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Economía Stavros Tombazos y la discordancia de los tiempos

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Michel Husson

A l´encontre, 25-2-2019

www.alencontre.org/

Traducción de Viento Sur

https://www.vientosur.info/

En 1994, Stavros Tombazos publicó un libro titulado Le temps dans l’analyse économique  1/. Acaba de aparecer su nuevo libro, Global Crisis and Reproduction of Capital  2/. El libro de 1994 ha superado la prueba del tiempo, ya que ha sido objeto de una traducción al inglés, publicada veinte años más tarde. Tombazos propuso en él una relectura de El Capital, estructurada como la articulación de tres temporalidades: “Las categorías de los tres libros teóricos de El Capital se inscriben de modo distinto en el tiempo. Las del primer libro obedecen a una temporalidad lineal y abstracta, homogénea, a un tiempo supuestamente calculable, medible. Este último lo denominamos tiempo de la producción. Las determinaciones del segundo libro se inscriben en una temporalidad cíclica. Las diferentes categorías del tiempo de la circulación se refieren a la rotación del valor. Finalmente, el tercer libro es el del tiempo orgánico del capital, unidad del tiempo de la producción y del tiempo de la circulación.”

Este esquema de lectura sirve para confrontar la lógica de Marx y la de Hegel ofreciendo herramientas metodológicas para la comprensión del capitalismo contemporáneo. Tombazos indica a este respecto que hay que saber “pensar el ‘inmovilismo’ del cambio”. A Michel Aglietta, quien propone evitar el uso del término reproducción, Tombazos replica que valor y capital son elementos invariables del capitalismo.

Ya en aquel entonces, el pasaje sobre el capital portador de interés destaca lo que tienen de absurdo las teorías financiaristas que oponen esquemáticamente el beneficio industrial al beneficio financiero. Para Tombazos, debería estar claro, por el contrario, que “el beneficio industrial es ante todo, lógicamente, uno e indivisible; después se comparte real o idealmente entre prestamistas y prestatarios, tipos de interés y beneficio empresarial. Estas dos últimas categorías, entendidas como dos partes del trabajo excedentario, no tienen nada de misterioso. Son, al igual que el salario y la ganancia, formas fenomenales de la plusvalía y al mismo tiempo momentos del imaginario social o momentos de lo que Marx llama fetichismo.”

Más allá de estas anotaciones metodológicas, que conservan hoy en día toda su pertinencia, la tesis fundamental del libro de 1994 es que el funcionamiento del capital se basa en una “organización autónoma de ritmos”. Con ello aporta una clave de lectura de la “crisis del organismo social” como “una especie de ‘arritmia’, es decir, una perturbación momentánea de la coherencia del sistema”. En el fondo, este es el esquema que se utiliza en el último libro de Tombazos para analizar la crisis reciente.

Primera discordancia: beneficio y acumulación

Es bastante fascinante ver cómo las categorías relativamente abstractas que elaboró Tombazos en su primera obra las retoma en su nueva contribución para aplicarlas al análisis de la crisis reciente y proponer una visión coherente de la misma.

El primer capítulo del libro está consagrado al tiempo de la producción, es decir, a la relación entre rentabilidad y acumulación de capital. En su introducción, Tombazos ofrece un resumen de su método general: “El concepto mismo de capital hace referencia a una articulación de tres ritmos económicos fundamentales: el ritmo de la valorización, el ritmo de la acumulación y el ritmo de la realización del valor. El crecimiento capitalista presupone una compatibilidad relativa entre estos tres ritmos, y las crisis económicas se producen a raíz de la divergencia excesiva de uno de estos ritmos con respecto a los demás. Toda crisis económica puede describirse como una ‘arritmia orgánica’ del sistema”. Una vez más, es asombroso comprobar que esta problemática retoma en sus mismos términos la del libro de 1994.

