La puerta que quedó abierta
La Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Uruguay) organizó, esta semana, un coloquio internacional sobre «Las derechas emergentes en América Latina». Una de las expositoras, la doctora en Ciencias Sociales y Sociología Política Mariana Gené, habló con Brecha sobre el fenómeno Milei a pocos días de las presidenciales argentinas.
Daniel Gatti
Brecha, 6-10-2023
El foco del coloquio internacional de este martes 3 en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República estuvo puesto en los casos de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, con miradas hacia otros países de la región (El Salvador) o de fuera (Estados Unidos y el trumpismo, España y Vox). Urgencia obliga, el fenómeno Milei –su ascenso fulgurante, sus contornos y sus límites– atravesó las intervenciones de la mayoría de los panelistas.
Mariana Gené fue una de las que se centró en ese punto. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y en Sociología Política por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, Gené comenzó su intervención inscribiendo a Javier Milei en una onda larga de expansión de las derechas en Argentina que, en la historia más reciente, toma cuerpo, dijo, a partir de 2007, cuando Mauricio Macri gana por primera vez la gobernación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires –convertida desde entonces en feudo de su formación política– y, fundamentalmente, desde 2015, cuando el mismo Macri asume la presidencia. «Todavía la derecha no se reconocía públicamente como tal. Propuesta Republicana [PRO], el partido del presidente, eje de Cambiemos, primero, y de Juntos por el Cambio [JxC], después, se presentaba como superadora del eje izquierda-derecha, decía que esa era una dicotomía del siglo XX, ponía el énfasis en la “buena gestión”, ideológicamente “neutra”. Se escondía, pero esa es la primera vez que en Argentina una formación ubicada en la derecha del espectro accede al gobierno de la nación, dejando atrás la irrelevancia política que había tenido hasta entonces.»
—¿Y el menemismo de la década del 90?
Es claro que el menemismo puso en práctica una política de puro cuño neoliberal, pero se apoyaba en un partido, el peronista, que tenía en su seno sectores de izquierda o progresistas.
La primera vez que la derecha o el centroderecha llega al poder en Argentina es efectivamente en 2015. Antes lo había logrado apoyando golpes militares o haciendo entrismo en alguna de las grandes formaciones populares, como el caso del menemismo, pero directamente, por la vía electoral, fue una novedad de la década pasada. La paradoja que se da es que, una vez que hegemoniza el peronismo y consigue administrar costos y beneficios, ganadores y perdedores, [Carlos] Menem logró llevar a cabo una agenda reformista de derecha que Macri, a pesar de tener detrás suyo a una coalición netamente conservadora, fue incapaz de concretar, quizás por no pertenecer a esa tradición popular del peronismo a la que sí pertenecía Menem.
Milei se propone ahora, en definitiva, ser en ese sentido un segundo Menem. Y se apoya, por un lado, en el rechazo frontal al gradualismo y el consensualismo de la primera etapa de JxC, pero también en una cierta radicalización hacia la derecha en la que participó el propio Macri y de la que también es expresión la candidata Patricia Bullrich, aunque él los rechace a ambos –sobre todo a Bullrich, quizás porque compite con él; con Macri la cosa es más ambigua– y los englobe en «la casta». No olvidemos que, bajo la presidencia de Macri, temas como el rechazo al Estado y a los funcionarios públicos, la promoción de las privatizaciones y de la flexibilización laboral, el negacionismo de los crímenes de la dictadura (se hablaba del «curro de los derechos humanos») y la política de mano dura contra la delincuencia estaban bien presentes. Y desde 2019 un sector de JxC fue mucho más claramente por ese lado. Bien se podría decir que la derecha mainstream le abrió ciertas condiciones de posibilidad a Milei. Y que en el menemismo tiene algunos puntos de apoyo.
—De hecho, hoy hay bastantes pasarelas entre él y referentes del menemismo.
Fundamentalmente, tiene contacto con economistas de la segunda parte del gobierno de Menem, empezando por Domingo Cavallo y siguiendo por el armador de las políticas de Cavallo, Carlos Kikuchi. Quizás estas figuras puedan contribuir a insertarlo en el establishment.
