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Determinismo marxista

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por J. C. MARIATEGUI
Mundial, 7 de diciembre de 1928
Amauta, noviembre y diciembre. 1928, pp. 14-16

Una actitud frecuente de los intelectuales que se entretienen en roer la bibliografía marxista es exagerar, en su propio interés, el determinismo de Marx y de la escuela marxista con el fin de declararlos, también desde este punto de vista interesado, producto de la visión mecanicista del mundo del siglo XIX; una visión incompatible con la concepción heroica y voluntarista de la vida a la que tiende el mundo moderno después de la guerra. Este tipo de reproches no puede conciliarse con la crítica del movimiento socialista a las supersticiones racionalistas, utópicas y, en el fondo, místicas. Pero Henri de Man no podía dejar de utilizar un argumento que hace tanto daño entre los intelectuales del siglo XIX, seducidos como estaban por el esnobismo de la reacción contra el «estúpido siglo XIX». El revisionista de Man observa, a este respecto, una cierta clase de prudencia. «Debe quedar claro», afirma, «que Marx no merece el reproche, a menudo dirigido a él, de ser un fatalista, en el sentido de negar la influencia de la voluntad humana en el desarrollo de la historia. Lo que él cree es que esta voluntad está predeterminada. «Y añade: «Los discípulos de Marx tienen razón cuando defienden a su maestro contra el reproche de haber afirmado este tipo de fatalismo.» Nada de esto le impide, sin embargo, acusarles de su «creencia en otro tipo de fatalismo, el que tiene que ver con los inevitables fines categóricos» ya que «según la concepción marxista, existe una voluntad social sujeta a leyes, que se produce por medio de la guerra de clases y el resultado inevitable de la evolución económica que crea la oposición de intereses».

Desde un punto de vista sustantivo, el neorrevisionismo adopta, aunque con algunas modificaciones, la crítica idealista que reivindica y defiende la acción de la voluntad y el espíritu. Pero esta crítica sólo concierne a la ortodoxia socialdemócrata, que, como ya se ha establecido, no es ni ha sido nunca marxista sino lassaliana, hecho que ha quedado demostrado por el vigor con que se ha difundido en los círculos socialdemócratas alemanes la frase «un retorno a Lassalle». Para que esta crítica sea válida habría que empezar por demostrar que el marxismo es socialdemócrata, algo que de Man se abstiene de hacer. Por el contrario, ve a la Tercera Internacional como la heredera de la Asociación Internacional de Trabajadores, cuyas reuniones fomentaron un misticismo muy cercano al cristianismo de las catacumbas. En su libro hace el siguiente juicio: «Los vulgares marxistas del comunismo son los verdaderos benefactores de la herencia marxista. No en el sentido de que sean capaces de entender mejor a Marx en referencia a su período de tiempo sino porque lo utilizan más eficazmente para las tareas de su período de tiempo, para la realización de sus objetivos. La imagen que Kautsky tiene de Marx se parece más a la original que a la que Lenin popularizó entre sus discípulos; pero Kautsky comentaba una política en la que Marx nunca influyó, mientras que las palabras que Lenin tomó de Marx, como consignas, se refieren a la misma política, después de la muerte de éste y siguen creando nuevas realidades».

Hay una frase atribuida a Lenin que es exaltada por Unamuno en su «La agonía del cristianismo» en la que una vez invalidó a alguien que observó que sus esfuerzos iban en contra de la realidad: «¡mucho peor para la realidad!» El marxismo nunca ha obedecido a un determinismo pasivo y rígido en los momentos en que ha sido revolucionario, es decir, en los momentos en que ha sido marxista. Los reformistas resistieron a la Revolución durante los disturbios post-bélicos por las más rudimentarias razones económicas deterministas. Razones que, en realidad, podrían identificarse con las de la burguesía conservadora y que revelaron el carácter absolutamente burgués, no socialista, de ese determinismo. Para la mayoría de sus críticos, la Revolución Rusa fue entendida, por el contrario, como un esfuerzo racionalista, romántico y anti-histórico de utopistas fanáticos. Los reformistas de todas las tendencias desaprobaban, en primer lugar, la tendencia de los revolucionarios a forzar la historia, calificando las tácticas de los partidos de la Tercera Internacional de «blanquistas» y «putchistas».

Marx no podía concebir y proponer otra cosa que una política realista y, por esta razón, demostró acertadamente que cuanto más intenso y vigoroso fuera el proceso de desarrollo de la propia economía capitalista, más directo sería el camino hacia el socialismo. Pero comprendió que, como condición previa a un nuevo orden, era necesario invariablemente que surgiera el condicionamiento espiritual e intelectual del proletariado por medio de la guerra de clases. Antes de Marx, el mundo moderno ya había llegado a un punto en el que ninguna doctrina política o social podía aparecer en contradicción con la historia y la ciencia. La decadencia de las religiones tiene un origen demasiado visible en su creciente distanciamiento de la experiencia histórica y científica. Y sería absurdo pedir a una concepción política – eminentemente moderna en todos sus elementos, como es el socialismo – que sea indiferente a este tipo de consideraciones. Todos los movimientos políticos contemporáneos, empezando por los más reaccionarios, se caracterizan, como observa Benda en su Trahison de Clercs, por su intento de atribuirse una estricta correspondencia con el curso de la historia. Para los reaccionarios de L’Action Francaise, que son literalmente más positivistas que cualquier reaccionario, todo el período inaugurado por la revolución liberal es enormemente romántico y antihistórico. Los límites y la función del determinismo marxista se establecieron hace mucho tiempo. Los críticos que ignoran todos los criterios del partido, como Adriano Tilgher, suscriben la siguiente interpretación: «Para tener éxito, la táctica socialista debe tener en cuenta la situación histórica en la que debe operar y, en los lugares donde las condiciones son todavía inmaduras para el establecimiento del socialismo, abstenerse de forzar su mano. Por otra parte, no se debe adoptar un enfoque quietista en cuanto al desarrollo de los acontecimientos, sino que, interviniendo en el curso de los mismos, se debe orientarlos en una dirección socialista, preparándolos así para la transformación final. Así pues, la táctica marxista es, al igual que la doctrina de Marx, dinámica y dialéctica en sí misma: la voluntad socialista no se agita en el vacío, no se desentiende de la situación preexistente, no se ilusiona con las llamadas al buen corazón de los hombres, sino que se adhiere sólidamente a la realidad histórica sin resignarse a ella. Además, reacciona enérgicamente contra la realidad histórica, en el sentido de reforzar al proletariado económica y espiritualmente, de inculcarle la conciencia de su conflicto con la burguesía. Cuando llega al colmo de la exasperación, y cuando la burguesía llega al extremo de las fuerzas capitalistas, puede ser derribada útilmente y sustituida por el régimen socialista, en beneficio de todos». (La Crisi Mondiale e Saggi critica di Marxismo e Socialismo).

El carácter voluntarista del socialismo no es, en verdad, menos perceptible que su fundamento determinista, aunque es menos comprendido por los críticos. Sin embargo, para evaluarlo, basta con seguir el desarrollo del movimiento proletario a partir de la acción de Marx y Engels en Londres; en los orígenes de la Primera Internacional hasta hoy, dominada por el primer experimento de estado socialista: la URSS. En ese proceso, cada palabra, cada acto del marxismo pone el acento en la fe, la voluntad, la convicción heroica y creativa, un impulso que sería absurdo buscar en un mediocre y pasivo sentimiento determinista.

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