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Chile – ¿Por qué las 40 horas no son una victoria para los trabajadores chilenos?

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por Franklin Machiavelo

La tan publicitada reforma laboral de las “40 horas”, impulsada por la ex ministra del Trabajo Jeannette Jara, ha sido presentada como un hito histórico en favor de los derechos laborales. Sin embargo, bajo la superficie del discurso progresista, la medida deja muchas dudas respecto a su real beneficio para la clase trabajadora y revela una profunda moderación política, más cercana a los intereses empresariales que a una transformación estructural del modelo laboral chileno.
 
Primero, la reducción de jornada es gradual y tardía. No se implementa de forma inmediata, sino en un calendario de cinco años, con plazos que diluyen su impacto real. ¿Qué sentido tiene prometer justicia laboral hoy si el trabajador deberá esperar años para verla aplicada plenamente? Esto no es más que una forma de tranquilizar al empresariado, otorgándoles tiempo y herramientas para adaptarse… o simplemente para encontrar maneras de eludirla.
 
Segundo, la reforma no garantiza una redistribución justa del tiempo liberado. Las empresas pueden aplicar mecanismos de flexibilidad como jornadas 4×10, semanas comprimidas o adaptaciones a conveniencia del empleador. Así, se corre el riesgo de que las 40 horas terminen reorganizadas de manera que no beneficien realmente al trabajador. En vez de más tiempo libre real, podríamos tener más jornadas extenuantes concentradas en menos días, sin mejoras salariales.
 
Tercero, la ley no toca los pilares estructurales del modelo laboral heredado de la dictadura: la débil sindicalización, el subcontrato masivo, la tercerización y la informalidad creciente. Reducir horas sin fortalecer la capacidad de negociación colectiva es como quitarle minutos al reloj sin cambiar las reglas del juego. En este escenario, la reforma no empodera a los trabajadores: les entrega una promesa a cuenta gotas, sin herramientas para defenderla.
 
Además, no se considera el impacto diferencial en los sectores más precarizados, como trabajadoras de casa particular, jornaleros, trabajadores agrícolas o repartidores por aplicaciones, donde las jornadas reales superan con creces las 50 horas semanales. Para estos sectores, la reforma es letra muerta.
 
Finalmente, la medida fue pactada con gremios empresariales y apoyada por sectores de derecha, lo que muestra su carácter moderado y negociado. No se trata de una conquista arrancada por la fuerza del movimiento obrero, sino de una reforma «en la medida de lo posible», hecha para no incomodar demasiado. Jeannette Jara, pese a su militancia comunista, se alineó con una lógica de gobernabilidad que prioriza los consensos por sobre la transformación real.
 
Conclusión:
Las 40 horas no son una victoria, sino una ilusión reformista en un sistema que sigue priorizando la rentabilidad sobre la dignidad del trabajo. Sin una reforma profunda del Código del Trabajo, sin fortalecimiento sindical, sin cambios estructurales, la jornada de 40 horas será solo un maquillaje de justicia. Para los trabajadores de Chile, no basta con promesas graduales ni acuerdos con los poderosos: hace falta un cambio real y desde abajo.
 
 
 
 

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