por Patrick Martin //
El primer discurso sobre el estado de la Unión del presidente estadounidense, Donald Trump, pronunciado el martes por la noche, fue un festival de reacción e inmundicia política. El discurso se prolongó durante más de 80 minutos, interrumpido por las ovaciones de los miembros reunidos del Senado y la Cámara de Representantes. Estaba lleno de himnos a la policía y a los militares (que obtuvieron el aplauso particular de los demócratas), ataques fascistas contra los inmigrantes e invocaciones a la religión, al patriotismo y a la bandera estadounidense, que culminaron al cierre en gritos de “¡USA! ¡USA!”.
El discurso anual del estado de la Unión hace tiempo se descompuso en un ritual vacío, cuya vaciedad es una expresión de la crisis y la decadencia de la democracia estadounidense, estando abrumada por el militarismo y una desigualdad económica desenfrenada.
Con Donald Trump, el verdadero estado de la Unión se revela, no por el torrente interminable de mentiras elaboradas por sus redactores de discursos, o por las personas que explotaron como accesorios humanos, sino en la persona del propio presidente: el primer multimillonario en ocupar la Casa Blanca, enorgullecido por el logro insigne de su primer año en el poder, los trillones de dólares en recortes de impuestos para las empresas y los súper ricos.
En un discurso que rápidamente recibió respuestas positivas en los medios, Trump citó el aumento récord en el mercado bursátil y la decisión de las principales corporaciones de repatriar fondos a Estados Unidos, ya que ahora pueden hacerlo virtualmente libres de impuestos, como si esto beneficiaría a los trabajadores estadounidenses.
Sin embargo, los esfuerzos de Trump para dar la impresión de un país en alza, incluyendo la mejora de las condiciones de vida, no habrá engañado a nadie. Apenas unos minutos después de afirmar que los estadounidenses nunca la habían tenido tan favorable, señaló que 64.000 personas murieron por sobredosis de drogas en Estados Unidos el año pasado, un número récord. Esta fue una de sus pocas concesiones a la realidad social, que Trump utilizó para exigir mayores poderes policiales.
La actitud arrogante de Trump reflejaba algo de la coyuntura política. Los demócratas pretendieron oponerse al recorte de impuestos, pero no hicieron nada para detenerlo, porque su base social más importante, Wall Street, lo apoyó con entusiasmo. Los demócratas fingieron luchar por la juventud inmigrante cubierta por el programa DACA, pero abandonaron el esfuerzo después de un cierre de dos días del Gobierno federal. Trump le ha tomado las medidas a esta “oposición” desdentada y se siente fortalecido en consecuencia.
Su discurso sobre el estado de la Unión no hizo concesiones en absoluto respecto a inmigración. En cambio, Trump detalló el mismo plan lanzado la semana pasada por la Casa Blanca, que vincula un oneroso proceso de 12 años de legalización para inmigrantes que cumplan con las edades requeridas por DACA a una serie de medidas reaccionarias, incluyendo su muro a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, una expansión masiva de la Patrulla Fronteriza y la policía de inmigración, y drásticos recortes en la inmigración legal, limitando las medidas que facilitan la reunificación familiar a los cónyuges e hijos menores de edad.
Trump apeló al prejuicio antiinmigrante con una representación grotescamente falsa de los inmigrantes como una amenaza para los puestos de trabajo e incluso las vidas de los trabajadores estadounidenses, utilizando a la pandilla salvadoreña MS-13 —un producto de los barrios marginales de Los Ángeles y el sistema penitenciario estadounidense, no originaria de El Salvador— como el reemplazo de Estado Islámico para el típico alarmismo fomentado por el Gobierno estadounidense.
Los principales demócratas se unieron a los aplausos, especialmente cuando Trump elogió a los militares, la policía, la Patrulla Fronteriza, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas y otras fuerzas represivas. Esto incluyó una ovación de pie bipartidista para el secretario de Defensa, James “Perro Rabioso” Mattis, quien se está preparando para ejecutar las órdenes de Trump para una guerra nuclear con Corea del Norte.
