SPUTNIK
Por Raúl Zibechi
En plena escalada de la pandemia, que esta semana coloca a Brasil como el tercer país con más infectados por coronavirus del mundo, el país continúa avanzando hacia el caos.
La renuncia del segundo ministro de Salud en apenas un mes por diferencias con el presidente que está en contra del aislamiento social y promueve el uso de cloriquina que el mundo científico rechaza, se suma a las diferencias entre los gobernadores de las grandes ciudades y Jair Bolsonaro.
El presidente todas las semanas moviliza a sus fanáticos desafiando el distanciamiento en concentraciones frente al Palacio de Alvorada (casa de gobierno) en Brasilia, que exigen la disolución del Congreso y la intervención del Supremo Tribunal de Justicia.
La situación se agravó a raíz de pronunciamientos. Por un lado, seis ex ministros de Defensa lanzaron un manifiesto exhortando a las fuerzas armadas a «ignorar los pedidos de una intervención militar a favor del gobierno del presidente Jair Bolsonaro».
El llamado de los ex ministros de Defensa (cinco de los gobiernos de Luis Inácio Lula da Silva y uno de Michel Temer), llegó poco después de un importante artículo de opinión del vicepresidente Hamilton Mourão, publicado el 14 de mayo en O Estado de Sao Paulo, generando escándalo y preocupación.
En su artículo titulado «Límites y responsabilidades», el vicepresidente asegura que en el mundo «ningún país viene causando tanto mal a sí mismo como Brasil», en lo que define como «un estrago institucional» que se convierte en «insensatez» y está llevando al país al «caos».
Resume su posición en cuatro puntos. Uno, denuncia la «polarización», pero responsabiliza a los medios de comunicación y en particular a la prensa. Dos, menciona la degradación del «conocimiento político», del que responsabiliza a gobernadores, magistrados y legisladores. Tres, esos poderes estarían «usurpando las prerrogativas del Poder Ejecutivo», atacando a las personas que encabezan otros poderes, en particular el Judicial.
Por último, el vicepresidente ataca a los expresidentes sin nombrarlos, diciendo que sus declaraciones «perjudican la imagen de Brasil en el exterior». Se refiere, en particular, a Lula y a Fernando Henrique Cardoso, los dos principales presidentes de la posdictadura brasileña.
Las palabras de Mourão coinciden punto por punto con las críticas de Bolsonaro al Parlamento y a la Justicia. En estos días, varios altos cargos del Gobierno deberán declarar en una investigación judicial sobre la interferencia de Bolsonaro en el nombramiento de altos cargos de la Policía Federal, para evitar que uno de sus hijos sea investigado y eventualmente procesado.
Buena parte de los analistas considera que el artículo del vicepresidente se resume en un apoyo irrestricto a Bolsonaro. Pero aparecen otras interpretaciones. El cientista político Christian Edward Cyril Lynch avanza un análisis plausible: Mourão está preparando el terreno para asumir como presidente. Una personalidad de la talla de Mourão, debe ser leída con cuidado.
Cyril Lynch estima que el juego de Mourão consiste, por un lado, en una defensa de «la centralización político-administrativa y anti sistema judicial, típica del militarismo» brasileño. En esa vertiente, se apoya en los clásico liberales unionistas estadounidenses, a quienes cita en dos ocasiones.
En segundo lugar, el artículo estaría dirigido a sus colegas militares que rodean a Bolsonaro, que deberán acudir a la justicia a declarar, lo que no agrada a ningún uniformado. «El Partido de Mourão es el Ejército», clarifica Lynch, para rematar en lo que considera es un mensaje cifrado del vicepresidente: «Si llega el momento de desembarcar del gobierno de Bolsonaro, lo haremos todos juntos».
Detrás de las opiniones del vice, hay una doctrina que se ha ido cociendo a fuego lento desde mediados del siglo pasado en la Escuela Superior de Guerra, el principal think tank brasileño: el Ejército como guardián del orden, garantía de la unidad nacional (frente a las tendencias autonomistas los gobernadores) y de la centralización del Ejecutivo y, ahora también, los militares como «poder moderador de la república».
Es posible que los militares conservadores que están en el Gobierno y apostaron por Bolsonaro hayan decidido acelerar el paso ante la degradación evidente de la situación, mostrando disponibilidad para asumir el poder, ya sin máscaras. No sería un golpe, como estiman algunos, sino una sucesión legal, si consiguen forzar la mano del presidente, algo que no debe ser difícil si se le ofrecen garantías para su familia.
La situación es tan grave, que el empresariado está perdiendo la confianza, no solo en el actual gobierno, sino en Brasil como nación pujante capaz de atraer capitales. El presidente de Mercedes-Benz Brasil y América Latina, Philipp Schiemer, criticó la forma como los poderes Ejecutivo y Legislativo están abordando la pandemia en el país, se quejó de la falta de acciones coordinadas entre los gobiernos federal, estatal y municipal y concluyó que esto retrasará la recuperación económica.
Lo más grave es que el ejecutivo alemán piensa que Brasil «perdió, en este episodio, toda la credibilidad que había logrado meses antes con las reformas laborales y de seguridad social». Mercedes-Benz fabrica camiones y autobuses en Sao Bernardo do Campo (estado de Sao Paulo), pero ahora congeló inversiones futuras aunque concluirá su plan en marcha para el período 2018-2022, que supone 800 millones de dólares.
La desvalorización del real, que se cotiza a 5,85 por dólar (cuando asumió Bolsonaro el 1 de enero de 2019 estaba en 3,88), presiona los costos de las empresas que fabrican en Brasil y, según Schiemer, no se relaciona con la inflación, que está contenida, sino con «las luchas políticas». En la entrevista concedida a la prensa, el ejecutivo coincidió, llamativamente, con muchos observadores al concluir: «Falta alguien que piense en Brasil».
Los militares no quieren asumir la presidencia con un golpe, impopular e innecesario, porque ya son el factor decisivo del Gobierno. Para eso están buscando una alianza con un amplio grupo de parlamentarios que les permitan tener gatillada la opción del impeachment, en el caso de que Bolsonaro quiera aferrase al sillón presidencial.
Serían un gobierno bonapartista, que se situaría por encima de fracciones y partidos, para intentar remontar el caos.