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Aquella «raza española»

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por Pepe Gutierrez Alvarez, España

AQUELLA “RAZA ESPAÑOLA”… Leyendo las noticias sobre los grupúsculos nazis que exaltan la “raza española” me ha venido a la memoria Raza (España, 1951), la película cuyo guion escribió Francisco Franco y que acaba con una exaltación de dicha raza, muy en consonancia con el discurso que imponían los aliados nazis. Tal como se puede comprobar desde el cine, durante este tiempo se puso de moda un potente racismo que convertía a los judíos en usureros, a los gitanos en vagos analfabetos amantes del folklore, y a los “negritos” en destinatarios de las obras de piedad de la Iglesia. En el caso de los negros, los cánones establecidos aparecen sintetizados en un título tan popular que conocían hasta los más ignorantes sobre el cine, como El negro que tenía el alma blanca, basada en una popular novela del olvidado Alberto Insúa, y que es un viejo melodrama sobre las dificultades de un negro descendiente de esclavos en una sociedad de blancos que, y según el cual –se repetía paternalmente– habían negros que tenían el alma blanca como habían angelitos negros que durante décadas configuró, todo un arquetipo popular afirmado por tres versiones diferentes (1927;1934; 1951).
 
Otro gran arquetipo fue recreado a través de la historia del cantante Antonio Machín, evocada recientemente en un soberbio documental, Machín: Toda una vida, de Núria Villazán Martin, y en base a la cual resultaría seguramente muy oportuno deliberar sobre el racismo cotidiano de la «mayoría silenciosa». Pero seguramente el “summum” del racismo paternalista fue Fray Escoba (Ramón Torrado, 1961), cuyo éxito permitió que su protagonista (René Muñoz), hiciera alguna que otra película más. La trama no tiene desperdicio: Martín Porres, hijo de un caballero español y de una mulata panameña, nace en Lima en 1579. Con su padre, ya gobernador de Guayaquil, y un futuro prometedor a su alcance, decide entrar en el convento de Santo Domingo. Allí se convierte en ‘Fray Escoba’, apodo que recibe por su obsesión de barrer y barrer sin descanso, mientras ríe feliz. Pasan los años y, con asombro, Martín descubre como Dios se vale de él para hacer milagros mientras su fama y labor apostólica se propagan por todo el país…Todas estas historias demostraban una ignorancia y la prepotencia colonialista en la que todavía seguimos presos. Baste decir que, en la España del siglo XIX, los abolicionistas distinguidos se pueden contar con los dedos de una sola mano y el único religioso fue el abate Marchena, un hereje hijo de Utrera (1768-1821), autor de Aviso al pueblo español o A la nación española (1792), en el que incitaba a sus compatriotas a unirse a la Revolución francesa. Ya es hora que contar que se le rindiera el homenaje que merece, aunque sea dejar claro que todos no fueron unos racistas hipócritas.
 
Una historia sobre la que tendremos que existir. Entre otras cosas porque sus consecuencias siguen presentes. Sobre todo en el trato infame que se le dispensa a los trabajadores que hacen lo mismo que hicieron tiempo atrás los españoles en Francia o Alemania.
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