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Ecuador – Las paradojas del triunfo de la derecha

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La derecha ha vuelto a imponerse en Ecuador, esta vez con un rostro joven. El nuevo gobierno, que durará menos de dos años, se enfrenta a una crisis múltiple, que incluye la acción descontrolada del crimen organizado. Daniel Noboa deberá conjurar el fantasma del desgobierno de Guillermo Lasso, quien debió convocar a elecciones anticipadas para evitar su destitución.

Pablo Ospina Peralta *

Nueva Sociedad, octubre 2023

https://nuso.org/

La historia se repite dos veces. En ambas ocasiones, salpicada de su cuota de tragedia y de farsa. La distribución territorial de la votación en la segunda vuelta ecuatoriana, el 15 de octubre de 2023, es virtualmente idéntica a la de la segunda vuelta de abril de 2021. Las regiones de la Costa, que tradicionalmente han votado por fuerzas conservadoras, entregaron su confianza a la candidata de Revolución Ciudadana, Luisa González, elegida por el ex-presidente Rafael Correa desde Bruselas, donde se encuentra exiliado. Mientras tanto, las regiones de la Sierra y la Amazonia, que tradicionalmente han votado mayoritariamente por la centroizquierda, incluidas las zonas indígenas, entregaron masivamente su voto al candidato conservador, Daniel Noboa (35 años), hijo del magnate bananero y cinco veces candidato presidencial Álvaro Noboa.

El correísmo compitió con González, casi desconocida en sus inicios y elegida por ser considerada «leal» a Correa. Anteriormente, había sido candidata suplente a la Asamblea Constituyente de 2007 por el conservador Partido Social Cristiano. En la campaña, señaló que el ex-presidente, en caso de victoria, sería uno de sus principales asesores y se presentó como «una madre ecuatoriana», como una madre soltera que logró sortear las dificultades. Al mismo  tiempo, volvió a repetir que, en su opinión, ser feminista no significa estar a favor de la despenalización del aborto (de hecho, votó en contra incluso en caso de violación). Por su parte, el hijo del gran magnate bananero trató de escapar a una asociación con la derecha, pese a llevar como vice a una candidata de derecha radical, Verónica Abad, prometió inversiones energéticas para reducir los subsidios al diésel y a la distribución eléctrica, y aseguró que no aceptaría contratos laborales por hora por ser regresivos, al tiempo que marginó de los primeros planos a su ultraconservadora compañera de fórmula.

La apuesta electoral central del correísmo fue que el desprestigio de los ineptos, indolentes e insensibles gobiernos que sucedieron a Correa, tanto el de Lenín Moreno como el de Guillermo Lasso, sería suficiente para persuadir al electorado de que el mejor futuro yacía en el pasado. La apuesta central de Noboa fue apelar a la imagen de un candidato «nuevo», joven, distante de la polarización de los últimos tres lustros (apeló menos a la retórica anticorreísta), pero que, al mismo tiempo, se podía presentar como moderado, profundamente preocupado por la caridad social y las obras asistenciales de salud de su madre, y con un perfil técnico ajeno a los embrollos de la política.

La mayor desventaja del correísmo siguió siendo la omnipresencia de su líder máximo, con un discurso siempre amenazante, sin jamás consentir la más mínima autocrítica; por su parte, la mayor desventaja del joven empresario era su padre y la asociación inmediata de su futuro gobierno de empresarios con el desgobierno de empresarios de Lasso, que acababa su mandato de manera anticipada. Lasso convocó a elecciones mediante el mecanismo de la «muerte cruzada» para evitar su destitución por el Parlamento. La elección mostró que el voto anticorreísta sigue siendo más persistente de lo que los afectados suelen aceptar.

No es creíble la tesis de que el electorado se ha vuelto súbitamente favorable a la desregulación, el libre mercado y las privatizaciones. Hay, hubo y habrá una parte del electorado con tales convicciones. Pero recordemos que la Sierra y la Amazonía se han caracterizado durante los últimos 60 años por un empresariado fundamentalmente orientado al mercado interno, que solo encontró productos de exportación exitosos en el cambio de siglo, con las flores y el brócoli. La Sierra ha sido la región donde la presencia estatal, el empleo público y la infraestructura vial y de comunicaciones se han desplegado más. En la Costa, la agroexportación y sus redes de comerciantes intermediarios han comandado con mano firme las estructuras del poder local, subordinando las redes comunitarias de autoayuda, con una presencia estatal más difusa e intermitente y con un mayor déficit de infraestructura. Ha sido también la región más duramente golpeada por la crisis de seguridad, la violencia delincuencial y un rápido reclutamiento por parte del crimen organizado. Las tendencias políticas divergentes en ambas regiones encuentran en tales estructuras socioeconómicas dispares su fuente de anclaje social.