Tombazos analiza en detalle una primera discordancia, entre beneficio y acumulación: “Durante el periodo neoliberal, la tasa de beneficio se recupera, pero la tasa de acumulación no le sigue: aparece una divergencia entre la curva de la tasa de beneficio y la de la tasa de acumulación. La relación entre plusvalía (o beneficio) y acumulación aumenta.” Este primer hecho estilizado dio pie a un debate entre marxistas que nos remite a la cuestión delicada de la medición del capital, que precisamos para calcular la tasa de beneficio y la tasa de acumulación. Tombazos evita meterse en berenjenales y razona sobre la parte acumulada de la plusvalía, demostrando que esta desciende sobre la base de los datos empíricos disponibles.

Otro debate se refiere al papel de las finanzas. Según una vulgata bastante extendida, las finanzas depredadoras, al apoderarse de una parte creciente de la plusvalía, impiden que el buen capitalismo cumpla su función, a saber, acumular capital. Tombazos rechaza de plano esta interpretación: “Es por tanto un error explicar la creciente divergencia entre la tasa de beneficio y la tasa de acumulación, o el aumento de la relación plusvalía/inversión neta, por el aumento de la parte de la plusvalía absorbida por el capital monetario.” A cambio, propone otra (que compartimos): si el capitalismo invierte cada vez menos en las actividades productivas, se debe a que “no existen nuevas actividades productivas que prometan una tasa de beneficio ‘aceptable’. De ahí que invierta gran parte de ‘su’ plusvalía en títulos de otros sectores, de la banca, los fondos de inversión, etc. El aumento de los intereses y de los dividendos como parte de la plusvalía es el síntoma y no la causa de la divergencia” entre beneficio y acumulación.

Tombazos se remite nuevamente a Marx y, en particular, al capítulo II de El Capital, titulado “Las metamorfosis del capital y su ciclo”, del cual cita el siguiente pasaje: “El ciclo total se presenta, para cada forma funcional del capital, como su ciclo específico, y el hecho es que cada uno de estos ciclos condiciona la continuidad del conjunto del proceso. La rotación de una forma funcional condiciona la otra. Es indispensable para el proceso de producción total, especialmente para el capital social, que sea al mismo tiempo un proceso de reproducción y, por consiguiente, un ciclo de cada uno de sus momentos […]. Las formas son, pues, formas fluidas, y su simultaneidad es obra de su sucesión.” 3/ La lección que extrae Tombazos es metodológicamente importante: “Debemos leer los tres circuitos de cada capital individual, y también los del capital social, no solo horizontalmente (como una transformación o metamorfosis de cada forma funcional), sino también verticalmente (como la coexistencia simultánea de cada forma funcional).”

Segunda discordancia: explotación y mercados

La articulación entre los capítulos 2 y 3 tiene lugar en torno a la dilucidación de un segundo hecho estilizado: “La parte del consumo privado en el PIB parece evolucionar de manera independiente de la parte de los salarios en el PIB. Así, desde la década de 1980, la proporción entre consumo privado y parte de los salarios aumenta en todas las grandes regiones del mundo desarrollado.”

¿Cómo explicar esta nueva discordancia? Tombazos contempla varios mecanismos posibles: la entrada de capital en los países en cuestión; una disminución de la tasa de ahorro de los hogares; un aumento del consumo de los capitalistas. Ninguno de estos tres factores parece suficiente, y se centrará en un cuarto, a saber, “el aumento de la parte de la ganancia industrial transferida a las clases sociales de ingresos medios y bajos (trabajadores, autónomos, etc.) en forma de crédito al consumo”.

Tombazos procede entonces a alternar de nuevo entre los datos empíricos y los esquemas teóricos. Después de recordar la lógica de los esquemas de reproducción de Marx, propone una extensión de los mismos que tiene en cuenta su hipótesis central. En cierto modo, retoma aquí los análisis de Costas Lapavitsas,  4/ que habla de “explotación directa” a través del endeudamiento de los trabajadores, pero los inserta en un esquema riguroso. Los patrones de reproducción de Marx han podido dar pie a lecturas engañosas al interpretarlos como un modelo de “crecimiento equilibrado”. Sin embargo, estos esquemas fueron utilizados por Marx para mostrar, por el contrario, la inevitabilidad de las crisis. Lo mismo hace Tombazos, que los reinterpreta en su lógica temporal.

