EL MOSTRADOR, OPINIÓN
por ALEJANDRA VALLE 11 julio, 2017
¿Cuándo los niños dejaron de importar? Me lo pregunto cuando estoy calentita en mi casa, escribiendo, y pienso en esos niños que prefieren estar en una caleta del Mapocho o en una casa abandona, sin techo y con piso de tierra, que dormir en un hogar del Sename en el que se sienten violentados y en el que tienen serios riesgos de morir o ser violados. Sí, así de fuerte como usted lo lee porque 1.313 niños murieron en hogares durante 11 años, tres gobiernos, ocho ministros y siete directores de servicio distintos.
Otros muchos, demasiados, fueron violados o maltratados, según la misma investigación de dos meses. Un reportaje publicado en Revista Paula sobre los niños y jóvenes que vivían en una casona abandonada a la vuelta de La Moneda, da cuenta de una realidad que hace que a uno se le apriete la guata: abuso, violencia, crueldad, abandono de parte de sus padres -la mayoría drogadictos o delincuentes-, preferían esa familia que armaron entre cartones, nylons y perros para regalonear calentitos, y tolueno, para evitar el hambre, que volver a un hogar del Sename del que habían escapado hasta 25 veces algunos.
¿Cuándo dejaron de ser importantes los niños y es más importante proteger a una persona o a un gobierno como nos mostraron la semana pasada los políticos del duopolio que lleva casi 30 años gobernándonos? Es que los de este lado hicieron un lobby horrible para salvar a Javiera Blanco, que los del otro hicieron un lobby horrible para dejar fuera el gobierno de Piñera. Basta. Lo único que hacen es mostrarnos que ustedes, queridos parlamentarios, son peores de lo que pensábamos porque si el proyecto Sename II quedó así de malo fue porque ustedes están más preocupados de protegerse, de la próxima elección y, obvio, de sus bolsillos, que de salvar a los niños que siguen ahí invierno tras invierno. Si creías que este invierno no podía ser más frío que el anterior, te equivocabas. Ahí están nuestras autoridades, elegidas democráticamente, para demostrarnos que para ellos es más importante lavarse las manos, que salvar a los niños cuyos derechos fundamentales prometieron resguardar.
Y ahora dejan que llegue a Chile un bus que se autodenomina de la libertad. Interesante paradoja cuando lo que buscan estos grupos cristianos es coartar la libertad de las familias trans, homoparentales y todas las demás que se han formado sin un padre y una madre. Otra vez. ¿En qué momento dejaron de importar los niños?
Chile firmó el año 1990 la Convención de los Derechos del Niño en la que se consagran sus derechos fundamentales y el estado se compromete a “la no discriminación, el interés superior del niño, su supervivencia, desarrollo y protección, así como su participación en decisiones que les afecten”, por eso un niño puede decirle a un juez con cuál de sus padres prefiere vivir, por ejemplo.
Las personas que promovieron la venida de este bus, que obviamente sólo dejó un reguero de violencia y odio a su paso -porque la “discusión” era tan básica y llena de falacias que ni siquiera se puede llamar así-, dicen que vienen para defender la educación de sus hijos como a ellos se les venga en gana. Pues lo siento, les informo que el Estado tiene una obligación con los niños y es hacer que se respeten derechos que son inalienables.
¿Y qué pasa si Nicolás tiene dos papás o dos mamás? ¿Estas personas le van a decir a su hijx que no se junte con ese pequeñx por esa razón? ¿Para que su hijo no vea la realidad porque ellos no quieren que la vea? ¿En qué momento la religión incluye la crueldad entre sus preceptos? ¿En qué momento la compasión dejó de ser cristiana?
El primero de esos derechos, escuche bien, es a la identidad y a la familia. Por tanto, debemos primero asegurarle al niño una familia, un clan. Y ese clan puede ser conformado por dos hombres, por una mujer, por una madrina, por un tío, por los abuelos, por un adulto que obtuvo el cuidado personal de ese inocente ser humano porque su padre y/o madre biológicos están impedidos de hacerse cargo o simplemente no están. ¿Quién me da el derecho a decirle a ese niñx que lo que él tiene no es familia porque no hay un padre y una madre? ¿Y qué pasa si Nicolás tiene dos papás o dos mamás? ¿Estas personas le van a decir a su hijx que no se junte con ese pequeñx por esa razón? ¿Para que su hijo no vea la realidad porque ellos no quieren que la vea? ¿En qué momento la religión incluye la crueldad entre sus preceptos? ¿En qué momento la compasión dejó de ser cristiana?
