Dueña de una notable capacidad comunicativa y autora de un proyecto literario de largo alcance, dijo siempre que, aunque intentaba no traicionar sus principios estéticos, su éxito dependía de las necesidades de sus lectoras y lectores. Considerada una de las escritoras más relevantes de la literatura española actual, paradójica y excesiva, reúne en sus mejores libros la curiosidad de la historiadora y la imaginación de la novelista.
Alicia Torres
Brecha, 10-12-2021 https://brecha.com.uy/
Almudena Grandes irrumpió con violencia en el mundo literario español cuando su ópera prima, Las edades de Lulú (1989), ganó la undécima edición del premio de narrativa erótica La Sonrisa Vertical, que marcó una época y encendió a una generación. Cercana en sus inicios a la estética Almodóvar, o lo que por ese entonces era la movida fuerte madrileña, su novela fue llevada al cine por Bigas Luna y ambos pudieron festejar la nominación a los premios Goya por el guion que escribieron juntos. De ahí en más, varias adaptaciones de sus novelas fueron exhibidas en la pantalla grande. Según sus declaraciones, el éxito colosal de Las edades de Lulú, que propone la liberación sexual de la mujer española, fuertemente reprimida durante el franquismo, le regaló la vida que quería vivir y jamás podría saldar esa deuda.
Falleció el 27 de noviembre, tenía 61 años. La noticia tomó por sorpresa a medio mundo, sobre todo porque hacía poco tiempo había compartido en Twitter que le habían diagnosticado un cáncer, pero lo pelearía con brío: «Entre todos los personajes que existen, mis favoritos son los supervivientes, y no voy a defraudarme a mí misma […] prometo solemnemente que volveré a sentarme en una caseta para firmar ejemplares».
En julio de 1993 la entrevisté para Brecha. Fue uno de mis primeros reportajes. Llegó a Montevideo para presentar Las edades de Lulú. Viajaba con Eduardo Mendicutti, que traía su novela Tatuaje (1973), el libro largamente censurado que habló de los homosexuales antes de que estos tuvieran, en España, espacios claros de libertad. Sorprendiendo los coletazos del destape español, la novela de Almudena causó un escándalo atronador y fue calificada de inmoral. A ella esa batahola parecía divertirla y en la entrevista se mostró orgullosa. De complexión holgada y personalidad avasallante, acompasaba el vértigo de su oralidad con gestos persuasivos. El origen árabe de su nombre –que significa ‘ciudadela’ o ‘fortaleza’– y el manto de Nuestra Señora de la Almudena, patrona de Madrid, ciudad natal de la escritora, parecían rondar a esa mujer intensa acostumbrada a protagonizar polémicas tumultuosas.
Las edades de Lulú fue considerada una novela generacional y leída por un sector de la crítica como el compendio inmoral de la educación sentimental de una época. Para la autora, que decía estar comprometida con el feminismo, era una historia de amor entre un hombre y una mujer narrada desde la perspectiva del sexo. «Mis protagonistas siempre arrastran una infancia de niños malqueridos que van por la vida siendo gente a la que esa falta de amor la lleva a tener una visión distorsionada del mundo», señaló. A los 15 años, Lulú –que poco o nada tiene que ver con la Lolita de Nabokov– elige no crecer y se vincula con un profesor que le dobla la edad y le permite seguir siendo una niña. El lazo es de dominio/sumisión, aunque escapa a los esquemas tradicionales de sadomasoquismo y resulta más bien un incesto simulado. Escritura de sexo explícito, más que sensual o erótica, mezcla de perversión e inocencia, desde el primer beso Lulú abandona por completo el control de sí misma: «Me lamió toda la cara, la barbilla, la garganta y el cuello, y entonces decidí no pensar más, por primera vez, no pensar, él pensaría por mí». Recién al cumplir 30 años permite que el mundo exterior se cuele en su vida y prueba variantes sexuales sancionadas en su tiempo como tabú y sacrilegio. Parece tarde para emanciparse.
Su segundo libro, Te llamaré viernes (1991), no tuvo gran repercusión. Narra otra historia de infancia y deseo, pero echa por tierra la idea de que la autora iba a afirmarse en el género erótico. El protagonista, arquetipo de los seres grises que habitan las ciudades modernas, es otro niño mal amado que cuando crece trata de cultivar la impasibilidad frente a la vida como forma de supervivencia e intento de felicidad.