Ese elemento estructural no cambió sustancialmente con la llegada al poder de Correa. No obstante, el correísmo sacudió los cimientos de las preferencias electorales regionales. Cuando ganó por primera vez, en noviembre de 2006, su votación siguió la misma demarcación tradicional. En la segunda vuelta de aquel año, Correa se impuso sobre el magnate bananero Álvaro Noboa, padre de Daniel, ganando en las mismas provincias y regiones donde el correísmo acaba de perder. ¿Qué ha cambiado entonces? El electorado de Revolución Ciudadana se volvió crecientemente costeño, y la racionalidad de este cambio radica en que, aprovechando el boom de los commodities, los gobiernos de Correa consiguieron que la infraestructura vial y social llegara a aquellas regiones más carenciadas, en especial las de la Costa. En el norte de la Amazonía desplegó una presencia estatal largamente esperada y repetidamente traicionada. En el sur amazónico, en cambio, donde la población está más concentrada y la infraestructura es un poco menos deficitaria, el correísmo se volvió impopular al intentar extender a sangre y fuego la frontera extractiva, de petróleo y minería metálica a gran escala, que competía y despojaba de sus áreas de supervivencia a la agricultura familiar y la pequeña minería artesanal. En la Costa, una gran variedad de caciques políticos locales transitó libremente entre los partidos conservadores tradicionales y Revolución Ciudadana, mientras que los caciques locales serranos y amazónicos se mantuvieron alejados.

En la Sierra ecuatoriana, el electorado no solo está más ligado a redes familiares y comunitarias más activas y autogestionarias, sino que además la intervención pública del correísmo resultó menos atractiva. El énfasis en la construcción de infraestructura en una región que ya contaba con ella atrajo ante todo a las clases medias emergentes, más vulnerables, que pudieron acceder a servicios públicos anteriormente ausentes. Atrajo mucho menos a las clases medias consolidadas y a los grupos más empobrecidos, para quienes la situación cambió muy poco. Las cifras de pobreza estructural se mantuvieron invariables, en especial en las zonas indígenas y rurales profundamente marginalizadas de la Sierra y la Amazonía. El electorado correísta en la Sierra sigue, por término medio, las líneas sociales de esta demarcación: votan por el correísmo los sectores de clases medias emergentes, vulnerables; pero tiene mucho menor impacto entre las clases medias altas y entre los más pobres. Estos dos últimos sectores sociales cuentan, además, con mayor tradición de participación, organización y gestión autónoma de sus propios problemas y rechazan más activamente el autoritarismo personalista. Y es difícil encontrar, hoy por hoy, una figura política más patriarcalmente autoritaria que la de Rafael Correa. En síntesis, en la Sierra y la Amazonía, los beneficios materiales conseguidos con la expansión de los servicios estatales durante los años de vacas gordas del correísmo no alcanzan a compensar la combinación de autoritarismo y corrupción que se asocia a sus gobiernos. El voto femenino, tradicionalmente más reacio a los liderazgos autoritarios, también le ha sido constantemente esquivo desde 2021.

Entonces, el electorado serrano y amazónico, en las regiones y provincias tradicionalmente conquistadas por la centroizquierda y el movimiento indígena, es el que le dio la victoria a Daniel Noboa. Este, para conseguir su objetivo, se vio obligado a enarbolar un discurso de intervención estatal y, según él, de «centroizquierda». En campaña, a González le resultó más difícil separarse de Correa que a Noboa de su padre. En ambos casos, se trató de inexperimentados políticos que huyeron de los debates con periodistas hostiles o discusiones en las que tuvieran que profundizar en propuestas. Privilegiaron los recorridos territoriales, las redes sociales y los golpes de efecto publicitario. Se trató de una campaña particularmente deslucida, con actores de reparto.

Noboa gobernará poco más de un año y medio -para completar el mandato trunco de Lasso-. Será un lapso insuficiente para desplegar un proyecto político o económico profundo. Su desafío será mostrar un gobierno activo, con mucha iniciativa y mucho gasto público, tanto tiempo rezagado debido a los sucesivos ajustes fiscales que empezaron en 2014. Si el gobierno electo se atiene a las mismas políticas de austeridad de sus predecesores, o a su misma incapacidad de gestión, el electorado que ha venido esquivando el correísmo se verá sometido a una nueva acumulación de decepciones. El correísmo contará entonces con la ventaja del paso del tiempo a la sombra de una sucesión de gobiernos fallidos. Podría aprovechar también su crecida presencia parlamentaria y el control de varios gobiernos locales, entre ellos Quito y Guayaquil. Y la misma batalla electoral, quizás con los mismos nombres, podría repetirse dentro de un año y medio.

* Pablo Ospina Peralta, historiador. Es docente de la Universidad Andina Simón Bolívar, investigador del Instituto de Estudios Ecuatorianos y militante de la Comisión de Vivencia, Fe y Política.

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