Marcelo Badaró Mattos *
Esquerda Online, 19-6-2020
Traducción de Correspondencia de Prensa
En los análisis que desarrollamos en el seno de los partidos socialistas y de los sectores más combativos del movimiento sindical, utilizamos generalmente la expresión «reorganización de clase» para referirnos a los procesos en los que sectores significativos de la clase trabajadora organizada construyen nuevas organizaciones políticas y sindicales, reelaboran sus programas de intervención transformadora e impulsan movimientos de masas a partir de estas organizaciones y programas. El ejemplo más cercano es el de los últimos años de la dictadura militar, cuando el resurgimiento de los movimientos huelguísticos y las luchas de otros movimientos sociales se expresó en la creación del PT (1979/80), la CUT (1983) y el MST (1984), además de dar lugar a movilizaciones de masas a nivel político (como la campaña «Directas Ya», la campaña de Participación Popular en la Constituyente y también la campaña electoral de Lula a la presidencia, en 1989) y sindical (como la ola de huelgas de los años ochenta, que incluyó cuatro huelgas generales). Aunque de manera difusa, el programa político elaborado por el PT en esos años (conocido como Programa Democrático Popular), se forjó dentro de esas luchas y, al mismo tiempo, guio su dirección política.
Después del flujo y reflujo de las luchas, bajo el impacto de la ofensiva burguesa neoliberal en los años 90, y con la llegada al gobierno federal del PT en el 2003, a la que siguió una década de relativa «paz social» -como reflejo de la estrategia de conciliación de clases y el apoyo de muchas de esas organizaciones y movimientos al gobierno-, empezamos a darnos cuenta de que era necesario un nuevo proceso de reorganización para superar la estrategia de conciliación y romper la barrera de la vinculación de los movimientos al gobierno. Sin embargo, la reorganización en medio del flujo y reflujo siempre ha sido más difícil.
Este texto pretende plantear algunas cuestiones en torno a la posibilidad de que, con la expectativa de actuar hacia una nueva reorganización, estemos dirigiendo la mirada hacia el lugar equivocado, habiendo prestado poca atención cuando surgieron los signos de un proceso en curso, a partir de junio de 2013. También queremos advertir que no dejamos de percibir el poder, en el sentido de la reorganización de la clase, que ya palpita en medio de la crisis sanitaria, ambiental, económica, social y política que estamos atravesando hoy.
La reorganización de la clase trabajadora será obra de la propia clase obrera
Muchos de los debates actuales sobre la reorganización de la izquierda tienen su origen en las dislocaciones o posibles movimientos de grupos políticos organizados o activistas representativos – fuera del PT, entre las corrientes políticas socialistas, entre las centrales sindicales. El resultado de este tipo de mirada es una percepción muy limitada de los procesos, ya que restringe nuestra evaluación al plan superestructural de representación política y vincula nuestras expectativas a una generación de corrientes y líderes políticos, la mayoría de los cuales ya han sido absorbidos por el proceso de burocratización de las últimas décadas, perdiendo de hecho la legitimidad y la capacidad de mover las bases sociales de las que surgieron hace 30 o 40 años. Por otra parte, nos alejan del camino de análisis más complejo y totalizador, que parte de la relación entre la reorganización política (o sindical) y la reorganización de clase, a nivel de sus condiciones objetivas y subjetivas de trabajo y de vida, de producción y reproducción de la vida social en las relaciones sociales capitalistas.