Al igual que en Las edades de Lulú, en Malena es un nombre de tango (1994) la protagonista es una niña que va descubriendo su sexualidad a medida que la historia avanza. Influida por las figuras femeninas de su familia –que representan dos actitudes ante la sociedad patriarcal, una de sumisión y otra de ruptura– mantiene un vínculo de dependencia con su hermana melliza. El sexo y el amor son los lugares desde donde Lulú y Malena intentan buscarse a sí mismas. En 1996, Malena… fue llevada al cine por Gerardo Herrero. En el mismo año se publica la recopilación de relatos Modelos de mujer: una galería de personajes femeninos insustanciales o extraños que, enfrentados a experiencias traumáticas –pero enaltecedoras en el imaginario de la autora–, se convierten en símbolo de lo femenino. En este grupo desparejo de textos –a veces se cae en el estereotipo, a veces en el sentimentalismo–, los dos últimos son excelentes, en ellos se encuentra lo mejor de Almudena: la relación entre el pasado y el presente, la necesidad de preservar la memoria, la ternura maltratada, la introspección, la ironía y el sarcasmo. Uno de estos relatos, «El vocabulario de los balcones», inspirado en un poema de Luis García Montero –pareja de Almudena–, sirvió de base para el filme Aunque tú no lo sepas, dirigido en 2000 por Juan Vicente Córdoba.
La diferencia de enfoque que exhibe Atlas de geografía humana (1998) decide todo lo que de nuevo hay en esta novela. Ya no se trata de una iniciación individual, sino de un grupo de mujeres decididas a reconstruir sus vidas y encontrar su identidad. Rondan los 40 años, viven relaciones conflictivas con los hombres y tienen buenos vínculos con los hijos, cuando los hay. Unidas por la publicación de un atlas, la tarea remite al franquismo, al final de la dictadura y a la transición democrática. También irrumpen temas como el paso del tiempo, el amor y el desamor, el sexo, la soledad y el fracaso. La autora se apropia de elementos de la novela rosa y el melodrama, pero los supera con una enorme capacidad expresiva que no deja afuera el humor y contribuye a adelgazar la barrera entre invención y realidad. La película fue llevada al cine en 2007 con dirección de Azucena Rodríguez. En 2012 el dramaturgo Luis García-Araus la adaptó para el teatro y se estrenó en el María Guerrero de Madrid.
Los aires difíciles (2002) fue celebrada por la crítica. El mayor acierto de esta novela está en el distanciamiento narrativo que dota de sutileza a las referencias de carácter político y hace menos explícitas las escenas de sexo. Es una historia de conflictos individuales y a la vez de solidaridad. No es una novela social, pero a través de técnicas realistas e introspección psicológica muestra la vida cotidiana de los personajes y denuncia el peso infinitamente dispar que la riqueza o la miseria tienen sobre los individuos. La película se estrenó en 2006 con dirección de Gerardo Herrero.
La guerra interminable
Pasado un tiempo, la obra de Almudena Grandes dio un giro capital que en cierto modo se venía anunciando. Derivó hacia la historia reciente de España para recuperar, desde la ficción, las huellas del pasado que la dictadura ocultó e indagar en las claves de la sociedad española de fines del siglo XX y primeras décadas del XXI.
Algunos de sus libros merecieron reparos, otros fueron exitosos y otros ganaron premios. Pero su carrera encontró un sentido que trascendía lo literario cuando publicó El corazón helado (2007). El título, de raíz machadiana, deriva de aquellos versos inolvidables: «Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón». Es la antesala perfecta para uno de los proyectos literarios de más largo alcance en la narrativa contemporánea española. La autora lo tituló Episodios de una guerra interminable, en recuerdo y homenaje de los Episodios nacionales de su admirado Benito Pérez Galdós. Seis novelas independientes componen la saga: Inés y la alegría (2010), El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014), Los pacientes del doctor García (2017), La madre de Frankenstein (2020) y Mariano en el Bidasoa, que no había finalizado cuando la encontró la muerte. Todas alternan la ficción y la no ficción y narran momentos significativos de la resistencia en un período comprendido entre 1939 y 1964. Hay personajes que aparecen en varios episodios con distinto grado de protagonismo e interactúan con figuras reales y escenarios históricos. En epílogos redactados con voz propia, la autora proyecta los hechos y sus consecuencias hasta 1977-1978. En setiembre de 2013 Almudena regresó a Montevideo para presentar El lector de Julio Verne y ofrecer un adelanto de Las tres bodas de Manolita. El público uruguayo, que la leía con entusiasmo, la recibió con mucho afecto.
Para narrar episodios silenciados por los medios oficiales e ignorados por la historiografía, reunió una suma enorme de documentación sobre la lucha clandestina de la resistencia en la posguerra, sobre todo a través del testimonio de los protagonistas, una comunidad dispar que contrapone y recorta lo que recuerda y lo que olvida. En los homenajes en ocasión de su muerte, esta colección de libros se celebró como una contribución fundamental para los trabajos de indagación y preservación de la memoria española.
«Republicana, de izquierdas y anticlerical», así se presentó en la primera columna que escribió en El País de Madrid, en enero de 2008, cuando sustituyó en la contraportada a Manuel Vázquez Montalbán. Parte de los textos que continuó escribiendo en ese medio de prensa fueron recopilados en La herida perpetua (2019).