—Decías en la conferencia que el auge de La Libertad Avanza (LLA), el partido de Milei, no puede ser explicado sin el fracaso de la «derecha mainstream», representada sobre todo por JxC. ¿Y el fracaso del progresismo no lo explica también?
El de los dos, por supuesto. Los progresismos han tenido una retórica sobre los beneficios del Estado para la gente, sobre sus grandes virtudes, pero en la práctica han exhibido un cierto desinterés por el modo de llegar efectivamente a las poblaciones que más lo necesitan, y eso fue claramente un caldo de cultivo para ese sentimiento anti-Estado que ahora tiene tanta fuerza.
Yo no diría que lo que domina en la gente sea la ideología anti-Estado que Milei y otros predican tan abiertamente. Lo que predomina, pienso, es un rechazo a un Estado que ofrece bienes y servicios de muy mala calidad y que deja a tanta gente al descubierto. Hay un gran fastidio, una gran bronca, por ese lado.
—Los niveles de miseria en la sociedad argentina, de concentración de la riqueza, no han variado mayormente entre el macrismo y este gobierno.
No han variado. Y en algunos planos hay continuidades de hecho en las políticas. El modelo de desarrollo no ha cambiado. ¿Qué tipo de concepción económica se propone? No quedan demasiado claras las diferencias. En la teoría sí, y en algunos aspectos concretos también, pero, en todo caso, los más pobres no lo ven.
Decía en mi exposición que Argentina está viviendo la crisis económica más larga de los últimos tiempos. Nos hemos acostumbrado a unos índices sociales terribles. Por más que se pueda decir que la gigantesca deuda externa heredada del macrismo condicionó un montón al actual gobierno, y luego también la pandemia, eso no puede explicar todo. Desde mediados del segundo gobierno de Cristina Fernández tenemos estancamiento y cuando hubo crecimiento fue de rebote. En paralelo, la pobreza ha ido creciendo, la inflación ni que hablar, el nivel de desempleo es muy bajo, pero con salarios también muy bajos…
Es cierto que la derecha mainstream ha fracasado, que no logra atraer a las clases populares porque es muy claro que favorece a los más ricos, pero también se puede hablar de un fracaso del progresismo. La izquierda, creo yo, tiene que volver a pensar el Estado, y también otros temas que rehúye, como el de la seguridad. Al menos en Argentina, el de la seguridad es un problema candente y el progresismo no lo aborda nítidamente, le incomoda. Yo no soy para nada una experta en el asunto –es ciertamente un berenjenal–, pero es un problema que afecta especialmente a quienes viven en los barrios populares. La cotidiana en esas zonas es muy dura, y no ha mejorado. No pueden salir a la calle cerca de sus casas porque puede pasarles algo y, para peor, cuando viajan en tren o en colectivo al laburo, y muchas veces son viajes largos, tienen servicios deficientes: eso también contribuye a que quienes, como Milei, hablan de «romper todo» capten seguidores tan fácilmente y crezcan los espacios de crítica a aquello que los progresismos teóricamente defienden, en primer lugar el papel del Estado.
—Cuando se ve los casos de los países europeos en que la extrema derecha crece, hay previamente un fracaso estrepitoso de las izquierdas políticas, de gobiernos socialdemócratas.
Sí. Y hay algo, también, del contexto internacional que cambió. El capitalismo ya no es aquel de los Treinta Gloriosos [período 1945-1975], cuando había, sobre todo en Europa, un Estado benefactor, con movilidad social ascendente. En una época en la que lo que domina es el capitalismo transnacional financiarizado, eso ya no existe más. Los países tienen que pensar su integración no con retóricas sobre unas condiciones económicas que ya no están dadas, sino tratando de entender qué soluciones reales pueden ofrecer, qué modelo de desarrollo económico y de inclusión son posibles.
—¿No se han acercado demasiado las propuestas del progresismo y del centroderecha? El dejar intocado al «sistema» en su esencia, una característica de los gobiernos progresistas, ¿no ha sido un factor que ha favorecido el auge de las extremas derechas?
Las extremas derechas dicen que vienen a trastocar el sistema, a revolucionarlo, aunque no sea precisamente así.
En cuanto a la confluencia entre centroderecha y centroizquierda, hay países en que sí se da (Chile es claramente uno), pero en Argentina no es tan claro: en Argentina hay propuestas programáticas diferenciadas en cuanto a la intervención del Estado, en cuanto a la redistribución de la riqueza, en cuanto a las privatizaciones de servicios públicos. Habiendo esa distancia, eso hace más dramática aún la emergencia de un espacio como el de Milei. Tal vez lo que unifique a derecha moderada y progresismo sean los resultados fallidos de ambos.
—Antes decías que no había tanta distancia entre progresismo y derecha moderada en cuanto al modelo de desarrollo. Eso abarca mucho: lo ambiental parece lo más obvio, pero el extractivismo es más que solo arrasar con el ambiente o las afectaciones a la salud. ¿Te parece que hay diferencias allí?
Lo ambiental es un tema que tensiona netamente al progresismo, que no tiene una reflexión de fondo sobre el asunto. No es un tema tampoco que esté en la agenda, más allá de que sí hay grupos sociales muy activos en ese terreno.
—¿Cómo explicas la seducción que ejerce Milei sobre sectores que estarían entre los más perjudicados por las políticas que él aplicaría?
Creo que el apoyo que recibe en los sectores populares proviene sobre todo de quienes nunca tuvieron una protección efectiva del Estado, que nunca accedieron al trabajo protegido, que incluso ven al Estado como un obstáculo o, en todo caso, como a una estructura que los perjudica, que les pone impuestos y que, a cambio, no les da nada, y que tienen una muy escasa o nula práctica sindical. En esos sectores sociales es donde más sentido hacen las propuestas de Milei, donde mejor se encarnan. No tanto en términos teóricos, sino en términos prácticos. Es gente que siente que, si se esfuerza más, gana más, valora la prédica emprendedurista, cree en eso de la «moralidad del mercado» de la que habla Milei. El macrismo evoca la meritocracia, pero LLA va más allá: hacer el bien –dice Milei– es ofrecer mejores bienes a mejor costo.
Es una noción absolutamente atada al mercado y que valoriza al extremo el esfuerzo individual. Los sociólogos Pablo Semán y Nicolás Welschinger, autores de varias investigaciones sobre este tema, dicen que Milei tiene dos capas de seguidores: una es la minoría intensa, dogmática, doctrinaria, que comanda la «batalla cultural» contra «los zurdos», y la otra, una capa de votantes mucho más pragmática, enojada con las dos coaliciones fallidas.
—Cuentan crónicas de diarios argentinos que en el acto que organizó Milei, la semana pasada, en un parque de Buenos Aires, hubo también sindicalistas.
Bueno, en realidad hubo uno, al menos uno importante: Luis Barrionuevo, un dirigente del gremio del comercio desde hace más de 20 años que fue un aliado del menemismo y que, para las últimas PASO [las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias], apoyaba al candidato más kirchnerista, Eduardo Wado de Pedro, que finalmente no corrió, y ahora se decantó por Milei. Es un personaje muy pintoresco de la política argentina, pero, en todo caso, Milei no se priva de exhibirlo, diciendo «¿ven cómo se me van arrimando sindicalistas? Los factores de poder van a venir conmigo». Lo proclama en dirección de todos los que le lanzan que, aunque gane, no va a poder gobernar.
—¿No hubo un corrimiento hacia él en las últimas semanas de grandes empresarios que antes apoyaban a JxC? (1)
Bueno, fue el más votado en las PASO y puede efectivamente ganar la presidencia; es lógico que se quieran reunir con él. También lo contactó el Fondo Monetario Internacional [FMI]. De ahí a que lo apoyen…
—¿Pero no es también lógico que lo respalden sectores capitalistas fuertes, financieros y otros, teniendo en cuenta la política abiertamente promercado y desreguladora que Milei promete?