Como se ha argumentado al principio de este texto, si nuestra referencia para el proceso de reorganización es la década de 1980, es necesario recordar que la aparición del PT, la CUT, el MST, etc., fue un primer resultado, a la vez que impulsó aún más, los movimientos sociales de la clase trabajadora, que fueron su punto de origen. Es decir, aunque las corrientes políticas de la izquierda -debilitadas por más de una década de intensa represión dictatorial- estuvieron inmersas desde el primer momento en el proceso de las luchas sociales que surgieron en ese período, no fue una reorganización entre esas corrientes lo que hizo posible el surgimiento de las luchas, sino que fue la intensidad de las luchas sociales lo que permitió una reorganización de la clase obrera a nivel político, sindical y de los movimientos sociales en general. Si estamos de acuerdo con este análisis del pasado reciente del Brasil, el papel de los dirigentes no disminuye, pero es tanto más eficaz cuanto que, por pequeñas que fueran sus fuerzas al principio del proceso, supieron insertarse en las luchas latentes y contribuyeron a potenciarlas, aumentando el impacto político-social de la ola de movilizaciones que siguió. Muchos movimientos convergieron en la ola de movilizaciones de la década de 1980. Si sólo se pudiera elegir uno, el polo más dinámico y de referencia para los demás era el sindicalismo y las huelgas eran su indicador más preciso. Siguiendo los datos del Dieese (Departamento Inter-sindical de Estadística y Estudios Socio-Económicos), cuyas encuestas desde 1983 constituyen la única serie histórica fiable de huelgas en el país, la década de 1980 presentó una curva ascendente en el número de huelgas, cuyo pico fue en 1989, con casi 2.000 huelgas registradas, seguida de una disminución en el número de huelgas en las dos décadas siguientes, con su punto más bajo (en la región de 200 huelgas por año) en el primer mandato de Lula. Hubo un aumento progresivo de estos niveles en los primeros años de la década de 2010 y, de repente, un salto, con más de 2.000 huelgas anuales en el período de 2013 a 2016 (con un descenso a partir de 2017). (1) Aunque el número de huelgas, como indicador, debe ir acompañado de otros datos (duración, alcance, programa, resultados, etc.), el salto de 2013 merece una evaluación más precisa.
No sería apropiado aquí hacer una evaluación a fondo del complejo y contradictorio movimiento de masas de junio de 2013 en el Brasil. Volveré sólo a algunos elementos de la evaluación que he desarrollado en otros textos. (2) Disputados en su momento y con su memoria igualmente disputada en los años siguientes por la izquierda y la derecha, en sus diferentes fracciones; execradas en parte, en parte exageradas por los medios de comunicación; los Días de Junio tenían un programa predominantemente progresista: Resistencia al reajuste de las tarifas de transporte público, defensa de un mayor gasto público en sanidad y educación (en detrimento del despilfarro de recursos públicos para «megaeventos»), reacción a la violencia policial, denuncia de la manipulación de los monopolios empresariales de la comunicación, crecimiento de las luchas por la vivienda, para remitirnos a las principales demandas. Sí, también hubo quienes aprovecharon las movilizaciones para introducir directrices como la autonomía del Ministerio Público y, por supuesto, una difusa «lucha contra la corrupción» (cuyo significado variaba desde la justa denuncia de las obras sobrefacturadas de las nuevas «arenas» de fútbol para la Copa del Mundo hasta una narración que asociaba la corrupción exclusivamente al PT, como el primer y único responsable de la apropiación del Estado por intereses turbios). Pero el sentido social predominante, insisto, e incluso el perfil de los manifestantes según las investigaciones realizadas en las calles, era el de la clase trabajadora. Entre los manifestantes predominaban los sectores más jóvenes, relativamente educados y con bajos salarios. (3)
El impacto del mes de junio en los movimientos sindicales se siente no sólo por el fuerte salto en la curva de huelgas (de 879 en 2012, a 2.057 en 2013), siempre según el Dieese, sino también por su forma: huelgas combinadas con manifestaciones masivas en las calles; como en la huelga de los trabajadores de la educación de Río de Janeiro, entre agosto y octubre de ese año, o en la huelga de los recolectores de basura, en la misma ciudad, durante el carnaval del año siguiente. Muchos de ellos en ausencia, o incluso contra los líderes sindicales. Huelgas, en su mayoría con fines defensivos, contra la retirada de derechos en las categorías más formalizadas, e incluso para las más básicas (pago de salarios atrasados e indemnización por despido) entre las más precarias. En cuanto al número de huelgas, la administración pública fue más activa, principalmente en la educación y la salud (las áreas de reproducción social, de la mano de obra mayoritariamente femenina) – apoyada en gran medida por las banderas de junio, que defendían la salud y la educación. Y en el sector privado, la disminución del número de huelgas de las categorías tradicionales (como las de los trabajadores metalúrgicos, en referencia a las luchas del decenio de 1980) fue acompañada por el aumento de las paralización entre los trabajadores tercerizados.
