismo y el totalitarismo todavía rondan el país», dice Siqueira. «En mi opinión, el fútbol, como siempre, juega un rol importante en la sociedad y necesitamos que el espíritu de Sócrates siga viviendo entre nosotros».
WILL MAGEE
Will Magee es periodista deportivo especializado en fútbol. Escribe en Vice y en i.