En efecto, una cosa es construir un esquema de reproducción adecuado al capitalismo neoliberal y otra distinta es deducir que es sostenible. En otras palabras, este esquema desequilibrado tenía los días contados: “Agotará su horizonte temporal absoluto tan pronto como la proporción de los salarios disponibles disminuya hasta el punto en que la reproducción de la fuerza de trabajo ya no sea compatible con el servicio de la deuda.” Y este horizonte temporal se acerca en función de cuatro parámetros: 1) aumento de la tasa de plusvalía; 2) incremento en la parte de la plusvalía proveniente del servicio de la deuda; 3) incremento del tipo de interés; 4) disminución del período de servicio de la deuda.

El esquema no tuvo tiempo de alcanzar su límite y se derrumbó desde el momento en que los mercados comenzaron a “dudar de que los derechos acumulados sobre los salarios futuros fueran reembolsados”. Este análisis lleva a una lectura de la crisis que otorga un papel preponderante al endeudamiento de los hogares: es cierto que inicialmente permitió que la demanda se mantuviera en un contexto de congelaciones salariales, pero se quebró con la disminución del ingreso disponible de los hogares. Así, desde el principio, “el esquema reproductivo neoliberal tenía fecha de caducidad”. Su crisis “se manifiesta inicialmente, en su dimensión financiera, como una acumulación de deudas privadas insostenibles”.

Tercera discordancia: marxismo ortodoxo y marxismo dialéctico

Tombazos subraya repetidamente que la crisis actual no se deriva de la ley de baja tendencial de la tasa de beneficio, a diferencia de la de mediados de la década de 1970, pero a su modo de ver existe un vínculo entre ambas, en la medida en que “la crisis actual es el resultado de las políticas aplicadas para hacer frente a la caída de la rentabilidad en la década de 1970”. Es básicamente “la crisis de la respuesta neoliberal a la crisis de la década de 1970”.

¿Deberíamos calificar entonces a Tombazos de “subconsumista”? En general, es el reproche que hacen los marxistas ortodoxos a quienes se niegan a explicar la crisis por la mera caída de la tasa de beneficio. Estos últimos son, según ellos, discípulos de Rosa Luxemburg (en el mejor de los casos), y quizás incluso de los reformistas keynesianos. Sin embargo, esto equivale a no entender la lógica misma de los patrones de reproducción cuya idea básica resume Tombazos del modo siguiente: “Un patrón de reproducción del capital solo puede perpetuarse si la oferta de valores de mercado de los diversos sectores productivos corresponde a una distribución del ingreso que garantice más o menos su realización.” Después da este ejemplo que muestra cómo su lectura de Marx se articula con las diferentes temporalidades del capital: “Si el valor de los productos destinados al consumo de la clase trabajadora no se puede alcanzar o reconocer socialmente porque la distribución de las rentas no permite su compra a su valor, el ritmo de realización del valor se frena. Los tres ritmos del capital no son compatibles entre sí. La crisis económica no es más que esta ‘arritmia’.”

En la línea de Ernest Mandel (a quien está dedicado el libro), Tombazos rechaza cualquier interpretación monocausal de la crisis. Y toda su elaboración en torno a la noción de arritmia tiende precisamente a mostrar que el esquema de reproducción, incluso el que a priori es más coherente, puede “averiarse” en cualquier punto del circuito. En este caso, la causa del desencadenamiento de la crisis contemporánea es para él “la desaceleración estructural del ritmo de realización del valor con respecto al ritmo de valorización del valor”.

Cuarta discordancia: plusvalía y capital ficticio

Fiel a su metodología de ir de lo abstracto a lo concreto, buscando “aproximarse a la realidad introduciendo gradualmente en el análisis las dificultades que plantea su comprensión”, Tombazos dedica la segunda mitad de su libro a los instrumentos que hicieron posible la crisis financiera.