Pero no fueron sólo las huelgas las que, a partir de 2013, reflejaron un aumento de las luchas de la clase obrera. Los movimientos femeninos son otro ejemplo, sobre todo la «Primavera Feminista» de 2016, frente al gobierno Temer, y llegando a “¡Él No!», que contribuyó decisivamente a que Bolsonaro no saliera victorioso ya en la primera vuelta de las elecciones de 2018. Formatos de movilización, pasando por las redes sociales; las características de frente entre los diferentes movimientos y organizaciones políticas y el método de las luchas centradas en las manifestaciones callejeras, fueron marcas de estas movilizaciones. Como otros en el período. Recordemos las ocupaciones de las escuelas, en oleadas, desde 2015, construyendo una nueva generación de estudiantes activistas, muchos de ellos hoy en las Universidades u otros movimientos sociales.
El movimiento de las mujeres ha continuado y sigue siendo la punta de lanza de muchas luchas hasta el día de hoy. Los estudiantes promovieron, en articulación con las trabajadoras y los trabajadores de la educación, el primer gran movimiento de resistencia al gobierno de Bolsonaro, con el «Tsunami de la Educación», cuyo vértice fue el 15M de 2019. Sin embargo, como impulso general, se contuvo la ola de movilizaciones desencadenada en junio, con un sentido progresivo de representación de la clase trabajadora. En el plano sindical, su canto de los cisnes era la huelga general de abril de 2017. En gran parte como resultado de la contención de su despliegue por las mayores centrales sindicales, no fue posible repetirlo en el período siguiente. Desde el punto de vista de su impacto en las organizaciones políticas y los movimientos sociales, esa ola tuvo algún impacto, como el crecimiento de la legitimidad política del MTST (Movimiento de los Trabajadores Sin Techo) con otros movimientos y sectores de la izquierda y algunos desplazamientos aquí y allá en las corrientes políticas socialistas. Pero nada comparable a la reorganización de la década de 1980, o a las expectativas que hemos estado levantando desde el cambio de siglo.
Podemos atribuir este límite en parte al formato más fragmentario y heterogéneo de estas luchas, pero no podemos olvidar la limitación de hecho de las organizaciones de la izquierda socialista que, a diferencia de los movimientos de finales de los años 70 y principios de los 80, no estuvieron inicialmente en el seno de las luchas que surgieron y a menudo cuestionaron su legitimidad, apostando por un movimiento dirigido por sectores organizados de la clase – los sindicatos, principalmente – como en el pasado. Es un hecho que varias organizaciones y militantes políticos hicieron trabajo político entre los movimientos que surgieron del impulso de junio, así como otros despertaron a la lucha en esos días y comenzaron a organizarse en colectivos políticos a partir de entonces. Pero la unificación de todas esas luchas en torno a un programa político común y bajo la dirección de nuevas organizaciones, resultantes de los propios movimientos, no se produjo.
Seguramente, sin embargo, la principal razón por la que esto no ocurrió es por el lado más allá de la lucha de clases. Porque la clase dominante entendió el mensaje de junio a su manera y reorganizó sus fuerzas para mantener el control del proceso político y redirigirlo poco después. En este sentido, podemos hablar de una reorganización en el campo burgués. La evaluación, a partir de los Días de Junio, de que el PT en el gobierno ya no podía ofrecer lo que había garantizado en años anteriores – la paz social – sonó como el primer pitazo de esta reorganización burguesa. Los signos de la crisis económica, a partir del año siguiente, llevaron más lejos este proceso, que implicó el fomento burgués, político y financiero de algunas organizaciones antiguas y otras de reciente creación de la llamada «Nueva Derecha». (4)
Como no hay lugar aquí para un análisis más profundo de este proceso, sólo hay que señalar que en esta reorganización de la derecha, se gestó el golpe de 2016 y la profundización de los ataques a los derechos de la clase trabajadora representados por las políticas de austeridad, ensayadas por Dilma, pero llevadas a un nivel mucho más duro y profundo por Temer. De los movimientos de derecha que salieron a las calles para apoyar el golpe y de sus bases sociales centradas fundamentalmente en la pequeña y mediana burguesía y en los trabajadores asalariados medios, surgió el fermento que alimentó el crecimiento del neofascismo brasileño y permitió que un oscuro ex-capitán, parlamentario durante tres décadas, se presentara como la novedad política que encarnaba el espíritu contrarrevolucionario de esos movimientos.