Algunos se ilusionan, claro, pero no todos. El tema es la verosimilitud de su discurso. Hace poco llegó a Buenos Aires un equipo de la revista estadounidense The Economist para hacerle una entrevista, y en la nota destacaron sobre todo la inestabilidad del personaje y que sus promesas carecían de sustento técnico. En cuanto a los empresarios que tienen enterrados sus capitales en Argentina, no tanto aquellos que pueden llevarlos de un lado a otro sin problemas, el sentimiento de abismo que les provoca Milei es muy fuerte. Una cosa es la teoría –un plano en el que tal vez la mayor parte de los empresarios coincida con él–, y otra, la viabilidad de estas propuestas. Muchísimos empresarios tienen negocios con ese Estado al que LLA quiere pasarle la motosierra, dependen de ese Estado.
—Decías que sería el primer político en la historia argentina en llegar a la presidencia sin aparato alguno atrás, sin haber tejido alianzas sólidas con ningún sector.
Es una excepción incluso entre las extremas derechas en el mundo. En Estados Unidos Donald Trump jugaba a ser antiestablishment y a oponerse al aparato del Partido Republicano, pero tenía detrás suyo a una parte considerable del partido y contaba con gobernadores, con el grueso de los parlamentarios republicanos y con un sector del gran empresariado. Lo mismo Jair Bolsonaro en Brasil o José Antonio Kast en Chile. Milei está montado sobre una gran precariedad. No tiene a su favor ni a uno solo de los 24 gobernadores de provincia, el número de diputados y senadores que le responden es muy escaso (41 de 257 y ocho de 72, respectivamente), ni siquiera tiene una alianza formal con los militares o con las iglesias evangélicas, como era el caso de Bolsonaro. Está haciendo malabares para tejer lazos con todo el arco más conservador, confiando en que una vez en el poder lo pueda concretar. Tiene a su favor, sí, el voto aluvional que recibió, pero sin traducción –por lo menos por ahora– política o institucional.
—¿Cómo se fue gestando ese voto aluvional?
Claramente, en las redes sociales. Trabajó muy bien allí. Y también hizo agitación callejera: contra las medidas del gobierno durante la pandemia o en las marchas contra el aborto, donde conectó puntualmente con la derecha religiosa; era omnipresente en eventos públicos, como la feria del libro, con enorme éxito, y daba clases abiertas de economía que se llenaban y se convirtieron casi en un ritual. Se tomó muy en serio eso de la «batalla cultural» contra la izquierda y movilizó con habilidad a una minoría intensa que se hizo notar.
Cuando pasó de la batalla cultural a la batalla política, hace un par de años, ya tenía un camino andado. Logró, de hecho, crear una suerte de ecosistema «libertario» gracias igualmente a su carisma, a esa condición de rockstar que tanto hizo valer en los medios, que, a su vez, le dieron un espacio desmesurado: ha sido el economista con más tiempo de antena en la televisión, sin dudas.
—¿Podrá gobernar llegado el caso?
Imposible de prever. ¿Cuál será su relación con la derecha mainstream? No está claro, como tampoco lo está el futuro de JxC: ¿se romperá?, ¿qué pasará con Macri?, ¿contará Milei con respaldos por ese lado? Y, sobre todo, ¿qué pasará cuando los perdedores por la aplicación de sus políticas aparezcan y reaccionen? Él dice, siguiendo la prédica «libertaria», que con LLA solo perderán la casta y los parásitos, y que todo aquel que se esfuerce ganará. Poco creíble, más aún cuando se plantean recortes en el Estado que van más allá de lo sugerido por el propio FMI. Recordemos que Argentina tiene una tradición muy fuerte de movilización social…
Nota
1. Entre otros, el diario Página 12 dio cuenta de un movimiento de ese tipo en «Los ceos que dejaron el macrismo y se fueron con Milei» (https://www.pagina12.com.ar/589729-los-ceos-que-dejaron-el-macrismo-y-se-fueron-con-milei)