La tragedia y la culpa
Devorada por su pasión narrativa, Almudena Grandes suele escribir novelas voluminosas. El corazón helado llega casi a las mil páginas y participa de una práctica de la mirada que un grupo de escritoras y escritores españoles despliegan sobre su país. Me detengo en esta novela porque es un compendio notable de los intereses de la autora: su apuesta radical por el realismo literario, la simbiosis de la novela popular y la culta, los alcances de su conexión emocional con los lectores, la pasión por la historia, sus puntos de vista sobre la literatura comprometida, el lugar de la mujer en la guerra y en la paz.
Asociada a las distintas visiones de los grupos antagónicos, la guerra es recuperada en El corazón helado como una herida problemática de la memoria. Lúcida y sombría, la perspectiva de los protagonistas, Raquel Fernández y Álvaro Carrión, es la versión de los nietos, una generación que se atreve a hacer preguntas, la primera que creció en libertad. La novela es un friso de la España del siglo XX y de cómo el pasado actúa hoy en la conciencia de los ciudadanos.
También de linaje galdosiano, el desarrollo progresivo de la historia de dos familias –folletinesco en el mejor sentido– responde a la técnica realista de las grandes novelas del siglo XIX. Como Antonio Muñoz Molina en Beatus Ille (1986) y Javier Cercas en Soldados de Salamina (2000), Almudena Grandes organiza las distintas tramas alrededor de un secreto cuyo proceso de anagnórisis acelera el pulso del lector. Contra la desmemoria colectiva propone un rescate sentimental. Muy otro fue el espíritu de El vano ayer (2006), de Isaac Rosa, que, al interpelar el agujero negro de la guerra civil y la transición, hace un llamado de atención sobre las trampas de la memoria sentimental y otras formas próximas a la nostalgia. El título de esta novela excepcional también deriva de versos machadianos: «El vano ayer engendrará un mañana/ vacío y ¡por ventura! pasajero».
En El corazón helado, Álvaro comienza a descubrir la verdadera historia de su familia a partir del entierro de su padre, en 2005. De lejos, Raquel presencia la ceremonia y los deudos la confunden con una amante del muerto. La fórmula del romance entre integrantes de grupos enfrentados no es novedad. Cuando estos dos cuarentones vuelven a cruzarse inician una frustrante y apasionada historia de amor encadenada por un suceso desagraciado. Pero los principales antagonistas de esta ficción que maneja con pericia los planos temporales son siempre Julio Carrión, padre de Álvaro, e Ignacio Fernández, abuelo de Raquel. Ellos son quienes encarnan a las dos Españas.
Puede decirse que El corazón helado, una novela atravesada por los tópicos del traidor y la traición, es excesiva, épica y arriesgada (las numerosas historias personales se ramifican sin cesar y recorren la España de principios del siglo XX, la Segunda República, la guerra civil, la dictadura, la transición, el presente en el que la autora escribe su novela); sesgada (siempre está claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos, y en la exaltación emotiva de figuras heroicas los comunistas llevan la mejor parte); sentimental (son desgarradoras las introspecciones y el pasado trágico que atormenta la memoria de casi todos). Pero la escritora no se propuso contar lo que pasó, sino explorar cómo reconstruir, desde las emociones de los personajes, los desgarrones de la tragedia y de la culpa. Porque la obscenidad de aquella represión feroz y los episodios más inverosímiles del horror son los que ocurrieron en el mundo real, como los sucesos de los pozos de Arucas, en Gran Canaria, donde enterraban a la gente viva, cubriendo con cal solo a los que arrojaban al final y quedaban encima de la pila, y que por los aullidos escuchados durante días en las cercanías fueron bautizados «pozos del grito de las brujas».
El relato atrapante de la historia coral de los Fernández y de los personajes que se agitan a su alrededor da cuenta de sus desgracias durante el conflicto armado en los tenebrosos campos de refugiados y en la resistencia francesa durante la Segunda Guerra. La tragedia de su peripecia estruja el corazón. Por sus momentos inolvidables –y aun por el efectismo de otros– El corazón helado es una novela que no puede abandonarse hasta el final.
Con respecto a la pasión que despierta esta literatura en sus seguidores, Almudena señaló en una entrevista: «Mis lectores son mi libertad, mientras ellos estén ahí, seguiré escribiendo los libros que creo que tengo que escribir, en lugar de los libros que otros creen que tengo que escribir. Sin embargo, cuando escribo, escribo para emocionarme a mí; para convencer a la lectora que soy –la más crítica de todas–; para emocionarles a ellos; para devolverles, de alguna manera, todo lo que ellos me han dado a mí, porque son mi piel de por vida».