El muro de la esperanza
María Luisa Rodríguez Peñaranda *
Sin Permiso, 22-11-2018
Los colectivos estudiantiles feministas gritan ¡no más acoso!
En el marco de las grandes movilizaciones estudiantiles en las que se pide al gobierno del recién electo presidente Duque sentarse a dialogar sobre la grave crisis en la financiación de la educación superior pública, emergió una denuncia que recorre las arterias de la vida universitaria: el acoso sexual.
Empezó en el baño de los hombres, en la parte superior, al lado del nombre de un profesor con la frase “acosador, depredador sexual, viejo verde, depravado”. Como una mancha incómoda fue apropiándose del hall y pasillo principal de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional, esta vez interpelándonos a todos ¿Quiénes son los acosadores?, preguntaba la pared. Poco a poco, como si ella misma se contestara fueron surgiendo nombres completos de profesores conocidos -y reconocidos- por militar en causas tan nobles como haber participado activamente en la formulación del acuerdo de paz, ser defensores de derechos humanos; e incluso ser estudiante con liderazgo.
Ante el estupor por el nombramiento de lo innombrable, la primera reacción de las directivas fue pintar la pared con un blanco pudoroso, en un desacertado intento de acallar a las víctimas. De repente lo más preocupante volvió a ser cómo garantizarle el buen nombre y el debido proceso a los señalados, la retórica que durante décadas ha permitido que cada denuncia sea archivada, que la víctima se oculte y que el acosador continúe semestre tras semestre amedrentando con comentarios soeces, roces, manoseos, besos impuestos, a las estudiantes y administrativas. “Bienvenidos futuros abogados y futuras amas de casa”, “señorita, recuerde que está sentada en su nota” son algunas de las frases que han sido recopiladas por las colectivas y movimientos de base feminista estudiantil, quienes con paso firme, formación y empoderamiento, han venido ocupando el vacío institucional para escuchar, acompañar y darle plena credibilidad al relato de las víctimas.
Como el más obstinado moho, al día siguiente las palabras volvieron a florecer esparcidas por todo el corredor, esta vez con el uso del lenguaje incluyente ¿Quiénes son lxs acosadorxs? Y al lado una advertencia “Si lo quita lo volvemos a poner”. Inmediatamente los nombrados resurgieron y aparecieron otros. Habitado por frases, preguntas y respuestas, el muro se convirtió en un lugar de disenso que irrumpía como una oportunidad para conversar.
A partir de ahí se desató un profundo debate sobre cómo aceptar el muro anónimo, sobre la conveniencia o no de las acciones directas de algunos colectivos, y el reclamo de cierto sector sobre la necesidad de que dichas acusaciones fueran formalizadas. En respuesta a la solicitud de pruebas sobre las acusaciones, el muro amaneció empapelado con los folios pertenecientes a lo que sería el inicio de un expediente judicial contra uno de los estudiantes implicados, con una gigantesca nota “ahí tienen su hijueputa denuncia formal pintada”, en una clara evocación del epílogo de la película La Estrategia del Caracol, símbolo de resistencia de los débiles al poder de los fuertes en la cultura popular colombiana.
Algunas estudiantes decidieron aprovechar la extensión del muro para ilustrar sobre las diferencias entre la seducción y el acoso; otras encontraron el ambiente propicio para convocar a una asamblea triestamentaria logrando llenar el auditorio de la facultad, aunque con notable ausencia de las directivas. Los estudiantes también quisieron aportar generando espacios de conversación sobre una nueva manera de significar su masculinidad que no les prive del afecto, respeto y solidaridad como parte central de la gramática relacional.
Si bien en el ámbito jurídico es deber de las víctimas llevar la noticia criminal ante las autoridades de policía y judicial, también es sabido que pese a la expedición de leyes que buscan cambiar las practicas revictimizantes de fiscales, policías y jueces, estás continúan presentes.
De igual modo, la experiencia nos ha demostrado que en nuestra universidad los procesos disciplinarios son lentos; los funcionarios poseen poca o ninguna formación en el enfoque de género; las directivas tienen escasa sensibilidad a las conductas que constituyen violencias contra las mujeres; el protocolo para la prevención de las violencias de género aún se encuentra en fase de implementación y por tanto no logra prevenir; el personal contratado para atender a las víctimas es abiertamente insuficiente por lo que su cuidado se limita a ofrecer una medida de contención frente al primer momento luego de la ocurrencia de los hechos de violencia; los tratamientos psicológicos son prometidos pero duran pocas sesiones o ninguna; el acoso genera deserción en las chicas y cansancio en las colectivas, estas últimas, quienes pese a todo su esfuerzo tampoco se encuentran debidamente financiadas ni preparadas para atender, integralmente y en forma sostenida, las necesidades de las víctimas.
Ante este panorama revictimizante de normalización de la violencia, así como de apatía institucional, exigir denuncias se convierte en la mejor estrategia para silenciar a las mujeres quienes sin un debido acompañamiento difícilmente pueden alzar su voz. Incluso, si llegan a hacerlo, ante los obstáculos y barreras para obtener una decisión oportuna y eficaz, se anticipa que el cansancio vencerá a la víctima. Mientras que para los acusados la prolongación de la duda abrirá un gran boquete de impunidad a través del cual suelen desplegar una eficaz estrategia de backlash que va desde campañas de desprestigio hasta contrademandas a las víctimas, a los testigos y hasta a los medios de comunicación que se atrevieron a difundir la noticia.
Considero que el gran valor del muro es que visibilizó aquello que, viéndolo a diario, aún algunos se niegan a percibir. Mostró los distintos niveles, direcciones, orientaciones sexuales y formas en las que se produce el acoso como reflejo de las asimetrías, en contextos de confianza, o de vulnerabilidad. Nos enseña que un acosador no es un buen profesor independientemente de su producción académica, porque ofender a sus estudiantes o hacer un uso indebido del poder es una falta ética que empaña su ejercicio profesional. Además, nos da esperanzas en una masculinidad renovada en la defensa de los derechos de sus compañeras y compañeros. En suma, una comunidad académica comprometida con espacios libres de violencias de género, en el que se está aprehendiendo a reaccionar ante el abuso en las aulas. Es más, ha dejado claro que el control social de los y las otras estudiantes es la mejor manera de poner freno al abuso, y por el contrario, conductas como el silencio o la risa, son el alimento social de la discriminación.
El muro también nos recuerda que la desfinanciación de la educación superior impacta en que las mujeres y seres feminizados de la comunidad académica no contemos con espacios seguros, con un personal entrenado, formado y suficiente para la atención oportuna e integral de las víctimas por el tiempo que se requiera.
Pero no nos llamemos a engaño, la lucha contra las violencias de género es ante todo un asunto de voluntad, de compromiso con el respeto a los derechos humanos de las mujeres a una vida libre de violencias, de capacidad para ponerse en el lugar del otro, de empatía.
Ser diligentes con las investigaciones, implementar las medidas de protección a las víctimas legalmente establecidas, instaurar un régimen de inhabilidades e incompatibilidades que le impida a los profesores incursos en investigaciones disciplinarias y penales presentarse a cargos de administración o representación de la Universidad, establecer medidas de reparación a las víctimas y, sobretodo, aprender de las experiencias previas para anticiparse a nuevos hechos victimizantes mediante garantías de no repetición son propósitos que básicamente requieren un mínimo sentido de justicia, de solidaridad y compromiso con la igualdad. La Universidad Nacional de Colombia tiene todo para lograrlo, basta con escuchar el muro.
* María Luisa Rodríguez Peñaranda Profesora asociada, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia.