por Franco Machiavelo
(Una crítica marxista a la claudicación reformista en tiempos de miseria disfrazada de democracia)
Salvador Allende, médico del pueblo y marxista convencido, no soñaba con una democracia maquillada de participación mientras el poder económico real sigue blindado por una minoría empresarial. Su proyecto no se limitaba a ganar elecciones: apuntaba a una transición al socialismo con el pueblo organizado como protagonista, no como espectador en una urna cada cuatro años. Hoy, su nombre se ha convertido en estandarte vacío en discursos tibios, en fotos decorativas en las oficinas de quienes precisamente han traicionado la esencia de su lucha.
La actual democracia chilena —burguesa, neoliberal y estructuralmente clasista— no representa un «mal necesario», sino el muro ideológico que domestica a las masas, promoviendo cambios estéticos sin tocar los pilares del poder. El capitalismo salvaje no fue derrotado; fue perfeccionado tras su caída con la excusa de la «gobernabilidad». Lo que vino después del golpe no fue solo una dictadura militar, sino la instalación definitiva de un modelo económico excluyente, sostenido por el miedo, la propaganda y el fetichismo electoral.
Hoy, en el Chile de 2025, asistimos a una farsa donde los candidatos presidenciales —ya sean progresistas de boutique o conservadores maquillados— funcionan como gerentes del capital, garantizando que nada cambie en lo esencial. Las forestales siguen arrasando, los mapuches siguen siendo criminalizados, y los trabajadores siguen viviendo al borde del abismo. La «democracia» es tolerada por los poderosos solo mientras no cuestione sus privilegios.
¿Qué pensaría Allende de este teatro electoral? No avalaría esta claudicación. No entregaría su legado a partidos que aceptan las reglas del mercado como dogma y que negocian con la miseria del pueblo como moneda parlamentaria. Allende creía en el pueblo como fuerza activa, no como número estadístico. Su socialismo no era de oficina ni de tecnócratas con doctorado en Washington. Era de fábricas, de ollas comunes, de sindicatos, de poblaciones.
Insertar el pensamiento de Allende en este Chile neoliberal es una contradicción antagónica. No cabe en las estructuras del capital, porque las enfrentaba. Y sin embargo, sus ideas sobreviven no en los pasillos del Congreso ni en las universidades elitistas, sino en la memoria de quienes entienden que sin ruptura estructural, no hay justicia posible.
Allende, de vivir hoy, no llamaría a confiar en el voto aislado como herramienta de emancipación. Llamaría a construir poder popular real, territorial, autónomo. Denunciaría esta democracia como lo que es: una dictadura del capital con rostro amable, una vitrina de pluralismo donde los ricos nunca pierden y el pueblo solo elige su verdugo con corbata distinta.
Chile no necesita una nueva elección presidencial, necesita una nueva correlación de fuerzas. Una que no aspire a administrar el capitalismo, sino a superarlo.
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