La descripción de los diversos instrumentos financieros (derivados, titulización, etc.) es bien conocida, pero Tombazos restablece maravillosamente su fundamento, que es una forma de ceguera ideológica, incluso metafísica. Así, escribe: “Los productos financieros derivados oscurecen hasta tal punto la realidad que cualquier intento de comprensión científica degeneraba fácilmente en una especie de geometría metafísica en la que incluso la cuadratura del círculo parecía factible. Más precisamente, la comprensión fragmentaria de la realidad adoptada por el enfoque dominante (ultramatematizado, pero a fin de cuentas metafísico) creó la ilusión de que el desplazamiento del riesgo financiero equivalía a su desaparición.”

La deriva de las finanzas se basó efectivamente en una primera ilusión, bastante estúpida si lo pensamos, según la cual bastaba traspasar el riesgo para que fuera posible olvidarlo. Las diferentes entidades se pasaron así entre ellas la patata caliente, pero “esta transferencia continua del riesgo hacia el Otro generalizado,  5/ lejos de constituir una gestión racional del riesgo, transforma el riesgo individual en riesgo social, el riesgo privado en riesgo sistémico, el riesgo local en riesgo nacional y mundial. El Otro generalizado somos todos nosotros, es el sistema global.”

Más fundamentalmente, todo se basaba en otra ilusión, a saber, que el dinero puede generar dinero sin pasar por la casilla de la explotación. Para disipar esta representación fantasmagórica que las finanzas capitalistas tienen de sí mismas, es necesario disponer de una teoría del valor, marxista en este caso, que permita comprender por qué las rentas reales derivadas de las finanzas no pueden ser otra cosa que una fracción de la plusvalía, como ya insistió Tombazos en su libro de 1994.

El olvido de esta realidad permite el desarrollo de un capital ficticio, para retomar el término de Marx, que se presenta como una enorme acumulación de derechos de giro sobre una plusvalía que aún no se ha creado; la crisis se produce cuando se percibe que nunca llegará a crearse. Por lo tanto, Tombazos no hace más que parafrasear a Marx cuando escribe que “el capital monetario está integrado en el capital industrial: no es una entidad independiente. Sin embargo, desde el punto de vista de su propietario, el dinero que ha prestado al industrial parece tener la propiedad (meta)física de multiplicarse con el tiempo.”

El capital ficticio da lugar a derechos de giro virtuales, lo que Tombazos llama un valor tóxico cuyo volumen “no viene dado de antemano. Es objeto de un conflicto social.” Se trata de una dimensión esencial para el análisis del período posterior a la crisis: en efecto, uno de los objetivos de las políticas aplicadas consiste en gran medida en impedir la “depreciación de este ‘capital tóxico’”, en suma, defender el capital ficticio.

Quinta discordancia: la zona del euro y Grecia

Stavros Tombazos (que es chipriota) formó parte de la Comisión de la verdad sobre la deuda griega. Por lo tanto, no es extraño que la crisis del sistema del euro se examine en gran medida a través del prisma griego. Tombazos niega la responsabilidad de una deuda pública excesiva en el estallido de la catástrofe griega. En realidad, el mecanismo perverso fue el siguiente: la homogeneización de los tipos de interés nominales dio lugar a una fuerte caída de los tipos de interés reales en los países periféricos, debido a que sus tasas de inflación eran más elevadas. Esta caída provocó una burbuja inmobiliaria, que se hinchó hasta que los capitales extranjeros dejaron de acudir a financiar los déficit comerciales. Fue el rescate de los bancos privados el que llevó posteriormente al fuerte aumento de la deuda pública.

No podemos sino suscribir este análisis, aunque sin duda es incompleto porque no tiene en cuenta una de las principales taras del sistema del euro. Era previsible que la recuperación por parte de los países periféricos (que efectivamente se produjo en un primer momento, como señala Tombazos) llevaría a un aumento de sus déficit comerciales. En la versión optimista, las entradas de capitales debían invertirse en las economías periféricas y dar pie al aumento de la productividad, que a su vez permitiría una convergencia real. Sin embargo, también debido a la caída de los tipos de interés reales, el capital entró en los sectores de escaso potencial en términos de productividad antes de refluir.

Esta cuestión de la productividad es sin duda el punto oscuro del libro. Tombazos solo se refiere en su conclusión a la desaceleración de los aumentos de productividad: “Y, por supuesto, el ritmo de progresión de la productividad del trabajo se encuentra en un nivel bajo, sin precedentes en los tres polos principales de las economías avanzadas.” No obstante, este fenómeno no apareció con la crisis reciente. Uno de los rasgos esenciales del período del capitalismo neoliberal es, de hecho, la desaceleración tendencial de los aumentos de productividad. Sin embargo, estos últimos constituyen un elemento fundamental de la dinámica de la tasa de beneficio. Y si, como subraya Tombazos, no ha habido una tendencia a la baja de la tasa de beneficio, ello se debe a que todos los dispositivos empleados (globalización, financiarización, aumento de la explotación, desigualdades, endeudamiento, etc.) eran necesarios para asegurar la tasa de beneficio a pesar del declive del aumento de la productividad.

Sexta discordancia: capitalismo y salida de la crisis

En el capítulo de conclusión, Tombazos condensa las tesis principales de su libro y las aplica a la trayectoria futura del capitalismo. Para él, está claro que la salida de la crisis no puede pasar por una profundización del neoliberalismo, y mucho menos por la adición de medidas de supervisión del sistema bancario. Tombazos constata que la tasa de beneficio se ha recuperado desde la Gran Recesión, superando los niveles de antes de la crisis, pero que la brecha con la tasa de acumulación se ha ampliado aún más. Esto significa que el esquema de reproducción neoliberal funciona, pero a un ritmo más lento: la regulación más estricta de la banca y la estabilización de la tasa de endeudamiento de los hogares contribuyen a frenar la acumulación.

Sin embargo, como para el capitalismo no existe un modelo de recambio, “la reproducción neoliberal del capital solo logrará mantenerse con el apoyo de políticas económicas que provoquen nuevas ‘burbujas’ y catástrofes sociales. Vivimos en el callejón sin salida de un patrón reproductivo dominado por el capital monetario, cuya existencia solo es posible a costa de graves recesiones periódicas, regresiones sociales y crisis políticas.”

Posdata

Stavros es un amigo, todavía más desde nuestra participación común en los trabajos de la Comisión de la verdad sobre la deuda griega. Pero lo cierto es que llevábamos tiempo en connivencia intelectual. La lectura de su libro de 1994 influyó en mi reflexión, de manera tal vez subliminal, como ocurre a menudo en el seno de un colectivo de pensamiento. Compartimos, por ejemplo, la misma deuda con respecto a Ernest Mandel, cuya impronta se encuentra en muchos de nuestros trabajos, así como a otros dedicatarios de los libros de Stavros: Daniel Bensaïd, Georges Labica y Jean-Marie Vincent.

Nuestros intercambios informales en Atenas (donde Stavros intentó, en vano, iniciarme en la lógica de Hegel) han contribuido sin duda a acercar un poco más nuestros puntos de vista. Esta es la razón de este pequeño apéndice que explica por qué esta recensión es poco crítica e incluso podría ser sospechosa de complacencia. Lo que ocurre es que comparto la mayoría de las proposiciones del libro. Sin embargo, el último apartado de este artículo muestra que todavía hay diferencias de enfoque, sin duda porque Stavros es al menos tan filósofo como economista. Me parece que es posible articular una lectura del capitalismo contemporáneo con la evolución de la productividad, en otras palabras, insistir en su creciente incapacidad para generar aumentos de productividad. Hay ahí otra temporalidad que debería combinarse con los tiempos del capital destacados por Stavros.

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