La tragedia de la pandemia abre fosos, pero también puede abrir caminos
Para quienes tenían algunas dudas sobre el potencial social destructivo del gobierno de Bolsonaro, su boicot planificado, con la movilización de las bases más radicalizadas, de las políticas de aislamiento social que podrían contener la propagación de la pandemia covid19 en el país, que conduciría a un desenlace genocida, debería ser ya suficiente para disipar cualquier vacilación en el análisis. El contenido y la forma de la reunión ministerial del 22 de abril, hecha pública por las investigaciones del STF (Supremo Tribunal Federal) , dan aún más razón a las evaluaciones que identificaron al gobierno como neofascista. Preocupados por proteger a las grandes empresas, pasar el tractor de la desregulación ambiental, detonar a los funcionarios públicos, exaltar lo que llaman «seguridad pública» y atacar a las demás poderes, en medio del horror de las muertes por millares a causa de la epidemia, en una situación social agravada por el aumento del desempleo y la pobreza extrema, los ministros civiles y militares demostraron que, dependiendo de ellos, la vida de cientos de miles, sino millones, de brasileños seguirá quedando abandonada a su suerte, en el centro de la línea de fuego.
Es en medio de este cuadro que se presenta un intenso movimiento de organizaciones y movimientos para resistir, principalmente en defensa de la supervivencia de las capas más empobrecidas y precarias de la clase trabajadora. El significado de estas iniciativas se puede captar a partir de eslóganes como «todo lo que tenemos es ‘nosotros'», o «Nosotros para nosotros». El primer tipo de iniciativa es el de la solidaridad social, en el que la participación solidaria se traslada a garantizar canastas básicas de alimentos, materiales de higiene y mascarillas, hasta la constitución de espacios auto-gestionados y equipos de educación sanitaria, aislamiento social y tratamiento de los enfermos. Los activistas de las organizaciones territoriales tradicionales de los moradores de favelas y barrios periféricos, pero también de las nuevas formas organizativas y movimientos, de la cultura hip-hop y periférica, de la comunicación popular, de la educación popular, de las mujeres, de negras y negros, entre otros, han estado al frente, desde el primer momento, de los esfuerzos para reunir recursos y bienes con el fin de satisfacer las necesidades de emergencia de millones de familias en situaciones de extrema vulnerabilidad social. Después de todo, aun habiendo contemplado aproximadamente 60 millones de requirientes, la suma de sólo 600,00 reales (algo más de 100 dólares: ndt) y las limitaciones burocráticas para su recepción, hacen que la ayuda de emergencia pagada por el gobierno federal, y la ayuda eventualmente pagada por los gobiernos estatales y municipales, aunque fundamental, sea insuficiente para proveer la subsistencia en un momento de tan críticas proporciones.
Para tener una idea de las dimensiones de estas iniciativas, podemos tomar algunos ejemplos. El G10 de las favelas, que agrupa a las representaciones de las favelas del Sudeste y el Nordeste del país, se presenta como «un bloque de Líderes de Favela y Empresarios de Impacto Social que está uniendo fuerzas para el desarrollo económico y el protagonismo de las comunidades». Sus iniciativas se han dado a conocer mejor a partir de la experiencia de Paraisópolis (San Pablo), donde además de la distribución de alimentos y material de limpieza, se ocuparon espacios escolares para el aislamiento y el tratamiento de los enfermos, se contrataron equipos de salud y servicios de ambulancia. Las iniciativas de solidaridad social alojadas en su sitio web («esolidar») ya han recaudado más de R$ 760 mil. Los movimientos sociales del campo y la ciudad, de implantación nacional, entre ellos el más antiguo como el Movimiento de los Sin Tierra (que ha donado cientos de toneladas de alimentos de sus asentamientos), el MTST, a veces secundados por los sindicatos- se han unido a los líderes y movimientos comunitarios para impulsar iniciativas de solidaridad social de significado similar. Los dos frentes impulsados por estos y otros movimientos, el Frente Brasil Popular y el Frente Pueblo Sin Miedo, se unieron a la plataforma «Vamos a Precisar Todo Mundo «, para articular los esfuerzos de solidaridad nacional. En la ciudad de Río de Janeiro, una iniciativa promovida por el PSOL (Partido Socialismo y Libertad) en Río y ampliada a otras entidades y movimientos, abriga la página «Donde tiene Solidaridad» y enlaces para más de cien iniciativas de recaudación de donaciones, así como grupos solidarios de abogados y profesionales de la salud. Y cabe mencionar la acción de la Central Única de las Favelas (CUFA), que, con el apoyo de la asociación para la difusión con el grupo Globo y las contribuciones de grandes empresas, además de las donaciones individuales, ya ha recaudado más de 11 millones de reales para el proyecto «Madres de la Favela» (que ya ha distribuido casi 100.000 vales de compra de 120,00 reales).
También hay muchas iniciativas auto-organizadas, a veces con el apoyo de universidades e institutos públicos de investigación, con el objetivo de crear «mapeos»/»observatorios» del avance de la pandemia en barrios periféricos y favelas, que denuncian el sub-registro de datos oficiales y exigen a los gobiernos la divulgación de estadísticas que les permitan especificar el lugar de la vivienda y el perfil racial de los afectados. (5)
En varias ciudades, son estas iniciativas y organizaciones involucradas en el esfuerzo por preservar vidas a través de acciones solidarias en medio de la pandemia, las que también están liderando acciones en la calle con el lema «Las vidas negras importan», como la que tuvo lugar frente a la sede del gobierno del estado de Río de Janeiro el 31 de mayo. Más que un impacto directo de la ola de movilizaciones multitudinarias desatada en los Estados Unidos tras el asesinato del ciudadano negro George Floyd por un policía blanco en la ciudad de Minneapolis, impacto que ciertamente existe, las manifestaciones que tienen lugar aquí tienen una motivación propia muy fuerte y una larga historia de luchas contra la violencia policial a sus espaldas. Después de todo, sólo en la ciudad de Río de Janeiro, la policía mata más cada año que en todo el territorio nacional de EE.UU.. Y las incursiones policiales en las favelas no sólo continuaron, sino que se intensificaron durante la pandemia, lo que provocó la muerte de muchas personas, incluidos niños dentro de sus casas, como el niño João Pedro en São Gonçalo-Río de Janeiro, o episodios en los que las campañas de donación de canastas en las comunidades fueron interrumpidas por disparos de la policía.
La Coalición Negra por los Derechos desempeña un papel central en la denuncia del genocidio de los jóvenes negros y de la periferia, así como del encarcelamiento masivo por motivos raciales. Formada en 2019, con la lucha contra el proyecto de ley «anticrimen» del entonces Ministro de Justicia Sérgio Moro como primera directriz, la Coalición ha desempeñado un papel importante durante la pandemia, denunciando la cara mortal del racismo estructural brasileño, expresado en el porcentaje relativamente más alto de muertes por covid19 entre la población negra. Al reunir a más de 130 entidades del movimiento negro en todo el país, expresa una reanudación de la acción organizada de la sociedad civil, después de un período, durante los gobiernos del PT, en el que las demandas del movimiento negro se canalizaron principalmente a través de la institucionalidad en la sociedad política.