Solo las agencias de inteligencia quedaron fuera de la lista, una omisión que fue la única indicación en el discurso de Trump de la lucha continua dentro del estado estadounidense entre la Casa Blanca y secciones del aparato de inteligencia militar, la cual ha tomado la forma de la investigación sobre Rusia.
Esta pesquisa es la única temática por la que los demócratas del Congreso han luchado intransigentemente, expresando las demandas de la CIA y el Pentágono de que no debería haber ningún cambio en la postura antirrusa en la política exterior, adoptada por el Gobierno de Obama durante su segundo mandato.
La semana pasada, el líder demócrata y líder de la minoría del Senado, Charles Schumer, pidió que la nueva resolución presupuestaria, que debe aprobarse antes del 8 de febrero para evitar otro cierre federal, incorporara una disposición para impedir que Trump despida al fiscal especial Robert Mueller, quien encabeza la investigación sobre Rusia. Esto se produjo solo días después de que Schumer dejara de exigir que la resolución del presupuesto incluyera protecciones para los destinatarios de DACA.
No tiene sentido tratar de proporcionar una refutación punto por punto de las mentiras descaradas del discurso de Trump. Estaba describiendo a Estados Unidos como lo ven los multimillonarios, para quienes, como dijo, esto parece el mejor de los casos, con los precios de las acciones y las ganancias aumentando, los impuestos sobre los ingresos y las corporaciones recortados, las regulaciones gubernamentales sobre los negocios no se aplican o se descartan por completo.
En política exterior, Trump dijo relativamente poco, pero todo fue reaccionario. Pidió al Congreso “financiar completamente a nuestro gran ejército”, saludó las operaciones militares estadounidenses en Siria, Irak y Afganistán, mientras anunciaba que había firmado una orden ejecutiva para mantener abierta la prisión estadounidense de tortura en la Bahía de Guantánamo, Cuba, para albergar a nuevos presos capturados en la “guerra contra el terrorismo”. Insistió en que los presuntos “terroristas” deberían ser tratados como “combatientes enemigos”, y dejó en claro que Estados Unidos mantendrá y ampliará su red de centros de detención y tortura.
Amenazó a Cuba, Venezuela e Irán, así como a los más de 100 países que votaron en la Asamblea General de las Naciones Unidas para condenar el reconocimiento estadounidense de que Jerusalén es la capital de Israel. Se refirió a Corea del Norte como una amenaza nuclear para Estados Unidos y prometió una mayor acumulación del arsenal nuclear de Estados Unidos.
El repugnante carácter del discurso, la cobertura mediática y la ceremonia en general evidencian la inexistencia de cualquier oposición dentro de la élite política a su agenda proempresarial. La política oficial estadounidense consiste en varios grados de derechismo, desde la agenda corporativista y pro-CIA del Partido Demócrata hasta los desvaríos fascistas de los distintos sectores del Partido Republicano que ven incluso a Trump como demasiado blando con los inmigrantes.
La respuesta oficial del Partido Demócrata, entregada por el diputado de Massachusetts, Joseph Kennedy III, nieto de Robert F. Kennedy, combinó posturas demagógicas, principalmente en la línea de la política de identidad, pero con algunas críticas a la especulación de Wall Street y su usual alarmismo hacia Rusia, a la que describió como estando “hasta la rodilla en nuestra democracia”.
Sin embargo, incluso en su punto más demagógico, Kennedy no pudo hacer referencia a la clase obrera ni a ningún movimiento desde abajo en contra del crecimiento de la desigualdad económica. Eso es porque el Partido Demócrata es de igual manera un instrumento de la aristocracia corporativa y financiera como el Partido Republicano. Cualquier diferencia que tengan sobre cuestiones secundarias y cuestiones tácticas está subordinada a una defensa común del sistema de lucro y los intereses de Wall Street y del imperialismo estadounidense.
El estado de la Unión mostró un presidente extremadamente degradado y reaccionario y una “oposición” impotente y en bancarrota. La verdadera oposición, tanto para Trump como para el Partido Demócrata, debe venir desde abajo, desde un movimiento independiente de la clase trabajadora en oposición al sistema de lucro capitalista.