Y bueno, la identidad. ¿La identidad de una persona está dada por su pene o su vagina? ¿Está dada por el nombre que nuestros padres escribieron el Registro Civil? Qué básico suena así, pero así de básico es lo que ellos están diciendo cuando no quieren que a los niños trans puedan dejar atrás la identidad asignada y recibir la nueva. Y no lo voy a decir yo, sino un juez de la república, que permitió el cambio de sexo legalmente a una niña trans de 5 años.
“Existen tratados firmados por Chile, como la Convención de los Derechos del Niño, y si bien en nuestra legislación no se establece de forma expresa la posibilidad de solicitar el cambio de sexo registral, resultaba irrisorio seguir llamándola por su nombre de niño cuando su identidad y expresión son de género femenino, como concluyeron todos los profesionales que hicieron pericias”, explicó Luis Fernández al suplemento Tendencias de La Tercera hace unas semanas. Junto a esto asegura que haber rechazado la petición de sus padres “habría atentado contra su derecho a la identidad consagrado en el convenio”. Y agrega: “Acá las personas no entienden, uno es juez y uno decide con un único límite: la ley”. A sus 71 años, Fernández tramita su jubilación y tiene que defenderse de una ONG cristiana llamada Comunidad y Justicia, que se querelló contra él por su fallo.
En estos días se ha hablado mucho sobre la libertad de expresión, por primera vez puesta sobre cualquier otro valor, usándola nuevamente con una falacia. Para Marcela Aranda, una de las directoras de los grupos cristianos que trajeron el bus, estar en contra de lo que ella dice es discriminarla. Curioso si lo que ella está haciendo, y lo dice con orgullo, es justamente eso. Sólo que ella dice que discrimina entre lo bueno y malo para los niños. Yo le digo que lo bueno para un niño es el amor, la inclusión, ser parte de una sociedad que no saque un bus a la calle para enrostrarle su identidad como algo malo o a su familia como un grupo de personas pecaminoso. Porque los niños, niñas y adolescentes LGBTI tienen tasas de intento de suicidio de 40%. Insisto, ¿en qué momento dejaron de importarnos?
Lo bueno para un niño es que tenga un padre y una madre… una abuela, un hermano mayor, un tío, dos padres o dos madres (porque oh, sí, existen familias homoparentales en Chile) que le den amor y lo protejan de cosas como las que vivía Vladimir Lillo, un adolescente que vive en la caleta de ex niños Sename a la vuelta de La Moneda, que contó en el mentado reportaje de Revista Paula: “¿El Sename? Pfff… yo tenía que dormir con un ojo abierto y otro cerrado para que no me violaran. Además, con un fierro para defenderme”.
Claro, para estas personas es más importante resguardar sus creencias religiosas que salvar a los niños que día a día vivieron cosas como las que relató el diputado René Saffirio en una entrevista con Radio Infinita: “La peor hora del día es cuando se apaga la luz, porque saben que ahí comienzan los abusos sexuales. Hay relatos de niños que se tapan la cabeza con su almohada para no escuchar los llantos de sus compañeros que están siendo violados en la cama de al lado”.
Y vienen en unos sujetos en un bus a decirme que ellos están preocupados de sus hijos. De mis hijos. De nuestros hijos. Falso. ¿Cuándo los niños nos dejaron de importar? Porque no me digan que ellos están preocupados por Vladimir Lillo, que vive en la caleta y ya fue padre a los 14 (sí, él no tuvo educación sexual); o que les importa la pequeña Lisette, muerta a los 11 años tras descompensarse en un centro del Sename que la cuidaba tras haber sido abusada por su padre; que les importa Guillermina, que se colgó con sus propios cordones el 2012 a sus 16 años, luego que volviera a un centro del Sename a medio vestir, con plata en el bolsillo, las rodillas peladas y en estado de descontrol. A ellos sólo les importa que sus hijos, que están a su lado calentitos, estén ignorantes del mundo que les rodea, que no tengan amigos LGBTI, ni amigos con padres LGBTI, porque esos “malvados” quieren imponer una ideología de género. Pues bien, yo fui criada en dictadura, en un colegio donde algunos profesores eran fascistas y otros cristianos y fíjense que no soy ni lo uno ni lo otro, especialmente por personas como ustedes. Pueden estar tranquilos. Pero no le mientan a la ciudadanía. No me digan que los niños les importan.