No podemos olvidar el movimiento de mujeres que, como se ha mencionado, en los últimos años ha venido ocupando, a nivel internacional, el papel de vanguardia de las luchas sociales, no sólo a través de las agendas feministas fundamentales que representa, sino también transversalmente a los movimientos de carácter sindical, estudiantil, ambientalista, entre otros. El 1 de mayo, cuando los movimientos feministas de varios países lanzaron el documento «¡Arriba los que luchan! Un manifiesto transfronterizo para salir juntos de la pandemia y cambiar el sistema», en Brasilia, un grupo de enfermeras organizado por su sindicato lideró el primer acto callejero de impacto nacional, cargado de simbología, denunciando la política genocida del gobierno federal y enfrentando a los miembros de las milicias fascistas de los partidarios de Bolsonaro. Por lo tanto, las mujeres están en la primera línea de la lucha contra la pandemia y la lucha social, entre otras cosas porque una de las características de la crisis sanitaria es destacar la importancia del trabajo de cuidado, realizado de forma mal remunerada en el mercado laboral, principalmente por mujeres y, de forma no remunerada, en los hogares, por las mismas mujeres. (6)
La iniciativa de salir a la calle para defender la democracia y denunciar los intentos de golpe de Estado de Bolsonaro, así como el sentido fascista de su llamado a movilizar su base social más radicalizada, a sostener las amenazas de exterminio de los opositores políticos y las políticas concretas de genocidio social, recayó inicialmente en colectivos antifascistas de las hinchadas organizadas de los equipos de fútbol, particularmente en San Pablo, pero no sólo. Su composición predominantemente negra y periférica y el simbolismo de la bandera roja-negra antifa fueron suficientes para el despertar contra la violencia policial represiva, como se vio el domingo 31 de mayo en la Avenida Paulista. Sin embargo, con su voluntad de lucha, motivaron a otros sectores a tomar las calles una semana después, en una articulación de los partidarios antifas y el Frente Pueblo Sin Miedo, en Larga da Batata en San Pablo , con actos similares en otros estados. Fue en ese acto de San Pablo donde la articulación de los repartidores (deliverys) antifascistas – un sector que encarna mejor que ningún otro la combinación entre la precariedad en el trabajo y la noción de «servicio esencial» durante la pandemia – también adquirió mayor notoriedad, haciendo más visible la organización y las movilizaciones de huelga de esta capa precaria de la clase trabajadora. De esta y otras articulaciones de los repartidores surgió una propuesta de una huelga nacional de repartidores por aplicación, programada para el 1 de julio.
La dirección no vendrá de fuera
La efervescencia de las movilizaciones sociales impuestas por las trágicas condiciones de la crisis sanitaria, económica y política que estamos atravesando, ciertamente no sería posible si no hubiera ya una historia relativamente larga de procesos de reorganización «desde abajo», de diferentes fracciones de la clase trabajadora. Procesos derivados de la dura experiencia de la clase en el enfrentamiento de las inseparables formas de explotación, opresión y alienación impuestas por la dinámica social capitalista. Ciertamente, algo de este impulso todavía se hace eco del «espíritu de junio», con muchos de sus protagonistas, predominantemente jóvenes, habiéndose formado políticamente a partir de la coyuntura abierta por las Jornadas (de junio 2013).
Sin embargo, indicar el potencial de estas iniciativas no puede confundirse con afirmar que estamos viviendo una nueva etapa en la reorganización de la clase trabajadora y que están abiertas las condiciones para una inversión del cuadro extremadamente desfavorable para la clase en la correlación de fuerzas experimentada aquí (y en el mundo) en los últimos años. Los tiempos trágicos generan luto, que puede convertirse en lucha, pero también en desesperanza. El impulso renovador y movilizador del propio mes de junio fue contenido y fue seguido precisamente por el vector reaccionario que domina el panorama actual.
La impulsión autocrática de la burguesía, que dio espacio al ascenso del bolsonarismo, tiende a mantener elevada la apuesta por la violencia coercitiva del aparato del Estado, para contener preventivamente, en su origen, las luchas sociales que apenas han sacado la cabeza fuera del agua, porque «no pueden respirar». Pero la dominación de clase siempre juega con dos manos, y la carta de la construcción ideológica, que fundamenta el consenso en torno al programa del capital, se lanza con fuerza sobre la mesa. La descarada propaganda empresarial de imágenes como «Solidaridad S.A.», transmitida en el Jornal Nacional (TV Globo: ndt) , roba el sentido clasista de la solidaridad al presentar pequeñas donaciones de grandes conglomerados empresariales como signo de preocupación por la vida. Los mismos conglomerados que retienen los impuestos, que estafan a la previsión social, despiden en masa durante la pandemia y presionan al Estado para que se eliminen aún más derechos a los trabajadores. Los propios movimientos del «andar inferior», presionados por las condiciones extremas de la vulnerabilidad social, se ven acosados por la «responsabilidad social» de sectores de la gran burguesía, que asocian su financiación, incluso de las formas más sutiles, con una limitación del horizonte reivindicativo al terreno movedizo del “emprendedor” social.
