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Carta abierta a Cristián Warnken

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Por: el desconocido e iletrado Arturo Alejandro Muñoz (un chileno de a pie, oscuro miembro del vulgo)

He tenido oportunidad de leer tus cartas públicas dirigidas a personas que consideras ‘autoridades’ en algún ámbito de la vida ciudadana de este país que yo llamo Pelotillehue, y la verdad es que has logrado confundirme en los aspectos de la ‘grossa veritá’, cuestión de la cual estoy seguro no tienes la más prostituta idea.

Es que sabrías al respecto sólo si contaras con años de ‘calle’, y de ‘noche’.

Supe de ti gracias a un programa de televisión en las mañanas dominicales; creo que se llamaba “La belleza de pensar”, o algo así.

Era un buen programa, qué duda cabe. Aparecías en él como si fueras un académico brillante, un adelantado cultural, un defensor de Cenáculos, Ateneos y Graneros mesopotámicos, así como de bibliotecas alejandrinas.

Llegaste a convencerme de la necesidad imperiosa de reflotar aquellos magníficos ‘maestros pensadores’ y ‘padres espirituales’, en quienes antiguamente se concentraba el saber. Hubo un momento en el cual fuiste luz para quienes, como yo, abogábamos con tenue fuerza -desde nuestras ignotas trincheras- por un mundo asentado en la paz y belleza de la cultura-culta.

Pero, fallaste. No por debilidad en tus planteos de lo que considerábamos, y seguimos considerando, “cultura y saber”, sino específicamente por tu repentino giro hacia el deseo de obtener litros de aceite fenicio abandonando preceptos que durante años bandereaste como íconos de prístina voluntad de crecimiento holístico universal.  

Para nosotros, los de a pie, fue algo impensado enterarnos que los cantos de las sirenas de Circe habían logrado desatarte del mástil de la cultura, consiguiendo arrastrarte a la procacidad de la inefable lucha política partidista.

Fue así que, de la noche a la mañana, decidiste erigirte en abanderado de ciertos individuos defensores a ultranza de un inefable sistema económico que pretende convertirse en civilización. De esa laya renunciaste a lo mejor de ti mismo, a tus raíces y a tus maestros. Y lo sabes.

Cristián, la cultura te necesita. La política partidista ha sido tu infierno. ¿Cuántos votos obtuviste luego de meses de acción “ideológica”? ¿Veinte sufragios? Ese mundo no es lo tuyo. Te sobró academia, pero te faltó calle, población, sindicato.   Tanto como a mi me sobra calle y me falta academia.

Aunque entre ambos, tú y yo, ciertas diferencias de fondo parecen necesarias de ser destacadas. Tú eres un grande de las comunicaciones, el Mercurio y La Tercera te avalan y publican todo lo que escribes y opinas, aunque mucho de ello es producto de los equipos de investigación, redacción y edición que te acompañan cual defensa de gladiadores numerarios.

No es mi caso. Como un don nadie que soy, me bato con mis propios escuálidos recursos desde una especie de macondo rural alejado de las grandes metrópolis… por ello, llego a pocos lugares, aunque creo lograr despertar tu interés con esta escuálida carta.

Al igual que Tulio Cicerón, optaste por mezquinar la cultura y sus avatares en beneficio de una participación estéril en asuntos de la plebe, aunque al igual que sucedió al magno senador romano, esa plebe jamás te consideró parte de ella ni de sus impetraciones.  Pero, no eres Cicerón, muy distante de él estás y siempre estarás.

Creo, estimado Cristián, que los “pater familias pelotillehuenses” que has querido defender, en estricto rigor, tampoco sienten que seas miembro de su cofradía.

Y el pueblo, la plebe, menos aún.

Más allá de estas líneas empobrecidas por la premura, hay tardes y noches dispuestas para conversar, dialogar y discutir respecto de lo mencionado. Es lo que te ofrezco (dada mi humildad intelectual y económica).  

En la bucólica ruralidad de mi casa campesina en Coltauco, hay una invitación para el encuentro.

De ti depende.

 

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