EL MOSTRADOR, OPINIÓN por GERMÁN SILVA CUADRA 19 marzo, 2018
Debe ser la primera vez que un Gobierno, desde el retorno a la democracia –incluido Piñera I–, excluye de sus prioridades a la educación. El dato pasó bastante inadvertido, ni las federaciones universitarias se dieron cuenta. Lo cierto es que el Presidente Sebastián Piñera, el mismo día que asumió su nuevo periodo, anunció –con bombos y platillos– que su administración privilegiará la búsqueda de consensos.
El Mandatario tiene claro que llegar a puerto con su programa depende en gran medida de la capacidad de alcanzar acuerdos con la oposición, debido a que no tiene mayoría en ninguna de las dos cámaras. El hecho de que socialistas presidan ambas instancias, es muy simbólico de lo complejo que será aprobar sus proyectos de ley. Pese a esta invitación a trabajar “en conjunto por el país” manifestada por el Jefe de Estado, la verdad es que en su primera semana también se comenzaron a ver algunos signos en la línea contraria, como el anuncio de posibles indultos a militares violadores de derechos humanos o el rechazo total –expresado con mucho sarcasmo por Andrés Chadwick– al proyecto de cambio a la Constitución.
Los cinco grandes acuerdos nacionales para avanzar con “sentido de urgencia” definidos por La Moneda, incluyen infancia, seguridad ciudadana, salud oportuna, paz en La Araucanía y alcanzar el desarrollo. Más allá de que esta última prioridad es segunda vez que el Presidente la anuncia –en 2010 afirmó que llegaríamos el desarrollo en 2020–, lo cierto es que son todas temáticas muy complejas y difíciles de resolver en el corto y mediano plazos y, además, requieren de respaldo ciudadano inmediato, debido a las altas expectativas que se generaron en la campaña.
De ahí que la jugada presidencial es inteligente. Mientras más sentido de unidad se pueda construir frente a las soluciones a la violencia en la zona mapuche o la crisis del Sename, más posibilidades tiene el Mandatario de no bajar rápido en las encuestas. De fondo, el diseño comunicacional de La Moneda apunta a crear un cierto estado de ánimo para enfrentar un escenario que se pueda percibir lo más lejos posible de una “retroexcavadora”, un concepto que, de tanto repetirlo –criticando al rival–, se convirtió en una especie de fantasma al que Piñera le teme más que a nada.
El tema de las pensiones es aun más complejo. Es un hecho que la modificación al sistema actual enfrentará a dos proyectos: quienes esperan incorporar cambios dentro del modelo actual versus los que esperan un giro radical, como el movimiento No + AFP. Esta discusión será lenta y controvertida, mientras tanto, nuestros jubilados seguirán viviendo al tres y al cuatro. Una pensión digna, que alcance para al menos cubrir las necesidades básicas, incluidos los medicamentos, es el mínimo anhelo que tienen todos los adultos que lentamente empiezan a ver que su edad de jubilar se aproxima. Pero no solo ellos viven esta ansiedad, también sus familiares, que perciben el problema que tendrán que compartir con sus “viejos”, al hacerse cargo de muchos de esos gastos. Así como nos jactamos de que somos parte de la OCDE –honor que nos queda muy grande–, además de experimentar un envejecimiento acelerado de nuestra población, Chile ya tiene esta realidad instalada y aún no nos hacemos cargo. En ese contexto, el cambio del sistema de pensiones es urgente.
Para dar pasos concretos, Piñera ya entregó instrucciones para que sus ministros convoquen a la brevedad a quienes integrarán los 5 grupos que buscarán acuerdos. Y nuevamente otro trauma semántico: les ha pedido que eviten usar el concepto “comisiones” y se refieran a “mesas de trabajo”, en un evidente afán de diferenciarse de la dinámica que usaba Michelle Bachelet para enfrentar temas complejos, y que recibió duras críticas por parte de Chile Vamos y el propio actual Jefe de Estado. Bueno, los papeles se invierten, la lógica es la misma.
Pero ¿por qué fueron excluidos de esa búsqueda de acuerdos dos áreas de real importancia para los chilenos, como son las de educación y pensiones? A lo mejor, el Presidente nos quiso advertir que en ambos casos los acuerdos son imposibles o, bien, que este Gobierno ya asumió que en ese campo tendrá diferencias insalvables con la oposición y, por tanto, será mejor poner los frenos de emergencia y aguantar el chaparrón de los estudiantes que comenzarán a movilizarse motivados por el propio equipo ministerial –el titular de la cartera y su subsecretario son contrarios a la gratuidad–. El proyecto de Piñera, forzado por Ossandón para asegurar su apoyo en segunda vuelta, incluyó a último minuto esta posición a favor de la gratuidad, aunque solo se estipuló que era para la educación técnica.
Pero el ministro Varela tiene escasas habilidades políticas como para mantener las aguas quietas en su cartera, de hecho, en entrevista con La Tercera ayer domingo, lanzó una frase provocadora que de seguro en unos meses recordaremos como uno de los primeros errores de este Gobierno: “El tiempo de las marchas ya pasó”. Incluso, ratificó que la educación es un bien de consumo. Si no aprende a manejarse y controlar sus apariciones públicas, el ministro seguirá la misma suerte que Lavín, Bulnes y Beyer en 2010.
No olvidemos que la educación es uno de los temas que más les importan a las personas y es gravitante para la clase media. Para ese segmento de la sociedad, es una de las variables que consideran críticas para que sus hijos puedan mejorar su situación económica, y lograr, en muchos casos, subir en la escala social. Los padres que no pudieron seguir estudios secundarios o técnicos, que no tuvieron las facilidades para aprender un idioma o manejar tecnología, se proyectan a través de esos hijos. “Me sacrifico porque quiero que seas más que yo”, les repiten una y otra vez cuando estos flaquean.
El tema de las pensiones es aun más complejo. Es un hecho que la modificación al sistema actual enfrentará a dos proyectos: quienes esperan incorporar cambios dentro del modelo actual versus los que esperan un giro radical, como el movimiento No + AFP. Esta discusión será lenta y controvertida, mientras tanto, nuestros jubilados seguirán viviendo al tres y al cuatro. Una pensión digna, que alcance para al menos cubrir las necesidades básicas, incluidos los medicamentos, es el mínimo anhelo que tienen todos los adultos que lentamente empiezan a ver que su edad de jubilar se aproxima. Pero no solo ellos viven esta ansiedad, también sus familiares, que perciben el problema que tendrán que compartir con sus “viejos”, al hacerse cargo de muchos de esos gastos. Así como nos jactamos de que somos parte de la OCDE –honor que nos queda muy grande–, además de experimentar un envejecimiento acelerado de nuestra población, Chile ya tiene esta realidad instalada y aún no nos hacemos cargo. En ese contexto, el cambio del sistema de pensiones es urgente.
Piñera estaba en su derecho a fijar el marco en que buscará acuerdos transversales y excluir de eso a educación y pensiones, pero es insólito que quienes son ahora oposición o los llamados “incumbentes” no hayan sido capaces de levantar su voz y marcar el punto. Prefiero creer que no se dieron cuenta. A veces el letargo y la confusión provocada por la aplastante derrota puede generar ese efecto.
Lo más paradójico es que fue el propio ministro del Trabajo, Nicolás Monckeberg, el que a los pocos días hiciera un cambio en la ruta marcada por el Mandatario el 12 de marzo y planteara que la Reforma a las Pensiones tratará de avanzar, también, vía la búsqueda de acuerdos. Incluso Luis Mesina valoró el gesto. A propósito, Monckeberg parece querer posicionarse como una verdadera locomotora en el Gobierno, en una semana prácticamente agotó la agenda que tendrá que abordar en cuatro años, anunciando la eliminación de 4 feriados para subir a 20 días las vacaciones –en la práctica es solo un día más de descanso y no 5–, la modificación a la Reforma Laboral y la conformación de la Comisión de Pensiones. Ojalá le alcance la bencina.