La importancia de la presencia activa de las organizaciones políticas de la izquierda socialista que trabajan por la unificación de las luchas, con un horizonte clasista de transformación social, es cada vez mayor. Sin embargo, hay razones justificadas por las que varios de estos movimientos de la clase trabajadora, que enunciamos rápidamente aquí, desconfían de las organizaciones políticas de la izquierda. Actuando en muchas ocasiones mediante una estrategia casi caricaturesca que consiste en «traer de fuera» la línea política correcta y la dirección «consciente» de las luchas, se considera que esas organizaciones están impulsadas, en la mayoría de los casos, exclusivamente por intereses electorales y disputas aparateras. Nos corresponde a nosotros, de esa izquierda socialista, probarnos en la acción, hombro con hombro con estos movimientos: insertarnos sin artificialidades y desde abajo en sus luchas; respetar las especificidades de cada agenda y el lugar de cada protagonista, y contribuir así a que desde la práctica social se forje un programa común de intervención política, cimentando la unidad de clase. Una unidad más que nunca necesaria para derrotar a Bolsonaro, quitándolo de la presidencia, un objetivo que se transforma cada vez más en un programa mínimo e imperativo de defensa de la vida contra una tragedia que no tiene nada de natural, pero que es fruto del proyecto neofascista en el gobierno y de la lógica destructiva del capital en su periferia tristemente dependiente.
* Marcelo Badaró Mattos, es profesor titular de historia de Brasil en la Universidad Federal Fluminense (UFF). Sus investigaciones se concentran en temáticas de historia social del trabajo y debates teóricos marxistas. Autor de diversos libros, el más reciente, A classe trabalhadora, de Marx a nosso tempo, Bointempo, San Pablo, 2019. (Redacción Correspondencia de Prensa) .
Notas
1 – Dieese, «Balanço das strives de 2018», Estudos & Pesquisas, n. 89, apr. 2019, https://www.dieese.org.br/balancodasgreves/2018/estPesq89balancoGreves2018.pdf .
2 – Ver especialmente Marcelo Badaró Mattos, Siete notas introductorias como contribución al debate de la izquierda socialista en Brasil, Río de Janeiro, Consequência, 2017. Y Marcelo Badaró Mattos, Gobierno de Bolsonaro: neofascismo y autocracia burguesa en Brasil, São Paulo, Usina, 2020 (en prensa).
3 – Ruy Braga, «Cenedic: una sociología hasta junio», Blog da Boitempo, 26 de mayo de 2014, https://blogdaboitempo.com.br/2014/05/26/cenedic-uma-sociologia-a-altura-de-junho/
4 – Ver, por ejemplo, Flavio H. C. Casimiro, A nova direita: aparatos de acción política e ideológica en el Brasil contemporáneo, São Paulo, Expressão Popular, 2018.
5 – Véase, por ejemplo, la iniciativa «Corona nas Periferias», https://www.coronanasperiferias.com.br/; https://datalabe.org/coronavirus-na-mare/; y el Diccionario de las Favelas Marielle Franco https://wikifavelas.com.br/index.php?title=Not%C3%ADcias_sobre_Coronav%C3%ADrus_nas_Favelas .
6 – Sobre la pandemia, desde la perspectiva del feminismo marxista y la Teoría de la Reproducción Social, ver Tithi Bhattacharya, The theory of social reproduction and why we need to understand the coronavirus crisis, https://esquerdaonline.com.br/2020/04/03/tithi-bathacharya-a-teoria-da-reproducao-social-e-porque-precisamos-entender-a-crise-do-coronavirus/